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CAPÍTULO 58: LA FE - Mente, carácter y personalidad T2

 
58 LA FE

Debe enseñarse la fe, la fe salvadora. La definición de esta fe en Jesucristo se puede hacer con pocas palabras: es el acto del alma por medio del cual todo el hombre se entrega a la guarda y el control de Jesucristo. Por la fe él mora en Cristo y Cristo mora supremamente en su alma. El creyente encomienda su alma y su cuerpo a Dios, y con seguridad puede decir: Cristo es capaz de guardar lo que le he encomendado hasta aquel día. Todos los que hagan esto serán salvos para vida eterna. Habrá seguridad de que el alma ha sido lavada en la sangre de Cristo, revestida con su justicia, y es preciosa a la vista de Jesús. Nuestros pensamientos y nuestras esperanzas están concentrados en la segunda venida de nuestro Señor. Ese es el día cuando el Juez de toda la tierra recompensará la confianza de su pueblo.­ Ms 6, 1889.

Por la fe, recibimos la gracia de Dios; pero la fe no es nuestro Salvador. No nos hace ganar nada. Es la mano por la cual nos asimos de Cristo y nos apropiamos de sus méritos, el remedio por el pecado.­ DTG 147 (1898).

La fe significa confiar en Dios, creer que nos ama y sabe mejor qué es lo que no conviene. Por eso nos induce a escoger su camino en lugar del nuestro. En vez de nuestra ignorancia, acepta su sabiduría; en vez de nuestra debilidad, su fuerza; en vez de nuestra pecaminosidad, su justicia. Nuestra vida, nosotros mismos, ya somos suyos; la fe reconoce su derecho de propiedad, y acepta su bendición. La verdad, la justicia y la pureza han sido señaladas como los secretos del éxito en la vida. Es la fe la que nos pone en posesión de estos principios.­ Ed 253 (1903).

La fe es sencilla en su acción y poderosa en sus resultados. Muchos cristianos, que tienen un conocimiento de la sagrada Palabra y creen en su verdad, fallan en la confianza infantil que es esencial para la religión de Jesús. No alcanzan a otros con ese toque peculiar que produce la virtud de curar el alma.­ 6CBA 1073 (1874).

La humildad, la mansedumbre y la obediencia no son la fe; pero son los efectos o frutos de la fe.­ 2JT 140 (1885).

No fueron escritas estas cosas [las declaraciones de la confianza de Pablo en Dios] únicamente para que las leamos y nos asombremos, sino para que la misma fe que obró en los siervos de Dios de antaño, obre en nosotros. Doquiera haya corazones llenos de fe que sirvan de conducto transmisor de su poder, no será menos notable su modo de obrar ahora que entonces.

A los que, por falta de confianza propia, evitan tareas y responsabilidades, enséñeseles a confiar en Dios. Así más de uno que de otro modo no sería más que una cifra en el mundo, tal vez una carga impotente, podrá decir con el apóstol Pablo: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Fil. 4: 13).­ Ed 256 (1903).

La fe es necesaria tanto en los asuntos más pequeños como en los mayores de la vida. En todos nuestros negocios y nuestras ocupaciones diarias, la fuerza sustentadora de Dios llega a ser real para nosotros por medio de una confianza constante.- Ed 255 (1903).

Se debería explicar claramente cómo se puede ejercer fe. Toda promesa de Dios tiene ciertas condiciones. Si estamos dispuestos a hacer su voluntad, toda su fuerza nos pertenece. Cualquier don que nos prometa se encuentra en la promesa misma. "La semilla es la palabra de Dios" (Luc. 8: 11). Tan ciertamente como se encuentra la semilla del roble en la bellota, se encuentra el don de Dios en su promesa. Si recibimos la promesa, recibimos el don.­ Ed 253 (1903).

La fe tiene preciosas lecciones para el niño sensible a las ofensas. La disposición a resistir el mal o vengar el agravio recibe a menudo su impulso de un profundo sentimiento de justicia y un espíritu activo y enérgico. Enséñese a ese niño que Dios es el guardián eterno de la justicia. Cuida tiernamente a los seres que ama al punto de dar a su amado Hijo para salvarlos. El se entenderá con cada malhechor.­ Ed 256, 257 (1903).

