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CAPÍTULO 76 | LA VOLUNTAD Y LA DECISIÓN | Mente, carácter y personalidad T2

 
76 LA VOLUNTAD Y LA DECISIÓN
 
La voluntad es el poder que gobierna la naturaleza humana, sometiendo todas las otras facultades a su dominio. La voluntad no es el gusto o la inclinación, sino el poder que decide, que obra en los hijos de los hombres para obedecer a Dios, o para desobedecerlo.­ 4TS 157 (1889).

El tentado necesita comprender la verdadera fuerza de la voluntad. Ella es el poder gobernante en la naturaleza del hombre, la facultad de decidir y elegir. Todo depende de la acción correcta de la voluntad. Desear lo bueno y lo puro es justo; pero si no hacemos más que desear, de nada sirve. Muchos se arruinan mientras esperan y desean vencer sus malas inclinaciones. No someten su voluntad a Dios. No escogen servirlo.­ MC 131 (1905).

Debemos recordar que la voluntad es el resorte de todas las acciones. Esta voluntad, que constituye un factor tan importante del carácter humano fue, en ocasión de la caída, entregada al dominio de Satanás; desde entonces él ha estado obrando en el hombre para expresar y ejecutar su propia voluntad, pero para completa ruina y miseria del hombre.

Sin embargo, el sacrificio infinito de Dios al dar a Jesús, su Hijo amado, como expiación por el pecado, lo habilita para decir, sin violar un solo principio de su gobierno: "Entregaos a mí; dadme esa voluntad; quitadla del dominio de Satanás, y yo tomaré posesión de ella; entonces podré obrar en vosotros para querer y hacer mi beneplácito". Cuando recibimos el ánimo de Cristo, nuestra voluntad viene a ser como su voluntad, y nuestro carácter se transforma a semejanza del suyo.­ 4TS 158, 159 (1889).

La voluntad del hombre es agresiva, y constantemente se esfuerza por someter todas las cosas a sus designios. Si se alista del lado de Dios y del bien, los frutos del Espíritu aparecerán en la vida; y Dios ha señalado gloria, honra y paz a cada persona que obra el bién.­ NEV 155 (1896).

Toda nuestra vida es de Dios y debe ser usada para su gloria. Su gracia consagrará y mejorará cada facultad. Que nadie diga: no puedo remediar mis defectos de carácter; porque si alguien llega a esa conclusión ciertamente no alcanzará la vida eterna. La imposibilidad reside en su propia voluntad. Si Ud. no quiere, no podrá vencer. La verdadera dificultad proviene de la corrupción de los corazones no santificados, y de la falta de disposición para someterse al control de Dios.­ YI, 28 de enero de 1897.

La mente y los nervios se entonan y fortalecen por el ejercicio de la voluntad. En muchos casos, la fuerza de voluntad resultará ser un potente calmante de los nervios.­ 1JT 136 (1863).

Cuando se permite que Satanás moldee la voluntad, él la utiliza para cumplir sus fines. . . Estimula las propensiones al mal, despierta las pasiones y ambiciones impías. El dice: "Yo te daré todo este poder, honores, riquezas y placeres pecaminosos", pero pone por condición la entrega de la integridad y el embotamiento de la conciencia. Así degrada las facultades humanas, y las pone en cautividad para obrar el mal.­ NEV 155 (1896).

Es nuestro privilegio como hijos de Dios mantenernos firmes en la profesión de nuestra fe, sin ser conmovidos. A veces el engañoso poder de la tentación parece exigir hasta el máximo nuestra fuerza de voluntad, y ejercer fe parece completamente contrario a todas las evidencias del sentido o la emoción; pero nuestra voluntad debe mantenerse del lado de Dios. Debemos creer que en Jesucristo se encuentran la fuerza y la eficiencia duraderas. . . Hora a hora debemos mantener triunfante nuestra posición en Dios, poderosa en su fuerza.­ NEV 126 (1890).

La educación de los niños, en el hogar y en la escuela, no debe ser como el adiestramiento de los animales. Los niños tienen una voluntad inteligente, que debe ser dirigida para que controle todas sus facultades. Los animales necesitan ser adiestrados porque no tienen razón ni intelecto. Pero a la mente humana se le debe enseñar el dominio propio. Debe educársela para que rija al ser humano, mientras que los animales son controlados por un amo, y se les enseña a someterse a él. El amo es mente, juicio y voluntad para la bestia.­ 1JT 315 (1872).

