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Lección 5: CÓMO CANTAR LA CANCIÓN DEL SEÑOR EN TIERRA EXTRAÑA | El Libro de Salmos | Sección maestros


Lección 5:

CÓMO CANTAR LA CANCIÓN DEL SEÑOR EN TIERRA EXTRAÑA

RESEÑA

Texto clave: Salmo 137:4

La presencia del sufrimiento y el mal entre nosotros suscita preguntas desconcertantes en la mente de muchos, relacionadas con el carácter de Dios.

¿Por qué permitió Dios que existiera el pecado? ¿Por qué permite que sufran los inocentes? ¿Por qué permite que el pecado y el sufrimiento continúen? ¿Por qué prosperan los impíos? ¿Han fallado las promesas de Dios en la Biblia? Las Escrituras, ¿son simplemente una bella obra maestra de la literatura (inspiradora, pero no divinamente inspirada) para gente con una inclinación espiritual? O peor aún, la Biblia y sus promesas, ¿son delirios de mentes piadosas, pero sin ninguna base en la realidad, porque en última instancia Dios, como alegan las mentes seculares, no existe?

Lamentablemente, esta serie de preguntas es demasiado común entre muchas mentes en la actualidad. El cuestionamiento de las acciones de Dios siembra las semillas de la incredulidad y el escepticismo en el corazón de los demás, especialmente entre los jóvenes. Con demasiada frecuencia, cuando estas preguntas de incredulidad surgen en la mente de los creyentes, el resultado es que “el amor de la mayoría se enfriará” (Mat. 24:12).

Salmos es más que canciones de alabanza bonitas para Dios. Pretende ejercer un profundo impacto en nuestra comprensión de cuestiones tan complejas como la existencia del pecado y el sufrimiento. Cuando analizamos el Salterio a la luz de este desafiante tema, volvemos a maravillarnos ante la cruda honestidad de los salmistas en sus oraciones. Su franqueza nos recuerda que también nosotros podemos hacer preguntas al Señor; también podemos expresarle nuestras dudas.
Dios escuchará felizmente nuestras preocupaciones si le preguntamos con fe y humildad. Él responderá nuestras humildes preguntas y preocupaciones, dándonos luz en medio de nuestra lucha con la duda y el miedo.

COMENTARIO

¿Por qué permite Dios que existan el pecado y el sufrimiento?

Aunque el Salterio no aborda explícitamente esta pregunta concreta, Salmos 74 y 79, que abordan la destrucción de Jerusalén, se basan en estas preocupaciones. Entre estos dos salmos, vemos algunas similitudes notables en relación con el tema del pecado y el sufrimiento:

1. Cada salmo trata de la destrucción de la ciudad amada (Sal. 74:3-9; 79:1-4), que suscita las lamentaciones lastimeras del salmista.

2. En ambos salmos, Asaf desea que el Señor anule la destrucción (Sal. 74:10, 11; 79:5-7). Así, pregunta al Señor: “¿Hasta cuándo?”

3. La causa de las desgracias de Jerusalén es el pecado del pueblo (Sal. 79:8-10). Solo Salmo 79 menciona esta razón: el pueblo de Dios ha fracasado.

4. En ambos cantos, Asaf no pierde la fe en su Rey celestial (Sal. 74:12-17) ni la confianza en “la grandeza de tu brazo” (Sal. 79:11).

Como Asaf, podemos preguntarnos por qué nos enfrentamos al mal, el sufrimiento y la muerte. Estas son las preguntas universales que las mentes inquisitivas se han hecho desde los albores de la historia humana. La respuesta es siempre la misma: el pecado. El pecado es el extraño intruso en la Creación de Dios. Desde la caída de Satanás en el Cielo hasta nuestra condición caída de hoy, la iniquidad ha engendrado todo el sufrimiento y la muerte en la historia. Podríamos argumentar, justificadamente, que Dios ha dado libre albedrío a sus criaturas y, a partir de ahí, filosofar respecto de las ramificaciones del pecado y el sufrimiento. Pero los autores bíblicos se abstienen de esta táctica. Confiemos, pues, como Asaf, en el poder y la sabiduría de nuestro Creador para resolver esta cuestión a su manera y a su tiempo.