La fe obra por el amor y purifica el alma de todo egoísmo. De este modo el alma se perfecciona en el amor. Y habiendo encontrado gracia y misericordia por medio de la preciosa sangre de Cristo, ¿cómo podríamos dejar de ser tiernos y misericordiosos? "Por gracia sois salvos por medio de la fe" (Efe. 2: 8). Se debería adiestrar la mente para ejercer fe en lugar de albergar dudas, sospechas y celos. Estamos demasiado inclinados a considerar los obstáculos como imposibilidades.

Tener fe en las promesas de Dios, avanzar por fe, seguir hacia adelante sin ser gobernados por las circunstancias, es una lección difícil de aprender. Pero aprender esta lección es una absoluta necesidad para cada hijo de Dios. Siempre se debería albergar la gracia de Dios otorgada por medio de Cristo; porque se nos da como la única manera de aproximarnos a Dios. La fe en las palabras de Dios, pronunciadas por Cristo cuando estaba envuelto en la columna de nube, habría capacitado a los hijos de Israel para dejarnos una historia muy diferente. Su falta de fe en Dios influyó para que su historia fuera muy distinta.­ Ms 43, 1898.

Algunos han profesado tener mucha fe en Dios, dones especiales y extraordinarias respuestas a sus oraciones aunque no haya evidencia de todo ello. Han creído que la presunción es fe. La oración de fe nunca se pierde; pero pretender que siempre será respondida de la misma manera y en relación con el motivo particular que estamos esperando, es presunción.­ 1T 231 (1861).

La fe no va en ningún sentido unida a la presunción. Sólo el que tenga verdadera fe se halla seguro contra la presunción. Porque la presunción es la falsificación satánica de la fe. La fe se aferra a las promesas de Dios, y produce la obediencia. La presunción también se aferra a las promesas, pero las usa como Satanás, para disculpar la transgresión.

La fe habría inducido a nuestros primeros padres a confiar en el amor de Dios, y a obedecer sus mandamientos. La presunción los indujo a transgredir su ley, creyendo que su gran amor los salvaría de las consecuencias de su pecado. No es fe lo que reclama el favor del Cielo sin cumplir las condiciones bajo las cuales se concede una merced. La fe verdadera tiene su fundamento en las promesas y provisiones de las Escrituras.­ DTG 101, 102 (1898).

Los que hablen acerca de la fe y la cultiven, tendrán fe; pero los que abriguen dudas y las expresen, tendrán dudas.­ 5T 302 (1885).

No crean que porque han cometido errores siempre deben estar bajo condenación, porque eso no eso necesario. No permitan que la verdad sea rebajada ante sus mentes porque los que la profesan no viven vidas consecuentes. Conserven la fe en la verdad del mensaje del tercer ángel. Si no cultivan la fe, su importancia gradualmente será desplazada de sus mentes, y corazones. Tendrán una experiencia semejante a la de las vírgenes insensatas, que no hicieron provisión de aceite para sus lámparas, y sus luces se extinguieron. La fe debe ser cultivada. Si se ha debilitado, es semejante a una planta enferma que hay que poner al sol, regarla cuidadosamente y atenderla.­ Carta 97, 1895.

Cuando las nubes se interponen entre vuestra alma y Dios, cuando hay tinieblas a vuestro alrededor, cuando el enemigo está listo para robarle al alma su integridad hacia Dios y la verdad, y cuando el error es considerado plausible y atractivo, entonces es tiempo de orar y ejercer fe en Dios. . . El alma, alimentando esa fe, es capaz de levantarse por encima de sí misma y de traspasar la infernal sombra que el enemigo arroja a través de la senda de cada alma que lucha por la corona inmortal.­ NEV 128 (1896).

