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Lección 7: MOTIVADOS POR LA ESPERANZA | El Gran conflicto | Libro complementario

Lección 7 :

MOTIVADOS POR LA ESPERANZA

Sobre la base de su firme creencia en las profecías bíblicas, los reformadores protestantes proclamaron el retorno de Cristo.

Aunque Lutero rechazaba la tendencia a fijar fechas concretas, estaba convencido de que había demasiados indicios en su propia época como para albergar dudas sobre el momento aproximado del fin. En 1526 escribió: "Espero que se acerque el día en que se produzca el advenimiento del gran Dios".

"Un día Lutero vio a sus hijos reunidos en torno a una mesa, y observó cómo les brillaban los ojos mientras miraban con deseo un plato de melocotones. 'Esta —reflexionó—, es una ilustración de todos aquellos que se gozan en la esperanza' [Rom. 12:12]. ¡Ojalá pudiéramos contemplar el día final con la misma feliz y entusiasta actitud!"1

La segunda venida de Cristo ha llenado de alegría los corazones de los creyentes a lo largo de los siglos. Les ha dado esperanza en tiempos de desesperanza, valor en tiempos de debilidad y confianza en tiempos de desafío.

La promesa del regreso de Cristo

Los reformadores protestantes y los peregrinos que partieron desde Holanda hacia el Nuevo Mundo anhelaban el regreso de Jesús. Para ellos, la Segunda Venida era un gozoso acontecimiento que esperaban impacientemente. Wycliffe aguardaba la venida de Cristo como la esperanza de la iglesia. Calvino habló en nombre de todos los reformadores al referirse al glorioso retorno de Cristo como "el más esperanzador de todos los acontecimientos". El pastor puritano Richard Baxter, que influyó en el protestantismo del siglo XVII, expresó su júbilo ante la perspectiva de la venida de Cristo con estas palabras: "Los pensamientos de la venida del Señor son los más dulces y gozosos para mí".2 Para estos hombres y mujeres fieles a Dios, la segunda venida de Cristo era algo que debía abrazarse, no algo que debía temerse. Vivían en la gozosa esperanza del glorioso retorno de Cristo.

La segunda venida de Cristo no se sustenta en vanas especulaciones. No se apoya en un vano deseo ni en filosofías humanas. Se basa en las promesas inmutables, fidedignas y certeras de la Palabra de Dios. La historia entera avanza hacia un momento culminante glorioso, hacia un destino final. La vida tiene un destino, y vamos a encontrarnos con aquel que tiene la respuesta definitiva a todos los problemas de la vida. Sin esta convicción, hay muy poco por lo cual vivir.

Los escritores bíblicos, así como los cristianos de todas las generaciones, creían fervientemente en la promesa del pronto regreso de Cristo. Su segunda venida los inspiró a perseverar en los tiempos más difíciles. Estas son solo algunas de las promesas bíblicas relacionadas con el regreso de Cristo.

Una de las primeras predicciones se encuentra en Judas 14: "También Enoc, el séptimo patriarca a partir de Adán, profetizó acerca de ellos: 'Miren, el Señor viene con millares y millares de sus santos'" (NVI). El salmista David, mil años antes de la primera venida de Jesús, profetiza que "vendrá nuestro Dios y no callará" (Sal. 50:3). En Isaías 35:4, el profeta anima a Israel con estas palabras: "Digan a los de corazón temeroso: Sean fuertes y no teman, porque su Dios viene para destruir a sus enemigos; viene para salvarlos" (NTV). Sofonías se hace eco de la esperanza de la segunda venida de Cristo en su generación: "Cerca está el día grande del Señor, cerca y muy presuroso" (Sof. 1:14).

A todo lo largo del Nuevo Testamento, el apóstol Pablo comparte una y otra vez la esperanza de la segunda venida de Cristo. En 1 Tesalonicenses 4:16-18 declara: "El Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que aún vivamos y hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes, para recibir en el aire al Señor, y así estaremos con el Señor siempre. Por lo tanto, anímense unos a otros con estas palabras" (RVC). ¡Qué esperanza! La muerte no es el final. La vida no es un viaje a la nada. Un día, Cristo vendrá y las tumbas se abrirán de par en par. Los muertos en Cristo resucitarán y, junto con los justos vivos, ascenderán al Cielo.

