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Lección 13: EL TRIUNFO DEL AMOR DE DIOS | El Gran conflicto | Libro complementario

Lección 13:

EL TRIUNFO DEL AMOR DE DIOS

Podemos afrontar el futuro con esperanza. Aunque nos esperan tiempos difíciles, llegará un día mejor en el que podremos disfrutar de una vida con sentido, propósito y alegría. La esperanza levanta el espíritu y nos mantiene en pie a pesar de los retos a los que nos enfrentemos. Es esa cualidad intangible que ve más allá de los problemas de la vida, hacia un mañana mejor. Anticipa lo mejor de la vida, aunque estemos afrontando lo peor de la vida. Ve más allá de lo que es, hacia lo que será.

Un proverbio africano dice: «La esperanza es el pilar del mundo».  El proverbio da en el clavo. Sin esperanza, este mundo va camino a la ruina. Sin esperanza, los cimientos de la sociedad se derrumban. Sin esperanza, vivimos la vida en silenciosa desesperación. Franklin D. Roosevelt fue el trigésimo segundo presidente de los Estados Unidos, ejerciendo su cargo desde 1933 a 1945, durante uno de los periodos más difíciles de la historia del país. Estaba paralizado por la poliomielitis y se le hacía imposible caminar sin ayuda. En una ocasión dijo: «Siempre hemos mantenido la esperanza, la creencia, la convicción, de que hay una vida mejor, un mundo mejor, más allá del horizonte». 75 Albert Einstein, uno de los hombres más brillantes del mundo, escribió: «Aprende del ayer, vive el presente, espera el mañana». 76

El amor inquebrantable de Cristo no fallará en el momento de mayor aflicción de la historia del universo. El triunfo completo y total de Cristo sobre los poderes del mal nos asegura su victoria definitiva en el gran conflicto entre el bien y el mal. El último libro de la Biblia, el Apocalipsis, nos da esperanza para hoy, mañana y siempre.

Esperanza en tiempos de angustia

La Biblia empieza con la historia de un mundo perfecto en Génesis y termina con un mundo perfecto en Apocalipsis. Entre los capítulos iniciales de la Biblia y sus capítulos finales, la humanidad se ve inmersa en un terrible conflicto entre el bien y el mal. En el Edén, el pecado abrió una puerta de dolor, enfermedad y sufrimiento que Dios quería mantener cerrada para siempre. Es allí, en el Jardín donde encontramos la promesa divina del Salvador venidero para liberar a la humanidad de las garras del pecado.

La batalla entre el bien y el mal se pone de manifiesto en el nacimiento, la vida, la muerte y la resurrección de Cristo. Satanás utilizó todas las armas posibles de su arsenal para tentar y destruir a Jesús, pero en cada tentación, Jesús salió victorioso. El conflicto final llegó a la cruz, donde Jesús cargó con la culpa, la condena y el pecado de toda la humanidad. En este tiempo de angustia, Cristo no podía ver a través de las puertas del sepulcro. Por la fe, confió en su relación con el Padre. Ahora se acerca otro tiempo de angustia para el pueblo de Dios, en el que nosotros también debemos resistir por la fe, confiando en el amor del Padre. El profeta Jeremías escribe:

«¡Ah, cuán grande es aquel día! Tanto, que no hay otro semejante a él. Es un tiempo de angustia para Jacob, pero de ella será librado» (Jeremías 30: 7).

 Elena G. de White escribe: «La noche de la aflicción de Jacob, cuando luchó en oración para ser librado de manos de Esaú (Génesis 32: 24-30), representa la prueba por la que pasará el pueblo de Dios en el tiempo de angustia». 77 Jacob pecó gravemente cuando engañó a su padre. Ahora, de regreso a casa, su hermano Esaú se acercaba con un grupo de hombres armados. La vida de Jacob estaba en peligro. Sabía que la única solución era la liberación divina, por lo que suplicó a Dios hasta que tuvo la seguridad de que su oración había sido atendida. En los tiempos de angustia que se avecinan, nuestra esperanza está anclada en Cristo. Debemos aferrarnos a él como nuestra única esperanza y poderoso Libertador.

