EL TESTIMONIO DE LOS SAMARITANOS
E. Edward Zinke
La descripción que Juan hace de la visita de Jesús a Samaría resulta más clara sí analizamos brevemente la historia de Samaría. Tras la muerte del rey Salomón, el Reino de Israel se dividió por la falta de un acuerdo sobre el pago de tributos al rey. Roboam, el hijo de Salomón, se convirtió en rey del Reino del Sur, los territorios de las tribus de Judá y Benjamín.
Bajo el mando de Jeroboán, el Reino del Norte, que incluyó las otras diez tribus, se convirtió en un pueblo idólatra, que vacilaba en su fidelidad a la Palabra de Dios. Más tarde, Jezabel, la esposa de Acab, instauró la idolatría en el país. Construyó un templo a Baal e introdujo su culto en el reino. También se fomentó la adoración de Asera. Los profetas de Dios, entre ellos Elías y Eliseo, predicaron vehementemente contra las influencias paganas.
La ciudad de Samaría, capital del Reino del Norte, estaba bien construida, con magníficas fortificaciones. Se mantuvo en pie durante unos 150 años hasta que los asirios la destruyeron. Cuando la ciudad cayó, unos 30.000 ciudadanos fueron expulsados de la zona. Posteriormente fue repoblada por gente de Babilonia y Siria.
Alejandro ocupó la ciudad de Samaria en el año 333 a. C. Nombró a un gobernador que fue asesinado por los samaritanos, por lo que castigó a la población y la trasladó a Siquem. Luego los reemplazó con macedonios. Obsérvese de nuevo que la población original fue desplazada en gran medida y la ciudad volvió a ser habitada por poblaciones ajenas al linaje de Abraham.1
Esdras y Nehemías fueron los principales promotores de la comunidad judía y organizaron el regreso de los judíos a Jerusalén. Cuando comenzó la reconstrucción de los muros de Jerusalén, los habitantes cercanos de Samaría, dirigidos por Sanbalat, ofrecieron su ayuda. Como su ayuda no fue aceptada, hicieron todo lo posible por destruir o retrasar el proyecto. Sanbalat utilizó todo tipo de amenazas, calumnias y mentiras para detener la obra. Pero Dios guio y protegió a su pueblo a través del liderazgo de Esdras y Nehemías.
La población mixta de Samaría es un aspecto importante que se debe tener en cuenta al considerar la visita de Jesús a este lugar. Su población fue en gran parte desplazada y repoblada por gente ajena al linaje de Abraham.
Jesús y sus discípulos se dirigieron a judea y allí realizaron bautismos. Estaban bautizando a más personas que Juan el Bautista y sus discípulos, que también bautizaban en las cercanías. Esto creó tensión entre los discípulos de Juan y los discípulos de Cristo. Algunos judíos trataron de utilizar esta situación para crear animosidad entre los dos grupos,2 pero Juan el Bautista fue muy directo al responder a sus provocaciones:
Nadie puede recibir nada a menos que Dios se lo conceda -respondió Juan-, Ustedes me son testigos de que dije: 'Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él'. El que se casa con la novia es el novio. Y el amigo del novio, que está a su lado y lo escucha, se llena de alegría cuando oye la voz del novio. Esa es la alegría que me inunda. A él le toca crecer y a mí, menguar. El que viene de arriba está por encima de todos.
[...] El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que desobedece al Hijo no sabrá lo que es esa vida, sino que permanecerá bajo el castigo de Dios (Juan 3:27-31, 35, 36, NV1).
Poco después de todo este alboroto, Jesús partió hacia Galilea para evitar conflictos. La ruta más directa era a través de Samaría. Como ya dijimos, Samaría no era un lugar amistoso. La división entre los reinos del Norte y del Sur tras la muerte de Salomón dejó a los dos pueblos enfrentados. La ruptura entre las dos naciones se acentuó aún más con la construcción del Templo al regreso del cautiverio babilónico. Los judíos evitaban viajar por Samaría en la medida de lo posible. Los habitantes de Samaría eran una mezcla en los niveles cultural y religioso. Sus habitantes procedían de muchos países diferentes. Por lo tanto, los samaritanos eran una mezcla de muchas religiones distintas.
