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Introducción: Preparación para la crisis final


INTRODUCCIÓN

Visión Panorámica de los Sucesos Finales.

EL MUNDO se halla en el atardecer angustioso de su accidentada historia. Como hijos de Dios, hemos sido favorecidos por admirables revelaciones proféticas que ubican la hora en que vivimos en el desarrollo de los planes divinos, y anticipan los grandes sucesos del porvenir. Como pueblo hemos recibido importantes mensajes, por medio de la pluma inspirada de la sierva de Dios, que amplían las profecías de la Biblia, abren delante de nosotros un vasto panorama de los sucesos venideros, y nos instan a obtener la preparación que necesitamos para la gran crisis que se avecina.

“CONOCIENDO EL TIEMPO”

Con razón Pablo dice: “Conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos” (Rom. 13:11). Si hay en la tierra un pueblo que puede hacer suyas las palabras del apóstol, y que conoce el tiempo, es el pueblo adventista.

Mientras el mundo se estremece de temor por la incertidumbre del mañana, nosotros conocemos el tiempo.

El viajero internacional que emprende un largo recorrido, lleva siempre consigo un itinerario y un mapa. En todo instante sabe cuáles son las etapas ya cubiertas de su viaje, y qué escalas le esperan en el futuro. Sabe de antemano el día y la hora de llegada a cada uno de los aeropuertos, y los detalles de su itinerario se cumplen con toda precisión.

Los hijos de Dios, asociados en este viaje maravilloso que realizan juntos hacia su meta final, tienen también un mapa admirable —la Biblia— y un itinerario preciso —las profecías inspiradas.

ETAPAS CUMPLIDAS

Al echar una mirada retrospectiva, los fieles cobran gran confianza y robustecen su fe cuando observan que todas las etapas anunciadas hace miles de años se han cumplido con exactitud.

Los cuatro grandes imperios mundiales de la antigüedad han surgido y se han desvanecido de acuerdo con las profecías de Daniel dos y siete. El férreo Imperio Romano se fragmentó en las modernas naciones europeas y a pesar de todas las tentativas para volver a unir a esos pueblos, éstos permanecen separados como el barro y el hierro en los pies de la imagen.

Los 1.260 años de supremacía del papado son hoy historia, y ese período se yergue como otro testimonio irrecusable de la certeza de la “permanente” palabra profética.

La herida mortal no solamente fue inferida a una de las cabezas de la primera bestia de Apocalipsis 13, sino que fue oportunamente sanada según la predicción divina, y hoy asistimos al cumplimiento del último tramo profetice cuando toda la tierra se maravillaría en pos de la bestia.

Los acontecimientos predichos por la más larga y admirable profecía de la Biblia, la de los 2.300 años con sus setenta semanas inclusas, se han verificado con asombrosa objetividad. El regreso de los judíos de Persia a Palestina, la reedificación de la ciudad y el muro, el bautismo de Jesús y la muerte del Salvador en el Calvario, ocurrieron con precisión matemática según lo anunciaba el inspirado oráculo.

Y cuando llegó el fin de este período, momento que constituye una de las grandes cumbres de la historia religiosa de todos los tiempos, en la hora exacta que se había predicho surgió el movimiento adventista —en cumplimiento de las profecías de Daniel 8 y 9 y Apocalipsis 14—, para pregonar el mensaje del juicio y el Evangelio eterno en su marco de actualidad, “la verdad presente”.

Las condiciones sociales, políticas y religiosas, así como los fenómenos astronómicos anunciados por el Señor Jesús en su sermón profético, hace dos mil años, como señales del tiempo del fin e indicaciones de su segunda venida, se están cumpliendo ante nuestra vista con realismo dramático. El incremento de la inmoralidad y la delincuencia, el temor que seca los corazones humanos, las guerras y rumores de guerras, la profusión creciente de los terremotos, el oscurecimiento del sol y la luna y la caída de los meteoros, los falsos profetas y los movimientos religiosos espurios, las señales y prodigios realizados por el poder del enemigo, son otras tantas indicaciones elocuentes de que nos hallamos en la hora postrera, cuando el mundo y la iglesia han de ser testigos de los mayores sucesos de la historia.

El aumento prodigioso de la ciencia —tan rápido que hace que ya no nos sorprendan ni siquiera los inventos o descubrimientos más extraordinarios— así como los progresos en la era de la velocidad y la conquista del espacio, están cumpliendo de una manera emocionante la predicción del profeta Daniel de que la ciencia sería aumentada y los hombres correrían de aquí para allá.