La palabra del Señor, hablada por sus siervos, es recibida por muchos con dudas y temores. Y muchos postergan su obediencia a la amonestación y a los reproches dados, esperando hasta que haya desaparecido de su mente toda sombra de incertidumbre. La incredulidad que exige perfecto conocimiento no quiere ceder a la evidencia de que Dios se complace en dar. El requiere de su pueblo una fe que descanse en el peso de la evidencia, no sobre el conocimiento perfecto. Los que siguen a Cristo, que aceptan la luz que Dios les manda, deben obedecer la voz de Dios que les habla cuando hay muchas otras voces que claman contra ella. Requiere discernimiento el distinguir la voz de Dios.­ 3TS 149 (1873).

Deberíamos saber por nosotros mismos qué es el cristianismo, qué es la verdad, qué es la fe que hemos recibido, cuáles son las reglas bíblicas, las reglas que se nos han dado provenientes de la más alta autoridad. Hay muchos que creen sin tener una razón para fundamentar su fe, sin suficiente evidencia acerca de la verdad del asunto. Si se presenta una idea que concuerda con sus propias opiniones preconcebidas, todos están listos para aceptarla. No razonan de causa a efecto. Su fe no tiene un fundamento genuino, y en el tiempo de prueba descubrirán que han edificado sobre la arena.­ Carta 4, 1889.

Si manifestáramos más nuestra fe, si nos regocijáramos más en las bendiciones que ahora tenemos -la gran misericordia, la paciencia y el amor de Dios­ cada día tendríamos más fuerza. ¿No poseen acaso las preciosas palabras pronunciadas por Cristo, el Príncipe de Dios, una seguridad y un poder que deberían ejercer gran influencia en nosotros, para hacernos creer que nuestro Padre celestial está más deseoso de dar su Espíritu Santo a quienes se lo piden de lo que los padres están para conceder buenas dádivas a sus hijos?­ 2MS 278 (1892).

Muchos tienen ideas confusas acerca de lo que constituye la fe, y viven por debajo de sus privilegios. Confunden sentimiento y fe, y están continuamente angustiados y perplejos, porque Satanás toma toda ventaja posible de su ignorancia e inexperiencia. . .

Debemos aceptar a Cristo como nuestro Salvador personal, o fracasaremos en nuestro intento por llegar a ser vencedores. No nos traerá ningún beneficio mantenernos alejados de él, creer que nuestro amigo o nuestro vecino pueden tenerlo por su Salvador personal, pero que nosotros no podemos experimentar su amor perdonador. Debemos creer que somos elegidos de Dios, para ser salvados por el ejercicio de la fe, a través de la gracia de Cristo y la obra del Espíritu Santo; y debemos alabar y glorificar a Dios por esta maravillosa manifestación de un favor que no merecemos.

Es el amor de Dios el que conduce el alma a Cristo para ser benignamente recibida y presentada al Padre. Mediante la obra del Espíritu, se renueva la relación divina entre Dios y el pecador. El Padre dice: "Yo seré Dios para ellos, y ellos serán para mí hijos. Ejerceré el amor perdonador hacia ellos, y derramaré en ellos mi gozo. Ellos serán para mí un tesoro peculiar; porque este pueblo a quien yo he formado por mí mismo manifestará mi alabanza".­ NEV 79 (1893).

El sentimiento y la fe son tan distintos uno del otro como lo es el este del oeste. La fe no depende de los sentimientos. Debiéramos dedicarnos diariamente a Dios, y creer que Cristo comprende y acepta el sacrificio, sin examinarnos a nosotros mismos, para ver si tenemos ese grado de sentimientos que pensamos que debe corresponder a nuestra fe. ¿No tenemos la seguridad de que nuestro Padre celestial está más dispuesto a dar su Espíritu Santo a aquellos que lo piden con fe de lo que los padres lo están para dar buenos dones a sus hijos? Debiéramos avanzar como si oyéramos la respuesta de Dios, de Aquel cuyas promesas nunca fallan, dada a la oración enviada a su trono. cuando hagamos esto, las nieblas y las nubes serán disipadas, y pasaremos de las sombras de las tinieblas a la clara luz de su presencia.­ NEV 122 (1893).