De camino a Sicar, Jesús y sus discípulos pasaron por "la heredad que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob" (Juan 4:5, 6). Jesús estaba agotado y se sentó solo al borde del pozo, mientras los discípulos continuaron hacia la ciudad.
Era mediodía y hacía mucho calor, cuando una mujer salió de la ciudad para llenar su cántaro. Jesús quería acercarse a esta mujer, y vale la pena observar el método que utilizó para hacerlo. Él no empezó hablándole de Daniel 7, ni tampoco de Isaías 53. En lugar de predicarle, le pidió un favor. Le pidió un vaso de agua.
La mujer se sorprendió. Un judío no le pediría un favor a un samaritano ni siquiera en medio de una situación difícil. Pero aquí estaba este hombre pidiéndole un favor a una mujer samaritana. Y no solo eso, a una mujer de mala reputación, como ya verán.
En esto, Jesús dio un ejemplo de testificación. En vez de predicar, le pidió un favor. ¿Quién podría negarse a darle un vaso de agua a alguien en este paraje seco y árido?
Esto abrió la puerta al diálogo Jesús dijo: "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: 'Dame de beber', tú le pedirías, y él te daría agua viva" (vers. 10).
A continuación, la mujer hizo una pregunta imposible: ¿Cómo iba este Hombre a abastecerse de agua sin un recipiente que la contuviera? Jesús respondió: "Cualquiera que beba de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna" (vers. 13, 14).
La mujer le pidió inmediatamente a Cristo que le diera de esa agua viva para no tener que ir más a sacarla del pozo.
Jesús le pidió a la mujer que fuera a buscar a su marido, pero ella le respondió que no tenía marido. Entonces Jesús le reveló su secreto: ella había tenido cinco maridos y ahora vivía con uno que no lo era.
Ante esto, la mujer afirmó que Jesús era un profeta. Con esto, aprovechó para desviar la atención de la conversación embarazosa sobre sí misma y a la vez de recibir respuesta a una pregunta que llevaba mucho tiempo haciéndose. Le dijo que sus antepasados habían adorado en ese monte (el monte Gerizim), pero que los judíos decían que el culto debía celebrarse en Jerusalén.
Jesús le contestó: "Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre. Ahora ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación proviene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad" (vers. 21 -24, NVI). La adoración no se limitaba a etnias o lugares específicos. La verdadera adoración tiene lugar en espíritu y en verdad.
La mujer declaró entonces que sabía que el Mesías iba a venir y que este aclararía todas las cosas. Jesús le respondió que él era el Mesías, quien hablaba con ella. Entonces la mujer dejó su cántaro, es decir, todo su pasado, y corrió a la ciudad. Allí proclamó que se había encontrado con un hombre que le había contado todo lo que ella había hecho, preguntándose si aquel podía ser el Mesías.
Entretanto, los discípulos, que estaban de regreso de la ciudad, le ofrecieron comida a Jesús. Él respondió que su alimento era "hacer la voluntad" del que lo había enviado y "terminar su obra" (vers. 34). A continuación, les advirtió que no esperaran demasiado a la cosecha -la salvación de las personas-, pues los campos estaban listos para la siega. Jesús hablaba de la acogida que estaban recibiendo en Samaria.
Muchos samaritanos creyeron por el testimonio de la mujer. Jesús se quedó dos días más, y muchos más creyeron gracias a su ministerio.
Y ahora viene el punto culminante de la historia. Los aldeanos comentaron: "Ya no creemos solamente por lo que has dicho, pues nosotros mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo, el Cristo" (vers. 42).
