Lección 5:
EL TESTIMONIO DE LOS SAMARITANOS
RESEÑA
Textos clave: Juan 4:1-15; 4:16-26; 4:27-42.
Los judíos despreciaban a sus vecinos samaritanos más aún que a sus opresores romanos. Los samaritanos eran vistos como corruptos, poco sinceros y quienes debían ser evitados a toda costa. Por eso los viajeros de las regiones de Galilea evitaban la ruta más corta a Jerusalén a través de Samaría y en su lugar se desviaban a través de Perea, tomando el camino más largo.
El problema de los samaritanos comenzó cuando Tiglat-Pileser III (745-727 a.C.) se llevó cautiva a Asiria a la mayor parte de la población de Israel para que se estableciera allí. Estos israelitas formaban lo que se conoce como las diez tribus perdidas de Israel. Para completar esta labor de despoblación, el nuevo emperador asirio, Sargón II (722-705 a.C.), llevó al exilio aún a más habitantes del Reino del Norte.
Para unificar el Imperio Asirio, gente de Asiria y de las regiones mesopotámi-cas fue llevada a la tierra de Israel para repoblarla. Así, estos recién llegados se mezclaron con el remanente de Israel, tanto religiosa como étnicamente. Este no es más que un breve resumen de los acontecimientos que tuvieron lugar. Otros incidentes negativos que ocurrieron más tarde, como el intento samaritano de sabotear los esfuerzos de reconstrucción de los exiliados judíos cuando regresaron a su país, solo sirvieron para agravar el problema e intensificar las tensiones entre samaritanos y judíos.
La mujer del pozo (Juan 4:1-15)
En su encuentro con esta mujer samaritana, Jesús actuó contrariamente al protocolo aceptado y las tradiciones estrictamente practicadas por los judíos, todo, con el fin de alcanzarla para su Reino. Por ejemplo, Jesús le concedió una audiencia privada, a pesar de que era una mujer de Samaría. Le pidió un favor, lo que no era socialmente aceptable, pues los judíos no tenían trato con gente tan despreciada y supuestamente "impura", y menos con una mujer.
En la cultura de la época, pedir y recibir un favor de alguien abría la puerta a la amistad y obligaba al receptor a devolver el favor. La mujer parecía sorprendida de que Jesús, un judío, le pidiera a ella, una samaritana despreciada, que hiciera algo por él, iniciando así una relación. Consideremos su respuesta: "¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy samaritana?" (Juan 4:9).
Es interesante observar que las tareas que la mujer pretendía llevar a cabo quedaron sin hacer. Debía llevar un cántaro de agua a su aldea de Sicar, pero en su entusiasmo por el asombroso descubrimiento del Agua de la vida dejó el cántaro lleno. Su intención era dar de beber agua a Jesús para aliviar su sed, pero no lo consiguió porque se marchó con gran premura. Cuando los discípulos de Jesús volvieron con comida para calmar el hambre del Maestro, se sorprendieron mucho de que ya no tuviera apetito.
"El hecho de haber dejado su cántaro hablaba inequívocamente del efecto de sus palabras. Su alma deseaba vehementemente obtener el Agua viva, y se olvidó de lo que la había traído al pozo, se olvidó hasta de la sed del Salvador, que se proponía aplacar" (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 161). Jesús se sintió profundamente conmovido por el hecho de que una mujer tan despreciada le abriera su corazón como el Mesías largamente esperado; una respuesta mucho mejor que la de muchos de los suyos, que le cerraban sus mentes. Tan conmovido estaba Jesús al hacer la obra de su Padre de reclamar almas perdidas para el Reino de los Cielos, que perdió la sed y el hambre corporales, saciado como estaba en su alma por el agua y el alimento celestiales.
La testificación en favor de los demás se realiza a veces por obligación y es vista como un trabajo arduo. Pero testificar debería ser un deleite si el Espíritu de Cristo fluye del corazón. Entonces, se convierte en una pasión, no en una obligación. Para quienes experimentan esta divulgación del evangelio centrada en Cristo, ello es verdaderamente un derramamiento del Espíritu que brota espontáneamente desde el corazón humano. Por eso Jesús dijo a sus sorprendidos discípulos: "Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra" (Juan 4:34).
La revelación de Jesús (Juan 4:16-26)
Podemos ver una similitud entre la respuesta de la mujer samaritana y la de Nicodemo al oír la profunda verdad expresada por Cristo. Este ilustre miembro del Sanedrín trató de eludir el tema crucial de su desesperada necesidad de conversión espiritual. En su lugar, Nicodemo fingió ignorancia acerca del significado de las palabras de Cristo y trató de equiparar la experiencia del nuevo nacimiento con la imposibilidad de que una persona vuelva al vientre de su madre. Del mismo modo, la despreciada mujer de Sicar cambió de tema en un intento de sofocar su convicción de que Jesús era el Mesías. Desvió la conversación con él hacia un debate de actualidad sobre el lugar adecuado de culto.
Con amabilidad, pero sin rodeos, Jesús la hizo volver a la cuestión crucial de reconocer que tenía al Mesías ante ella. También le recordó con tacto que su religión, amalgama de paganismo y judaismo, no conducía a la verdadera adoración de Dios, pues él es espíritu y la Fuente de la verdad. Cristo le dijo que "Dios es espíritu; y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad" (Juan 4:24). En otras palabras, la verdadera adoración que conduce a la salvación no tiene que ver tanto con un lugar, sino con la Persona de Cristo.