Sin Jesús, será imposible resistir en el tiempo de angustia que se aproxima. La única preparación para el tiempo de angustia es mantener una relación personal con Jesús tan profunda que nada pueda cambiarla. Al igual que Jesús, debemos tener un compromiso de entrega total al Padre. No había nada en el corazón de Cristo que respondiera a los engaños de Satanás. «Satanás no pudo encontrar nada en el Hijo de Dios que le permitiera ganar la victoria […]. No hubo en él ningún pecado de que Satanás pudiese sacar ventaja. Esta es la condición en que deben encontrarse los que han de poder subsistir en el tiempo de angustia». 78

Hay quienes tienen la falsa creencia de que debemos enfrentarnos solos a la ira de Satanás en el tiempo de angustia. Han malinterpretado el concepto de vivir el tiempo de angustia sin un mediador. La razón por la que Jesús cesa su mediación en el santuario celestial es porque cada persona ha tomado su decisión final a favor o en contra de Cristo (Apocalipsis 22: 11, 12). Pero esto no significa en absoluto que vayamos a estar solos durante ese tiempo, confiando en nuestra propia fuerza. El Salmista comparte promesas maravillosamente esperanzadoras sobre la protección de Dios en el tiempo de angustia tras el fin del tiempo de prueba humano. Dediquemos un momento a leer el Salmo 91. Fortalecerá nuestra fe para los días venideros. Durante el tiempo de angustia, nuestro único deseo es vivir con Jesús para siempre.

Esperanza en el pronto regreso de Jesús

La esperanza del retorno de Jesús es uno de los grandes pilares de la Biblia. Es la esperanza del cristiano. Eleva nuestra mirada de los problemas de la Tierra a las alturas de la eternidad. Jesús animó a sus discípulos con estas palabras: «No se angustien. Confíen en Dios y confíen también en mí. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas. Si no fuera así, ¿les habría dicho yo a ustedes que voy a prepararles un lugar allí? Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté» (Juan 14: 1-3, NVI). Cuando llegue el tiempo de angustia no tenemos por qué angustiarnos, porque Jesús vendrá pronto.

La expresión: «No se angustien» nos da la seguridad de que la promesa es certera. Este mundo no es nuestro hogar definitivo. Vivimos en la espera del advenimiento. Uno de cada veinticinco versículos del Nuevo Testamento habla del regreso de nuestro Señor. Cuando los días son sombríos y las promulgaciones opresivas de un poder político-religioso amenacen nuestra vida, la promesa de la venida de Cristo llenará nuestro corazón de esperanza. Esta es «la esperanza bienaventurada» que ha inspirado al pueblo fiel de Dios en todas las generaciones (Tito 2: 13). Esta es la esperanza que arde en nuestro corazón de que se aproxima un día mejor.

Solo dos respuestas 

Dios nos ha dado a cada uno de nosotros múltiples oportunidades de salvación en esta vida. Cuando Jesús regrese, cada individuo habrá tomado ya una decisión final e irrevocable. Un grupo levantará la vista y declarará con alegría: «¡He aquí, este es nuestro Dios! Le hemos esperado, y nos salvará» (Isaías 25: 9). El otro grupo llorará ante su regreso y clamará «a las montañas y a las rocas: “Caigan sobre nosotros y escóndannos del rostro de aquel que se sienta en el trono, y de la ira del Cordero”» (Apocalipsis 6: 16, NTV). Estas dos reacciones revelan las horribles consecuencias del pecado y las maravillosas provisiones de la gracia.

La rebelión contra Dios genera miedo, culpa, condenación y pérdida eterna. Aceptar su gracia salvadora conduce al perdón, la paz y la alegría eterna en su glorioso retorno. Redimidos por la gracia, transformados por el amor y cambiados por el Calvario, alabaremos al Cristo de la cruz a través de las edades incesantes. Elena G. de White lo expresa con gran elocuencia: «La cruz de Cristo será la ciencia y el canto de los redimidos durante toda la eternidad. En el Cristo glorificado, contemplarán al Cristo crucificado […]. El hecho de que el Hacedor de todos los mundos, el Árbitro de todos los destinos, dejará su gloria y se humillará por amor a los seres humanos, despertará eternamente la admiración y adoración del universo. Cuando las naciones de los salvos miren a su Redentor y vean la gloria eterna del Padre brillar en su rostro; cuando contemplen su trono, que es desde la eternidad hasta la eternidad, y sepan que su reino no tendrá fin, entonces prorrumpirán en un cántico de júbilo: “¡Digno, digno es el Cordero que fue inmolado, y nos ha redimido para Dios con su propia preciosísima sangre!”». 80

¡Qué clase de amor! ¡Un amor incomparable! Su amor finalmente es vencedor.