Un niño puede ser educado de manera que no tenga voluntad propia, como el animal. Aun su individualidad puede fundirse con la de aquel que dirige su adiestramiento; para todos los fines y propósitos, su voluntad está sometida a la voluntad del maestro. Los niños así educados serán siempre deficientes en energía moral y responsabilidad individual. No se les ha enseñado a obrar por la razón y los buenos principios; sus voluntades han sido controladas por otros y su mente no ha sido despertada para que se expanda y fortalezca por el ejercicio. Sus temperamentos peculiares y capacidades mentales no han sido dirigidos ni disciplinados para ejercer facultades más poderosas cuando lo necesiten.

Los maestros no deben detenerse allí, sino que deben dar atención especial al cultivo de las facultades más débiles, para que se cumplan todos los deberes, y se las desarrolle de un grado de fuerza a otro a fin de que la mente alcance las debidas proporciones.­ 1JT 315 (1872).

El intento de quebrantar la voluntad contraria los principios de Cristo. La voluntad del niño debe ser dirigida y guiada. Salvad toda la fuerza de la voluntad, porque el ser humano la necesita toda; pero dadle la debida dirección. Tratadla sabia y tiernamente, como un tesoro sagrado. No la desmenucéis a golpes; sino amoldadla sabiamente, por precepto y verdadero ejemplo, hasta que el niño llegue a los años cuando pueda llevar responsabilidad.­ CM 111 (ed. PP); 90 (ed. ACES) (1913).

Aquellos que son egoístas, irritables, imperiosos, groseros y ásperos, y que no tienen mucha consideración para con los sentimientos ajenos, nunca deberían ser empleados como maestros. Tendrían una influencia desastrosa sobre sus alumnos, amoldándolos según su propio carácter y perpetuando así el mal. Las personas de este genio harán un esfuerzo para quebrantar la voluntad del niño, si se muestra ingobernable; pero Cristo no ha autorizado semejante manera de tratar a los que yerran. Mediante la sabiduría celestial, la mansedumbre y humildad de corazón, los maestros pueden ser capaces de dirigir la voluntad y guiar a sus alumnos en el camino de la obediencia; pero nadie se imagine que con amenazas podrá ganar sus afectos. Tenemos que trabajar como Cristo.­ COES 195, 196 (1900).

Todos los jóvenes necesitan cultivar la decisión. La voluntad dividida es una trampa, y será la ruina de muchos jóvenes. Sea firme; en caso contrario su casa-­es decir, su carácter--estará edificada sobre la arena. Hay quienes tienen la desgracia de estar siempre en el lado equivocado, cuando el Señor querría que fueran fieles, capaces de discernir entre el bien y el mal.­ Ms 121, 1898.

La fortaleza del carácter depende de dos cosas: de la fuerza de voluntad y de la capacidad de dominio propio. Muchos jóvenes confunden fortaleza de carácter con una pasión fuerte e incontrolada, pero la verdad es que el que se deja dominar por sus pasiones es débil. La verdadera grandeza y nobleza del hombre se mide por el poder de los sentimientos que subyuga, y no por el poder de los que lo dominan. El hombre fuerte es el que, aunque sensible al mal trato, domina sus pasiones y perdona a sus enemigos. Los tales son verdaderos héroes.­ 4T 656 (1881).

Todos pueden llegar a ser hombres de responsabilidad e influencia si, mediante la fuerza de voluntad unida al poder divino, se entregan fervientemente a la obra. Ejerciten las facultades mentales, y en ningún caso descuiden las físicas. No permitan que la desidia intelectual les cierre la senda de un conocimiento mayor. Aprendan a reflexionar y a estudiar, para que sus mentes puedan expandirse, fortalecerse y desarrollarse. Nunca piensen que han aprendido lo suficiente y que pueden disminuir sus esfuerzos. La mente cultivada es la medida del hombre. Su educación debería continuar durante toda su vida; cada día debería estar aprendiendo y dándole un uso práctico al conocimiento adquirido.­ 4T 561 (1881).

Se me mostró que muchos que son aparentemente débiles y que siempre están quejándose, no están tan mal como se imaginan. Algunos de ellos tienen una fuerte voluntad que si se la ejerciera en la correcta dirección, sería un medio poderoso para controlar la imaginación y así resistir la enfermedad. Pero con demasiada frecuencia se ejerce la voluntad en la dirección equivocada, y ésta rehusa tenazmente someterse a la razón. La voluntad ya ha definido el asunto; ha decidido que son inválidos, y recibirán la atención que merecen los inválidos, a pesar de la opinión de los demás.­ 2T 524 (1870).

