Lección 3:
LA HISTORIA DE FONDO: EL PRÓLOGO
John Reeve
El prólogo del Evangelio de Juan, en Juan 1:1 al 18, comienza y termina con una descripción de la naturaleza divina del Verbo como Dios creador en relación con Dios. El resto del prólogo describe al Verbo como un ser humano en este mundo, identificándolo específicamente como Jesucristo (vers. 17). Así pues, se trata de un comienzo acertado para un libro cuyos objetivos manifiestos son llevar al lector a creer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y que los que crean en él "tengan vida" (Juan 20:31).
Juan presenta primeramente al Verbo eterno como el Creador, plenamente divino (Juan 1:1-3) antes de continuar afirmando que ese mismo Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (vers. 14). La mayor parte del libro está dedicada a mostrar cómo el Verbo actúa e interactúa en la carne: realiza señales, nos revela el amor y la soberanía de Dios, sufre la pasión y sube a la cruz como nuestro Salvador, y al final les garantiza y les da poder a sus discípulos, de ese momento y de ahora, para que den testimonio de sus obras en nuestro favor y de su interacción con nosotros.
La primera pregunta que se nos plantea es: ¿Cuál es la intención de Juan al utilizar el término Logos (Verbo) para identificar al Salvador venidero? Él pudo haber utilizado muchos otros términos y de hecho lo hizo: Dios, Luz, Vida, Jesucristo y monogenes (único, unigénito, hijo único). Pero, en vez de utilizar cualquiera de estos otros términos para referirse a nuestro Salvador, comienza con Logos (Verbo).
Comenzaremos a responder esta pregunta mediante un breve repaso de la amplitud semántica del término logos en el mundo grecorromano del primer siglo de nuestra era.
El término logos podía referirse a una palabra escrita o a una frase, o incluso a un tratado o a un libro entero. Podía utilizarse para designar una palabra hablada, una frase, una disertación o un discurso público. Cuando se usa en plural, puede representar un conjunto de doctrinas o creencias. Se puede referir a una ley o a un conjunto de leyes. También se puede referir al pensamiento (como el pensamiento lógico) y, por consiguiente, a la ubicación del pensamiento humano.
Heráclito de Éfeso, escribiendo en el siglo V a. C., subrayaba que la ley, o el principio, estaba garantizado en el universo mediante un poder divino al que llamaba logos. Aunque Platón tenía mucho que decir sobre el logos, de lo que hablaremos más adelante, son los estoicos quienes habían desarrollado un concepto más amplio de la palabra. En el pensamiento estoico, representado en los escritos de Crisipo, el logos tenía cuatro matices principales en relación con el mundo y la Creación.
En primer lugar, el término logos se utilizaba para identificar la idea del mundo creado en la mente de Dios; en segundo lugar, designaba el poder creador que emanaba de Dios para confeccionar el mundo creado. En tercer lugar, logos se utilizaba también para designar el conjunto del mundo material creado. En cuarto lugar, se utilizaba para describir aquello que permitía a los seres humanos percibir los poderes y los principios del universo y del más allá. El mundo grecorromano del primer siglo tenía una gama semántica sumamente amplia de la palabra logos.
Antes de presentar otros conceptos más filosóficos sobre el logos, es importante abordar un asunto hermenéutico (principios de interpretación bíblica) sobre la relación de Juan con las categorías y los términos filosóficos. En primer lugar, la Biblia no necesita de la filosofía para ser entendida correctamente, como insisten a menudo los escolásticos medievales e incluso muchos intérpretes modernos.
La Biblia es su propio intérprete, y el uso de una palabra en la Biblia debe entenderse en primer lugar tal y como la define el autor que la utiliza en su contexto. A menudo utilizamos el conocimiento histórico para entender el contexto, incluido el conocimiento de los puntos comunes filosóficos dentro del contexto temporal y cultural en el que el escritor bíblico inspirado comunica el mensaje revelado. La historia contribuye a la comprensión del contexto, pero nunca dicta las categorías de lo que se comunica. A menudo, el escritor bíblico corrige la interpretación de sus contemporáneos con la verdad revelada.
