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Lección 9: EL FUNDAMENTO DEL GOBIERNO DE DIOS | El Gran conflicto | Libro complementario


 

Lección 9:

EL FUNDAMENTO DEL GOBIERNO DE DIOS

El antiguo santuario hebreo revelaba hermosamente la misericordia y la justicia de Dios. El santuario contenía tres secciones distintas: el atrio con el altar de bronce, donde se llevaban a cabo los sacrificios, y la fuente de bronce; el Lugar Santo, donde ministraba el sacerdote; y el Lugar Santísimo, donde entraba el sumo sacerdote el Día de la Expiación. El arca del pacto estaba en el Lugar Santísimo. La cubierta de oro del arca se llamaba propiciatorio, y era el lugar donde Dios se reunía con su pueblo.

La presencia de Dios se manifestaba en la gloria de la shekina sobre el propiciatorio, que representaba su trono. Dentro del arca misma, en la base del «trono», estaban los diez mandamientos, escritos en tablas de piedra (Éxodo 25: 16). En la presencia del trono de Dios, hay misericordia, pero también hay justicia.

En visión, el apóstol Juan vio «el templo de Dios […] abierto en el cielo, y el Arca de su pacto» (Apocalipsis 11: 19). El Conflicto de los siglos contiene el siguiente comentario:

«Cuando fue abierto el templo de Dios en el cielo, se vio el arca de su pacto. En el lugar santísimo, en el santuario celestial, es donde se encuentra inviolablemente encerrada la ley divina, la ley promulgada por el mismo Dios entre los truenos del Sinaí y escrita con su propio dedo en las tablas de piedra.

 »La ley de Dios que se encuentra en el santuario celestial es el gran original del que los preceptos grabados en las tablas de piedra y consignados por Moisés en el Pentateuco eran copia exacta. Los que llegaron a comprender este punto importante fueron inducidos a reconocer el carácter sagrado e invariable de la ley divina». 54

A medida que los primeros creyentes adventistas fueron estudiando las enseñanzas bíblicas sobre el santuario, se fueron dando cuenta de la importancia de la ley de Dios y descubrieron el sábado. Llegaron a la conclusión de que, si la ley de Dios estaba representada en el arca de la alianza del santuario celestial, no había sido abolida en la cruz. Volvieron a estudiar la doctrina del Nuevo Testamento sobre la ley de Dios y descubrieron la clara instrucción de Jesús: «Si me aman, obedezcan mis mandamientos» (Juan 14: 15, NTV). Consideraron la advertencia de Jesús en Mateo 5: 17: «No piensen ustedes que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir» bajo una nueva luz (RVC). Comprendieron que «el pecado es transgresión de la ley» (1 Juan 3: 4, NVI) y que la obediencia a Cristo requiere la obediencia a su ley (Romanos 3: 28-31). Tras redescubrir la perpetuidad de los diez mandamientos en el Lugar Santísimo del santuario celestial, reconocieron la importancia de guardar el sábado.

En realidad, los adventistas del séptimo día se apoyan en los hombros de los reformadores protestantes que defendieron la santidad de la ley de Dios. Martín Lutero, Melanchton, Calvino y Wesley enseñaron que la gracia de Dios conduce a la obediencia. Wesley hizo este poderoso llamado citando Mateo 5: 17:

«“No piensen ustedes que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir” […]. Nuestro Señor, a la verdad, vino a destruir, a disolver y a abolir para siempre el ritual o la ley ceremonial dada por Moisés a los hijos de Israel, que contenía todos los preceptos y ordenanzas relativos a los antiguos sacrificios y al servicio del templo […]. Pero el Señor no derogó la ley moral contenida en los diez mandamientos, y hecha respetar por los profetas. El objeto de su venida no fue revocar ninguna de sus partes. Esta es una ley que no se puede abrogar nunca, que está firme como el testigo fiel en el cielo. La ley moral descansa sobre una base muy diferente del cimiento de la ley ceremonial o ritual que se designó temporalmente como rémora para un pueblo desobediente y de cerviz dura, mientras que la primera existe desde el principio del mundo, estando escrita no en tablas de piedra, sino en los corazones de todos los humanos desde que salieron de las manos del Creador. Si bien las letras que Dios escribió con su dedo están en gran parte desfiguradas por el pecado, no obstante, no se podrán borrar por completo, mientras que tengamos alguna conciencia del bien y del mal. Cada una de las partes de esta ley debe permanecer vigente en todas las épocas del género humano, puesto que no depende del tiempo o del lugar, o de cualquiera circunstancia que pueda cambiar, sino de la naturaleza de Dios y de la naturaleza humana, y de las relaciones que existen entre ambas». 55

Los comentarios de Wesley están en armonía con la enseñanza de las Escrituras. A lo largo de los Salmos, por ejemplo, David habla de la naturaleza eterna de la ley de Dios. Ora: «Con todo mi corazón te he buscado; no me dejes desviar de tus mandamientos» (Salmo 119: 10).

Los diez mandamientos no eran para David una obligación legalista y onerosa. Escribe: «Me regocijaré en tus mandamientos, los cuales he amado», y luego añade: «Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos» (versículos 47, 98). El salmo termina con la proclamación de David: «No me he olvidado de tus mandamientos» (versículo 176).

La transcripción del carácter de Dios

Como la ley de Dios es una transcripción de su carácter, el fundamento de su trono y la base moral de la humanidad, Satanás odia los diez mandamientos. Él sabe que, si puede socavar la ley de Dios, se desgarrará el tejido moral de la sociedad. El fundamento mismo de las sociedades civiles se vendría abajo. ¿Qué pasaría si ninguna sociedad tuviera leyes? Reinaría la anarquía. Nuestras posesiones, nuestras tierras, nuestras familias, nuestras reputaciones y nuestras propias vidas estarían en constante peligro. La ley es la norma de conducta inmutable de Dios y se halla en el centro del conflicto final entre el bien y el mal en el universo.

El conflicto final entre el bien y el mal gira en torno a la lealtad a Cristo manifestada en la obediencia a su ley. El gran conflicto que se libra en el universo tiene que ver con el carácter de Dios. Satanás afirma que Dios es injusto, desleal y falto de amor. Afirma que Dios da órdenes que no se pueden cumplir y que no es más que un tirano iracundo. La ira vengativa del dragón se derrama sobre un remanente fiel que, por la gracia de Cristo y por su poder, vive de manera piadosa y obediente (Apocalipsis 12: 17).

En Apocalipsis 12 se representa a Satanás como un dragón porque él desea destruir al pueblo de Dios, y como una serpiente porque hará todo lo posible por engañarlo. Es el «padre de la mentira» (Juan 8: 44, NTV). Uno de sus engaños más astutos es la teoría de la evolución, ya que en ella se descarta la necesidad de un Creador. Enseña que los seres humanos evolucionaron a partir de formas de vida inferiores mediante procesos naturales que se gestaron durante millones de años. No es casualidad que al mismo tiempo que Charles Darwin desarrollaba su teoría de la evolución y escribía el primer borrador de El origen de las especies en la década de 1840, Dios estaba suscitando el movimiento adventista para conducir a los hombres y mujeres de vuelta a la ley de Dios y al sábado, que llama a todas las personas en todo lugar a adorar a su Creador.

En Apocalipsis 14, el apóstol Juan, desterrado en la rocosa y estéril isla de Patmos, escribió sobre tres ángeles. «Vi a otro ángel que volaba en medio del cielo, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los que habitan en la tierra: a toda nación y raza y lengua y pueblo. Decía a gran voz: “¡Teman a Dios y denle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio! Adoren al que hizo los cielos y la tierra y el mar y las fuentes de las aguas”» (Apocalipsis 14: 6, 7, RVA-2015). El primer ángel llama a todos los pueblos a adorar al Creador. El fundamento mismo de la adoración es el hecho de que Dios nos creó, y la señal eterna de su autoridad creadora es el sábado (Génesis 2: 1-3; Ezequiel 20: 12, 20; Apocalipsis 4: 11).