¿Por qué permite Dios que sufran los inocentes?

La lección nos recuerda que el pecado puede traer enfermedad (Sal. 41:3, 4). Con esta idea en mente, consideremos la pregunta: “¿Por qué permitió Dios que sufriera el inocente?” a la luz de cuatro salmos: Salmo 6; 41; 88; y 102.

En primer lugar, observamos que estos cuatro cantos describen el sufrimiento que experimentan los salmistas a causa de la enfermedad (Sal. 6:2, 6, 7; 41:3; 88:3-9; 102:3-7, 9-11). En segundo lugar, los salmistas suplican al Señor que los sane (Sal. 6:2, 4; 41:1, 4; 88:1, 2, 13, 14; 102:1, 2). Consideran que su sanación es una vindicación de Dios en presencia de sus enemigos (Sal. 6:8-10; 41:5-12; 102:15-19). Por último, argumentan persuasivamente que, de haber muerto, se habrían visto privados de la oportunidad de alabar el nombre de Dios (Sal. 6:5; 88:10-12).

A esta altura del análisis, debemos señalar que la mente hebrea no estaba interesada en plantearse cuestiones filosóficas acerca del dolor y el sufrimiento humanos. Más bien, su centro de atención era Dios y su gloria. Los salmistas reconocen que el Señor permite sus penas (Sal. 6:1). También reconocen que únicamente él puede dar salud. Al curarse de sus aflicciones, quieren dar testimonio de las misericordias sanadoras de Dios.

¿Hemos ejemplificado esta misma actitud cuando estamos afligidos por la enfermedad? Solemos quejarnos: “¿Por qué a mí, Señor?” ¿No sería mejor, por cierto, en ese momento difícil, confiar en Dios y esperar su vindicación para poder testificar de su gloria?

¿Por qué Dios no pone fin a nuestro sufrimiento actual?

En medio del sufrimiento, a menudo nos preguntamos: “¿Dónde está Dios?” Esta pregunta suele brotar en nuestro interior desde el lugar de la más profunda angustia y desesperación. En esos momentos, nuestra tendencia, como seres humanos, no es moralizar ni abordar filosóficamente nuestro dolor y sufrimiento. Únicamente queremos respuestas y alivio. En nuestra desesperación, a menudo, como hicieron los salmistas, acudimos a Dios en busca de ayuda.

Observa que, aunque parezca que el Creador no está presente, la súplica del salmista es: “Señor, oye mi oración y escucha mi clamor. No calles ante mis lágrimas” (Sal. 39:12). El salmista sabe que Dios está allí, aunque no tenga ninguna señal externa de la presencia divina. Eso sí que es fe. El salmista no dice: “¡Renuncio! Abandono mi fe porque Dios no me responde. Por lo tanto, él no debe existir”. Al contrario, el salmista confía en Dios y espera que él actúe en su favor en el momento oportuno.

“Descansa en el Señor, y espera tranquilo en él” (Sal. 37:7). Si Dios guarda silencio, es hora de que nosotros también guardemos silencio y esperemos. La pregunta no es: “¿Dónde está Dios?” Dios está allí y se preocupa por nosotros. La pregunta es: “Nosotros, ¿estaremos también allí, esperando con fe a que él actúe en nuestro favor?”

¿Han fallado sus promesas en las Escrituras?

Salmo 77 expresa bien los sentimientos de duda y desánimo que a menudo nos oprimen en tiempos de angustia:

“¿Desecha el Señor para siempre?

¿No volverá a sernos propicio?

¿Cesó para siempre su invariable amor?

¿Se acabó su promesa hecha para todas las generaciones?

¿Se olvidó Dios de su bondad?

¿Ha retenido con ira sus piedades?” (Sal. 77:7-9).

La respuesta que da el propio autor es sencilla, pero crucial: recuerda en el presente los milagros que Dios ha hecho por ti en el pasado (Sal. 77:11-20). “Recordaré las obras del Señor” (Sal. 77:11). A continuación, el salmista describe el momento más paradigmático de la intervención de Dios en la historia de Israel: el Éxodo de Egipto. El salmista recuerda las maravillas que Jehová realizó cuando liberó a su pueblo de la esclavitud en ese país (Sal. 77:14, 15). Presta especial atención a la milagrosa separación del Mar Rojo (Sal. 77:16-19): “A través del mar fue tu camino” (Sal. 77:19). El salmista también recuerda la manera en que Dios guio el ministerio de Moisés y de Aarón (Sal. 77:20).

