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CAPÍTULO 60: CONFLICTO Y CONFORMIDAD - Mente, carácter y personalidad T2


60 CONFLICTO Y CONFORMIDAD

La vida espiritual se fortalece con el conflicto. Las pruebas, cuando se las sobrelleva bien, desarrollan la firmeza de carácter y las preciosas gracias espirituales. El fruto perfecto de la fe, la mansedumbre y el amor, a menudo maduran mejor entre las nubes tormentosas y la oscuridad.­ PVGM 41 (ed. PP); 37 (ed. ACES) (1900).

No nos hallamos empeñados en combates ficticios. Libramos un combate del que dependen resultados eternos. Tenemos que habérnoslas con enemigos invisibles. Ángeles malignos luchan por dominar a todo ser humano.­ MC 90 (1905).

Estamos viviendo en un tiempo solemne. Se debe hacer una obra importante en favor de nuestras almas y de las demás; en caso contrario haremos frente a una pérdida infinita. Debemos ser transformados por la gracia de Dios, o perderemos el cielo, y por nuestra influencia otros lo perderán junto con nosotros.

Permítanme asegurarles que las luchas y los conflictos que tenemos que soportar al tratar de cumplir nuestro deber, la abnegación y los sacrificios que debemos manifestar si somos fieles a Cristo, no son obra suya. No son impuestos como resultado de una orden arbitraria o innecesaria; no provienen de la austeridad de la vida que él requiere que practiquemos en su servicio. Habría pruebas mayores y más difíciles si rehusáramos obedecer a Cristo y nos convirtiéramos en siervos de Satanás y esclavos del pecado.­ 4T 557, 558 (1881).

La vida es un conflicto, y tenemos un enemigo que nunca duerme. El está vigilando constantemente para destruir nuestras mentes y desviarnos de nuestro precioso Salvador, quien dio su vida por nosotros.­ NB 321 (1915).

El Señor permite los conflictos a fin de preparar el alma para la paz.­ CS 691 (1888).

Con energía y fidelidad los jóvenes deben arrostrar las exigencias que se les hacen; y eso será una garantía de éxito. Los jóvenes que nunca hayan triunfado en los deberes temporales de la vida estarán igualmente sin preparación para dedicarse a los deberes superiores. La experiencia religiosa se obtiene solamente por el conflicto, por los chascos, por severa disciplina propia y por la oración ferviente. Los pasos que llevan hacia el cielo deben darse uno a la vez; y cada paso nos da fuerza para el siguiente. ­ CM 96, 97 (ed. PP); 79 (ed. ACES) (1913).

Yo no espero recibir toda mi felicidad en el más allá. Experimento felicidad ya a lo largo de mi camino. Sin embargo tengo pruebas y aflicciones; pero fijo la mirada en Jesús. Es en los lugares estrechos y difíciles les donde él está precisamente a nuestro lado. Podemos comulgar con él y colocar nuestras cargas sobre Aquel que las lleva todas y decir: "Oh Señor, no puedo llevar por más tiempo estas cargas". "Entonces él nos dice: "Mi yugo es fácil, y ligera mi carga" (Mat. 11: 30). ¿Lo creéis? Yo lo he probado. Yo lo amo; lo amo. Veo en él un encanto inigualable. Y deseo alabarlo en el reino de Dios.­ NB 321 (1915).

El reino de Dios viene sin manifestación exterior. El evangelio de la gracia de Dios, con su espíritu de abnegación, no puede nunca estar en armonía con el espíritu del mundo. Los dos principios son antagónicos. "Mas el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura; y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente" (1 Cor. 2: 14).­ DTG 470 (1898).

Como Israel, los cristianos ceden a menudo a la influencia del mundo, y se amoldan a sus principios y costumbres para ganar la amistad de los impíos; pero al fin se verá que estos supuestos amigos son sus enemigos más peligrosos.