A esta sencilla mujer, una pecadora de carácter dudoso, se le confió la importante verdad de que Jesús era el Mesías largamente esperado. El Salvador condujo gradualmente a la samaritana a la verdad y terminó concediéndole el privilegio de revelarle que él era el Mesías, algo que no hizo con nadie más antes de la resurrección. "Yo soy, el que habla contigo" (Juan 4:26). Del mismo modo, no debemos mostrar favoritismo a la hora de llegar a las personas, ya sean ricas o pobres, de "mayor" o "menor" estatus social. Tal distinción no debe importarnos, pues no le importó a Cristo. Todas las personas con las que entramos en contacto tienen un denominador común: su necesidad de perdón y redención.
El testimonio de los samaritanos (Juan 4:27-42)
En la cultura judía de la época de Jesús, existía la obligación de corresponder a la hospitalidad, lo cual era aceptable entre judíos, pero no con un samaritano. Recibir un favor y corresponderlo tendía a acercar a las personas entre sí. Por eso, los judíos estaban totalmente en contra de esta práctica con extranjeros. Pero Jesús trascendió los prejuicios nacionales de los judíos, pues vino a ministrar y a salvar a los de arriba y a los de abajo, tanto dentro como fuera de la sociedad judía. Además, ¿por qué habría de rehuir la reciprocidad social con los extranjeros, si su misión era llegar hasta el extremo de morir por la humanidad?
Jesús practicó la reciprocidad en su ministerio, pues estaba dispuesto a dar y recibir ayuda. Este enfoque es una forma eficaz de reconocer a los demás y ayudarlos a sentirse valiosos y necesarios. Observa cuán eficaz resultó este enfoque con la mujer samaritana. Jesús le pidió un poco de agua, algo que ella podía proporcionarle, y él le correspondió con el don del Agua de la vida, que solo él podía proveer. Entonces la mujer, a su vez, compartió esta buena noticia con su gente, y todo el pueblo vino a conocer a Jesús y creyó en él.
Del mismo modo, nuestro testimonio debe extenderse de una persona a muchas en esferas de influencia cada vez más amplias. Además, Jesús se abrió a los demás y se hizo vulnerable a ellos. Jesús invitaba a la intimidad, y anhelaba que la gente mostrara preocupación y afecto hacia él. Elena de White dice que "Jesús hallaba con frecuencia descanso en el hogar de Lázaro. El Salvador no tenía hogar propio; dependía de la hospitalidad de sus amigos y discípulos. [...] Sentía anhelos de ternura, cortesía y afecto humanos" (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 482).
Para terminar, consideremos esta cita que se refiere a la reciprocidad que Jesús experimentó con los samaritanos de Sicar. A pesar de que era un rabino judío, Jesús "aceptaba la hospitalidad de aquel pueblo despreciado. Dormía bajo sus techos, comía a su mesa" (Elena de White, El ministerio de curación, p. 17). A menudo nos resulta difícil practicar la reciprocidad al compartir nuestro testimonio con los demás. Quizá porque nos sentimos tan bendecidos por las maravillosas verdades que Dios nos ha comunicado, tendemos a ayudar en lugar de recibir ayuda. Sin embargo, seremos más eficaces si seguimos con humildad el ejemplo de Cristo de dar y recibir.
Reflexiona acerca de las siguientes preguntas y respóndelas:
1. ¿Qué obstáculos encontramos en nuestra testificación en favor de vecinos, colegas y amigos? ¿Qué papel desempeñan en nuestro testimonio las diferencias idiomáticas, raciales, culturales y económicas? ¿Cómo puede Dios ayudarnos a superar esos obstáculos? ¿Cómo puede ayudarnos el ejemplo de Jesús en este sentido? Recuerda que Jesús dejó una existencia perfecta en el Cielo para enfrentarse a todos los problemas y las prácticas pecaminosas que han asolado a la humanidad.
2. Considera la siguiente situación: Los miembros de tu iglesia no quieren hacer evangelismo ni testificar porque temen que los nuevos creyentes podrían alterar las prácticas de culto a las que están acostumbrados. ¿Cómo reaccionarías ante este desafío?
3. Piensa en tu pasatiempo favorito. ¿Podrías estar tan absorto disfrutándolo que te olvidaras de comer? Del mismo modo, ¿cómo puede el ejemplo de Cristo al dar testimonio a la samaritana ayudarnos a convertir un deber en un deleite?
4. ¿Cómo reaccionamos cuando el Espíritu Santo nos convence de la verdad, la justicia y el pecado, especialmente respecto de cosas que queremos ignorar? ¿Somos tan pacientes como la samaritana para escuchar a Jesús contar el "resto de la historia" y, en consecuencia, ser sanados y restaurados por él?
5. Recuerda un incidente o un suceso providencial en el que Dios te usó para influir en alguien a fin de que lo aceptara y viviera para él. ¿Cómo impactó ese resultado en otras personas o incluso en grupos más numerosos? Dedica tiempo a compartir tu experiencia con una o más personas esta semana.
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