68 LAS RELACIONES SOCIALES
El pueblo de Dios no cultiva bastante la sociabilidad
cristiana. Esta rama de la educación no debe descuidarse ni perderse de vista
en nuestras escuelas. 2JT 438 (1900).
Aquellos que poseen grandes cualidades afectivas tienen ante Dios la obligación
de prodigarlas no solamente a sus amigos, sino a todos los que necesitan ayuda.
Las cualidades sociales son talentos, y hay que usarlas para beneficio de todos
los que están al alcance de nuestra influencia. PVGM 28,288 (ed. PP); 248, 249
(ed. ACES) (1900).
Debe enseñarse a los alumnos que no son átomos independientes, sino que cada
uno es una hebra del hilo que ha de unirse con otras para completar una tela.
En ningún departamento puede darse esta instrucción con más eficacia que en el
internado escolar. Es allí donde los estudiantes están rodeados diariamente de
oportunidades, que si las aprovechan, les ayudarán en gran manera a desarrollar
los rasgos sociales del carácter.
Pueden aprovechar de tal modo su tiempo y sus oportunidades que logren
desarrollar un carácter que los hará felices y útiles.
Los que se encierran en sí mismos y no están dispuestos a prestarse para
beneficiar a otros mediante amigable compañerismo, pierden muchas bendiciones,
porque merced al trato mutuo el entendimiento se pule y refina; por el trato
social se formalizan relaciones y amistades que acaban en una unidad de corazón
y en una atmósfera de amor agradables a la vista del cielo. 2JT 438 (1900).
Por medio de las relaciones sociales el cristianismo se pone en contacto con el
mundo. Todo hombre o mujer que haya probado el amor de Cristo y haya recibido
en el corazón la iluminación divina, por pedido de Dios debe arrojar luz sobre
la senda tenebrosa de los que no conocen un camino mejor. . . El poder de la
sociabilidad, santificado por el Espíritu de Cristo, debe mejorar a fin de
ganar almas para el Salvador. 4T 555 (1881).
Sufrimos una pérdida cuando descuidamos la oportunidad de reunirnos para
fortalecernos y animarnos mutuamente en el servicio de Dios. Las verdades de su
Palabra pierden en nuestras mentes su vivacidad e importancia. Nuestros
corazones dejan de ser alumbrados y vivificados por la influencia
santificadora, y declinamos en espiritualidad. En nuestra asociación como
cristianos perdemos mucho por falta de simpatía mutua. El que se encierra
completamente dentro de sí mismo no está ocupando la posición que Dios le
señaló. El cultivo apropiado de los elementos sociales de nuestra naturaleza
nos hace simpatizar con otros y es para nosotros un medio de desarrollarnos y
fortalecernos en el servicio de Dios. CC 101, 102 (1892).
Toda la vida del Salvador se caracterizó por la benevolencia desinteresada y la
hermosura de la santidad. El es nuestro modelo de bondad. Desde el comienzo de
su ministerio, los hombres empezaron a comprender más claramente el carácter de
Dios. Practicaba sus enseñanzas en su propia vida. Era consecuente sin
obstinación, benevolente sin debilidad, y manifestaba ternura y simpatía sin
sentimentalismo. Era altamente sociable, aunque poseía una reserva que inhibía
cualquier familiaridad. Su temperancia nunca lo llevó al fanatismo o la
austeridad. No se conformaba con el mundo, y sin embargo prestaba atención a
las necesidades de los menores de entre los hombres. CM 249 (ed. PP); 201 (ed.
ACES) (1913).
A la mesa de los publicanos [Cristo] se sentaba como distinguido huésped,
demostrando por su simpatía y la bondad de su trato social que reconocía la
dignidad humana; y los hombres, en cuyos sedientos corazones caían sus palabras
con poder bendito y vivificador, anhelaban hacerse dignos de su confianza.