Juan debió de haberse emocionado al escribir este pasaje, pues contiene la esencia de por qué escribió su relato: "También hizo Jesús muchas otras señales, en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro. Pero estas fueron escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que, creyendo, tengan vida por medio de él" (Juan 20:30, 31). Y Juan no solo estaba escribiendo su Evangelio para Natanael, Nicodemo, la samaritana o el noble y su familia: lo estaba escribiendo para ti y para mí. Hoy escuchamos la Invitación y ahora es el momento de aceptar el llamado de Cristo.
En las historias de la samaritana (Juan 4:7-30), de Natanael (Juan 1:45-51), de Nicodemo (Juan 3:1-21) y del noble cuyo hijo fue curado (Juan 4:46-53), podemos comprobar que Jesús conoce los pensamientos más profundos del ser humano. En Juan 2, durante la Pascua a la que asistieron Cristo y sus discípulos, Juan subraya esta verdad: "Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver las señales que hacía. En cambio, Jesús no confiaba en ellos porque los conocía a todos; no necesitaba que nadie le informara acerca de los demás, pues él conocía el interior del ser humano" (Juan 2:23-25, NVI). Jesús no se comprometió con las multitudes en el Templo porque sabía lo que había en sus corazones.
El tema de que Cristo sabe lo que hay en el corazón humano está presente en todo el Evangelio de Juan. Natanael dudaba de que algo bueno pudiera salir de Nazaret, pero Jesús lo vio a él como un israelita en el que no había engaño. Nicodemo no reconoció su necesidad de nacer de nuevo, pero Cristo le exhortó a hacerlo. La mujer del pozo dudaba de que Cristo pudiera cumplir su promesa de proporcionar manantiales de agua viva, y el noble en un principio exigió pruebas empíricas antes de creer en Cristo.
El mensaje de Juan en cada caso es que Jesús sabe lo que hay dentro de nosotros. Él está ahí, dispuesto a apartarnos de lo que nos separa de él.
Aunque Juan declara expresamente que eligió las señales como el tema central de su Evangelio, también se vale de otros temas para dar a conocer quién es Jesús. Estos temas se desarrollan mutuamente y están tan elaborados que se entrelazan unos con otros en un hermoso patrón, un mosaico que enriquece el Evangelio de Juan. La verdad maravillosa es que podemos saber que Jesús es el Cristo y, a partir de ese conocimiento, podemos tener vida a través de su nombre.
Temas presentes en Juan
El agua |
Jesús pidió agua en el pozo de Jacob (Juan 4:6-14). El agua es indispensable para la vida. Sacia la sed y limpia. Este tema aparece por primera vez en el rito de! bautismo, administrado por Juan el Bautista en Juan 1:26 al 33. |
La verdad |
Jesús es la Verdad. Él declaró que la adoración debe ser en espíritu y en verdad (Juan 4:23, 24), El tema de la verdad aparece por primera vez en Juan 1:1. |
El Espíritu Santo |
Una vez más, Jesús afirma que la adoración debe ser en espíritu y en verdad (Juan 4:23, 24). El tema del Espíritu Santo aparece por primera vez en Juan 1:32 y 33. |
El testimonio |
Jesús testificó de sí mismo como el Mesías (Juan 4:26, 41). La mujer del pozo dio testimonio a los samaritanos (vers. 28, 29, 39, 42). Los aldeanos samaritanos testificaron que Jesús era el Mesías (vers. 42). El tema del testimonio aparece por primera vez en Juan 1:6 al 8. |
El pan, el alimento |
Los discípulos habían ¡do a la ciudad de Samaria a comprar comida (Juan 4:8, 31-.34). El tema del pan, o de la comida, aparece por primera vez en Juan 4:8. |
1 Ver "Samaría" en Diccionario bíblico adventista del séptimo día, ed. por S/egfried H. Horn (Florida: ACES, 1995), p. 1.042.
2 Ver White, El Deseado de todas las gentes, pp. 150-154.
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