La Biblia enseña clara y expresamente que no puede haber armonía entre el pueblo de Dios y el mundo. "Hermanos míos, no os maravilléis si el mundo os aborrece" (1 Juan 3:13). Nuestro Salvador dice: "Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me aborreció antes que a vosotros" (Juan 15: 18). Satanás obra por medio de los impíos, bajo el disfraz de una presunta amistad, para seducir a los hijos de Dios y hacerlos pecar, a fin de separarlos de él, y una vez eliminada la defensa de ellos, inducirá a sus agentes a volverse contra ellos y procurar su destrucción.­ PP 602 (1890).

La verdad de Dios no ha sido magnificada en su pueblo creyente, porque no la han incorporado a su experiencia personal. Se conforman al mundo y dependen de él para ejercer influencia. Permiten que el mundo los convierta, e introducen el fuego común para que tome el lugar del fuego sagrado con el fin de poder alcanzar la norma del mundo en su obra.

No habría que hacer esos esfuerzos para imitar las costumbres del mundo. Ese es fuego común; no sagrado. El pan vivo no sólo debe ser admirado: también hay que comerlo. Ese pan que desciende del cielo da vida al alma. Es la levadura que absorbe todos los elementos del carácter para unirlos con el carácter de Cristo, y le da forma a todas las discutibles tendencias heredadas y cultivadas para que adquieran la semejanza divina.­ Ms 96, 1898.

¡Qué maravillosa es la obra de la gracia en el corazón humano! Da sabiduría al ser humano para que use los talentos, que son los medios, no para la complacencia propia sino para la abnegación, a fin de impulsar la obra misionera. Cristo, el Hijo de Dios, fue un misionero enviado a nuestro mundo. El dice: "Si alguien quiere seguirme, deje todo atrás". Uds. no pueden amarlo si copian las modas del mundo y disfrutan de la compañía de los mundanos.­ Carta 238, 1907.

Al conformarse la iglesia a las costumbres del mundo, se vuelve mundana; pero esa conformidad no convierte jamás al mundo a Cristo. A medida que uno se familiariza con el pecado, éste aparece inevitablemente menos repulsivo. El que prefiere asociarse con los siervos de Satanás dejará pronto de temer al señor de ellos. Cuando somos probados en el camino del deber, cual lo fue Daniel en la corte del rey, podemos estar seguros de la protección de Dios; pero si nos colocamos a merced de la tentación, caeremos tarde o temprano.­ CS 563 (1888).

La conformidad con el mundo le está haciendo perder su identidad a nuestro pueblo. La perversión de los principios rectos no se ha producido repentinamente. El ángel del Señor me presentó este asunto por medio de símbolos. Me parecía como si un ladrón se estuviera acercando sigilosamente cada vez más, en forma gradual pero segura, para robar la identidad de la obra de Dios al inducir a nuestros hermanos a conformarse con las costumbres del mundo.

La mente del hombre ha ocupado el lugar que por derecho le pertenece a Dios. No importa qué cargo desempeñe un hombre, no importa cuán exaltada sea su posición, debería obrar como Cristo lo haría si estuviera en su lugar. En cada aspecto de la obra que él lleve a cabo, en sus palabras y en su carácter, debería ser semejante a Cristo.­ Ms 96, 1902.

Algunos que profesan ser leales a la ley de Dios se han apartado de la fe y han humillado a su pueblo hasta el polvo, presentándolo como si fuera uno de los mundanos. Dios ha visto esto, y ha tomado nota de ello. Ha llegado el tiempo cuando, no importa cuánto cueste, debemos ocupar el puesto que Dios nos ha asignado.

Los adventistas del séptimo día debemos estar de pie ahora, separados y diferentes, un pueblo al cual el Señor llama suyo. Mientras no lo hagan, Dios no será glorificado por ellos. La verdad y el error no pueden permanecer en sociedad. Ubiquémonos donde el Señor nos ha dicho que debemos estar... Debemos luchar por la unidad pero no descender al nivel inferior de la conformidad con los procedimientos del mundo y la unión con las iglesias populares.­ Carta 113, 1903.

