COMPASIVO Y APASIONADO
El Dios de la Biblia es compasivo y apasionado, y estas emociones divinas se ponen de manifiesto de manera suprema en Jesucristo. Dios es compasivo (compara con Isa. 63: 9; Heb. 4: 15), es profundamente afectado por las penas de su pueblo (Juec. 10: 16; Luc. 19: 41), y está dispuesto a escuchar, responder y consolar (Isa. 49: 10, 15; Mat. 9: 36; 14: 14).
Lee 1 Corintios 13: 4 al 8. ¿De qué manera nos llama este pasaje a reflejar el amor compasivo y asombroso de Dios en nuestras relaciones con los demás?
1Co 13:5 ni ofensivo. No exige que las cosas se hagan a su manera. No se irrita ni lleva un registro de las ofensas recibidas.
1Co 13:6 No se alegra de la injusticia sino que se alegra cuando la verdad triunfa.
1Co 13:7 El amor nunca se da por vencido, jamás pierde la fe, siempre tiene esperanzas y se mantiene firme en toda circunstancia.
1Co 13:8 La profecía, el hablar en idiomas desconocidos*, y el conocimiento especial se volverán inútiles. ¡Pero el amor durará para siempre!
Anhelamos relacionarnos con personas que ejemplifiquen el tipo de amor descrito en 1 Corintios 13: 4 al 8. Pero ¿cuán a menudo procuramos convertirnos en este tipo de persona en favor de los demás? No podemos ser sufridos y amables; no podemos evitar ser envidiosos, engreídos, groseros o egoístas. No podemos producir en nosotros un amor que «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» y que «nunca deja de ser» (1 Cor. 13: 7, 8). Ese amor solo puede ejemplificarse en nuestra vida como fruto del Espíritu Santo. Alabado sea Dios porque el Espíritu Santo derrama el amor de Dios en los corazones de quienes permanecen en Cristo Jesús por la fe (Rom. 5: 5).
Por la gracia de Dios y el poder del Espíritu Santo, ¿de qué maneras prácticas podríamos responder al amor profundamente emocional, pero perfectamente justo y racional, de Dios y reflejarlo en nuestra vida? En primer lugar, adorando al Dios que es amor. En segundo lugar, y en respuesta a su amor, mostrando compasión y amor benevolente a los demás. No debemos limitarnos a sentirnos reconfortados por nuestra fe cristiana, sino que debemos estar dispuestos a reconfortar a los demás. Por último, debemos reconocer que no podemos transformar nuestros corazones, que solo Dios puede hacerlo, y permitírselo.
Así pues, pidamos a Dios que nos dé un corazón nuevo para él y para los demás, un amor puro y purificador que eleve lo que es bueno y elimine la escoria de nuestro interior.
Que la oración de Pablo se haga realidad en nuestra vida y en nuestro medio: «Que el Señor los haga crecer y aumente el amor entre ustedes y hacia los demás […] para que se fortalezca su corazón y sean ustedes santos e irreprensibles delante de nuestro Dios y Padre, cuando venga nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos» (1 Tes. 3:12, 13, RVC).
¿Por qué la muerte al yo, al egoísmo y a la corrupción de nuestros corazones naturales es la única manera de revelar esta clase de amor? ¿Qué decisiones podemos tomar a fin de morir a nosotros mismos?
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