Despertábanse nuevos impulsos, y a estos parias de la sociedad se les abría la
posibilidad de una vida nueva. MC 16, 17 (1905).
Cristo enseñó a sus discípulos a conducirse en compañía de otros. Les enseñó
las obligaciones y reglas de la verdadera vida social, que son las mismas que
aparecen en la ley del reino de Dios. Por medio de su ejemplo, enseñó a sus
discípulos que cuando asistieran a cualquier reunión pública no tendrían
necesidad de quedarse sin palabras. Su conversación en medio de una fiesta
difería decididamente de la que se solía escuchar en los banquetes. Cada
palabra que pronunciaba tenía sabor de vida para vida. Hablaba con claridad y
sencillez. Sus palabras eran como manzanas de oro con figuras de plata. MeM
196 (1900).
El ejemplo de Cristo, al vincularse con los intereses de la humanidad, debe ser
seguido por todos los que predican su Palabra y por todos los que han recibido
el evangelio de su gracia. No hemos de renunciar a la comunión social. No
debemos apartarnos de los demás. A fin de alcanzar a todas las clases, debemos
tratarlas donde se encuentran. Rara vez nos buscarán por su propia iniciativa.
No sólo desde el púlpito han de ser los corazones humanos conmovidos por la
verdad divina. Hay otro campo de trabajo, más humilde tal vez, pero tan
plenamente promisorio. Se halla en el hogar de los humildes y en la mansión de
los encumbrados; junto a la mesa hospitalaria, y en las reuniones de inocente
placer social. DTG 126 (1898).
No es pequeña la privación que se experimenta cuando la gente se aleja de las
reuniones del pueblo de Dios. Como hijos del Altísimo debemos estar presentes
en toda reunión del Señor, donde se le pida a su pueblo que esté presente, para
impartir la palabra de vida. Todos necesitan luz y toda la ayuda que puedan
conseguir, a fin de que cuando hayan oído y recibido los preciosos mensajes del
cielo, por medio de los instrumentos señalados por Dios, puedan estar
preparados para impartir a otros la luz que se les dio. Carta 117, 1896.
La educación que se imparte a los jóvenes da forma a toda su estructura social.
En todo el mundo la sociedad está en desorden, y se necesita una cabal
transformación. Muchos suponen que mejores equipos educacionales, mayores talentos
y métodos más modernos, arreglarán las cosas. Profesan creer en los oráculos
divinos y recibirlos, y sin embargo le dan a la Palabra de Dios una ubicación
subalterna en la gran estructura de la educación. Lo que debería ocupar el
primer lugar se subordina a los inventos humanos. 6T 150 (1900).
La misión del hogar se extiende más allá del círculo de sus miembros. El hogar
cristiano ha de ser una lección objetiva, que ponga de relieve la excelencia de
los verdaderos principios de la vida. Semejante ejemplo será una fuerza para el
bien en el mundo. La influencia de un hogar verdadero en el corazón y la vida
de los hombres es mucho más poderosa que cualquier sermón que se pueda
predicar. Al salir de semejante hogar paterno los jóvenes enseñarán las lecciones
que en él hayan aprendido. De este modo penetrarán en otros hogares principios
de vida más nobles, y una influencia regeneradora obrará en la sociedad.MC
271, 272 (1905).
La bondad y sociabilidad cristianas son factores poderosos para ganar los afectos
de la juventud. CM 200 (ed. PP); 161 (ed. ACES) (1902).
La doctrina de que los hombres no están obligados a obedecer los mandamientos
de Dios ha debilitado ya el sentimiento de la responsabilidad moral y ha
abierto anchas compuertas para que la iniquidad anegue el mundo. La licencia,
la disipación y la corrupción nos invaden como ola abrumadora. Satanás está
trabajando en el seno de las familias. Su bandera flota hasta en los hogares de
los que profesan ser cristianos. En ellos se ven la envidia, las sospechas, la
hipocresía, la frialdad, la rivalidad, las disputas, las traiciones y el
desenfreno de los apetitos. Todo el sistema de doctrinas y principios
religiosos que deberían formar el fundamento y marco de la vida social, parece
una mole tambaleante a punto de desmoronarse en ruinas.CS 642, 643 (1888).
