UNA RELACIÓN CONDICIONAL
Dios llama e invita a cada persona a una relación íntima de amor con él (ver Mat. 22: 1-14). Responder adecuadamente a esa invitación implica obedecer el mandato divino de amar a Dios y a los demás (ver Mat. 22: 37-39). Disfrutar de los beneficios de esta relación con Dios depende de si uno decide libremente aceptar o rechazar su amor.
Lee Oseas 9: 15; Jeremías 16: 5; Romanos 11: 22; y Judas 21. ¿Qué enseñan estos textos acerca de si los beneficios del amor de Dios pueden ser rechazados o incluso perdidos?
Ose 9:15 «Toda su maldad comenzó en Guilgal; allí comencé a aborrecerlos. Por causa de sus maldades, los expulsaré de mi casa. No volveré a amarlos, pues todas sus autoridades son rebeldes.
Jer 16:5 Así dice el Señor: «No entres en una casa donde estén de luto, ni vayas a llorar, ni los consueles, porque a este pueblo le he retirado mi paz, mi amor y mi compasión —afirma el Señor—.
Rom 11:22 Por tanto, considera la bondad y la severidad de Dios: severidad hacia los que cayeron y bondad hacia ti. Pero si no te mantienes en su bondad, tú también serás desgajado.
Jud 1:21 conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna.
Dios ama al pecador, pero si este decide irse tras los ídolos él los "abandona" para que sigan su camino; Dios no obliga a nadie amarlo, pero él constantemente extiende su invitación a volver a él. Los que deciden volver son exhortados a conservarse en su amor.
En estos y otros textos, el hecho de disfrutar de los beneficios de una relación de amor con Dios se describe repetidamente como condicionado a la respuesta humana a ese amor. Sin embargo, no debemos cometer el error de pensar que Dios deja de amar a alguien. Como hemos visto, el amor de Dios es eterno. Y, aunque en Oseas 9: 15 Dios dice de su pueblo: «No los amaré más», es importante recordar que más adelante, en el mismo libro, Dios declara acerca de su pueblo: «Los amaré de pura gracia» (Ose. 14: 4). Oseas 9: 15 no puede significar que Dios deja por completo de amar a su pueblo. Debe referirse, en cambio, a la condicionalidad de algún aspecto o beneficio particular de una relación de amor con Dios. Además, la forma en que respondemos a su amor es crucial para que esta relación continúe.
«El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre; y yo lo amaré, y me manifestaré a él» (Juan 14: 21). Del mismo modo, Jesús proclama a sus discípulos: «El Padre mismo los ama, porque ustedes me han amado y han creído que yo salí de Dios» (Juan 16: 27, RVC).
Estos y otros textos enseñan que el hecho de disfrutar de los beneficios de una relación salvífica con Dios depende de que aceptemos su amor (lo que también implica estar dispuestos a compartir ese amor con los demás). Una vez más, esto no significa que el amor de Dios deje de existir. Pero, así como no podemos impedir que el sol brille, pero podemos aislarnos de sus rayos, no podemos hacer nada para detener el amor eterno de Dios, pero podemos rechazar finalmente una relación con Dios y, por tanto, aislarnos de lo que nos ofrece; especialmente, de la vida eterna.
¿De qué maneras pueden las personas ver y experimentar la realidad del amor de Dios, independientemente de que correspondan a ese amor o no? Por ejemplo, ¿cómo revela su amor el mundo natural, incluso después del pecado?
Las leyes que gobiernan el Universo, la tierra son evidencias del Creador. Nuestra existencia misma habla de un Creador por la perfección con que funciona nuestro organismo.
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