Una mirada retrospectiva, en fin, nos convence de que todas tas profecías de la Biblia se han cumplido con asombrosa precisión, de que todos los períodos proféticos han finalizado en 1844, y de que nos aguardan sólo los sucesos de la última hora y el acontecimiento cumbre de todas las épocas: el regreso glorioso de Jesús en las nubes del cielo.

Pero antes de que, como pueblo, lleguemos a esa meta anhelada, la enseñanza combinada de la Palabra de Dios y los testimonios de la Hna. White nos señalan un conjunto de eventos de grandiosa magnitud que se irán agolpando en rápida y estrecha sucesión, y que llevarán a la Iglesia como tal, y a cada uno de nosotros individualmente, a una crisis máxima que requiere una preparación muy especial.

Lo pasado afirma nuestra confianza en lo futuro. La exactitud con que se cumplió cada una de las etapas de las profecías hasta hoy, nos asegura la certeza con que sobrevendrán los eventos del porvenir.
A la vez, la manera admirable en que Dios ha guiado y protegido a su pueblo a través de los siglos, escudándolo contra los poderes malignos y haciéndolo salir airoso, es un indicio de la seguridad con que la iglesia, hoy militante, continuará siendo guiada para llegar a ser pronto la iglesia triunfante. “No tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos la manera como el Señor nos ha conducido, y su enseñanza en nuestra historia pasada” (LS 196).

UN PANORAMA DEL FUTURO

Con esta confianza, con esta certeza, echemos ahora una mirada al panorama del inmediato futuro, extendiendo nuestra vista hasta el regreso de Cristo. Veamos, como en visión panorámica, cuáles son los sucesos que han de confrontarnos como pueblo hasta el día de nuestra liberación final.

En los capítulos siguientes iremos viendo en forma más detenida, y presentada con palabras inspiradas, la descripción de todos esos sucesos. Pero nos resultará útil tener una síntesis previa, una visión general de conjunto, que nos ayudará a establecer la debida relación entre una situación y otra.

Antes de finalizar el tiempo de gracia, mientras aún los hombres pueden echar mano de las provisiones del Evangelio y mientras los hijos de Dios todavía se hallan en situación de ocuparse en asegurar su salvación, ocurrirán los siguientes hechos: el sellamiento, la lluvia tardía, el fuerte pregón, el fin de la obra y el zarandeo. Esta enunciación de los sucesos mencionados no implica ningún orden cronológico en los mismos. Varios de ellos o todos ellos pueden ser en gran parte simultáneos. Lo que sí sabemos es que cuando se pronuncie el decreto de Apoc. 22:11 y termine el tiempo de gracia, habrán terminado también todos estos acontecimientos, para dar lugar al comienzo del tiempo de angustia.


Pero como factor coadyuvante y en cierta medida preparatorio de estos acontecimientos, ocurrirá dentro de la iglesia de Dios un auténtico movimiento de reforma de la vida. En gran parte fruto de la predicación del mensaje del Testigo fiel a la iglesia de Laodicea y de la comprensión del gran tema de la justificación por la fe, esta reforma determinará un notable despertar espiritual, y acelerará el descenso de la lluvia tardía y la difusión del mensaje, preparando al pueblo para las escenas del tiempo de angustia y la aparición majestuosa de Cristo.

El sellamiento. A fin de preparar a sus hijos para el tiempo de angustia, Dios desea imprimir en ellos el sello de su ley, de su carácter y de su perfección. Esta obra, que ya se está verificando, es muy breve y finalizará pronto. En realidad el sellamiento puede definirse como un proceso que comienza en la conversión y concluye con el fin del tiempo de gracia, ora sea en ocasión de la muerte del creyente o del fin del juicio investigador. El sellamiento requiere de parte de cada uno la limpieza de todo pecado y la victoria sobre cada debilidad y defecto. Sólo los que estén preparados podrán ser sellados, y sólo los que sean sellados podrán pasar airosos por el tiempo de angustia y afrontar la presencia terrible del Señor en su segunda venida.