Durante dos mil años, al leer el prólogo de Juan, los cristianos han utilizado deliberadamente distintas definiciones filosóficas contemporáneas como base para su interpretación. Nos incumbe, pues, poseer algunos conocimientos filosóficos, no tanto para interpretar el sentido correcto del prólogo de Juan, sino para protegernos de caer inconscientemente en la costumbre de leer a Juan dentro de los confines de la amplia tradición filosófica platónica. Como veremos, Juan corrige el pensamiento platónico en lugar de secundarlo. La hermenéutica adecuada es dejar que Juan defina lo que entiende por Logos y contrastarlo con las expectativas filosóficas.
La visión medio platónica del logos era más precisa que el concepto filosófico más prominente en el mundo grecorromano del primer siglo. Aunque utilizaba en gran medida terminología estoica, se derivaba principalmente del diálogo de Platón titulado Timeo. En él encontramos una de las descripciones más conocidas de Platón sobre la creación del mundo material (que probablemente abarca lo que hoy denominamos "universo").
La imagen básica es la de un Dios único, al que Platón denomina Mónada: el primer numeral, la unidad, porque es el primer principio, y es un poder simple, indiviso e incontenido. La Mónada es completamente trascendente, una mente pura, un espíritu puro, completamente aparte e incapaz de cualquier interacción con el mundo material, perceptible por los sentidos, en el que vivimos. La Mónada, tal como la describe Platón, no tiene conexión ni relación directa con nuestro mundo ni con nosotros. Es todopoderosa, buena e incluso benéfica, pero no se puede percibir como amorosa. Amar exige vulnerabilidad, y la Mónada no la tiene. De hecho, la Mónada podría planificar y diseñar este mundo, pero no podría crearlo realmente porque solo es trascendente.
La Mónada, por lo tanto, emanó la Diada de sí misma. A esta Diada, o segundo, Platón la llama también el Logos y el Demiurgo. Este segundo es lo suficientemente diferente de la Mónada como para tener capacidades de división que le permiten ser tanto inmanente como trascendente. La diferencia le permite ser el artífice de la Creación, el creador "práctico". La diferencia también le permite interactuar con el mundo creado, material y perceptible por los sentidos, con el que la Mónada simplemente no podía interactuar directamente. En el modelo de Platón, la diferencia entre la Mónada y la Diada, o el logos, es lo que permite al logos relacionarse con los seres humanos.
La descripción de Juan del Logos
Con todas estas opciones como significado de Logos en Juan 1, ¿cómo podemos saber cuál es el significado de lo que Juan imaginó cuando eligió la designación de Logos? Escuchemos atentamente cómo presenta Juan al Logos: con Dios y como Dios. Antes de la Creación, ya el Logos existía. Existía con Dios. Existía como Dios. La descripción de Juan se levanta sobre los hombros del uso filosófico de Logos y ¡o corrige.
En Juan 1:1, la palabra "con" denota la unión de al menos dos seres con algún tipo de individualidad. La Persona que Juan describe como el Logos (el Verbo) no es la misma Persona que describe como Theos (Dios), ya que los muestra juntos. Hasta aquí, esto coincide con El Timeo de Platón en lo que se refiere a la individualidad, pero no hay ninguna indicación en Juan 1:1 de que el Logos tenga un origen en este estado previo a la Encarnación. Esto supone una corrección a Platón. El logos de Platón procedía o emanaba de la Mónada. En Juan no hay emanación, no existe una fuente para el Logos; se lo presenta como autoexistente, lo que equivale a Theos. Una corrección mayor a la interpretación de Platón sobre la Mónada y el logos es la siguiente frase: el Logos era Theos.
Que el Logos fuera Theos tiene una explicación simple. A veces en el Nuevo Testamento, Theos se refiere a una Persona que es Dios, como cuando Pablo usa Theos en sus saludos y bendiciones en sus epístolas (por ejemplo, Dios el Padre en Romanos 1:7-9). Pablo también utiliza Theos con la expresión "nuestro Salvador" en Tito 1:3 y 4. El Nuevo Testamento también utiliza Theos para describir una persona y su naturaleza. En este caso, Juan está describiendo al Logos como Dios, utilizando Theos como una palabra de enlace, conectándola con el Logos.
Así pues, Juan expresa la plena divinidad del Logos. El Logos es Dios, en contraposición a la interpretación platónica de la diferencia entre la Mónada y el Logos. Para Juan, el Logos es Dios, con la misma naturaleza que Dios el Padre (la plena divinidad de Cristo se puede encontraren muchos otros pasajes de las Escrituras, como Col. 1:19; 2:9; Fil. 2:5-8; Heb. 1:2,3}.