Muchos pasan largos años en las tinieblas y la duda, debido a que no sienten como quieren. Pero el sentimiento no tiene nada que ver con la fe. Esa fe que obra por el amor y purifica el alma no es cuestión de impulso. Se arriesga a salir, basada en las promesas de Dios, creyendo firmemente que lo que él ha dicho es capaz de realizarlo. Nuestras almas deben ser enseñadas a creer, a confiar en la Palabra de Dios. Esa palabra declara que "el justo vivirá por la fe" (Rom. 1: 17), y no por el sentimiento.­ NEV 121 (1897).

Desechemos todo lo que sea parecido a la desconfianza y a la falta de fe en Jesús. Comencemos una vida de confianza sencilla e infantil, no confiando en los sentimientos, sino en la fe. No deshonremos a Jesús dudando de sus preciosas promesas. El quiere que creamos en él con fe inconmovible.­ NEV 121 (1888).

Seguid contemplando a Jesús. continuad orando con fe silenciosa, proseguid apoderándoos de su fuerza, ya sea que experimentéis algún sentimiento o no. Seguid avanzando sin vacilación, como si cada oración ofrecida hubiese sido colocada en el trono de Dios y contestada por Aquel cuyas promesas nunca fallan. Proseguid adelante cantando y entonando melodías a Dios en vuestros aunque os encontréis deprimidos por una sensación de peso y de tristeza. Os digo como alguien que sabe, que la luz vendrá, que tendremos gozo y que la niebla y las nubes serán rechazadas. Y así pasaremos del poder opresivo de las sombras y las tinieblas al sol brillante de su presencia.­ 2MS 278 (1892).

Cuando reciban auxilio y consuelo, canten alabanzas a Dios. Hablen con el Señor. Así llegarán a ser amigos del Altísimo. Confiarán en él. Tendrán una fe que confiará ya sea que sientan que están confiando o no. Recuerden que el sentimiento no es una evidencia de que son cristianos. La fe inconmovible en Dios pone de manifiesto que ustedes son sus hijos. Confíen en Dios. Nunca los defraudará. Dice: "No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más, pero vosotros me veréis; porque yo vivo, y vosotros también viviréis" (Juan 14: 18, 19). No vemos a Cristo en persona. Por fe lo contemplamos. Nuestra fe se aferra de sus promesas. Así caminó Enoc con Dios.­ Ms 27, 1901.

Moisés no sólo pensaba en Dios, sino que lo veía. Dios era la visión constante que tenía delante de sí. Nunca perdía de vista su rostro.

Para Moisés la fe no era una conjetura, sino una realidad. Creía que Dios regía su vida en particular, y lo reconocía en todos sus detalles. Confiaba en él a fin de obtener fuerza para resistir todas las tentaciones.­ Ed 63 (1903).

Al pasar, ella [la mujer enferma] se adelantó, y alcanzó a tocar apenas el borde de su manto. En ese momento se dio cuenta de que se había sanado. Su fe tenía como centro, no el manto, sino la Persona que usaba el manto. En ese toque estaba concentrada la fe de su vida, y al instante su dolor y su debilidad desaparecieron. Inmediatamente sintió la vibración de una corriente eléctrica que pasaba por cada fibra de su ser. La invadió una sensación de perfecta salud. "Y en seguida. . . sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote" (Mar. 5: 29).­ Carta 111, 1904.

No había poder sanador en el manto. Fue la fe en la Persona que vestía el manto lo que le restauró la salud.­ Ms 105, 1901.

La fe es el medio por el cual la verdad o el error encuentran abrigo en la mente. Por el mismo acto de la mente se recibe la verdad o el error, pero hay una gran diferencia en que creamos la Palabra de Dios o los dichos de los hombres. Cuando Cristo se reveló a Pablo y éste estuvo convencido de que estaba persiguiendo a Jesús en la persona de sus santos, aceptó la verdad tal como es en Jesús. Un poder transformador se manifestó en su mente y carácter, y llegó a ser un hombre nuevo en Cristo Jesús. 559 Recibió la verdad tan plenamente que ni la tierra ni el infierno pudieron sacudir su fe.­ 1MS 406, 407 (1893).

