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CAPÍTULO 62: LA COMUNICACIÓN - Mente, carácter y personalidad T2

 
62 LA COMUNICACIÓN

La voz y la lengua son dones de Dios, y si se las usa correctamente son un poder para Dios. Las palabras significan muchísimo. Pueden expresar amor, consagración, alabanza, melodía para Dios, u odio y venganza. Las palabras revelan los sentimientos del corazón; pueden ser un sabor de vida para vida o de muerte para muerte. La lengua es un mundo de bendición o un mundo de iniquidad.­ 3CBA 1177 (1896).

Puede verse que algunos vienen de su diaria comunión con Dios revestidos con la mansedumbre de Cristo. Sus palabras no son como granizo desolador que aplasta todo a su paso; de sus labios emana dulzura. En forma completamente inconsciente, esparcen semillas de amor y bondad a lo largo de toda su senda, porque tienen a Cristo en el corazón. Su influencia se siente más de lo que se ve.­ 3CBA 1177 (1887).

Los gemidos que causa el pesar del mundo se oyen en todo nuestro derredor. El pecado nos apremia con su sombra, y nuestra mente debe estar lista para toda buena palabra y obra. Sabemos que poseemos la presencia de Jesús. La dulce influencia del Espíritu Santo está enseñando y guiando nuestros pensamientos para inducirnos a hablar palabras que alegren la senda de otros.­ 2JT 402, 403 (1900).

Si miramos el lado luminoso de las cosas, encontraremos lo suficiente como para sentirnos alegres y felices. Si ofrecemos sonrisas, las recibiremos de vuelta; si pronunciamos palabras agradables y alegres, nos serán dichas otra vez.­ ST, 12 de febrero de 1885.

Las palabras de los hombres expresan sus propios pensamientos humanos, pero las de Cristo son espíritu y son vida.­ 5T 433 (1885).

Los ángeles están atentos para oír qué clase de informes das al mundo acerca de tu Señor. Conversa de Aquel que vive para interceder por ti ante el Padre. Esté la alabanza de Dios en tus labios y tu corazón cuando estreches la mano de un amigo. Esto atraerá sus pensamientos a Jesús.­ CC 120, 121 (1892).

En la enseñanza de Cristo no existe razonamiento largo, rebuscado y complicado. El va directamente al grano. En su ministerio leía todo corazón como un libro abierto, y del caudal inextinguible de su tesoro sacaba cosas nuevas y viejas, para ilustrar y reforzar sus enseñanzas. Tocaba el corazón y despertaba las simpatías.­ Ev 129 (1891).

La manera como Cristo enseñaba era bella y atrayente, y se caracterizaba siempre por la sencillez. El revelaba los misterios del reino de los cielos por el empleo de figuras y símbolos con los cuales sus oyentes estaban familiarizados; y el común del pueblo lo oía gustosamente, porque podía comprender sus palabras. No usaba palabras altisonantes, para cuya comprensión habría sido necesario consultar un diccionario.­ CM 227,228 (ed. PP); 183 (ed. ACES) (1913).

La argumentación es buena en su lugar, pero se puede lograr mucho más por medio de sencillas explicaciones de la Palabra de Dios. Cristo ilustraba sus lecciones tan claramente que los más ignorantes podían comprenderlas fácilmente. Jesús no empleaba palabras largas y difíciles en sus discursos; usaba un lenguaje sencillo, adaptado a las mentes de la gente común. En el tema que explicaba no iba más lejos que hasta donde podían seguirlo.­ OE 178, 179 (1915).

¿Hay algo más digno de embargar la mente que el plan de la redención? Este es un tema inagotable. El amor de Jesús, la salvación ofrecida por este amor infinito al hombre caído, la santidad del corazón, la verdad preciosa y salvadora para estos postreros días, la gracia de Cristo: éstos son temas que pueden animar el alma, y hacer sentir a los puros de corazón aquel gozo que los discípulos sintieron cuando Jesús vino y anduvo con ellos mientras viajaban a Emaús.

El que ha concentrado sus afectos en Cristo apreciará esta clase de asociación santificada, y recibirá fuerza divina por un trato tal; pero el que no tiene aprecio por esta clase de conversación prefiere hablar de insensateces sentimentales, se ha alejado de Dios, y va muriendo para las aspiraciones altas y nobles. Los tales interpretan lo sensual y terrenal como si fuese celestial.­ 2JT 242 (1889).

