CAPÍTULO 11. EL FIN DE LA SÉPTIMA PLAGA: LA LIBERACIÓN
Sucesos importantes — Un relato de la liberación — A media noche — Manifestaciones extraordinarias del poder de Dios — Una corona de gloria inmortal — Un cambio repentino en la escena — Eventos cataclísmicos — Una maravillosa estrella de gloria — La nube gloriosa que envuelve al Príncipe de vida.
CUANDO el séptimo ángel derrama su copa, se producen las más pavorosas y extrañas manifestaciones de los elementos, y el Señor pone fin al conflicto con las demostraciones más formidables de su poder. Babilonia viene en memoria y recibe su pago final. También “las ciudades de las naciones” caen y son castigadas las demás potencias que participaron en la persecución.
SUCESOS IMPORTANTES
Estos son los sucesos más importantes que se producen bajo el fin de la séptima plaga, a la conclusión del Armagedón, y poco antes de la segunda venida de Cristo:
1) Una gran voz del cielo proclama: “Hecho está”.
2) Relámpagos, voces y truenos.
3) Un terremoto gigantesco, el mayor de la historia.
4) La gran ciudad, Babilonia espiritual (Roma), es partida en tres: viene en memoria delante de Dios.
5) Caen las otras “ciudades de las naciones”.
6) Huyen las islas, desaparecen los montes.
7) Cae del cielo un granizo del peso de un talento.
UN RELATO DE LA LIBERACIÓN
Es en este momento cuando se produce la liberación de los santos que se describe en los párrafos siguientes:
“El Señor está haciendo su obra. Todo el cielo está conmovido. El Juez de toda la tierra ha de levantarse pronto para vindicar su autoridad insultada. La señal de la liberación será puesta sobre los que guardan los mandamientos de Dios, reverencian su ley y rechazan la marca de la bestia y su imagen” (JT 2:151).
“Cuando el desafío a la ley de Jehová sea casi universal, cuando su pueblo sea presionado por la aflicción infligida por sus semejantes. Dios se interpondrá. Las oraciones fervientes de su pueblo serán contestadas” (Artículo “Tiempos peligrosos” en GCB, tomo 3, No. 5, primer trimestre, 1900. págs. 113, 114).
“El pueblo de Dios —algunos en las celdas de las cárceles, otros escondidos en ignorados escondrijos de bosques y montañas— invocan aún la protección divina, mientras que por todas partes compañías de hombres armados, instigados por legiones de ángeles malos, se disponen a emprender la obra de muerte. Entonces, en la hora de supremo apuro, es cuando el Dios de Israel intervendrá para librar a sus escogidos” (CS 693).
“Entonces todos los santos clamaron en angustia de ánimo y fueron libertados por la voz de Dios. Los 144.000 triunfaron. Sus rostros quedaron iluminados por la gloria de Dios” (PE 37).
A MEDIA NOCHE
“Dios escogió la media noche para libertar a su pueblo. Mientras los malvados se burlaban en derredor de ellos, apareció de pronto el sol con toda su refulgencia y la luna se paró. Los impíos se asombraron de aquel espectáculo, al paso que los santos contemplaban con solemne júbilo aquella señal de su liberación” (PE 285).
“En un momento morirán, y a media noche se alborotarán los pueblos, y pasarán, y sin mano será quitado el poderoso” (Job 34:20).
MANIFESTACIONES EXTRAORDINARIAS DEL PODER DE DIOS
“En el tiempo de angustia, huimos todos de las ciudades y pueblos*, pero los malvados nos perseguían y entraban a cuchillo en las casas de los santos; pero al levantar la espada para matarnos, se quebraba ésta y caía tan inútil como una brizna de paja. Entonces clamamos día y noche por la liberación, y el clamor llegó a Dios. Salió el sol y la luna se paró. Cesaron de fluir las corrientes ele aguas. Aparecieron negras y densas nubes que se entrechocaban unas con otras. Pero había un espacio de gloria fija, del que, cual estruendo de muchas aguas, salía la voz de Dios que estremecía cielos y tierra. El firmamento se abría y cerraba en hunda conmoción. Las montañas temblaban como cañas agitadas por el viento y lanzaban peñascos en su derredor. El mar hervía como una olla y despedía piedras sobre la tierra. Y al anunciar Dios el día y la hora de la venida de Jesús, cuando dio el sempiterno pacto a su pueblo, pronunciaba una frase y se detenía de hablar mientras las palabras de la frase rodaban por toda la tierra. El Israel de Dios permanecía con los ojos en alto, escuchando las palabras según salían de labios de Jehová y retumbaban por la tierra como fragor del trueno más potente. El espectáculo era pavorosamente solemne, y al terminar cada frase, los santos exclamaban: ‘¡Gloria! ¡Aleluya!’ Sus rostros estaban iluminados con la gloria de Dios y resplandecían como el de Moisés al bajar del Sinaí. A causa de esta gloria, los impíos no podían mirarlos. Y cuando la bendición eterna fue pronunciada sobre quienes habían honrado a Dios santificando su sábado, resonó un potente grito por la victoria lograda sobre la bestia y su imagen” (PE 34).