La lluvia tardía, el fuerte pregón y la terminación de la obra. Por otra parte, Dios desea derramar sobre su pueblo la lluvia tardía del Espíritu Santo. Así como la lluvia temprana habilitó a la iglesia apostólica para proclamar las buenas nuevas de salvación con éxito y eficiencia por todos los ámbitos del mundo de entonces, esta refrigeradora efusión del poder divino permitirá que el pueblo de Dios de la actualidad complete su obra inconclusa y alcance a toda nación, tribu, lengua y pueblo con el último mensaje evangélico. La promesa del derramamiento del Espíritu de Dios en la lluvia tardía es para hoy, y no para una época futura. Mas para que se cumpla, es indispensable que la  gran mayoría de los miembros de la iglesia realice una completa consagración a Dios, se libere totalmente del yo, se deshaga del pecado en todas sus formas, y con humildad y mansedumbre busque con todo fervor el rostro del Señor.

En breve deberá producirse el fuerte pregón del mensaje. Al manifestarse el poder divino, la tierra será alumbrada con la gloria del Señor, y la obra finalizará de acuerdo con el plan y la promesa de Dios.

Un proceso especial de reforma y santificación habrá de ocurrir dentro de las filas de la iglesia —que afecte a la inmensa mayoría de sus miembros— en preparación para la lluvia tardía, el fuerte pregón y la finalización de la tarea evangelizadora.

El zarandeo. El zarandeo es otro de los grandes episodios que conmueven a la iglesia durante el tiempo de gracia. Este término designa la apostasía definitiva de un número de los que forman el pueblo de Dios. El abandono de las filas por parte de muchos adventistas se producirá porque ellos no aceptarán de todo corazón el llamado divino a una conversión y consagración completas, y porque rechazarán el mensaje de Cristo a la iglesia de Laodicea —mensaje de arrepentimiento y reforma de la vida—, manteniendo sólo una experiencia formal y superficial.

Cuando sobrevenga la gran hora de crisis para la iglesia, y empiece la persecución por la imposición generalizada de la legislación dominical, muchos desertarán y algunos se convertirán en nuestros peores enemigos. Sólo una entrega total de la vida a Dios y una experiencia de profunda y creciente conversión nos librará de este peligro, y nos mantendrá unidos con la hueste de hombres y mujeres consagrados que triunfarán gloriosamente con el pueblo adventista, y que darán la gozosa bienvenida a Jesús en su aparición inminente.

El tiempo de angustia previo. Las últimas horas del tiempo de gracia serán tempestuosas y difíciles, para el mundo en general, y también para los hijos de Dios. En el mundo, aún mientras los cuatro ángeles sostienen los vientos, estarán aumentando la lucha, la confusión, los problemas políticos, económicos y sociales, la desintegración de la familia, el temor y la angustia.

Los gobiernos, por mucho esfuerzo que hagan, no podrán controlar los complejos y crecientes problemas que sumirán a sus pueblos en situaciones de apremio. Esta época de angustia, a la cual se refirió Jesús en Lucas 21:25, es anterior al verdadero tiempo de angustia que comenzará en el momento en que termine la gracia.

Las horas de la angustia previa serán agravadas por la persecución do que seremos objeto por parte de los poderes apóstatas. Sin embargo, el Señor estará con nosotros para fortalecernos y ayudarnos a vivir o sufrir gozosos y confiados en su brazo omnipotente. “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia —promete el Señor a los perseguidos—, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra. He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Apoc. 3:10, 11).

La persecución. En Apocalipsis 13:11-17 se describe proféticamente un panorama de persecución, que el espíritu de profecía ha ampliado. Esta persecución comenzará antes del fin del tiempo de gracia y se agravará durante el tiempo de la angustia de Jacob. Pero llegará la hora de la liberación.

La bestia con cuernos de cordero de Apocalipsis 13 representa a los Estados Unidos de Norteamérica. Nación joven, compuesta de un pueblo manso y bueno. Estado democrático, republicano, con una constitución modelo, donde están admirablemente salvaguardados los derechos humanos y las garantías individuales, sobre todo el derecho más caro de todos: la libertad de conciencia.

Este país ha estado cumpliendo hasta ahora —y sigue cumpliendo todavía— una misión verdaderamente histórica. Al haber alcanzado el pináculo de la libertad religiosacon la primera enmienda a su constitución —que prohíbe al Congreso legislar en materia religiosa—, estableció una completa y respetuosa separación de la iglesia y el estado, y se convirtió en un baluarte de la libertad de conciencia. A sus playas generosas han acudido hombres y mujeres perseguidos por sus convicciones en todos los países del mundo, para ampararse bajo las garantías de su admirable sistema político.