Cuando la conversación es de carácter frívolo y es una desasosegada búsqueda de simpatía y aprecio humano, brota de un sentimentalismo amoroso enfermizo, y ni los jóvenes ni los hombres de canas están seguros. Cuando la verdad de Dios sea un principio permanente en el corazón, se asemejará a una fuente viva. Pueden hacerse tentativas para reprimirla, pero brotará en otro lugar. Si está en el corazón no puede ser reprimida. Cuando la verdad está en el corazón es un manantial de vida. Refresca a los cansados, y refrena los pensamientos y las palabras viles.­ 2JT 242 (1889).

Todos tenemos pruebas, aflicciones duras que sobrellevar y tentaciones fuertes que resistir. Pero no las cuentes a los mortales, antes lleva todo a Dios en oración. Tengamos por regla no proferir nunca palabras de duda o desaliento. Si hablas palabras de santo gozo y de esperanza, podrás hacer mucho más para alumbrar el camino de otros y fortalecer sus esfuerzos.­ CC 121 (1892).

Las palabras son más que un indicio del carácter; tienen poder para influir sobre el carácter. Los hombres sufren la influencia de sus propias palabras. Con frecuencia, bajo un impulso momentáneo, provocado por Satanás, expresan celos o malas sospechas, dicen algo que no creen en realidad; pero la expresión reacciona sobre los pensamientos. Son engañados por sus palabras, y llegan a creer como verdad lo que dijeron por instigación de Satanás. Habiendo expresado una vez una opinión o decisión, son con frecuencia, demasiado orgullosos para retractarse, y tratan de demostrar que tienen razón, hasta que llegan a creer que realmente la tienen.

Es peligroso pronunciar una palabra de duda, y poner en tela de juicio y criticar la verdad divina. La costumbre de hacer críticas descuidadas e irreverentes influye sobre el carácter y fomenta irreverencia e incredulidad. Más de un hombre que seguía esta costumbre ha proseguido, inconsciente del peligro, hasta que estuvo dispuesto a criticar y rechazar la obra del Espíritu Santo.­ DTG 290 (1898).

Las palabras de reproche influyen sobre nuestras propias almas.

El adiestramiento de la lengua debería comenzar con nosotros personalmente. No hablemos mal de nadie.­ Ms 102, 1904.

Hay más de un alma valiente, acosada en extremo por la tentación, casi a punto de desmayar en el conflicto que sostiene consigo misma y con las potencias del mal. No la desalientes en su dura lucha. Alégrala con palabras de valor, ricas en esperanza, que la impulsen por su camino. De este modo la luz de Cristo resplandecerá de ti. "Ninguno de nosotros vive para sí" (Rom. 14: 7). Por tu influencia inconsciente pueden los demás ser alentados y fortalecidos, o desanimados y apartados de Cristo y de la verdad.­ CC 121 (1892).

Son las pequeñas atenciones, los numerosos incidentes cotidianos y las sencillas cortesías, las que constituyen la suma de la felicidad en la vida; y el descuido manifestado al no pronunciar palabras bondadosas, afectuosas y alentadoras ni poner en práctica las pequeñas cortesías, es lo que contribuye a formar la suma de la miseria de la vida. Se encontrará al fin que el haberse negado a sí mismo para bien y felicidad de los que nos rodean, constituye una gran parte de lo que se registra en el cielo acerca de la vida. Se descubrirá también el hecho de que preocuparse de sí mismo, sin tener en cuenta el bien o la felicidad de los demás, no deja de ser notado por nuestro Padre celestial.­ 1JT 206 (1868).

Debemos manifestar preciosos tesoros de amor, no sólo para los favoritos, sino para cada alma que tiene la mano y el corazón en el ministerio; porque todos los que hacen esta obra son del Señor. El obra por medio de ellos. Aprenden lecciones de amor de la vida de Jesús.

Tengan cuidado los hombres acerca de cómo hablan a sus semejantes. No debe haber ni egotismo, ni señorío sobre la heredad del Señor. El sarcasmo amargo no debería surgir en ninguna mente ni en ningún corazón. Ni siquiera el matiz de la burla debería manifestarse en la voz. Pronuncien una palabra egoísta, asuman una actitud indiferente, manifiesten sospecha, prejuicio y rivalidad, y de esa manera podemos hacer una obra perjudicial para un alma.­ Carta 50, 1897.