“Los rodearán [a los fieles] las huestes de Satanás y los hombres perversos, para alegrarse de su suerte, porque no parecerá haber para ellos medio de escapar. Pero en medio de las orgías y el triunfo de aquéllos, se oirá el estruendo ensordecedor del trueno más formidable. Los cielos se habrán ennegrecido, y estarán iluminados únicamente por la deslumbrante y terrible gloria del cielo, cuando Dios deje oír su voz desde su santa morada.
“Los cimientos de la tierra temblarán, los edificios vacilarán y caerán con espantoso fragor. El mar hervirá como una olla, y toda la tierra será terriblemente conmovida. El cautiverio de los justos se cambiará, y con suave y solemne susurro se dirán unos a otros: ‘Somos librados. Es la voz de Dios’” (JT 1:131, 132).
UNA CORONA DE GLORIA INMORTAL
“Cristo, el vencedor todopoderoso, ofrece a sus cansados soldados una corona de gloria inmortal: y su voz se deja oír por las puertas entornadas: He aquí que estoy con vosotros. No temáis. Conozco todas vuestras penas, he cargado con vuestros dolores. No estáis lidiando contra enemigos desconocidos. He peleado en favor vuestro, y en mi nombre sois más que vencedores'” (CS 691).
“Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla, y todo monte y toda isla se removió de su lugar” (Apoc. 6:14).
* Cuando el profeta narra en primera persona lo que vio, como incluyéndose, no significa que necesariamente él participará en carne y hueso de los sucesos que describe. Tal es lo que ocurre con Pablo, que se incluye entre los que estén vivos en ocasión del regreso de Cristo, al decir: “Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados (1 Tes. 4:15-17; véase 1 Cor. 15:51, 52). Sin embargo, él estará entre los muertos que resucitarán. Lo propio acontece aquí con la sierva del Dios, cuando describe el tiempo de angustia.
“La naturaleza entera parece trastornada. Los ríos dejan de correr. Nubes negras y pesadas se levantan y chocan unas con otras. En medio de los cielos conmovidos hay un claro de gloria indescriptible, de donde baja la voz de Dios semejante al ruido de muchas aguas, diciendo: ‘Hecho es’ Apoc. 16:17)” (CS 694).
“Entonces el sol, la luna y las estrellas se desquiciarán de su asiento. No se aniquilarán, sino que se conmoverán a la voz de Dios” (PE 41).
“Cristo ha dicho: ‘¡Ven, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tus puertas sobre ti; escóndete por un corto momento, hasta que pase la indignación! Porque he aquí que Jehová sale de su lugar para castigar a los habitantes de la tierra por su iniquidad’ (Isa. 26:20, 21, VM). Gloriosa será la liberación de los que lo han esperado pacientemente y cuyos nombres están escritos en el libro de la vida” (CS 692).
UN CAMBIO REPENTINO EN LA ESCENA
He aquí la última y más plena descripción presentada en El conflicto de los siglos:
“Multitudes de hombres perversos, profiriendo gritos de triunfo, burlas e imprecaciones, están a punto de arrojarse sobre su presa, cuando de pronto densas tinieblas, más sombrías que la oscuridad de la noche caen sobre la tierra. Luego un arco iris, que refleja la gloria del trono de Dios, se extiende de un lado a otro del cielo, y parece envolver a todos los grupos en oración. Las multitudes encolerizadas se sienten contenidas en el acto. Sus gritos de burla expiran en sus labios. Olvidan el objeto de su ira sanguinaria. Con terribles presentimientos contemplan el símbolo de la alianza divina, y ansían ser amparadas de su deslumbradora claridad.
“Los hijos de Dios oyen una voz clara y melodiosa que dice: ‘Enderezaos’, y, al levantar la vista al cielo, contemplan el arco de la promesa. Las nubes negras y amenazadoras que cubrían el firmamento se han desvanecido, y como Esteban, clavan la mirada en el cielo, y ven la gloria de Dios y al Hijo del Hombre sentado en su trono. En su divina forma distinguen los rastros de su humillación, y oyen brotar de sus labios la oración dirigida a su Padre y a los santos ángeles: ‘Yo quiero qué aquellos también que me has dado, estén conmigo en donde yo estoy’ (Juan 17:24, VM). Luego se oye una voz armoniosa y triunfante, que dice: ‘¡Helos aquí! ¡Helos aquí! santos, inocentes e inmaculados. Guardaron la palabra de mi paciencia y andarán entre los ángeles’: y de los labios pálidos y trémulos de los que guardaron firmemente la fe, sube una aclamación de victoria.
“Es a medianoche cuando Dios manifiesta su poder para librar a su pueblo. Sale el sol en todo su esplendor. Sucédense señales y prodigios con rapidez. Los malos miran la escena con terror y asombro, mientras los justos contemplan con gozo las señales de su liberación. La naturaleza entera parece trastornada. Los ríos dejan de correr. Nubes negras y pesadas se levantan y chocan unas con otras. En medio de los cielos conmovidos hay un claro de gloria indescriptible, de donde baja la voz de Dios semejante al ruido de muchas aguas, diciendo: ‘Hecho es’ (Apoc. 16:17).
