TESTIGOS DE CRISTO COMO MESÍAS
E. Edward Zinke
Hubo un hombre enviado por Dios, el cual se llamaba Juan" (Juan 1:6). La misión de Juan el Bautista era dar testimonio I Indujeses, que es la Luz del mundo. "Él no era la luz, sino un testigo de la luz" (vers. 8). "Juan testificó de él diciendo: "Este es de quien yo decía: 'El que viene después de mí es antes de mí, porque era primero que yo'" (vers. 15).
Esto ocurrió durante la era mesiánica. Las setenta semanas de la profecía de Daniel sobre la venida del Mesías estaban llegando a su fin. Era casi el momento del cumplimiento de esta profecía y de la venida del Mesías. Los judíos, sin embargo, esperaban que el Mesías venidero fuera un rey que derrocara a los romanos. Sin embargo, ya había habido disturbios causados por aspirantes a reyes, así que era importante que los líderes judíos se mantuvieran al tanto de la situación con Juan el Bautista. Juan el Bautista y sus seguidores podían alterar la estabilidad del panorama político del momento y las autoridades judías no querían perder el favor de los romanos.
Aunque los judíos esperaban la llegada de un mesías secular, el objetivo del Evangelio de Juan era cambiar lo que la gente entendía por mesías para que reconocieran a Jesús como el cumplimiento de las profecías sobre el rey que vendría. El Mesías no sería un gobernante terrenal. El Mesías vendría a renovar la relación entre el pueblo y Dios, a traer la salvación mediante la fe en aquel que había de venir.
Aquel que había de venir transforma nuestra manera de entender el mundo. El Evangelio de Juan no se apoya en la filosofía de los griegos ni en el empirismo de los judíos, sino en Cristo, que es "poder y sabiduría de Dios" (1 Cor. 1:24). El conocimiento de que Jesús es el Cristo procede de Dios mismo a través del poder persuasivo del Espíritu Santo.
Los sacerdotes y los levitas enviaron una delegación de Jerusalén a Juan el Bautista, que estaba bautizando cerca de Betania, al otro lado del río Jordán, a unos cuarenta kilómetros de Jerusalén. Llegaron con una pregunta. Querían saber quién era Juan y con qué autoridad bautizaba.
Le preguntaron directamente: "¿Quién eres tú?" (Juan 1:19). Previendo el propósito de su visita, Juan respondió enfáticamente que él no era el Cristo. "¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?" (vers. 21). Respondió que no. La comitiva de Jerusalén necesitaba saber quién era Juan. No podían regresar Jerusalén sin esa información. Así que, insistieron: "¿Quién eres tú? ¿El profeta?" Probablemente se referían a Deuteronomio 18: "Un profeta como tú [Moisés] les levantaré en medio de sus hermanos; pondré mis palabras en su boca y él les dirá todo lo que yo le mande" (vers. 18). Nótese la similitud con el llamado de Dios a Moisés: "Tú le hablarás y pondrás en su boca las palabras" (Éxo. 4:15). Entonces, volvieron a preguntar: "¿Qué dices de ti mismo?" (Juan 1:22). Él respondió citando al profeta Isaías: "Yo soy Ja voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor'" (vers. 23). Así que, la siguiente pregunta fue: "¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el Profeta?" (vers. 25).
Juan respondió: "Yo bautizo con agua; pero en medio de ustedes está uno, a quien ustedes no conocen" (vers. 26, RVC). Al día siguiente, cuando Jesús fue a ser bautizado, Juan lo señaló y dijo: "Este es el Cordero de Dios [...] Él es de quien yo dije: 'Después de mí viene un varón, el cual es antes de. Mí; porque era primero que yo'. Yo no lo conocía" (vers. 29-31, RVC). Este desconocimiento del Mesías es un tema recurrente en el Evangelio de Juan. Una y otra vez, no se sabe quién es Jesús. El propósito del Evangelio de Juan es darlo a conocer.