Dios quería poner freno al amor excesivo a los bienes terrenales y al poder. La
acumulación continua de riquezas en manos de una clase, y la pobreza y
degradación de otra clase, eran cosas que producían grandes males. El poder
desenfrenado de los ricos resultaría en monopolio, y los pobres, aunque en todo
sentido tuvieran tanto valor como aquéllos a los ojos de Dios, serían
considerados y tratados como inferiores a sus hermanos más afortunados.
Al sentir la clase pobre esta opresión, se despertarían en ella las pasiones.
Habría un sentimiento de desesperación que tendería a desmoralizar la sociedad
y a abrir la puerta a crímenes de toda índole. Los reglamentos que Dios
estableció tenían por objeto fomentar la igualdad social. Las medidas del año
sabático y del año de jubileo habían de corregir mayormente lo que en el
intervalo se hubiera desquiciado en la economía social y política de la nación.
PP 575 (1890).
Nunca fue el propósito de Dios que no hubiera pobres en el mundo. Las clases
sociales nunca llegarían a igualarse, porque la diversidad de condición que
caracteriza nuestra raza es uno de los medios designados por Dios para probar y
desarrollar el carácter.
Muchos han insistido con gran entusiasmo en que todos los hombres deberían
participar en forma igualitaria de las bendiciones temporales de Dios, pero ése
no era el propósito del Creador. Cristo dijo que a los pobres siempre los
tendríamos con nosotros. Los pobres, igual que los ricos, han sido adquiridos
por medio de su sangre; y entre sus profesos seguidores, en la mayoría de los
casos, los primeros lo sirven con dedicación, mientras los últimos están
constantemente poniendo sus afectos en los tesoros terrenales, y se olvidan de
Cristo. Los cuidados de esta vida y la codicia de las riquezas eclipsan la
gloria del mundo eterno. La mayor desgracia que le podría sobrevenir a la
humanidad sería que todos fueran puestos en pie de igualdad en cuanto a las
posesiones terrenales. 4T 551, 552 (1881).
La religión de Cristo eleva al que la recibe a un nivel superior de pensamiento
y acción, al mismo tiempo que presenta a toda la especie humana como igual
objeto del amor de Dios habiendo sido comprada por el sacrificio de su Hijo. A
los pies de Jesús, los ricos y los pobres, los sabios y los ignorantes, se
encuentran sin diferencia de casta o de preeminencia mundanal. Todas las
distinciones terrenas son olvidadas cuando consideramos a Aquel que traspasaron
nuestros pecados.
La abnegación, la condescendencia, la compasión infinita de Aquel que está muy
ensalzado en el cielo, avergüenzan el orgullo de los hombres, su estima propia
y sus castas sociales. La religión pura y sin mácula manifiesta sus principios
celestiales al unir a todos los que son santificados por la verdad. Todos se
reúnen como almas compradas por sangre, igualmente dependientes de Aquel que
las redimió para Dios. OE 345 (1915).
Josafat debió gran parte de su prosperidad como gobernante a estas sabias
medidas tomadas para suplir las necesidades espirituales de sus súbditos [la
designación de sacerdotes para enseñar]. Hay mucho beneficio en la obediencia a
la ley de Dios. En la conformidad con los requerimientos divinos hay un poder
transformador que imparte paz y buena voluntad entre los hombres. Si las
enseñanzas de la Palabra de Dios ejercieran una influencia dominadora en la
vida de cada hombre y mujer, y los corazones y las mentes fuesen sometidos a su
poder refrenador, los males que ahora existen en la vida nacional y social no
hallarían cabida. De todo hogar emanaría una influencia que haría a los hombres
y mujeres fuertes en percepción espiritual y en poder moral, y así naciones e
individuos serían colocados en un terreno ventajoso. PR 143 (1917).