Hermano mío, sus palabras de intolerancia hieren a sus hijos. A medida que crezcan, se intensificará en ellos la tendencia a criticar. El hábito de censurar está corrompiendo su propia vida y se extiende a su esposa y a sus hijos. Estos no son estimulados a darle su confianza ni a reconocer sus propios defectos, porque saben que a continuación Ud. expresará severas reprensiones. Con frecuencia sus palabras son como un granizo asolador que quebranta las tiernas plantas. Es imposible evaluar el daño así causado. Sus hijos practican el engaño para evitar las palabras duras que Ud. pronuncia. Procuran eludir la verdad para escapar a la censura y al castigo. Una orden fría y dura no los beneficiará.­ HAd 399 (1896).

Recuerden que por sus palabras serán justificados o condenados. La lengua necesita freno. Las palabras que pronuncian son semillas que producirán fruto para bien o para mal. Ahora es el momento cuando deben sembrar.

El buen hombre, del buen tesoro de su corazón saca buenas cosas. ¿Por qué? Porque Cristo es una presencia permanente en el alma. La verdad santificadora es un depósito de sabiduría para todos los que la practican. Como una fuente de vida, surge para vida eterna. Aquel en cuyo corazón no mora Cristo, se entregará a una conversación barata, a exageraciones que harán daño. La lengua que dice cosas perversas y comunes, con expresiones vulgares, necesita que se le aplique una brasa del altar.­ Ms 17, 1895.

Hay hombres que poseen excelentes facultades pero que se han detenido y no progresan. No avanzan hacia la victoria. Y la habilidad que Dios les ha concedido carece de valor para su causa porque no la usan. Encontramos muchos murmuradores entre estos hombres. Se quejan porque, según dicen, no se los aprecia. Pero ellos mismos no se aprecian lo suficiente como para cooperar con el mayor Maestro que el mundo haya conocido.­ RH, 10 de marzo de 1903.

El Señor nos ayudará a cada uno de nosotros en lo que más necesitemos en la magna obra de dominar y vencer el yo. Que esté la ley de la clemencia en vuestra lengua y el óleo de gracia en vuestro corazón; esto producirá maravillosos resultados: seréis tiernos, simpáticos, corteses. Necesitáis todas estas gracias. Se ha de recibir e introducir el Espíritu Santo en vuestro carácter; entonces será como fuego santo que exhalará incienso que ascenderá a Dios, no de labios que condenen, sino como un restaurador de las almas humanas. Vuestro semblante expresará la imagen de lo divino.

No debieran pronunciarse palabras mordaces, críticas, bruscas ni severas. Este es fuego vulgar, y debe quedar fuera de todos nuestros concilios y de las relaciones con nuestros hermanos. Dios requiere que toda alma que está a su servicio encienda su incensario con los carbones del fuego sagrado.

Hay que refrenar las palabras vulgares, severas y ásperas que emanan tan fácilmente de vuestros labios, y el Espíritu de Dios hablará mediante el ser humano. La contemplación del carácter de Cristo os transformará a su semejanza. Sólo la gracia de Cristo puede cambiar vuestro corazón, y entonces reflejaréis la imagen del Señor Jesús. Dios os insta a que seáis como él: puros, santos e inmaculados. Hemos de llevar la imagen divina.­ 3CBA 1182 (1899).

Tendrá que pasar por duras pruebas. Ponga su confianza en el Señor Jesucristo. Recuerde que por su vehemencia Ud. se daña a Ud. mismo. Si en toda circunstancia Ud. se sienta en lugares celestiales con Cristo, sus palabras no estarán cargadas con balas que hieren los corazones y que pueden destruir la vida.­ Carta 169, 1902.

No debemos hablar de nuestras dudas ni de nuestras pruebas, por que aumentan de tamaño cada vez que nos referimos a ellas. Cuando hablamos de ellas, Satanás gana la victoria; pero si decimos: "Le encargaré al Señor la guarda de mi alma porque es el testigo fiel", entonces daremos testimonio de que nos hemos entregado sin ninguna reserva a Jesucristo, de que Dios nos da luz y de que nos regocijamos en él. Hemos decidido colocarnos bajo los brillantes rayos del Sol de Justicia, y entonces seremos luces en el mundo. "A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso" (1 Ped. 1: 8).­ Ms 17, 1894.