Andrés y Pedro siguen a Cristo
Mientras Juan el Bautista permanecía junto al río, testificó que vio al Espíritu descender sobre Jesús y permanecer sobre él, y que él es el Único que bautiza con el Espíritu Santo. "Yo lo he visto y testifico que este es el Hijo de Dios" (vers. 34).
Al día siguiente, Juan el Bautista estaba con dos de sus discípulos y, al pasar Jesús, Juan dijo: "¡Este es el Cordero de Dios!" (vers. 36). Estos discípulos dejaron a Juan para poder pasar el día con Jesús. "Movidos por un impulso irresistible, siguieron a Jesús, ansiosos de hablar con él; aunque asombrados y en silencio, estaban abrumados por el significado del pensamiento: ¿Es este el Mesías?'" (El Deseado de todas las gentes, p. 112). Como deseaban estar con él, se quedaron a pasar el día con él.
Su siguiente impulso fue el de compartir su experiencia con los demás. Andrés, uno de los dos discípulos, encontró inmediatamente a su hermano Simón y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías" (vers. 41). Andrés llevó a Simón a Jesús, y Jesús supo quién era, diciendo: "Tú eres Simón hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas, es decir, Pedro" (vers. 42). Una vez más, Juan subraya un tema importante de su Evangelio: Jesús posee un conocimiento íntimo de cada persona y sabe lo que hay en sus corazones.
Seguidamente, Jesús se fue a Galilea y le pidió a Felipe que lo siguiera. Felipe era de Betsaida, la misma ciudad de Andrés y Pedro. Felipe estaba ansioso por compartir el mensaje del Mesías con Natanael, que también había escuchado a Juan el Bautista. Natanael se había conmovido con el mensaje de Juan el Bautista y estaba estudiando las Escrituras para aprender más sobre el Salvador prometido. Era un devoto estudiante de la Torá y un israelita comprometido.
Las palabras de Felipe a Natanael coinciden con el tono general del Evangelio de Juan, ya que el nombre de Moisés se invoca a menudo en el relato de Juan. "Felipe encontró a Natanael y le dijo: 'Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés, en la ley, y también los Profetas'" (vers. 45; ver juan 1:17; 3:14; 6:32; 9:28, 29).
Natanael planteó una pregunta sencilla y directa: "¿De Nazaret puede salir algo bueno?" (Juan 1:46). Natanael vivía en Caná, a poca distancia de Nazaret. Es posible que supiera de lo que hablaba.
Felipe le dio una respuesta sencilla. Pudo haber comenzado con un razonamiento filosófico, racionalista, empírico o con cualquiera de las muchas filosofías de su época. En lugar de eso, simplemente invitó a Natanael a venir y ver.
Jesús se encontró con Natanael en el camino y le dijo que era "un verdadero israelita" (vers. 47). Natanael le preguntó: "¿De dónde me conoces?" (vers. 48). Jesús le respondió: "Cuando estabas debajo de la higuera, te vi" (vers. 48) (algunos interpretan esta expresión como un código de que era un estudiante de la Torá: un israelita, en todo el sentido de la palabra).
Juan comienza a entretejer los diversos temas: las señales de la divinidad de Jesús, su conocimiento de lo que hay en el corazón de cada persona y los testigos de quién es Jesús, en un hermoso tapiz. Y en Natanael converge todo.
Natanael exclama: "¡Rabí, tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel!" (vers. 49).
Entonces Jesús pronuncia esta profecía: "De cierto, de cierto les digo, que de aquí en adelante verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre" (vers. 51, RVC). Como autor, Juan registra escrupulosamente esta conversación: Voy a escribirla para que la gente entienda claramente que la salvación es por medio de Jesucristo.