A los que vivían lejos del tabernáculo la asistencia a las fiestas anuales les
requería más de un mes de cada año. Este ejemplo de devoción a Dios debe
recalcar la importancia de los servicios religiosos y la necesidad de
subordinar nuestros intereses egoístas y mundanos a los que son espirituales y
eternos. Sufrimos una pérdida si hacemos caso omiso del privilegio de reunirnos
para fortalecernos y alentarnos unos a otros en el servicio de Dios. Las
verdades de su palabra pierden entonces para nuestra mente su vigor e
importancia. Nuestro corazón deja de sentirse iluminado e inspirado por la
influencia santificadora, y decae nuestra espiritualidad. En nuestro trato
mutuo como cristianos perdemos mucho por carecer de simpatía unos hacia otros.
El que se encierra en sí mismo no desempeña bien la misión que Dios le ha
encargado. Somos todos hijos de un solo Padre y dependemos unos de otros para
ser felices. Somos objeto de los requerimientos de Dios y la humanidad. Al
cultivar debidamente los elementos sociales de nuestra naturaleza simpatizamos
con nuestros hermanos y los esfuerzos que hacemos por beneficiar a nuestros
semejantes, nos proporcionan felicidad. PP 582, 583 (1890).
Estoy constantemente presentando la necesidad que tiene cada hombre de hacer lo
mejor que pueda como cristiano, de prepararse para alcanzar el grado de
crecimiento, expansión de la mente y nobleza del carácter que cada uno pueda
tener. En todo lo que hagamos, debemos sostener una relación cristiana unos con
otros. Debemos emplear toda la fuerza espiritual para la ejecución de planes
sabios en una acción fervorosa. Los dones de Dios han de ser usados para la
salvación de las almas. Nuestras relaciones mutuas no han de ser gobernadas por
normas humanas; sino por el amor divino, el amor expresado en el don de Dios a
nuestro mundo. CM 243 (ed. PP); 196 (ed. ACES) (1913).
Especialmente aquellos que han gustado el amor de Cristo debieran desarrollar
sus facultades sociales; pues de esta manera pueden ganar almas para el
Salvador. Cristo no debiera ser ocultado en sus corazones, encerrado como
tesoro codiciado, sagrado y dulce, que sólo ha se ser gozado por ellos; ni
tampoco debieran ellos manifestar el amor de Cristo sólo hacia aquellos que les
son más simpáticos.
Se debe enseñar a los alumnos la manera de demostrar, como Cristo, un amable
interés y una disposición sociable para con los que se hallan en la mayor
necesidad, aun cuando los tales no sean sus compañeros preferidos. En todo
momento y en todas partes, manifestó Jesús amante interés en la familia humana y
esparció en derredor suyo la luz de una piedad alegre. Debe enseñarse a los
estudiantes a seguir sus pisadas. Se les ha de enseñar a manifestar interés
cristiano, simpatía y amor hacia sus compañeros jóvenes y a empeñarse en
atraerlos a Jesús; Cristo debiera ser en sus corazones como un manantial de
agua que brote para vida eterna, que refresque a todos aquellos con quienes
tratan. 2JT 438, 439 (1900).
Todos debemos llegar a ser testigos de Jesús. El poder social, santificado por
la gracia de Cristo, debe ser aprovechado para ganar almas para el Salvador.
Vea el mundo que no estamos egoístamente absortos en nuestros propios
intereses, sino que deseamos que otros participen de nuestras bendiciones y
privilegios. Dejémoslo ver que nuestra religión no nos hace faltos de simpatía
ni exigentes. Sirvan como Cristo sirvió, para beneficio de los hombres, todos
aquellos que profesan haberle hallado. DTG 127 (1898).
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