La fe es más poderosa que la muerte para vencer Si logramos que los enfermos fijen sus miradas en el poderoso Médico, veremos resultados maravillosos. Esto vivificará tanto al cuerpo como al alma.­ MC 40, 41 (1905).

Yo encuentro que cada día debo pelear la buena batalla de la fe. Debo ejercer toda mi fe, y no confiar en los sentimientos; debo obrar como si supiera que el Señor me oye y contestará mis pedidos y me bendecirá. La fe no es un vuelo feliz de los sentimientos; es simplemente confiar en la Palabra de Dios, creyendo que él cumplirá sus promesas porque ha dicho que lo haría.­ NEV 121 (1888).

Cuando miráis el Calvario, no es para tranquilizar vuestra alma en el incumplimiento del deber, no es para disponernos a dormir, sino para crear fe en Jesús, fe que obrará purificando el alma del cieno del egoísmo. Cuando nos aferramos a Cristo por la fe, nuestra obra sólo ha comenzado. Todo hombre tiene hábitos corruptos y pecaminosos que deben ser vencidos mediante una lucha intensa. A toda alma se le pide que libre la lucha de la fe. Si uno es seguidor de Cristo, no puede ser áspero en su trato, no puede ser duro de corazón, desprovisto de simpatía; no puede ser vulgar en su lenguaje, no puede estar lleno de pomposidad y estima propia; no puede ser despótico, ni puede usar palabras ásperas, censurar y condenar.­ 6CBA 1111 (1890).

La vida es modelada por la fe. Si teniendo la luz y la verdad a nuestro alcance, no procuramos conocerla, de hecho la rechazamos y preferimos las tinieblas a la luz.­ CS 655 (1888).

Tendremos éxito si avanzamos por fe, decididos a hacer con inteligencia la obra de Dios. No debemos permitir que nos estorben algunos hombres a quienes les gusta ubicarse en el lado negativo de las cosas, con muy poca fe. La obra misionera de Dios debe estar a cargo de hombres con mucha fe, y debe crecer constantemente en fuerza y eficiencia.­ Carta 233, 1904.

Es necesario que tengamos fe, una fe viva, que obre por el amor y purifique el alma. Debemos aprender a llevarle todo al Señor con sencillez y fe ferviente. La mayor carga que tenemos que llevar en esta vida es el yo. A menos que aprendamos a ser mansos y humildes en la escuela de Cristo, perderemos preciosas oportunidades y privilegios en cuanto a llegar a conocer a Jesús. El yo es lo más difícil que tenemos que manejar. Cuando depongamos nuestras cargas, no nos olvidemos de dejar el yo a los pies de Cristo.

Póngase en las manos de Jesús, para ser modelado y conformado por él, para que Ud. pueda llegar a ser un vaso de honra. Sus tentaciones, sus ideas y sus sentimientos deben ser depositados a los pies de la cruz. Entonces el alma estará lista para escuchar las palabras de la instrucción divina. Jesús le dará a beber de las aguas que corren por el río de Dios. Bajo la influencia suavizante y subyugadora del Espíritu Santo, su frialdad y su indiferencia desaparecerán. Cristo será en Ud. una fuente de agua que salte para vida eterna.­ Carta 57, 1887.

¡Cuán fuertes son la verdadera fe y la verdadera oración! Son como dos brazos por los cuales el suplicante humano se ase del poder del Amor Infinito. La fe consiste en confiar en Dios, en creer que nos ama y sabe lo que es mejor para nuestro bien. Así, en vez de nuestro camino, nos induce a preferir el suyo. En vez de nuestra ignorancia, acepta su sabiduría; en vez de nuestra debilidad, su fuerza; en vez de nuestro pecado, su justicia. Nuestra vida, nosotros mismos, somos ya suyos; la fe reconoce su derecho de posesión, y acepta su bendición. Se indican la verdad, la integridad y la pureza como secretos del éxito de la vida. La fe es la que nos pone en posesión de estas virtudes. Todo buen impulso o aspiración provienen de Dios; la fe recibe de Dios la vida que es lo único que puede producir crecimiento y eficiencia verdaderos.­ OE 273 (1915).

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