El poder de la voluntad no se aprecia debidamente. Mantened despierta la voluntad y encaminadla con acierto, y comunicará energía a todo el ser y constituirá un auxilio admirable para la conservación de la salud. La voluntad es también poderosa en el tratamiento de las enfermedades. . .

Ejercitando la fuerza de voluntad para ponerse en armonía con las leyes de la vida, los pacientes pueden cooperar en gran manera con los esfuerzos del médico para su restablecimiento. Son miles los que pueden recuperar la salud si quieren. El Señor no desea que estén enfermos, sino sanos y felices; y ellos mismos deberían decidirse a estar bien.

Muchas veces los enfermizos pueden resistir la enfermedad, negándose sencillamente a rendirse al dolor y a permanecer inactivos. Sobrepónganse a sus dolencias y emprendan alguna ocupación provechosa adecuada a su fuerza. Mediante esta ocupación y el libre uso de aire y sol, muchos enfermos demacrados podrían recuperar salud y fuerza.­ MC 189, 190 (1905).

Los malos hábitos y las malas costumbres están produciendo entre los hombres toda clase de enfermedades. Logremos que el entendimiento se convenza, por medio de la educación, de la pecaminosidad de abusar y degradar las facultades que Dios nos ha dado. Que la mente adquiera inteligencia y la voluntad sea puesta del lado del Señor, y entonces la salud física mejorará maravillosamente.

Pero esto nunca puede lograrse sólo sobre la base de la fuerza humana. Junto a los esfuerzos fervientes realizados por la gracia de Cristo para renunciar a las malas costumbres y asociaciones, y para ser temperantes en todas las cosas, debe existir además la profunda convicción de que tenemos que procurar de Dios, por medio del sacrificio expiatorio de Cristo, el arrepentimiento y el perdón de los pecados pasados. Estas cosas deben manifestarse en la experiencia diaria; debe haber una estricta vigilancia y un incansable intento de que Cristo ponga todo pensamiento en cautividad. Su poder renovador debe manifestarse en el alma de modo que, como seres responsables, presentemos nuestros cuerpos a Dios como un sacrificio vivo, santo y agradable a él, que es nuestro culto racional.­Medical Missionary [El misionero médico], noviembre-diciembre de 1892; (CH 504, 505).

Hay quienes están usando narcóticos, y gracias a esta transigencia están formando malos hábitos que ejercen un poder dominante sobre la voluntad, los pensamientos y todo el ser.­ Carta 14, 1885.

También debería presentarse el poder de la voluntad y la importancia del dominio propio, tanto en la conservación de la salud como en su recuperación, como asimismo el efecto depresivo y hasta ruinoso de la ira, el descontento, el egoísmo o la impureza y, por otra parte, el maravilloso poder vivificador que se encuentra en la alegría, la abnegación y la gratitud.­Ed 197 (1903).

No es el propósito del Espíritu de Dios hacer nuestra parte, ya sea en el querer como en el hacer. Esta es obra del ser humano cuando coopera con los agentes divinos. Tan pronto como sometamos nuestra voluntad para que armonice con la de Dios, aparecerá la gracia de Cristo para cooperar con el hombre; pero no será un sustituto de nuestra actividad independiente, resultante de nuestra resolución y decidida acción. Por lo tanto, no es la abundancia de luz y de evidencia lo que convertirá el alma, sino sólo la aceptación de la luz por parte del ser humano, que despierta las energías de la voluntad cuando comprende y reconoce que lo que sabe es justicia y verdad, y coopera con los ministerios celestiales señalados por Dios para la salvación del alma.­ Carta 135, 1898.

La voluntad del hombre está segura únicamente cuando se une con la voluntad de Dios.­ NEV 106 (1896).

En este conflicto de la justicia contra la injusticia, podemos tener éxito únicamente mediante la ayuda divina. Nuestra voluntad finita debe someterse a la voluntad del Infinito; la voluntad humana debe unirse a la voluntad divina. Esto nos proporcionará la ayuda del Espíritu Santo, y cada conquista ayudará a recuperar la posesión adquirida por Dios y a restaurar su imagen en el alma.­ NEV 155 (1896).