El Cristo victorioso

Cristo saldrá victorioso en la última guerra de la Tierra. Su pueblo, aunque oprimido y perseguido, triunfará. Su plan para este mundo se cumplirá. Apocalipsis 19 termina con una espectacular descripción del regreso de Jesús. Vuelve como «REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES» (versículo 16). Los malvados son consumidos por el resplandor de su venida. Pero la historia no termina allí. Hay una escena más en el gran conflicto antes de que la armonía reine en todo el universo nuevamente y para siempre.

Apocalipsis 20 nos adentra en un periodo que durará mil años, conocido como el milenio. Apocalipsis 20: 1-3 describe la escena de esta manera: «Vi un ángel que descendía del cielo con la llave del abismo y una gran cadena en la mano. Prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el Diablo y Satanás, y lo ató por mil años. Lo arrojó al abismo, lo encerró y puso un sello sobre él, para que no engañara más a las naciones hasta que fueran cumplidos mil años».

Las imágenes de estos versículos son simbólicas. Satanás no será literalmente atado con una cadena y encerrado en un pozo. Durante mil años, estará confinado en esta tierra desolada y despoblada, atado por las circunstancias que él mismo creó. En 2 Pedro 2: 4 leemos que Satanás y sus ángeles fueron reservados para el castigo en «prisiones de oscuridad». Satanás estará confinado en la tierra por una cadena de circunstancias en las que no tendrá a nadie a quien tentar. Durante mil años contemplará la devastación, la destrucción y el desastre que su rebelión provocó.

La palabra griega traducida como «abismo» es la misma palabra utilizada en la Septuaginta, que es la traducción griega del Antiguo Testamento, para describir la tierra en el momento de la Creación. «La tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas» (Génesis 1: 2). Es la misma palabra griega: abussos. Describe una tierra desolada. Este «abismo» no es una caverna subterránea ni un abismo enorme en el universo. Satanás se queda solo con sus ángeles malignos para observar los estragos causados por su rebelión. Dios se está ocupando del problema del pecado de una forma que garantizará al universo que el pecado jamás surgirá por segunda vez (Nahúm 1: 9).

Dios lo hace de tres maneras. En primer lugar, revela su amor ilimitado y sus incesantes esfuerzos por salvar a la humanidad. En segundo lugar, revela su justicia y rectitud. Y, en tercer lugar, permite que el universo vea los resultados finales del pecado y la rebelión.

Durante el milenio, los justos tendrán la oportunidad de observar de primera mano la justicia y el amor de Dios en la forma en que se ha ocupado del problema del pecado (Apocalipsis 20: 4-7). Los redimidos captarán de un modo nuevo, con más fuerza que nunca, los poderosos intentos de Dios por salvar a toda persona que haya vivido. Se darán cuenta de nuevo de que aquellos que están perdidos han rechazado a Cristo, perdiendo así la oportunidad de alcanzar el cielo. Si hay un ser amado o un amigo íntimo que está ausente del cielo, los salvados tendrán la oportunidad de comprender de forma detallada todo lo que hizo Jesús para atraer a esa persona hacia sí.

Al final de los mil años, los que no sean salvos resucitarán para recibir su recompensa final. Incluso entonces no se arrepentirán, sino que se unirán a Satanás para combatir contra Dios (versículos 5, 6).

Según Apocalipsis 20, Satanás volverá a engañar a las naciones, reuniendo a las legiones de los perdidos para atacar la Ciudad Santa cuando descienda del cielo. He aquí cómo describe la escena el apóstol Juan: «Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla. Su número es como la arena del mar. Subieron por la anchura de la tierra y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; pero de Dios descendió fuego del cielo y los consumió» (versículos 7-9).