En su providencia. Dios eligió a los Estados Unidos para establecer el centro de la obra mundial de la Iglesia Adventista, y de este país rico, progresista y amante de la libertad han salido, sin traba alguna, a través de los años, los recursos y los misioneros para llevar el triple mensaje evangélico a los cuatro cabos de la tierra y hasta los últimos confines del mundo.

Sin embargo, la profecía afirma que ese país, representado por la bestia con cuernos de cordero, cambiará completamente su naturaleza, y como consecuencia consumará lo siguiente:

1) Hablará como dragón (vers. 11). Y el dragón de Apocalipsis 12 es una potencia perseguidora.

2) Obligará a los moradores de la tierra a adorar la primera bestia, es decir a Roma (vers. 12). Obligar a la humanidad a rendir pleitesía a una potencia religioso-política significa hacer imposiciones de carácter religioso. Esto cancela toda la libertad religiosa mantenida hasta ese momento, e inaugura una época de coacción y persecución.

3) Consumará grandes señales, de tal manera que aun hará descender fuego del cielo a la tierra para engañar (vers. 13, 14). Esto se cumplirá por el auge extraordinario que cobrará el espiritismo, y por su unión con el protestantismo y el catolicismo.

4) Ordenará a los moradores de la tierra que le hagan una imagen a la primera bestia, es decir a la potencia romana (vers. 14). Si la bestia es un poder perseguidor, la imagen de la bestia tendrá que ser otro poder que utilice los mismos métodos. Esta “imagen de la bestia”, como lo veremos en el capítulo pertinente, a través de la pluma inspirada, no es otra cosa que el sector del protestantismo que finalmente apostate, y que se confederará exigiendo del estado poder civil para imponer leyes religiosas.

5) Hará que a todos se les ponga una marca (“la marca de la bestia”), y que ninguno pueda comprar o vender a menos que la tenga (vers. 16, 17). Aun cuando “no se comprende todavía todo lo referente a este asunto, ni se comprenderá hasta que se abra el rollo”, “la marca de la bestia es exactamente lo que ha sido proclamado” (JT 2:371).

Siendo que la marca o sello de Dios es la ley divina y en particular el sábado, verdadero día de reposo, la marca de la bestia —un poder enemigo de Dios y la verdad— debe ser un falso día de reposo. Así como la observancia del sábado, de acuerdo con el cuarto mandamiento, testifica de nuestra lealtad al gobierno de Dios como Creador y Salvador, la observancia del domingo —que será universalmente impuesta por la imagen de la bestia y los demás poderes apóstatas— es la marca de la bestia, o sea la señal de lealtad a un falso poder enemigo de Dios y la verdad.

El punto focal de la gran controversia milenaria entre la verdad y el error, entre Cristo y Satanás, será la observancia o la violación del verdadero día de reposo.

Los que no acepten la señal o marca de la bestia, los que se nieguen a observar el domingo y a participar simultáneamente en actos de culto que comportarán la violación del santo sábado, serán perseguidos. Perderán toda protección de parte del estado. Las garantías constitucionales serán suspendidas para ellos, y se los privará de los derechos más esenciales aun para la subsistencia, como son el de comprar y vender.

Antes de que termine el tiempo de gracia, se promulgará una ley dominical federal. Esta dará comienzo a una gran hora de prueba para la iglesia, a la crisis máxima de su historia.

Hoy las leyes que legislan el descanso dominical pretenden tener un carácter social e higiénico, reconocen excepciones, y se insiste en que están desprovistas de todo contenido religioso. Leyes semejantes se hallan en vigencia en una buena parte de los estados del gran país norteamericano.

Pero pronto esas leyes se harán obligatorias en todos los estados de la Unión, convirtiéndose prácticamente en una ley federal o nacional. Esa ley será tal vez de naturaleza directamente religiosa, comportará de alguna manera un acto de culto y la violación del verdadero día de reposo, y su promulgación será exigida por la imagen de la bestia, o sea por la confederación del protestantismo que haya apostatado, el cual actuará con el sostén católico y espiritista. Esto dará comienzo a la gran persecución.