Por encima de todos los autores bíblicos está Jesús, que nos prometió su regreso. A sus discípulos les dirigió estas esperanzadoras palabras: "No se angustien. Confíen en Dios y confíen también en mí. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas. Si no fuera así, ¿les habría dicho yo a ustedes que voy a prepararles un lugar allí? Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté" (Juan 14:1-3, NVI). Refiriéndose al brillo esplendoroso de su regreso, Jesús declaró: "Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras" (Mat. 16:27).

Es fácil comprender por qué la segunda venida de Cristo ha generado tanta esperanza y alegría entre los cristianos creyentes en la Biblia. Esta señala el fin de la enfermedad, el sufrimiento y la muerte. Como afirma Elena de White, es la esperanza bienaventurada:

La venida del Señor ha sido en todo tiempo la esperanza de sus verdaderos seguidores. La promesa de despedida del Salvador sobre el Monte de los Olivos, de que volvería, iluminó el futuro para sus discípulos y llenó sus corazones con gozo y esperanza que las penas no podían apagar ni las pruebas disminuir. Entre los sufrimientos y las persecuciones," la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo' era la 'esperanza bienaventurada'" (Tito 2:13). Cuando los cristianos de Tesalónica, agobiados por el dolor, enterraban a sus amados que habían esperado vivir hasta ser testigos de la venida del Señor, Pablo, su maestro, les recordaba la resurrección, que se verificaría cuando viniese el Salvador. Entonces los muertos en Cristo resucitarían, y juntamente con los vivos serían arrebatados para recibir a Cristo en el aire. Y dijo: "Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos pues los unos a los otros con estas palabras" (1 Tes. 4:16-18).4'

La Biblia concluye con las palabras de Jesús a Juan, el apóstol exiliado: "Ciertamente vengo en breve"; y la sentida respuesta de Juan el revelador: "¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!" (Apoc. 22:20).

Anticipar el momento

Aunque los reformadores protestantes creían en el retorno literal, visible, audible y glorioso de Cristo, esta verdad bíblica se había distorsionado desde la época de los apóstoles. El pensamiento religioso popular del siglo XIX afirmaba que Cristo vendría para establecer su reino en la Tierra y dar paso a mil años de paz. Esto condujo a un letargo espiritual y a una actitud apática hacia los valores espirituales.

Una breve mirada retrospectiva revela que esta actitud respecto al Mesías también estaba presente en el primer siglo. En tiempos de Cristo, los discípulos malinterpretaron la naturaleza de su venida. Pensaban que el Mesías vendría como un general conquistador que derrotaría a sus enemigos romanos. Buscaban un redentor que quebrantara el yugo de la esclavitud romana, no uno que los, liberara de la condena y los grilletes del pecado. No entendieron la forma en la que vendría.

Pero tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento son muy claros. Cuando Cristo vino (a primera vez como un bebé en el pesebre de Belén, muy pocas personas discernieron su venida. Cuando venga por segunda vez, "todo ojo lo verá" (Apoc. 1:7). Todo oído oirá el toque de trompeta de su regreso (1 Tes. 4:16, 17). Todo ser humano del planeta contemplará la gloria del Señor (Mat. 16:27). No debemos confundirnos respecto a la naturaleza de la venida de Cristo.

Una de las verdades más solemnes y gloriosas reveladas en la Biblia es la de la segunda venida de Cristo para completar la gran obra de la redención. Al pueblo peregrino de Dios, que por tanto tiempo hubo de morar "en la región y sombra de muerte", le es dada una valiosa esperanza inspiradora de alegría con la promesa de la venida del Ser que es "la resurrección y la vida" para hacer "volver a su propio desterrado". La doctrina del segundo advenimiento es verdaderamente la nota tónica de las Sagradas Escrituras. Desde el día en que la primera pareja se alejara apesadumbrada del Edén, los hijos de la fe han esperado la venida del Prometido que había de aniquilar el poder del Destructor y volverlos a llevar al Paraíso perdido.3

El mensaje del pronto regreso de Cristo es un llamado urgente a que cada uno de nosotros examine su corazón y evalúe su vida espiritual. Es un llamado a vivir de manera consagrada a la luz del próximo retorno de Cristo. No puede haber neutralidad a la luz de la gloria del retorno de Cristo.