Del mismo modo, para Platón la Mónada no podía crear porque era intelecto puro y uno sin más. La Diada diferente y divisible, el Logos, podía llevar a cabo la Creación porque era distinta. Pero, para Juan, se requiere plena divinidad -Dios mismo- para crear. La primera frase del libro de Juan se asemeja a la primera frase de la Biblia: "En el principio Dios" (Gén. 1:1, NVI). Aquí, en el Evangelio de Juan, se lee: "En el principio era el Verbo" (Juan 1:1). El lector entendido de la Escritura establecida no puede dejar de reconocer la noción de que este Verbo ocupa la posición de Dios (Theos). Al igual que Moisés lo hace en el Génesis, Juan equipara la naturaleza creadora con la divinidad plena.
El Creador y su Compañero eterno
La primera pregunta sobre qué es lo que Juan quiere decir al utilizar Logos como la designación principal de nuestro Salvador se puede responder a partir de su propio escrito. El Logos es el compañero eterno de Dios y es él mismo el Dios eterno, sin principio ni fuente alguna fuera de sí mismo. Como Dios eterno, el Logos es creador. Esto representa un gran contraste con la idea platónica de Dios como Mónada y logos. Para Platón, el logos no era un Dios, con la misma naturaleza que el Dios Mónada, ni existía por sí mismo sin una fuente. El logos de Platón emanaba de la Mónada, era de naturaleza diferente de la de Dios, y era capaz de originar el mundo creado gracias a esta diferencia.
Esto conduce a la segunda gran pregunta del prólogo del Evangelio de Juan: ¿Por qué el Logos se hizo carne y habitó entre nosotros?
Antes de examinar la descripción que Juan da de la obra del Verbo en nuestro planeta, es necesario tener en cuenta que, para Platón y para toda la visión filosófica de Dios, la propuesta de que Dios se hiciera humano era descabellada. Nada podría estar más lejos de la mente de un filósofo que la idea de que Dios se despojara de sí mismo (kenosis, como en Fil. 2:7) y se hiciera humano. Existen todo tipo de interpretaciones por parte de los filósofos en las que los seres humanos tienen algo de divinidad o se vuelven más divinos, pero que Dios se haga humano parecía una conclusión completamente ilógica. Sin embargo, esa es precisamente la corrección que Juan hace en su presentación de Jesucristo y de su obra en nuestro planeta con el título de Logos.
Tras el establecimiento del Logos como el Creador eterno y el compañero de Dios, que a su vez es plenamente Dios, y la descripción de la Creación (Juan 1:1-3), Juan confirma en primer lugar el fundamento de la relación entre el Logos y su Creación, a la cual se une: la vida y la luz (vers. 4, 5). Estos dos elementos sobresalen y aparecen juntos con frecuencia, sobre todo en la primera mitad del Evangelio de Juan.
La vida
El uso del término "vida" en el Evangelio de Juan suele asociarse a la vida eterna, como sucede en este prólogo y en los capítulos 3 al 6, 10 al 12 y 17. En el relato de Nicodemo (Juan 3), Juan declara que creer en el Hijo conduce a la vida eterna (vers. 15,16). En el caso de la mujer junto al pozo, el Agua viva conduce a la vida eterna (Juan 4:10, 14). En Juan 5, después de curar al paralítico en sábado, Juan recoge la afirmación de Jesús de que el Hijo, al igual que el Padre, es quien da la vida, y los que creen tienen vida eterna (vers. 21, 24). En Juan 6, un día después de alimentar a los cinco mil, Jesús asegura que él es el Pan de Vida; los que comen de él tienen vida eterna, y él los resucitará en el día final (vers. 35, 40, 47, 51, 54, 58). En Juan 10, en medio de su enseñanza, Jesús dice que él ha venido para que tengan vida, y más adelante en su predicación, afirma abiertamente: "Yo les doy vida eterna" (vers. 10, 28). Y así sucesivamente hasta Juan 17; en su oración final por los discípulos, Jesús dice: "Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (vers. 3). Esta asociación sistemática entre la vida y la vida eterna a lo largo del Evangelio lleva al lector a suponer que la vida a la que se hace referencia en la declaración de propósitos del libro en Juan 20:31 se refiere a la vida eterna, es decir, a la salvación.
El tema de la luz es menos recurrente que el de la vida en el Evangelio de Juan, pero también está presente en este prólogo y en Juan 3, 5, 8, 9,11 y 12. Al igual que el tema de la vida, la luz tiene más protagonismo en la primera mitad del libro. Por lo general, en Juan la luz se opone a las tinieblas, y la luz expulsa sistemáticamente a las tinieblas, a menos que se elijan las tinieblas en lugar de la luz.
