RESEÑA
Textos clave: Marcos 11:15, 17; 12:7
Enfoque del estudio: Marcos 11, 12.
Introducción:
Marcos es el más breve de los cuatro evangelios, que narran el ministerio de Jesús. Hasta Marcos 9, el autor habla del ministerio del Maestro en Galilea, su propia región. Sin embargo, a partir de Marcos 10, la narración se desplaza hacia su ministerio en Judea, especialmente en Jerusalén. De camino a la gran ciudad, Jesús explica a sus discípulos la misión que realizará allí. El relato no solo anuncia un cambio en la ubicación del ministerio de Cristo, sino también introduce a los lectores en la última parte del ministerio y la vida de Jesús en la Tierra.
Temática de la lección:
El estudio de esta semana considera algunos incidentes significativos en la vida de Jesús que transcurren en Jerusalén y en relación con el Templo:
1. El anuncio de la pasión por parte de Cristo.
2. La permanencia de Jesús en la región de Judea (Mar. 10), el viaje a Jerusalén y su trascendental entrada en la ciudad.
3. La actividad de Jesús en Jerusalén y en el Templo, escenario de la mayoría de las discusiones registradas en Marcos 11 y 12.
COMENTARIO
El Reino de Dios y los niños
A partir de Marcos 8, Jesús anuncia explícitamente sus inminentes padecimiento y muerte en la cruz. “Entonces empezó a enseñarles que el Hijo del hombre tenía que padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas. Que lo iban a matar, pero que después de tres días resucitaría” (Mar. 8:31).
Jesús sabe que su viaje a Jerusalén es un camino que conduce al sufrimiento y la muerte, pero está decidido a ir allí porque su misión es morir en la cruz para salvar a la humanidad.
Por desgracia, los discípulos no entienden las palabras de Jesús acerca de su misión como cumplimiento directo de la profecía. Piensan que él establecerá un Reino terrenal durante su vida. Por esta razón, discuten acerca de los privilegios o posiciones que podrían obtener en y de tal Reino. Lucas recoge en su Evangelio el desasosiego entre los discípulos cuando la muerte de Jesús defraudó profundamente sus esperanzas y ambiciones. “Nosotros esperábamos que él era el que iba a redimir a Israel. Hoy es el tercer día que esto ha sucedido” (Luc. 24:21), dice uno de ellos. Así, aunque seguido por multitudes, en última instancia Jesús camina en soledad. Solo él comprende el significado de cada una de sus acciones. Como Isaías lo describió cientos de años antes: “He pisado el lagar solo; de los pueblos nadie estuvo conmigo” (Isa. 63:3).
Jesús se traslada a la ciudad de Jerusalén
La ilustre Jerusalén recibe al Mesías sin grandes fanfarrias por parte de sus líderes religiosos y de la gente culta de la nación. Jesús llega sobre un borriquillo. No es reconocido como rey por quienes juzgan su aspecto exterior. Algunos, tal vez los discípulos, gritan de alegría por la llegada del Reino. “Los que iban delante, y los que lo seguían, lo aclamaban: ‘¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el Reino de nuestro padre David que viene! ¡Gloria en las alturas!’ ” (Mar. 11:9, 10). La siguiente parte de la narración de Marcos en el capítulo 11 se enfoca en el Templo, el centro de las ceremonias y los servicios religiosos de toda la nación israelita. Desde la perspectiva de Jesús, el propósito para el cual fue establecido originalmente el Templo se ha vuelto obsoleto. Elena de White lo explica con estas palabras: “Este ritual había sido instituido por Cristo mismo. En todas sus partes, era un símbolo de él; y había estado lleno de vitalidad y hermosura espiritual. Pero los judíos perdieron la vida espiritual de sus ceremonias, y se aferraron a las formas muertas. Confiaban en los sacrificios y los ritos mismos, en vez de confiar en aquel a quien estos señalaban. A fin de reemplazar lo que habían perdido, los sacerdotes y los rabinos multiplicaron los requerimientos de su invención; y cuanto más rígidos se volvían, tanto menos del amor de Dios manifestaban. Medían su santidad por la multitud de sus ceremonias, mientras que su corazón estaba lleno de orgullo e hipocresía” (El Deseado de todas las gentes, p. 21).
Jesús y el Templo
Marcos nos dice: “Y Jesús entró en Jerusalén, en el Templo. Después de observar todas las cosas, y como ya era tarde, se fue a Betania con los doce” (Mar. 11:11; énfasis añadido). Al día siguiente, cuando regresó al Templo, no pudo contener su indignación. “Y al entrar Jesús en el Templo, empezó a echar a los que estaban vendiendo y comprando en el Templo. Volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas” (Mar. 11:15).
Luego, citando las Escrituras, Jesús los denuncia: “¿No está escrito que mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han hecho una cueva de ladrones” (Mar. 11:17). Sin duda, Jesús está indignado por la falta de escrúpulos en las transacciones realizadas en el recinto del Templo. Elena de White comenta sobre este punto: “Los negociantes pedían precios exorbitantes por los animales que vendían, y compartían sus ganancias con los sacerdotes y los gobernantes, quienes se enriquecían así a expensas del pueblo” (ibíd., p. 129).
Al mismo tiempo, sabemos que “todo varón israelita debía pagar un impuesto anual de medio shekel para el Templo. […] Los debates sobre lo que hacían las autoridades del Templo con el excedente de dinero sugieren que las finanzas eran totalmente turbias” (David Instone-Brewer, “Temple and priesthood”, en The world of the New Testament, pp. 203, 204).
