UN OBJETIVO DIGNO
Al amparo de la misericordia y la mediación de Dios, él se complace aun en la más pequeña respuesta positiva a su amor. Por medio de Aquel que es el único digno de amor y perfectamente justo, cada uno de nosotros puede ser considerado justo y contado entre los amados de Dios que vivirán con él en perfecto amor por la eternidad. Esta es la gran esperanza de la Redención, que implica la obra de Cristo por nosotros en el Cielo.
Pero, tal vez te preguntes, ¿esto puede incluirme a mí también? ¿Y si no soy lo suficientemente bueno? ¿Y si carezco de la fe suficiente?
Lee Marcos 9: 17 al 29. ¿Cómo responde Dios al hombre del relato? ¿Cuánta fe es suficiente?
Mar 9:18 Cada vez que se apodera de él, lo derriba. Echa espumarajos, cruje los dientes y se queda rígido. Les pedí a tus discípulos que expulsaran al espíritu, pero no lo lograron.
Mar 9:19 —¡Ah, generación incrédula! —respondió Jesús—. ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganme al muchacho.
Mar 9:20 Así que se lo llevaron. Tan pronto como vio a Jesús, el espíritu sacudió de tal modo al muchacho que éste cayó al suelo y comenzó a revolcarse echando espumarajos.
Mar 9:21 —¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto? —le preguntó Jesús al padre. —Desde que era niño —contestó—.
Mar 9:22 Muchas veces lo ha echado al fuego y al agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos.
Mar 9:23 —¿Cómo que si puedo? Para el que cree, todo es posible.
Mar 9:24 —¡Sí creo! —exclamó de inmediato el padre del muchacho—. ¡Ayúdame en mi poca fe!
Mar 9:25 Al ver Jesús que se agolpaba mucha gente, reprendió al espíritu maligno. —Espíritu sordo y mudo —dijo—, te mando que salgas y que jamás vuelvas a entrar en él.
Mar 9:26 El espíritu, dando un alarido y sacudiendo violentamente al muchacho, salió de él. Éste quedó como muerto, tanto que muchos decían: «Ya se murió.»
Mar 9:27 Pero Jesús lo tomó de la mano y lo levantó, y el muchacho se puso de pie.
Mar 9:28 Cuando Jesús entró en casa, sus discípulos le preguntaron en privado: —¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?
Mar 9:29 —Esta clase de demonios sólo puede ser expulsada a fuerza de oración[z] —respondió Jesús.
Los discípulos no pudieron expulsar al demonio. Para este padre y su hijo, toda esperanza parecía perdida. Pero Jesús se acercó y le dijo al padre: «Si puedes creer, al que cree todo le es posible» (Mar. 9: 23). Y el padre clamó diciendo: «Yo creo. ¡Ayúdame a creer más!» (Mar. 9: 24, DHH).
Jesús no dijo al hombre: «Vuelve a mí cuando tengas más fe». En lugar de eso, su clamor: «¡Ayúdame a creer más!» fue suficiente.
Sin fe es imposible agradar a Dios (Heb. 11: 6). Sin embargo, Jesús acepta aun la fe más pequeña. Podemos agradar a Dios por la fe en virtud de la mediación de Cristo. Por medio de la fe y gracias a la obra de Cristo en nuestro favor, podemos responder de forma que agrademos a Dios, así como un padre humano se complace cuando su hijo le da un regalo, aunque este no tenga valor en sí mismo.
Por lo tanto, debemos seguir el consejo de Pablo de que nuestro objetivo sea «agradar» a Dios (2 Cor. 5: 9, 10; compara con Col. 1: 10; 1 Tes. 4: 1; Heb. 11: 5). Además, debemos pedir a Dios que transforme nuestros intereses para que incluyan el bienestar de aquellos a quienes amamos y que expanda nuestro amor para que alcance a otros. «Amémonos unos a otros con amor fraternal; respetemos y mostremos deferencia hacia los demás. Si algo demanda diligencia, no seamos perezosos; sirvamos al Señor con espíritu ferviente. Gocémonos en la esperanza, soportemos el sufrimiento, seamos constantes en la oración. Ayudemos a los hermanos necesitados. Practiquemos la hospitalidad» (Rom. 12: 10-13, RVC).
Si Dios nos acepta a través de Cristo, ¿Cuánto más deberíamos aceptar a los demás? ¿Qué luz arrojan sobre esta idea el mandamiento de amar a tu prójimo como a ti mismo (Lev. 19: 18; Mat. 22: 39) y la Regla de Oro de tratar a los demás como quieres que te traten?
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