Mientras más hablen acerca de la fe, más fe tendrán. Mientras más se refieran al desánimo, hablando a los demás de sus pruebas, y espaciándose en ellas, para conseguir la simpatía que anhelan, más desánimo y pruebas tendrán. ¿Para qué lamentarnos de lo que no podemos evitar? Dios nos está invitando a cerrar las ventanas del alma a las cosas de la tierra, a fin de abrirlas hacia el cielo, para que el Señor pueda inundar nuestros corazones con la gloria que resplandece a través de los portales celestes.­ Ms 102, 1901.

Aunque nuestras palabras siempre deben ser amables y tiernas, nunca deberíamos decir nada que convenciera al malhechor de que Dios no pone objeciones a su camino. Esta clase de simpatía es terrenal y engañosa. No se da licencia para indebidas manifestaciones de afecto, para una simpatía sentimental. Los que obran mal necesitan consejo y reprensión, y a veces tienen que ser duramente amonestados.­ Ms 17, 1899.

Ud. nunca podrá ser demasiado cuidadoso con lo que dice, porque las palabras que pronuncia ponen de manifiesto qué poder está controlando su mente y su corazón. Si Cristo gobierna su corazón, sus palabras manifestarán la pureza, la belleza y la fragancia de un carácter modelado y conformado según su voluntad. Pero desde que cayó, Satanás ha sido acusador de los hermanos, y Ud. debe ponerse en guardia, no sea que manifieste ese mismo espíritu.­ Carta 69, 1896.

No penséis, cuando hayáis tratado un tema una vez, que vuestros oyentes retendrán en la mente todo lo que presentasteis. Existe el peligro de pasar demasiado rápidamente de un punto a otro. Dense lecciones cortas, en lenguaje claro y sencillo, y repítanse a menudo. Los sermones cortos serán recordados mucho mejor que los largos. Nuestros oradores deben recordar que los temas que presentan pueden ser nuevos para algunos de sus oyentes; por lo tanto, conviene repasar a menudo los principales puntos.­ OE 177 (1915).

Los ministros y maestros deben dedicar atención especial al cultivo de la voz. Deben aprender a hablar, no de una manera nerviosa y apresurada, sino con enunciación lenta, distinta y clara, y conservando la música de la voz.

La voz del Salvador era como música a los oídos de aquellos que habían estado acostumbrados a la prédica monótona y sin vida de los escribas y fariseos. El hablaba lenta e impresionantemente, recalcando las palabras a las cuales deseaba que sus oyentes prestasen atención especial. Ancianos y jóvenes, ignorantes y sabios, todos podían comprender el pleno significado de sus palabras. Esto habría sido imposible si él hubiese hablado en forma apresurada, acumulando frase sobre frase sin pausa alguna. La gente lo escuchaba con mucha atención, y se dijo de él que hablaba no como los escribas y fariseos, sino que su palabra era como de quien tiene autoridad.­ CM 227 (ed. PP); 183 (ed. ACES) (1913).

Por oración ferviente y esfuerzo diligente, debemos alcanzar idoneidad para hablar. Esta idoneidad incluye el pronunciar cada sílaba claramente, poniendo la fuerza y el énfasis donde pertenecen. Hablad lentamente. Muchos hablan velozmente, apresurándose de una palabra a otra, con tal rapidez que se pierde el efecto de lo que se dice. Poned el espíritu y la vida de Cristo en lo que decís.­ CM 241 (ed. PP); 194 (ed. ACES) (1913).

En los días de mi juventud acostumbraba hablar en tono demasiado alto. El Señor me mostró que yo no podía realizar una impresión debida sobre la gente elevando la voz a un tono antinatural. Luego me fue presentado Cristo y su manera de hablar; y en su voz había una dulce melodía. Su voz, expresada con lentitud y calma, llegaba a sus oyentes, y sus palabras penetraban en sus corazones, y ellos eran capaces de aprehender lo que él había dicho antes que pronunciara la frase siguiente. Al parecer algunos piensan que deben correr todo el tiempo, porque si no lo hacen perderán la inspiración y la gente también perderá la inspiración. Si eso es inspiración, que la pierdan, y cuanto antes mejor.­ Ev 486 (1890).