Marcos 11:18 centra la atención de sus lectores en los sacerdotes, los dirigentes de los servicios del Templo y los escribas, y en cómo “buscaban la manera de matarlo [a Jesús]”. Qué triste resulta que hayan sido los líderes religiosos quienes dieran inicio al complot para dar muerte a Jesús. Al ser reprendidos así por el Salvador, “debieran haber corregido los abusos que se cometían en el atrio del Templo” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 130). En lugar de escuchar el mensaje de Jesús, los dirigentes religiosos quieren que el mensajero desaparezca. Elena de White también escribe: “Los mismos sacerdotes que servían en el Templo habían perdido de vista el significado del servicio que cumplían. Habían dejado de mirar más allá del símbolo, a lo que significaba. Al presentar las ofrendas de los sacrificios, eran como actores de una pieza de teatro. Los ritos que Dios mismo había ordenado eran trocados en medios de cegar la mente y endurecer el corazón. Dios no podía hacer ya más nada para el hombre por medio de ellos. Todo el sistema debía ser desechado” (ibíd., p. 36).
Al día siguiente, Jesús volvió a entrar en el recinto del Templo (Mar. 11:27). Una vez más, los jefes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos fueron a debatir con él. Discutieron con Jesús acerca de su autoridad y le preguntaron: “¿Con qué autoridad haces estas cosas?” (Mar. 11:28). Jesús les contestó con otra pregunta y evitó así darles una respuesta directa. De hecho, él ya había respondido la misma pregunta en el pasado, pero la actitud de los líderes de Israel no había cambiado desde entonces. Además, Jesús sabía, por la intención de la pregunta de ellos, que solo querían contender con él en lugar de arrepentirse de su orgullo y dureza de corazón. Estaba claro que a través de sus enseñanzas percibían el carácter divino de Jesús: “Maestro, sabemos que eres sincero, que no te dejas llevar por nadie; porque no miras la apariencia de los hombres, sino que enseñas con verdad el camino de Dios” (Mar. 12:14).
En otros casos, los líderes religiosos dirigieron preguntas a Jesús por malicia, como se describe en Marcos 12:13: “Más tarde enviaron a algunos fariseos y herodianos para que sorprendieran a Jesús en alguna palabra”. Los líderes religiosos en conjunto “quisieron prenderlo [a Jesús]” (Mar. 12:12).
En la parábola de la viña (Mar. 12:1-11), Jesús desenmascara con precisión los nefastos planes de los líderes religiosos para quitarle la vida en un futuro próximo. Cristo confirma la perfidia de ellos mediante la parábola y con estas palabras: “Y prendiéndolo, lo mataron y echaron su cuerpo fuera de la viña” (Mar. 12:8). Sin embargo, y en vista de nuestra discusión acerca del Templo, lo más significativo son las palabras de Jesús en el versículo 9, donde él explica lo que sucederá de acuerdo con el plan salvífico de Dios: “Vendrá y destruirá a esos labradores, y dará su viña a otros” (Mar. 12:9). Con la muerte de Cristo, todo el sistema del Tabernáculo llegó a su fin. Todos sus emblemas apuntaban a Jesús. Además, el remanente fiel de Israel continuaría la misión. William L. Lane explica el funesto destino del Israel literal con las siguientes palabras: “En el escenario de la parábola, la consecuencia inevitable del rechazo del hijo era un juicio decisivo y catastrófico. Esto señala el significado crítico del rechazo de Juan y de Jesús, que tan prominentemente se aprecia en [Marcos] 11:27 al 12:12, pues se trata del rechazo de Dios. Sin declarar su propia filiación trascendente, Jesús da a entender claramente que el Sanedrín ha rechazado al último mensajero de Dios y que ello acarreará un desastre. La sagrada confianza depositada originalmente en el pueblo elegido será transferida al nuevo Israel de Dios” (The gospel according to Mark [Grand Rapids: Eerdmans, 1974], t. 2, p. 419).
APLICACIÓN A LA VIDA
¿Qué lecciones prácticas podemos aprender de la limpieza del Templo por parte de Jesús? Considera la siguiente afirmación: “Los atrios del Templo de Jerusalén, llenos del tumulto de un tráfico profano, representaban con demasiada exactitud el templo del corazón, contaminado por la presencia de las pasiones sensuales y de los pensamientos profanos. Al limpiar el Templo de los compradores y los vendedores mundanales, Jesús anunció su misión de limpiar el corazón de la contaminación del pecado, de los deseos terrenales, de las concupiscencias egoístas, de los malos hábitos, que corrompen el alma” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 132).
En Marcos 12:14, uno de los fariseos se dirige a Jesús: “Maestro, sabemos que eres sincero, que no te dejas llevar por nadie; porque no miras la apariencia de los hombres, sino que enseñas con verdad el camino de Dios”. Parece que los líderes religiosos reconocen quién es Jesús y la autoridad de sus enseñanzas. Sin embargo, no están dispuestos a seguirlo y formar parte de su Reino. Pregunta a los miembros de tu clase cómo es posible que los dirigentes reconocieran la autoridad de Jesús y al mismo tiempo lo rechazaran. ¿Cómo se repite actualmente este mismo reconocimiento y rechazo de Jesús?
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