EVENTOS CATACLÍSMICOS
“Esa misma voz sacude los cielos y la tierra. Sígnese un gran terremoto, ‘cual no fue jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra’ (vers. 18). El firmamento parece abrirse y cerrarse. La gloria del trono de Dios parece cruzar la atmósfera. Los montes son movidos como una caña al soplo del viento, y las rocas quebrantadas se esparcen por todos lados. Se oye un estruendo como de cercana tempestad. El mar es azotado con furor. Se oye el silbido del huracán, como voz de demonios en misión de destrucción. Toda la tierra se alborota c hincha como las olas del mar. Su superficie se raja. Sus mismos fundamentos parecen ceder. Se hunden cordilleras. Desaparecen islas habitadas. Los puertos marítimos que se volvieron como Sodoma por su corrupción, son tragados por las enfurecidas olas. ‘La grande Babilonia vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino del furor de su ira’ (vers. 19). Pedrisco grande, cada piedra, ‘como del peso de un talento’ (vers. 21), hace su obra de destrucción. Las más soberbias ciudades de la tierra son arrasadas. Los palacios suntuosos en que los magnates han malgastado sus riquezas en provecho de su gloria personal, caen en ruinas ante su vista. Los muros de las cárceles se parten de arriba abajo, y son libertados los hijos de Dios que habían sido apresados por su fe...
“Los sepulcros se abren, y ‘muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión eterna’ (Dan. 12:2). Todos los que murieron en la fe del mensaje del tercer ángel, salen glorificados de la tumba, para oír el pacto de paz que Dios hace ton los que guardaron su ley. ‘Los que le traspasaron’ (Apoc. 1:7). los que se mofaron y rieron de la agonía de Cristo y los enemigos más acérrimos de su verdad y de su pueblo, son resucitados para mirarle en su gloria y para ver el honor con que serán recompensados los fieles y obedientes.
“Densas nubes cubren aún el firmamento: sin embargo, el sol se abre paso de vez en cuando, tomo si fuese el ojo vengador de Jehová. Fieros relámpagos rasgan el cielo con fragor, envolviendo a la tierra en claridad de llamaradas. Por encima del ruido aterrador de los truenos, se oyen voces misteriosas y terribles que anuncian la condenación de los impíos. No todos entienden las palabras pronunciadas: pero los falsos maestros las comprenden perfectamente. Los que poco antes eran tan temerarios, jactanciosos y provocativos, y que tanto se regocijaban al ensañarse en el pueblo de Dios observador de sus mandamientos, se sienten presa de consternación y tiemblan de terror. Sus llantos dominan el ruido de los elementos. Los demonios confiesan la divinidad de Cristo y tiemblan ante su poder, mientras que los hombres claman por misericordia y se revuelven en terror abyecto” (CS 693-696).
UNA MARAVILLOSA ESTRELLA DE GLORIA
“Por un desgarrón de las nubes una estrella arroja rayos de luz cuyo brillo queda cuadruplicado por el contraste con la oscuridad. Significa esperanza y júbilo para los fieles, pero severidad para los transgresores de la ley de Dios. Los que todo lo sacrificaron por Cristo están entonces seguros, como escondidos en los pliegues del pabellón de Dios, fueron probados, y ante el mundo y los despreciadores de la verdad demostraron su fidelidad a Aquel que murió por ellos. Un cambio maravilloso se ha realizado en aquellos que conservaron su integridad ante la misma muerte. Han sido librados como por ensalmo de la sombría y terrible tiranía de los hombres vueltos demonios. Sus semblantes, poco antes tan pálidos, tan llenos de ansiedad y tan macilentos, brillan ahora de admiración, fe y amor. Sus voces se elevan en canto triunfal: ‘Dios es nuestro refugio y fortaleza: socorro muy bien experimentado en las angustias. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea conmovida, y aunque bramen y se turben sus aguas, aunque tiemblen las montañas a causa de su bravura’ (Sal. 46:1-3, VM)” (CS 696, 697).
“Desde el cielo se oye la voz de Dios que proclama el día y la hora de la venida de Jesús, y promulga a su pueblo el pacto eterno. Sus palabras resuenan por la tierra como el estruendo de los más estrepitosos truenos. El Israel de Dios escucha con los ojos elevados al cielo. Sus semblantes se iluminan con la gloria divina y brillan cual brillara el rostro de Moisés cuando bajó del Sinaí. Los malos no los pueden mirar. Y cuando la bendición es pronunciada sobre los que honraron a Dios santificando su sábado, se oye un inmenso grito de victoria.
LA NUBE GLORIOSA ENVUELVE AL PRINCIPE DE VIDA
“Pronto aparece en el este una pequeña nube negra, de un tamaño como la mitad de la palma de la mano. Es la nube que envuelve al Salvador... A medida que va acercándose la nube viviente, todos los ojos ven al príncipe de la vida” (CS 698, 699).
Comentarios
Publicar un comentario