Jesús es digno de nuestra adoración, no solo porque nos creó, sino también porque nos redimió. La creación y la redención constituyen el núcleo de toda adoración verdadera. Por lo tanto, el sábado es un eslabón vital para comprender el plan de salvación. El sábado habla del cuidado de un Creador y del amor de un Redentor.

Al concluir la semana de la Creación, Dios descansó y se regocijó en la belleza y majestuosidad del mundo que había creado. También descansó como ejemplo para nosotros. El sábado es una pausa semanal para alabar a Aquel que nos hizo. Al adorar en sábado, abrimos nuestro corazón para recibir la bendición especial que él depositó en ese día y en ningún otro.

El sábado nos recuerda que no somos huérfanos cósmicos en un globo rocoso que gira. Apunta hacia un Creador que nos hizo con un propósito y nos amó demasiado como para abandonarnos si nos desviamos de ese propósito. El sábado nos recuerda a Aquel que nos provee de todas las cosas buenas de la vida.

El sábado es un símbolo eterno de nuestro descanso en Dios. Es una señal especial de lealtad al Creador. Más que un requisito arbitrario y legalista, revela que el verdadero descanso de la justificación por las obras reposa en él. El sábado habla de un Dios que nos invita a descansar en sus logros. El verdadero descanso del sábado es el descanso de la gracia en los brazos amorosos de Aquel que nos creó, Aquel que nos redimió y Aquel que vendrá de nuevo a buscarnos.

El mensaje de Apocalipsis 14, el mensaje de Dios sobre el final de los tiempos, nos llama a descansar en su amor y en su cuidado cada sábado. El sábado es un símbolo de descanso, no de obras; de gracia, no de legalismo; de seguridad, no de condena; y de dependencia de él, no de nosotros mismos. Cada sábado nos regocijamos en su bondad y lo alabamos por la salvación que únicamente se puede encontrar en Cristo.

El sábado es también el vínculo eterno entre la perfección del Edén en el pasado y la gloria de los nuevos cielos y la nueva tierra en el futuro. El sábado es un recordatorio de que el esplendor del Edén será restaurado algún día.

El alejamiento

Según el apóstol Pablo, habrá algunos que «se apartarán de la fe» (1 Timoteo 4: 1, NTV). El poder del anticristo se levantará «contra todo lo que se llama Dios» y se sentará «en el templo de Dios como Dios» (2 Tesalonicenses 2: 4). Este lenguaje es propio del santuario. Como ya se ha dicho, cuando el apóstol Juan miró al cielo en visión profética, vio el templo abierto y el arca de la alianza, que contiene los diez mandamientos de Dios.

Este poder anticristiano, también llamado el «hombre de pecado» o el «impío» (versículos 3, 9), se ensalza a sí mismo a la par de Dios al pretender cambiar la ley que Dios escribió con su propio dedo en tablas de piedra. El conflicto final, pues, gira en torno a la lealtad a Dios revelada en la obediencia a su ley.

En conformidad con la ley de Dios, el primer ángel de Apocalipsis 14 clama a gran voz: «¡Teman a Dios y denle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio! Adoren al que hizo los cielos y la tierra y el mar y las fuentes de las aguas» (versículo 7, RVA-2015). El llamado del cielo es a dar nuestra suprema lealtad y adoración sincera al Creador a la luz del juicio cósmico que se desarrolla en el cielo.

En Apocalipsis 14: 8, un segundo ángel declara: «Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación». Babilonia representa un sistema religioso apóstata que ha sustituido la verdad por falsedades. Ha rechazado el mensaje del primer ángel, por lo que el mensaje del segundo ángel anuncia que ha caído del favor de Dios. En Apocalipsis 14: 9, el tercer ángel advierte contra la adoración de «la bestia».