El capítulo 17 del libro El Deseado de todas las gentes, que recoge el relato de Nicodemo, presenta una verdad espiritual todavía más profunda:
"Nicodemo ocupaba un puesto elevado y de confianza en la nación judía. Era un hombre muy educado, poseía talentos extraordinarios y era un renombrado miembro del concilio nacional. Como otros, había sido conmovido por las enseñanzas de Jesús. Aunque rico, sabio y honrado, se había sentido extrañamente atraído por el humilde Nazareno. Las lecciones que habían caído de los labios del Salvador lo habían impresionado grandemente, y quería aprender más de estas verdades maravillosas.
"La autoridad que Cristo ejerciera al purificar el Templo había despertado el odio resuelto de los sacerdotes y los gobernantes [...]. No debían tolerar tanto atrevimiento por parte de un oscuro galileo. Se proponían poner fin a su obra. Pero no estaban todos de acuerdo en este propósito. Algunos temían oponerse a quien estaba tan evidentemente movido por el Espíritu de Dios [...]. Sabían que la servidumbre de los judíos a una nación pagana era el resultado de su terquedad en rechazar las reprensiones de Dios. Temían que, al maquinar contra Jesús, los sacerdotes y los príncipes estuviesen siguiendo en los pasos de sus padres, y trajeran nuevas calamidades sobre la nación. Nicodemo participaba de estos sentimientos. En un concilio del Sanedrín [...], Nicodemo aconsejó cautela y moderación. Hizo notar con insistencia que, si Jesús estaba realmente investido de autoridad por parte de Dios, sería peligroso rechazar sus amonestaciones, tos sacerdotes no se atrevieron a despreciar este consejo. [...]
"Nicodemo había estudiado ansiosamente las profecías relativas al Mesías, y cuanto más las escudriñaba, tanto más poderosa se volvía su convicción de que era el que debía venir [...]. Había sentido honda angustia por la profanación del Templo. Había presenciado la escena de cuando Jesús echó a los compradores y los vendedores; [...] vio al Salvador recibir a los pobres y sanar a los enfermos; vio las miradas de gozo de estos y oyó sus palabras de alabanza; y no podía dudar de que Jesús de Nazaret era el enviado de Dios. [...]
"En presencia de Cristo, Nicodemo sintió una extraña timidez, la que trató de ocultar [...]. 'Rabí -dijo-, sabemos que has venido de
Dios [...], porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él' [...]. Sus palabras estaban destinadas a expresar e infundir confianza; pero en realidad expresaban incredulidad. No reconocía a Jesús como el Mesías, sino solamente como maestro enviado de Dios. [...]
"Nicodemo había ido al Señor pensando entrar en discusión con él, pero Jesús le expuso lisa y llanamente los principios fundamentales de la verdad. Dijo a Nicodemo: [...] No necesitas que se satisfaga tu curiosidad, sino tener un corazón nuevo. Debes recibir una vida nueva de lo Alto, antes de que puedas apreciar las cosas celestiales. Hasta que se realice este cambio, [...] no resultará ningún bien salvador para ti el discutir conmigo mi autoridad o mi misión. [...]
"La sorpresa le hizo perder el dominio propio, y contestó a Cristo en palabras llenas de ironía: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?' Como muchos otros, [...] demostró que el hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de Dios [...]; porque las cosas espirituales se disciernen espiritualmente.
"Pero el Salvador no contestó a su argumento con otro. Levantando la mano con solemne y tranquila dignidad, hizo penetrar la verdad con aún mayor seguridad: 'De cierto, de cierto te digo, que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios'. Nicodemo sabía que Cristo se refería aquí al agua del bautismo y a la renovación del corazón por el Espíritu de Dios. Se convenció de que se hallaba en presencia del Ser cuya venida había predicho Juan el Bautista.
"Jesús continuó diciendo: 'Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es'. Por naturaleza, el corazón es malo [...]. La fuente del corazón debe ser purificada antes de que los raudales-puedan ser puros. El que está tratando de alcanzar el Cielo por sus propias obras observando la Ley está Intentando lo Imposible [...]. La vida del cristiano no es una modificación o mejora de la antigua, sino una transformación de la naturaleza. Se produce una muerte al yo y al pecado, y [surge] una vida enteramente nueva. Este cambio puede ser efectuado únicamente por la obra eficaz del Espíritu Santo.