Un reformador surge en los Estados Unidos

Del mismo modo en que Dios utilizó a los reformadores protestantes para redescubrir la verdad sobre la justificación solo por la fe en Cristo, utilizó a William Miller para redescubrir la verdad sobre cómo sería la segunda venida de Jesús. Elena de White describe a Miller de esta manera: "Un agricultor íntegro y de corazón recto, que había sido inducido a dudar de la autoridad divina de las Escrituras, pero que deseaba sinceramente conocer la verdad, fue el hombre especialmente elegido por Dios para dar principio a la proclamación de la segunda venida de Cristo"4 A medida que Miller estudiaba las Escrituras, fue descubriendo a un Cristo que lo amaba más de lo que podía imaginar. Su testimonio personal fue: "En la Biblia encontré revelado todo lo que mi corazón podía desear y un remedio para cada enfermedad del alma. Perdí todo gusto por otras lecturas, y apliqué mi corazón a obtener sabiduría de Dios"5 Con su Biblia, una concordancia, un bolígrafo y un cuaderno, empezó a leer en el Génesis y no se apresuraba en la lectura hasta que podía comprender plenamente el pasaje que tenía entre manos.

Conforme Miller estudiaba, se le fueron abriendo los misterios de la Biblia. Siguió el consejo del apóstol Pablo de discernir las Escrituras con las mismas Escrituras (1 Cor. 2:13). Leyó pasaje tras pasaje, buscando respuestas a pasajes difíciles en otros versículos relacionados de la Biblia. Buscó como quien busca un tesoro escondido y fue ricamente recompensado. El Espíritu Santo abrió la Palabra de Dios a su comprensión. Se acercó a la profecía con la misma diligencia en el estudio de la Biblia que a los demás pasajes bíblicos que estudiaba.

Miller llegó a la conclusión de que el mismo Espíritu Santo que inspiró los Evangelios inspiró las profecías de Daniel y Apocalipsis. Comprendió que los símbolos de estos libros proféticos no están envueltos en el misterio. Un Dios amoroso nos dio su palabra profética para prepararnos para los acontecimientos culminantes que pronto se desarrollarían en este mundo. William Miller creía firmemente que la profecía es su mejor intérprete. Los símbolos de la profecía los revela (a propia Biblia. Las bestias representan reyes o reinos (Dan. 7:17, 23), el viento representa destrucción (Jer. 49:36, 37), el agua representa pueblos o naciones (Apoc. 17:15), y una mujer representa al pueblo de Dios (Jer. 6:2; Efe. 5:22-32).

Períodos proféticos

Aparte de estas herramientas proféticas, Miller también se dio cuenta de que las profecías de tiempo de Daniel y Apocalipsis están dadas en lenguaje simbólico, en el que un día profético representa un año literal (Núm. 14:34; Eze. 4:6). Al poner en práctica estos principios de interpretación bíblica, se sorprendió al descubrir una verdad asombrosa sobre el momento de la venida de Cristo.

Estaba fascinado con la cronología de las Escrituras y descubrió que los acontecimientos que habían predicho los antiguos profetas se cumplieron en el momento previsto. Observó los 120 años que faltaban para el Diluvio en tiempos de Noé, los 400 años de la habitación de la descendencia de Abraham en Egipto, los 40 años de peregrinación de Israel por el desierto, los 70 años de cautiverio de Israel y las 70 semanas de Daniel "determinadas" sobre el pueblo judío (Gén. 6:3; 15:13; Núm. 14:34; jer. 25:11; Dan. 9:24-27).45

También descubrió que los acontecimientos de la vida de Cristo se desarrollaron según el calendario divino. Jesús nació en el momento previsto. Como declaró el apóstol Pablo en Gálatas 4:4: "cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley". El calendario profético de la vida de Cristo continuó incluso después de su nacimiento. Jesús fue bautizado en el momento previsto (Mar. 1:75) y, según el comentario inspirado de Pablo en Romanos 5:8, también murió en el momento previsto.