La Iglesia Adventista del Séptimo Día necesita una obra de reforma profunda y cabal. No se debe permitir que el mundo corrompa los principios del pueblo que guarda los Mandamientos de Dios. Los creyentes deben ejercer una influencia que dé testimonio del poder de los principios celestiales. Quienes se unen con la iglesia deben dar evidencia de un cambio de principios. A menos que esto se haga, a menos que se preserve cuidadosamente la línea de demarcación entre la iglesia y el mundo, el resultado será la asimilación de éste.

Nuestro mensaje para la iglesia y nuestras instituciones es: "arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mat. 3: 2). Hay que atesorar los atributos del carácter de Cristo, y éstos deben ser un poder en las vidas del pueblo de Dios.­ Ms 78, 1905.

Nuestra civilización artificial fomenta males que anulan los sanos principios. Las costumbres y modas están en pugna con la naturaleza. Las prácticas que imponen, y los apetitos que alientan, aminoran la fuerza física y mental y echan sobre la humanidad una carga insoportable. Por doquiera se ven intemperancia y crímenes, enfermedad y miseria.­ MC 87 (1905).

Cuando las costumbres de la gente no entran en conflicto con la Ley de Dios, ustedes pueden conformarse a ellas. Si los obreros no actúan así, no solamente estorbarán su propio trabajo, sino que pondrán obstáculos en el camino de aquellos por quienes trabajan, y les impedirán que acepten la verdad.­ RH, 6 de abril de 1911. Ruego a nuestros hermanos que se conduzcan cuidadosa y circunspectamente delante de Dios. Sigan las costumbres en el vestido mientras estén de acuerdo con los principios de salud. Nuestras hermanas vístanse sencillamente, como muchas lo hacen; que el vestido sea de material bueno y durable, apropiado para su edad; y que la cuestión del vestido no llene sus mentes. Nuestras hermanas debieran vestirse con sencillez, con ropa modesta, con pudor y sobriedad. Dad al mundo una ilustración viviente del adorno interno de la gracia de Dios.­ CN 388 (1897).

Así como Dios dio a conocer su voluntad a los cautivos hebreos, que se habían apartado de las costumbres y prácticas de un mundo que yacía en maldad, comunicará el Señor la luz del cielo a todos los que aprecien un "Así dice Jehová". A ellos les comunicará su mensaje. A los que estén menos ligados a las ideas del mundo y más separados de la ostentación, la vanidad, el orgullo y el deseo de ocupar cargos elevados, a los que se ponen de pie para ser su pueblo peculiar, celoso de buenas obras; a éstos les revelará el significado de su palabra.­ Carta 60, 1898; (CW 101, 102).

¿Por qué, como profesos cristianos, estamos mezclados con el mundo hasta el punto de perder de vista la eternidad, a Jesucristo y al Padre? ¿Por qué ­pregunto­ hay tantas familias desprovistas del Espíritu de Dios? ¿Por qué hay tantas familias que tienen tan poco de la vida, el amor y la semejanza de Jesucristo? Se debe a que no conocen a Dios. Si conocieran al Señor, si lo contemplaran por fe por medio de Jesucristo, que vino a este mundo a morir por el hombre, verían tan inmaculados encantos en el Hijo, que al contemplarlo se transformarían a su misma imagen. Ahora pueden ver el error de conformarse con el mundo.­ Ms 12, 1894.

Podemos impedir la conformidad con el mundo aferrándonos a la verdad, alimentándonos de la Palabra de Dios, de modo que sus principios circulen por toda la corriente vital e impriman esta Palabra en el carácter. Cristo nos exhorta por medio del apóstol Juan: "No améis el mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al"mundo, el amor del Padre no está en él" (1 Juan 2: 15). Este es un lenguaje claro, pero es la medida de Dios para el carácter de cada ser humano.­ Ms 37, 1896.

 

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