Vuestra influencia debe ser abarcante y vuestras facultades de comunicación deben estar bajo el control de la razón. Cuando forzáis los órganos del habla se pierden las modulaciones de la voz. Hay que vencer decididamente la tendencia a hablar con rapidez. Dios requiere de los seres humanos todo el servicio que éstos puedan dar. Todos los talentos confiados a los hombres deben ser fomentados, apreciados y utilizados como dones preciosos del cielo. los obreros que trabajan en el campo de la siega son instrumentos destinados por Dios, canales mediante los cuales él puede comunicar luz del cielo. El uso descuidado y negligente de cualquiera de las facultades dadas por Dios disminuye su eficacia de modo que en una emergencia, cuando podría hacerse el mayor bien, están tan débiles, enfermas y estropeadas que consiguen realizar muy poco.­ Ev 484, 485 (1897).

El arte de leer correctamente y con el énfasis debido es del más alto valor. No importa cuánto conocimiento se haya adquirido en otros ramos, si se ha descuidado el cultivo de la voz y de la forma de expresión para hablar y leer distintamente y en forma inteligible, todo ese conocimiento tendrá poquísima utilidad, porque sin el cultivo de la voz no es posible comunicar pronta y claramente lo que se ha aprendido.­ Ev 483 (1902).

En cierta ocasión, cuando Betterton, célebre actor, estaba cenando con el Dr. Sheldon, arzobispo de Canterbury, éste le dijo: "Le ruego, Sr. Betterton, que me diga por qué vosotros los actores dejáis a vuestros auditorios tan poderosamente impresionados hablándoles de cosas imaginarias".

"Su señoría ­contestó el Sr. Betterton­, con el debido respeto a su gracia, permítame decirle que la razón es sencilla: reside en el poder del entusiasmo. Nosotros, en el escenario, hablamos de cosas imaginarias como si fuesen reales; y vosotros, en el púlpito, habláis de cosas reales como si fuesen imaginarias".­ CM 241, 242 (ed. PP); 194 (ed. ACES) (6 de julio de 1902).

Aunque haya iniquidad alrededor de nosotros, no debemos aproximarnos a ella. No hablen de la maldad y la iniquidad que existen en el mundo; en cambio, eleven la mente, y hablen de su Salvador. Cuando vean la iniquidad alrededor de ustedes, alégrense más aún de que él es su Salvador y nosotros sus hijos.­ Ms 7, 1888.

Cuando alguien cede y se enoja, está tan intoxicado como el que ha bebido una copa. Aprendamos la elocuencia del silencio y sepamos que Dios respeta lo que ha sido adquirido por la sangre de Cristo. Adiestrémonos a nosotros mismos; debemos aprender cada día. Debemos subir cada vez más alto y estar cada vez más cerca de Dios. Eliminemos los escombros del camino real. Abramos paso para que el Rey pueda caminar entre nosotros. Eliminemos de nuestros labios la comunicación contaminada (véase Col. 3: 8);­ Ms 6, 1893.

Sin fe es imposible agradar a Dios. Podemos tener la salvación de Dios en nuestras familias, pero debemos creer para obtenerla, vivir por ella y ejercer de continuo fe y confianza permanente en Dios. Debemos subyugar el genio violento, y dominar nuestras palabras; así obtendremos grandes victorias.

A menos que dominemos nuestras palabras y genio, somos esclavos de Satanás, y estamos sujetos a él como cautivos suyos. Cada palabra discordante, desagradable, impaciente o malhumorada, es una ofrenda presentada a su majestad satánica. Y es una ofrenda costosa, más costosa que cualquier sacrificio que podamos hacer para Dios; porque destruye la paz y la felicidad de familias enteras, destruye la salud, y puede hacernos perder finalmente una vida eterna de felicidad.

La Palabra de Dios nos impone restricción para nuestro propio interés. Aumenta la felicidad de nuestras familias y de cuantos nos rodean. Refina nuestro gusto, santifica 606 nuestro criterio y nos reporta paz mental, y al fin, la vida eterna. Bajo esta restricción santa, creceremos en gracia y humildad, y nos resultará fácil hablar lo recto. El carácter natural, apasionado, será mantenido en sujeción. El Salvador, al morar en nosotros nos fortalecerá a cada hora. Los ángeles ministradores permanecerán en nuestras moradas, y con gozo llevarán al cielo las nuevas de nuestro progreso en la vida divina, y el ángel registrador tendrá para anotar un informe alegre y feliz.­ 1JT 109 (1882).

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