Cuando William Miller estudió las porciones proféticas de la Palabra de Dios, comparando cuidadosamente las Escrituras con las mismas Escrituras, llegó a esta conclusión: si Dios tiene un calendario divino en toda la Biblia, y si la vida, el ministerio y la muerte de Jesús forman parte de esta cronología divina, Dios también debe tener un calendario profético en lo que se refiere a la segunda venida de nuestro Señor.

El pasaje que más lo desconcertó fue Daniel 8:14: "Hasta dos mil trescientos días de tardes y mañanas. Entonces el santuario será purificado". William Miller y los primeros adventistas aceptaron la opinión popular de que la purificación del Santuario representaba la purificación de la Tierra por medio del fuego. Estudió diligentemente las Escrituras para comprender un acontecimiento de tan extraordinaria importancia. Descubrió el vínculo entre Daniel 8 y Daniel 9. Al final de Daniel 8, el ángel Gabriel recibió la orden de explicarle a Daniel "el significado de su visión" (vers. 16, NTV). La única parte de toda la visión de Daniel 8 que Daniel no comprendió fue la de los 2.300 días. Poco después, el ángel Gabriel se presentó de nuevo ante Daniel y le dijo: "Daniel, he venido en este momento para que entiendas todo con claridad" (Dan. 9:22, NVI).

Después de mandar a Daniel que "entienda... la palabra" y que alcance "inteligencia de la visión", las primeras palabras del ángel son: "Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad". La palabra traducida aquí por "determinadas" significa literalmente "cortadas de". El ángel declara que las 70 semanas, que representaban 490 años, debían ser "cortadas de" por pertenecer especialmente a los judíos. Pero ¿de dónde fueron cortadas? Como los 2.300 días son el único período de tiempo mencionado en el capítulo 8, deben constituir el período del que fueron cortadas las 70 semanas; por tanto, las 70 semanas deben formar parte de los 2.300 días, y ambos períodos deben comenzar juntos. El ángel declaró que las 70 semanas datan de la salida del edicto para reedificar Jerusalén.6

William Miller se dio cuenta de que, si lograba determinar la fecha de la orden para restaurar y reedificar a Jerusalén, podría desvelar el misterio de la profecía de los 2.300 días. Aprendió que cuando el Imperio de Media y Persia derrocó a Babilonia, tres gobernantes persas emitieron decretos: Ciro, Darío y Artajerjes. El último de estos decretos, promulgado en el año 457 a. C., fue el más completo de los tres. Permitía a los israelitas regresar a su patria, reconstruir Jerusalén y, lo más importante, establecer el servicio del templo. Proporcionaba protección y financiación para su regreso. "Yo decreto que los israelitas de mi reino, incluyendo los sacerdotes y los levitas, que quieran ir contigo a Jerusalén, que vayan." (Esd. 7:13). Este decreto de Artajerjes marca el comienzo de la profecía de los 2.300 días/años.

Tras descubrir el punto de partida de la profecía de Daniel, William Miller leyó entusiasmado Daniel 9:25:

Conoce y entiende que, desde que salga la orden de restaurar y reedificar Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas más sesenta y dos semanas. La plaza y la muralla se reedificarán en tiempos angustiosos.

En esta asombrosa profecía, Daniel predice que "desde que salga la orden de restaurar y reedificar Jerusalén hasta el Mesías", transcurrirían 69 semanas proféticas, es decir, 483 días proféticos o 483 años literales. Dado que el decreto se emitió en el otoño del año 457 a. C., los 483 años se extienden hasta el otoño del año 27 d. C. Nótese que la palabra Mesías significa "el Ungido". En el otoño del 27 d. C., Cristo fue bautizado por Juan y recibió la unción del Espíritu (Hech. 10:36-38). Después de su bautismo, Jesús fue a Galilea, "para proclamar el evangelio del reino de Dios. Decía: 'El tiempo se ha cumplido'" (Mar. 1:14,.15, RVC).