Otra característica significativa del tema de la luz en el Evangelio de Juan es que aquella está presente en la persona de Jesús, el cual vino a nuestro mundo: "En él estaba la vida y la vida era la luz de la humanidad" (Juan 1:4, NVI); "la luz verdadera [...] que viene a este mundo" (vers. 9); "la luz vino al mundo" (Juan 3:19); "Yo soy la luz del mundo" (Juan 8:12); y preparándose para su muerte, dijo: "Por un poco más de tiempo la luz está entre ustedes" (Juan 12:35, RVC).
En todas estas referencias a la luz Juan afirma que la verdadera Luz es Jesús y la verdad que él presenta sobre Dios y la salvación. Juan 3:20 y 21 hace alusión al juicio en el sentido de que todas las obras humanas están a la vista de Dios, pero Juan 12:36 presenta la invitación: "Crean en la luz, para que sean hijos de la luz" (RVC). Se trata de un guiño a los versículos 9 al 13 del prólogo, en donde se revela la esencia de la razón por la que el Logos se hizo carne: llevar la Luz verdadera a todos los seres humanos (Juan 1:9) para que quien lo reciba tenga el derecho de convertirse en hijo de Dios (vers. 12, 13). Hacia esto apunta el tema de la luz: hacia la verdad en la persona de Cristo, que revela la invitación universal a la salvación.
Es importante subrayar lo que Juan expone en su Evangelio sobre la naturaleza de esta salvación. Incluso aquí, en el prólogo, Juan se esmera en señalar la importancia de Juan el Bautista como testigo de Cristo y de su salvación (Juan 1:6-8). Juan el Bautista no era la Luz, sino que daba testimonio de la Luz para que todos creyeran (vers. 8, 9). Pero ¿en qué debemos creer, o mejor dicho, en quién? Unos versículos más adelante tenemos la contundente respuesta: "¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!" (vers. 29). Juan deja bien claro que Jesucristo, el Logos, se hizo carne para morir como sacrificio por el pecado humano (Juan 3:14; 12:32, 33).
Así que dos conceptos, el de la luz y el de la vida, se combinan para darnos a conocer la razón por la que el Logos vino a vivir entre nosotros, como uno de nosotros, a fin de salvarnos como el Cordero de Dios: "Para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Juan 3:16). Dios se hizo hombre para ofrecernos la salvación, la verdad, la vida y la luz.
La misma sección del prólogo que presenta la salvación y la verdad a través de las figuras de la vida y de la luz también hace hincapié en la universalidad del ofrecimiento de salvación (Juan 1:6-13). De hecho, estos versículos presentan los tres elementos principales de la gracia preveniente:1 esta es iniciada por Dios, es ofrecida a todos y Dios es el que la hace posible.
La primera indicación de que Dios está iniciando el ofrecimiento de la salvación, en lugar de esperar a que los seres humanos inicien el contacto con él, se manifiesta al enviar a Juan para que dé testimonio de aquel que ha venido a la Tierra como Vida y como Luz. A través del Logos, que es Jesús, la Luz verdadera, Dios inicia nuestra salvación.
En segundo lugar, Jesús vino para ofrecer la salvación a todos los seres humanos. Juan el Bautista fue enviado "a fin de que todos creyeran" por medio de la Luz verdadera (vers. 7), la cual "alumbra a todo ser humano" (vers. 9, NVI). Así que, cuando llegamos al versículo 12, "todos los que lo recibieron" no se entiende como una limitación a unos pocos; sino como un ofrecimiento a todos. Dios ofrece la salvación a todos.
El tercer elemento de la gracia preveniente también lo encontramos en estos versículos: Dios hace posible la elección de ser salvos y el nuevo nacimiento de la salvación. El versículo 9 recalca que la Iuz verdadera alumbra antes de la elección del versículo 12. Así pues, la decisión de recibir a Cristo la hace posible el don de su luz. La decisión es seguida de otro don de Cristo: él nos da poder y autoridad para convertirnos en hijos de Dios. Además, el nuevo nacimiento viene dado por la voluntad de Dios (vers. 13). Dios hace posible cada paso de la salvación. Los tres elementos principales de la gracia preveniente son presentados por Juan en el prólogo de su Evangelio.
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