Y cuando esa ley se haga federal, religiosa y obligatoria en todos los Estados Unidos, se promulgarán leyes similares también en los demás países del mundo, de manera que la persecución será general.
Ese será el momento en que los hijos de Dios deberán salir de las grandes ciudades y prepararse para abandonar en breve las ciudades pequeñas.

Después que comiencen a descender las siete plagas postreras, es decir, después de finalizar, el tiempo de gracia, o sea durante el tiempo de angustia, se producirá el siguiente suceso en esta cadena:

6) La imagen de la bestia —el protestantismo apóstata— intentará matar a cuantos no la adoren (vers. 15). Se dictará un decreto de muerte contra los que observen el sábado, acusándolos de ser enemigos de la ley y del orden, y causantes de todas las calamidades que sacuden la tierra: las plagas.

El decreto de muerte tendrá una fecha específica para su cumplimiento. Cuando se promulgue, los hijos de Dios huirán de todos los centros poblados, inclusive las pequeñas ciudades, y se refugiarán en los bosques, en los desiertos, en los lugares escarpados, donde contarán con la especial protección de Dios y la asistencia de los ángeles, quienes les proveerán alimentos. Será un tiempo de verdadera angustia en que los fieles clamarán a Dios en forma incesante y con todo fervor, solicitando su liberación.

Los poderes aliados en la lucha contra Dios, su verdad y su pueblo serán el dragón, la bestia y el falso profeta (Apoc. 16:13). El dragón representa a Satanás, en este caso particular trabajando por medio del espiritismo bajo todas sus formas: pagana (actuando a través de las formas paganas de culto y superstición) ; cristiana (amalgamándose con los cultos protestantes o católicos, por medio de milagros y en base a la doctrina común de la inmortalidad del alma); científica (bajo el nombre de parapsicología y otras designaciones); etc. La bestia es el papado y la Iglesia Católica. Y el falso profeta es el mismo poder que el representado por la imagen de la bestia, es decir, el protestantismo apóstata confederado. Tanto el protestantismo como el papado actuarán en estrecha vinculación con el estado para imponer leyes de carácter religioso. Y esta unión de iglesia y estado se extenderá por todo el mundo.

El Armagedón. El siguiente acto del drama milenario de la lucha entre el bien y el mal se describe precisamente bajo la sexta plaga, o sea el Armagedón. El profeta vio salir de la boca del dragón (el espiritismo), de la bestia (el papado) y del falso profeta (el protestantismo apóstata), tres espíritus inmundos, que son espíritus de demonios, los cuales harán grandes señales para engañar, e irán a los reyes de la tierra para inducirlos a la batalla final contra Dios, su pueblo y su verdad (Apoc. 16:12-14).
Durante todo el tiempo que dure la persecución, los fieles contarán con la protección especial del Señor y la compañía de sus santos ángeles. En su última huida de emergencia de las ciudades serán atacados por los ejércitos perseguidores, pero las espadas levantadas contra ellos se quebrarán como si fueran de paja. Serán defendidospor ángeles que actuarán con apariencia de guerreros poderosos. Su pan y su agua les serán provistos también de manera admirable.

Y el mismo día en que expire el plazo y deba cumplirse el decreto de muerte dictado contra ellos, el Señor los librará milagrosamente, paralizando a los malvados con tremendas conmociones en el cielo y en la tierra, y con un despliegue extraordinario de los elementos de la naturaleza. En medio de la confusión y la ira, los atacantes comenzarán a luchar unos contra otros destruyéndose mutuamente. Se oye la voz de Dios, y ocurre luego una resurrección especial, poco antes de que aparezca en los cielos la señal majestuosa del Hijo de Dios.

El tiempo de angustia. Este tiempo se describe en Daniel 12:1: “En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro”.

Se inicia cuando termina el tiempo de gracia. Todas las profecías se han cumplido. Terminó el zarandeo. Ha descendido ya el refrigerio de la presencia de Dios en la lluvia tardía. La predicación del Evangelio ha concluido.

En ese momento, Miguel, o sea Cristo, el gran Príncipe que intercede por nosotros en el santuario celestial, “se levantará” y saldrá del santuario, poniendo fin a su obra intercesora. Se despojará de sus vestiduras sacerdotales para ponerse su manto real. El templo del cielo se llenará de humo, y nadie podrá entrar en él.

Los cuatro ángeles de Apocalipsis 7 que estaban sosteniendo los vientos los soltarán, de manera que se desencadenarán furiosamente todas las pasiones humanas, y descenderán sobre los impíos las siete plagas postreras.