"Nicodemo estaba todavía perplejo, y Jesús empleó el viento para ilustrar lo que quería decir: 'El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que nace del Espíritu' [...].
"Aunque el viento mismo es invisible, produce efectos que se ven y se sienten. Así también la obra del Espíritu en el alma se revelará en toda acción de quien haya sentido su poder salvador. Cuando el Espíritu de Dios se posesiona del corazón, transforma la vida. Los pensamientos pecaminosos son puestos a un lado, las malas acciones son abandonadas; el amor, la humildad y la paz reemplazan a la ira, la envidia y las contenciones. El gozo reemplaza a la tristeza. [...]. La bendición viene cuando por fe el alma se entrega a Dios. Entonces, ese poder que ningún ojo humano puede ver crea un nuevo ser a la imagen de Dios [...].
"Podemos conocer aquí por experiencia personal el comienzo de la Redención. Sus resultados alcanzan hasta las edades eternas.
"Mientras Jesús estaba hablando, algunos rayos de la verdad penetraron en la mente del príncipe [...]. Sin embargo, él no comprendía plenamente las palabras del Salvador [...]. Dijo con admiración: ¿Cómo puede hacerse esto?'
" ¿Eres tú maestro de Israel y no sabes esto?', le preguntó Jesús. [...] Las palabras de Jesús implicaban que en vez de sentirse irritado por las claras palabras de verdad, Nicodemo debiera haber tenido una muy humilde opinión de sí mismo, por causa de su ignorancia espiritual. Sin embargo, Cristo habló con tan solemne dignidad [...] que Nicodemo no se ofendió al cerciorarse de su humillante condición. [...]
"No tenía excusa la ceguera de Israel en cuanto a la regeneración [...]. David había orado: 'Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio; y renueva un espíritu recto dentro de mí' (Sal. 51:10). Y por medio de Ezequiel había sido hecha la promesa: 'Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos' (Eze. 36:26, 27).
"Nicodemo había leído estos pasajes con mente anublada; pero ahora empezaba a comprender su significado. Veía que la más rígida obediencia a la simple letra de la Ley tal como se aplicaba a la vida externa no podía dar a nadie derecho a entraren el Reino de los Cielos.
"Nicodemo se sentía atraído a Cristo. Mientras el Salvador le explicaba lo concerniente al nuevo nacimiento, sintió el anhelo de que ese cambio se realizara en él. ¿Por qué medio podía lograrse? Jesús contestó la pregunta que no llegó a ser formulada: 'Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna'". [...]
"El símbolo de la serpiente alzada le aclaró la misión del Salvador. Cuando el pueblo de Israel estaba muriendo por causa de las mordeduras de las serpientes ardientes, Dios indicó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la colocase en alto en medio de la congregación. Luego se pregonó por todo el campamento que todos los que miraran a la serpiente vivirían. [...] Era un símbolo de Cristo. Así como la imagen de la serpiente destructora fue alzada para sanar al pueblo, un ser 'en semejanza de carne de pecado' (Rom. 8:3) iba a ser el Redentor de la humanidad. [...] Dios deseaba [...] dirigir su mente al Salvador. Ya sea para la curación de sus heridas o para el perdón de sus pecados, no podían hacer nada por sí mismos, sino manifestar su fe en el don de Dios. Debían mirar, y vivir.
"Los que habían sido mordidos por las serpientes podrían haberse demorado en mirar. Podrían haber cuestionado la eficacia de ese símbolo de bronce. Podrían haber demandado una explicación científica. Pero no se dio explicación alguna [...]. El negarse a mirar significaba perecer. [...]
"Nicodemo recibió la lección y se la llevó consigo. Escudriñó las Escrituras de una manera nueva, no para discutir una teoría, sino para recibir vida para el alma. Empezó a ver el Reino de los Cielos cuando se sometió a la dirección del Espíritu Santo.