Esta extraordinaria profecía predice entonces la fecha exacta de la crucifixión de Cristo. Daniel pronostica:

Después de las sesenta y dos semanas le quitarán la vida al Mesías, y nada le quedará. [...] En otra semana confirmará el pacto a muchos: y a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda (Dan. 9:26, 27).

En la primavera del año 31 d. C., a mediados de esta última semana profética, tres años y medio después de su bautismo, Jesús fue crucificado. El sistema de ofrendas que durante siglos había apuntado hacia el Cordero de Dios, llegó a su fin con el sacrificio de Cristo en el Calvario. El tipo se había encontrado con el antitipo, y cesaron todos los sacrificios y ofrendas del sistema ceremonial.

Las 70 semanas o 490 años especialmente asignados a los judíos, terminaron en el año 34 d. C. En ese momento, el mensaje de salvación que había sido confiado a Israel fue entregado al mundo. Los discípulos, obligados por la persecución a huir de Jerusalén, "iban por todas partes anunciando el evangelio" (Hech. 8:4). Esto deja 1.810 años aún por cumplirse de la profecía, llevándonos hasta el año 1844 d. C.

William Miller y los primeros adventistas supusieron que Cristo vendría a purificar la Tierra mediante el fuego en 1844. Creyeron que el santuario de Daniel 8:14 era la Tierra, sin comprender que en realidad se trataba del Santuario celestial.

Este hecho plantea la siguiente interrogante: si Dios estaba dirigiendo a William Miller y a los primeros adventistas, ¿por qué permitió que se equivocaran en la interpretación de esta profecía? Elena de White aborda este asunto comparando el error de los primeros adventistas con el de los doce discípulos: "Como los primeros discípulos, Guillermo Miller y sus colaboradores no comprendieron ellos mismos enteramente la importancia del mensaje que presentaban. Los errores que desde hacía largo tiempo se habían establecido en la iglesia les impidieron arribar a una correcta interpretación de un punto importante de la profecía. Por tanto, si bien proclamaron el mensaje que Dios les había confiado para que lo diesen al mundo, sufrieron un desengaño debido a una interpretación equivocada de su significado"47

Continúa explicando cómo la providencia de Dios tomó la interpretación errónea de los milleritas sobre el juicio y la utilizó para llevar a cabo una gran obra en la iglesia.

Sin embargo, Dios cumplió su propósito benéfico al permitir que la advertencia del juicio fuese proclamada precisamente como lo fue. El gran día era inminente, y en la providencia de Dios el pueblo fue probado tocante a un tiempo definido con el fin de revelarles lo que había en sus corazones. El mensaje tenía por objetivo probar y purificar a la iglesia. Los hombres debían ser inducidos a ver si sus afectos estaban puestos en las cosas de este mundo o en Cristo y el cielo. Ellos profesaban amar al Salvador; ahora debían probar su amor. ¿Estarían dispuestos a renunciar a sus esperanzas y ambiciones mundanales, y dar la bienvenida con gozo al advenimiento de su Señor? El mensaje tenía por objetivo capacitarlos para discernir su verdadero estado espiritual; fue enviado misericordiosamente para despertarlos con el fin de que buscasen al Señor con arrepentimiento y humillación.48

Hoy, el mensaje de la hora del juicio y la preparación para el pronto regreso de Cristo es de vital importancia. El llamado del Cielo es a vivir vidas consagradas a la luz del retorno de Jesús. La eternidad está ante nosotros, y Cristo nos invita a vivir con la misma gozosa esperanza que llenaba los corazones de los primeros adventistas.


1  Daniel Waither, "Martin Lutherand the End of the World", Ministry, diciembre de 1951, pp. 17,18.

2  Elena de Whíte, El conflicto de los siglos, p. 348.

3  Ibíd, p. 344.

4  Ib id., p. 363.

5  Sylvester Bliss, Memoirs of William Miller (Boston: JoshuaV. Himes, 1853), p. 67.

- Ibíd., pp. 74, 75.

6  White, El conflicto de los siglos, p. 372.





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