Será una época de terrible agonía para el mundo, de azotes tales como nunca se presenciaron en la tierra. Si no fuera que esas plagas son locales y no universales, el mundo entero quedaría despoblado.
Si bien los hijos de Dios no serán afectados por las plagas, para ellos esta época será un tiempo de angustia indecible. En doble sentido. Será en primer término una angustia material a raíz de la persecución despiadada de que serán objeto. Aunque algunos perderán su libertad y pasarán días difíciles en celdas y calabozos, la presencia de Cristo y de sus ángeles convertirá esos lugares en mansiones de luz. Muchos de ellos andarán como fugitivos en lugares apartados, defendidos y asistidos por los ángeles de Dios.

Pero será también una terrible angustia moral. Durante ese tiempo no habrá Mediador. Si hubiera en su vida faltas inconfesas o pecados sin perdonar, se verían perdidos. Pasan por una hora de incertidumbre y aflicción, por un momento, parecen no estar seguros de que todos sus pecados han sido borrados. Como Jacob en la noche de angustia que pasó a orillas del Jaboc, humillan su alma delante de Dios y claman con todo fervor.

Aunque su fe es severamente probada, resulta fortalecida por esa experiencia extraordinaria. Por fin sus oraciones son contestadas y obtienen la paz. No pueden recordar pecados inconfesos de los cuales no se hayan arrepentido. Todos ellos han sido confesados y limpiados antes del fin del tiempo de gracia. Han obtenido, por el poder divino, la victoria sobre el mal, y han sido sellados. Su salvación está asegurada.
Entre la liberación y la segunda venida de Cristo. La intervención majestuosa de Dios paraliza a los malvados en sus intentos de destruir a los fieles —brilla el sol a medianoche y se hace un pavoroso despliegue de fenómenos sobrenaturales—, hay un terrible terremoto, la tierra tiembla, el mar hierve y se hincha, y los edificios gigantescos de las urbes modernas son destruidos.

Es entonces cuando ocurre la resurrección parcial: se abren las tumbas, y muchos de los santos se levantan para ser testigos de la venida de Cristo, pero especialmente todos los que han muerto en la fe del mensaje del tercer ángel (Dan. 12:2; Apoc. 1:7). También surgen de los sepulcros los que traspasaron al Señor Jesús, y los más fuertes enemigos de la verdad.

Mientras los malos quedan mudos de pavor, los santos exclaman jubilosos: “He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará” (Isa. 25:9).

Al reconocer que han sido engañados, miles comienzan a acusarse mutuamente. Sindican en especial a los falsos pastores del rebaño. Y las espadas que habían empuñado contra los santos, ahora las esgrimen unos contra otros. Pronto los ataques se vuelven contra la gran iglesia, contra Babilonia (Apoc. 17:16), la cual será destruida y despedazada. En relación con estos sucesos la voz de Dios proclama el día y la hora de la venida de Cristo.

La aparición majestuosa de Cristo. Ha llegado el momento culminante de los siglos, la hora anunciada largo tiempo antes por todas las profecías. Una pequeña nube negra aparece en el cielo, y a medida que se acerca a la tierra se hace cada vez más blanca y brillante, hasta que se resuelve por fin en un ejército radiante de ángeles que escoltan al Rey de reyes y Señor de señores en su triunfal procesión rumbo a la tierra. Cristo desciende envuelto en llamas de fuego. El cielo se recoge como un libro que se enrolla. La tierra tiembla. Se mueven los montes.

Mientras la gran procesión celestial se acerca aún más a la tierra, otro poderoso remezón sacude al planeta, y los santos de todas las edades que cerraron sus ojos en la fe de Cristo son despertados a una vida inmortal e incorruptible. Los justos vivos son glorificados. Los impíos todavía vivos son destruidos por el resplandor de la gloria divina que fulgura con terrible brillo y majestad.

La larga espera ha terminado. La noche de aflicción ha quedado atrás. Y ahora toda la familia de Dios en la tierra, redimida por la sangre preciosa del Cordero, es reunida con su querido Señor y Maestro y con su amante Padre celestial.

Miles de años de esperanzas se han concretado en una mañana eterna de triunfante realidad. Tú y yo debemos estar allí. Hoy es el día de la santificación; mañana el de la glorificación.


 

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