Como advierte tan acertadamente el Espíritu de Profecía: “No tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido, y lo que nos ha enseñado en nuestra historia pasada” (Elena de White, Notas biográficas, p. 193).

Cuando estemos enfermos o acosados por la tribulación, haríamos bien en realizar el siguiente ejercicio de fortalecimiento de la fe: destacar en un diario las bendiciones más preciosas que el Señor nos ha concedido en nuestra vida, desde las más sencillas hasta las más impactantes. Al fin y al cabo, ¿no fue este ejercicio de recordar lo que hizo el salmista?

¿Por qué prosperan los impíos?

David introduce el tema que nos ocupa con el siguiente consejo: “No te impacientes a causa de los malignos” (Sal. 37:1). Resume el fundamento de su consejo (los malhechores perecerán [Sal. 37:2]) antes de pasar a su principal preocupación, que es el creyente. David lo anima con varios principios para vivir piadosamente (Sal. 37:3-9).

Estos imperativos morales son la base para mantener la salud y la aptitud mental en un mundo injusto. David incorpora promesas en medio de sus imperativos, como sigue:

1. “Confía en el Señor”.

2. “Haz lo bueno”. Promesa: “Habita en la tierra y cultiva la fidelidad” (Sal. 37:3).

3. “Deléitate en el Señor”. Promesa: “Y él te dará los deseos de tu corazón” (Sal. 37:4).

4. “Encomienda al Señor tu camino”.

5. “Confía en él”. Promesa: “Y él hará” (Sal. 37:5). “Exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía” (Sal. 37:6).

6. “Descansa en el Señor”.

7. “Espera tranquilo en él”.

8. “No te impacientes por el hombre que hace el mal y prospera en su camino” (Sal. 37:7).

9. “Deja la ira”.

10. “Abandona el enojo”.

11. “No te impacientes, que eso solo conduce al mal” (Sal. 37:8). Promesa: “Porque los malhechores serán exterminados, pero los que esperan en el Señor heredarán la tierra” (Sal. 37:9).

Este salmo es una obra maestra literaria, tanto en su forma como en su contenido. Si nos esforzáramos ardientemente por poner en práctica las directrices que contiene, evitaríamos muchos desengaños y amarguras. Además, el texto del salmo nos ofrece promesas alentadoras que nos motivan a poner en práctica sus preceptos.

El salmista repasa los mismos conceptos en el resto de su canto:

(a) La prosperidad de los impíos (Sal. 37:12, 14);

(b) el mandato de confiar en el Señor (Sal. 37:27, 34, 37);

(c) el comportamiento de los justos (Sal. 37:21, 26, 30, 31);

(d) la destrucción de los malhechores (Sal. 37:10, 13, 15, 22, 35, 36, 38); y

(e) las promesas para los fieles (Sal. 37:11, 16-20, 22-25, 28, 29, 32, 33, 39, 40).

Los conceptos expresados en este salmo lo hacen merecedor de nuestro más profundo estudio.

APLICACIÓN A LA VIDA

El salmista nos invita a confiar en Dios en medio del sufrimiento y las pruebas. La mayoría de las veces, probablemente no obtengamos respuestas claras a nuestras preguntas más desconcertantes de este lado de la Eternidad. A veces, quizá no sintamos la presencia de nuestro Protector celestial a nuestro lado. O podemos sentir que las promesas de Dios fallan. Pero debemos recordar los imperativos morales de los salmistas: confía en Dios, independientemente de las circunstancias; recuerda sus maravillas en tu vida; estudia más a fondo la Palabra de Dios; aférrate a las promesas de Dios; ¡y sujétate fuertemente al Señor! “La salvación de los justos viene del Señor. Él es su refugio en el tiempo de angustia. El Señor los ayudará y los librará. Los libertará de los impíos, y los salvará, porque en él esperaron” (Sal. 37:39, 40).

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