En términos inequívocos, el apóstol Juan presenta dos formas de adoración y una solemne elección que hay que hacer: adorar al Creador y vivir, o adorar a la bestia y morir. Cada habitante del planeta Tierra tomará la decisión final e irrevocable sobre a quién debe su total lealtad: a Jesús o a Satanás.

La prueba final

Hoy en día, hay millones de personas que saben poco o nada sobre este conflicto de los últimos días relacionado con la ley de Dios. Guardan de manera sincera el primer día de la semana: el domingo. Pero según Apocalipsis 14: 6, 7, el mensaje de Jesús sobre la verdad eterna será proclamado hasta los confines de la tierra. Apocalipsis 18: 1 habla de un tiempo en que la tierra será «alumbrada con su gloria», y Habacuc 2: 14 revela que «la tierra se llenará del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar».

Será en ese momento, cuando todos los habitantes del planeta Tierra hayan tenido la oportunidad de conocer la verdad de la Palabra de Dios y elegir de qué lado están, que se impondrá la marca de la bestia. Elena G. de White aclara este asunto en El conflicto de los siglos:

«Pero los cristianos de las generaciones pasadas observaron el domingo creyendo guardar así el día de descanso bíblico; y ahora hay verdaderos cristianos en todas las iglesias, sin exceptuar la católica romana, que creen honradamente que el domingo es el día de reposo divinamente instituido. Dios acepta su sinceridad de propósito y su integridad. Pero cuando la observancia del domingo sea impuesta por la ley, y que el mundo sea ilustrado respecto a la obligación del verdadero día de descanso, entonces quien transgreda el mandamiento de Dios para obedecer un precepto que no tiene mayor autoridad que la de Roma, honrará con ello al papado por encima de Dios: rendirá homenaje a Roma y al poder que impone la institución establecida por Roma: adorará la bestia y su imagen. Cuando las personas rechacen entonces la institución que Dios declaró ser el signo de su autoridad, y honren en su lugar lo que Roma escogió como signo de su supremacía, ellos aceptarán de hecho el signo de la sumisión a Roma, “la marca de la bestia”. Y solo cuando la cuestión haya sido expuesta así a las claras ante los seres humanos, y ellos hayan sido llamados a escoger entre los mandamientos de Dios y los mandamientos de los hombres, será cuando los que perseveren en la transgresión recibirán “la marca de la bestia”». 56

El pueblo del tiempo del fin

En contraste con el grupo que recibe la marca de la bestia, Juan describe a un grupo de creyentes de los últimos días que son leales a Dios en el último conflicto de la Tierra. «Aquí está la perseverancia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús» (Apocalipsis 14: 12). Perseverancia significa «resistencia», y los «santos» de este pasaje son los creyentes de Dios de los últimos tiempos. La cualidad de la fe de Jesús, que llena los corazones de su pueblo, los sostendrá durante el tiempo de angustia que se avecina.

Dios tendrá un pueblo en los últimos tiempos que le será leal frente a la mayor oposición y la más despiadada persecución que jamás se haya escenificado en la historia del mundo. Con amor y lealtad, vivirán vidas obedientes, enfocadas en Dios y llenas de su gracia. La adoración al Creador se opondrá directamente a la adoración a la bestia y encontrará su expresión en el cumplimiento de los mandamientos de Dios.

Los seguidores comprometidos del Salvador no solo tendrán fe en Jesús, sino que también tendrán la fe de Jesús. La fe de Jesús es una fe tan profunda, tan confiada y tan comprometida, que ni los demonios del infierno ni todas las pruebas de la Tierra pueden perturbarla. Es una fe que confía cuando no se puede ver, que cree cuando no hay explicación posible, y que espera cuando no se puede entender. Esta fe de Jesús es en sí misma un don que recibimos por fe. Nos llevará a través de la crisis que se avecina. Cuando estalle la crisis final y nos enfrentemos a un boicot económico, a la persecución, al encarcelamiento y a la propia muerte, la fe de Jesús nos llevará a través de las últimas horas de la Tierra hasta que él regrese.

 

 

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