En este momento, Satanás reúne al vasto ejército de sus seguidores. Aunque ha sufrido derrota tras derrota en el gran conflicto, aún no está dispuesto a poner fin a su rebelión. Sale «a engañar a las naciones», la inmensa multitud de los perdidos. Satanás les inspira un último gran esfuerzo para derrocar a Dios e instaurar su propio reino. La frase Gog y Magog es un símbolo literario para representar a Satanás y a los perdidos de todas las épocas en su ataque contra la ciudad santa de Cristo, la Nueva Jerusalén, al final del milenio. Satanás y sus seguidores rodean «el campamento de los santos y la ciudad amada» (versículo 9).

Al final del milenio, no solo resucitan todos los impíos, sino que la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, desciende a la Tierra desde el cielo. Juan dice: «Y yo, Juan, vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de parte de Dios, ataviada como una esposa hermoseada para su esposo» (Apocalipsis 21: 2). Los santos han estado viviendo y reinando con Cristo en la Nueva Jerusalén durante el milenio. Ahora, al final de los mil años, la ciudad desciende a la Tierra junto con Dios, Jesús, los ángeles y todos los redimidos. Todos están presentes en la batalla final del gran conflicto. ¡El pecado está a punto de ser erradicado de una vez y para siempre!

Satanás y sus ángeles malignos serán destruidos en el lago de fuego. El pecado y los pecadores serán consumidos. Elena G. de White describe este momento sombrío, pero a la vez de gran gozo:

«La obra de destrucción de Satanás ha terminado para siempre. Durante seis mil años obró a su gusto, llenando la tierra de dolor y causando penas por todo el universo. Toda la creación gimió y sufrió en angustia. Ahora las criaturas de Dios han sido libradas para siempre de su presencia y de sus tentaciones. “Toda la tierra descansa tranquila y prorrumpe en gritos de alegría” (Isaías 14: 7, NVI). Y un grito de adoración y triunfo sube de entre todo el universo leal. Se oye “como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas y como la voz de grandes truenos, que decía: ‘¡Aleluya!, porque el Señor, nuestro Dios Todopoderoso, reina’” (Apocalipsis 19: 6)». 81

Para meditar

Por fin, los redimidos experimentarán las alegrías del cielo, liberados de la plaga del pecado:

«Allí [en la Nueva Jerusalén] los redimidos conocerán como son conocidos. Los sentimientos de amor y misericordia que el mismo Dios implantó en el alma, se desahogarán del modo más completo y más dulce. El trato puro con seres santos, la vida social y armoniosa con los ángeles bienaventurados y con los fieles de todas las edades que lavaron sus vestiduras y las emblanquecieron en la sangre del Cordero, los lazos sagrados que unen a “toda familia en los cielos y en la tierra” (Efesios 3: 15), todo eso constituye la dicha de los redimidos.

»Allí intelectos inmortales contemplarán con eterno deleite las maravillas del poder creador, los misterios del amor redentor. Allí no habrá enemigo cruel y engañador para tentar a que se olvide a Dios. Toda facultad será desarrollada, toda capacidad aumentada. La adquisición de conocimientos no cansará la inteligencia ni agotará las energías. Las mayores empresas podrán llevarse a cabo, satisfacerse las aspiraciones más sublimes, realizarse las más encumbradas ambiciones y, sin embargo, surgirán nuevas alturas que superar, nuevas maravillas que admirar, nuevas verdades que comprender, nuevos objetivos que agucen las facultades del espíritu, del alma y del cuerpo». 82

La Biblia comienza con un mundo perfecto en Génesis 1 y 2 y termina con un mundo perfectamente restaurado en Apocalipsis 21 y 22. ¡Qué dicha enorme dará poder unirnos a los redimidos para alabar a nuestro

¡Señor y Salvador, Jesucristo! Las líneas finales de El conflicto de los siglos plasman maravillosamente la maravilla de la salvación: «“A todo lo creado que está en el cielo, sobre la tierra, debajo de la tierra y en el mar, y a todas las cosas que hay en ellos, oí decir: ‘Al que está sentado en el trono y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos’” (Apocalipsis 5: 13).

» El gran conflicto ha terminado. Ya no hay más pecado ni pecadores. Todo el universo está purificado. La misma pulsación de armonía y de gozo late en toda la creación. De Aquel que todo lo creó manan vida, luz y contentamiento por toda la extensión del espacio infinito. Desde el átomo más imperceptible hasta el mundo más vasto, todas las cosas animadas e inanimadas, declaran en su belleza sin mácula y en júbilo perfecto, que Dios es amor».

 

 

 

 

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