El Espíritu de Dios no crea nuevas facultades en el hombre convertido, sino que obra un cambio decidido en el empleo de aquellas facultades. Cuando se efectúa un cambio en la mente, en el corazón y en el alma, al hombre no se le da una nueva conciencia, sino que su voluntad queda sometida a una conciencia renovada, cuyas sensibilidades adormecidas son despertadas por la obra del Espíritu Santo.­ NEV 106 (1899).

Cristo declaró: "He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sin la voluntad del que me envió" (Juan 6: 38). Su voluntad se puso en ejercicio activo para salvar las almas de los hombres. Su voluntad humana fue orientada por la divina. Sus siervos de hoy harán bien en preguntarse: "¿Qué clase de voluntad estoy cultivando individualmente? ¿Estoy complaciendo mis propios deseos y obstinación?" Si estamos haciendo esto corremos un grave peligro, porque Satanás siempre gobernará la voluntad que no está bajo el control del Espíritu de Dios. Cuando coloquemos nuestra voluntad al unísono con la voluntad de Dios, se verá en nuestras vidas la santa obediencia manifestada en la vida de Cristo.­ NEV 109 (1899).

La paz interior y una conciencia libre de ofensas a Dios despertará y vigorizará el intelecto como el rocío que cae sobre las tiernas plantas. Entonces la voluntad recibirá una recta orientación, estará controlada y será más decidida y, por lo tanto, más libre de perversidad.­ 2T 327 (1869).

Sólo la eternidad podrá revelar el destino glorioso del hombre en quien se restaure la imagen de Dios.

Para que podamos alcanzar este alto ideal, debe sacrificarse todo lo que causa tropiezo al alma. Por medio de la voluntad, el pecado retiene su dominio sobre nosotros. La rendición de la voluntad se representa como la extracción del ojo o la amputación de la mano. A menudo nos parece que entregar la voluntad a Dios es aceptar una vida contrahecha y coja. . .

Dios es la fuente de la vida, y sólo podemos tener vida cuando estamos en comunión con él. . . Si os aferráis al yo y rehusáis entregar la voluntad a Dios elegís la muerte. . .

Requiere sacrificio entregarnos a Dios, pero es sacrificio de lo inferior por lo superior, de lo terreno por lo espiritual, de lo perecedero por lo eterno. No desea Dios que se anule nuestra voluntad, porque solamente mediante su ejercicio podemos hacer lo que Dios quiere. Debemos entregar nuestra voluntad a él para que podamos recibirla de vuelta purificada y refinada, y tan unida en simpatía con el Ser divino que él pueda derramar por nuestro medio los raudales de su amor y su poder.­ DMJ 55, 56 (1896).

Estará en constante peligro hasta que comprenda la verdadera fuerza de la voluntad. Puede creer y prometer todas las cosas, pero sus promesas o su fe no tendrán valor hasta que ponga su voluntad de parte de la fe y la acción. Si pelea la batalla de la fe con toda su fuerza de voluntad, vencerá.­ 4TS 156 (1889).

No tiene que confiar en sus sentimientos, ni en sus impresiones, ni en sus emociones, porque no son dignos de confianza.­ 5T 513 (1889).

No tienes por qué desesperar. . . A ti te toca someter tu voluntad a la voluntad de Jesucristo, y al hacerlo, Dios tomará inmediatamente posesión de ella y obrará en ti el querer y el hacer su beneplácito. Tu naturaleza entera será puesta entonces bajo el gobierno del Espíritu de Cristo, y hasta tus pensamientos le estarán sujetos.

No puedes dominar como deseas tus impulsos y emociones, pero puedes dominar la voluntad y lograr un cambio completo en tu vida. Sometiendo tu voluntad a Cristo, tu vida se ocultará con Cristo en Dios, y se unirá al poder que está por encima de todos los principados y las potestades. Tendrás fuerza procedente de Dios que te mantendrá unido a su fuerza y te será posible alcanzar una nueva luz, la luz misma de la fe viviente. Pero tu voluntad debe cooperar con la voluntad de Dios.­ MJ 150 (1889).

Somos colaboradores de Dios. Este es el sabio arreglo del Señor. La cooperación de la voluntad y el esfuerzo humanos con la energía divina es el vínculo que une a los hombres unos con otros y con Dios. El apóstol dice: "Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios" (1 Cor. 3: 9). El hombre tiene que trabajar con los recursos que Dios le ha dado. "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor ­dice­, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil. 1: 12, 13).­ Ms 113, 1898.

Cuando la voluntad se pone de parte del Señor, el Espíritu Santo la toma y la hace una con la voluntad divina.­ Carta 44, 1899.


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