"Hay hoy día miles que necesitan aprender la misma verdad que fue enseñada a Nicodemo por la serpiente levantada [...]. Fuera de
Cristo, 'no hay otro nombre debajo el cielo, dado a (os hombres, en que podamos ser salvos' (Hech. 4:12). Por medio de la fe, recibimos la gracia de Dios; pero la fe no es nuestro Salvador. No nos gana nada. Es la mano por la cual nos asimos de Cristo y nos apropiamos de sus méritos, el remedio para el pecado. Y ni siquiera podemos arrepentimos sin la ayuda del Espíritu de Dios. La Escritura dice de Cristo: 'A este, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados' (Hech. 5:3). El arrepentimiento proviene de Cristo tan ciertamente como el perdón.
"Entonces, ¿cómo seremos salvos? [...] 'He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!' (Juan 1:29). La luz que resplandece de la Cruz revela el amor de Dios. Su amor nos atrae a él. SI no resistimos esta atracción, seremos conducidos al pie de la Cruz arrepentidos por los pecados que crucificaron al Salvador. Entonces el Espíritu de Dios produce por medio de la fe una nueva vida en el alma. Los pensamientos y los deseos se sujetan en obediencia a la voluntad de Cristo. El corazón y la mente son creados de nuevo a la Imagen del Ser que obra en nosotros para someter todas las cosas así. Entonces la Ley de Dios queda escrita en la mente y corazón, y podemos decir con Cristo: 'El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado' (Sal. 40:8).
"En la entrevista con Nicodemo, Jesús reveló el Plan de Salvación y su misión en el mundo. En ninguno de sus discursos subsiguiente, explicó tan plenamente, paso a paso, la obra que debe hacerse en el corazón de cuantos quieran heredar el Reino de los Cielos. En el mismo principio de su ministerio presentó la verdad a un miembro del Sanedrín, a la mente mejor dispuesta a recibirla, a un hombre designado para ser maestro del pueblo. Pero los líderes de su pueblo no dieron la bienvenida a la luz. Nicodemo ocultó la verdad en su corazón, y durante tres años aparentemente hubo muy poco resultados.
"Las palabras pronunciadas de noche a un solo oyente en la montaña solitaria no se perdieron. Por un tiempo, Nicodemo no reconoció públicamente a Cristo, pero estudió su vida y meditó en sus enseñanzas. En los concilios del Sanedrín, repetidas veces estorbó los planes que los sacerdotes hacían para destruirlo. Cuando por fin Jesús fue alzado en la cruz, Nicodemo recordó la enseñanza que recibiera en el Monte de los Olivos: 'Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, sino que tenga vida eterna'. La luz proveniente de esa entrevista secreta iluminó la cruz del Calvario, y Nicodemo vio en Jesús al Redentor del mundo.
"Después de la ascensión del Señor, cuando los discípulos fueron dispersados por la persecución, Nicodemo se adelantó osadamente. Dedicó sus riquezas a sostener la tierna iglesia que los judíos esperaban ver desaparecer a la muerte de Cristo. En tiempos de peligro, el que había sido tan cauteloso y cuestionador se manifestó tan firme como una roca, estimulando la fe de los discípulos y proporcionándoles recursos con que llevar adelante la obra del evangelio. Fue despreciado y perseguido por los que en otro tiempo le habían tributado reverencia. Quedó pobre en los bienes de este mundo, pero no le faltó la fe que había tenido su comienzo en aquella conferencia nocturna con Jesús.
"Nicodemo contó a Juan el relato de esa entrevista, y la pluma de este la registró para instrucción de millones de almas. Las verdades allí enseñadas son tan importantes hoy como lo fueron en esa noche solemne sobre la montaña ensombrecida, cuando el dirigente judío fue para aprender del humilde Maestro de Galilea el camino de la vida".1
1 White, El Deseado de todas las gentes, pp. 140-149.
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