EL AMOR DE DIOS POR LA JUSTICIA
RESEÑA
Enfoque del estudio: Salmo
33:5; Jeremías 18:7-10; Malaquías 3:6; Santiago 1:17.
Introducción: El
amor y la justicia de Dios son intrínsecos a su carácter a lo largo de las
Escrituras. Estos atributos revelan su profunda preocupación por la justicia y
la rectitud.
Temática de la lección
La lección de esta semana
destaca tres tópicos principales:
El amor y la justicia van de
la mano: Aunque no estemos acostumbrados a pensar que el
amor y la justicia estén unidos, las Escrituras muestran que el verdadero amor
requiere justicia y que la verdadera justicia está motivada por el amor. A
diferencia de ello, el presunto amor carente de justicia es indulgencia con el
mal, mientras que la justicia sin amor no es más que frío legalismo. Por tanto,
el amor y la justicia auténticos describen el carácter perfecto de Dios. Él ama
la justicia y pretende que sea practicada en el mundo.
La justicia amorosa exige
constancia: La justicia es el fundamento del
gobierno de Dios. Sus acciones se basan en la constancia del carácter moral
divino, no en decisiones aleatorias y actos injustos. La justicia de Dios emana
de su constancia, pues él nunca miente y sus promesas son inquebrantables.
Aunque la Escritura afirma la inmutabilidad moral de Dios, también indica que
sus acciones pueden variar en respuesta a las decisiones humanas.
La justicia amorosa tiene en
cuenta el arrepentimiento: Las Escrituras afirman que Dios no
se arrepiente; es decir, que no miente. Por otra parte, algunos pasajes del
Antiguo Testamento indican que Dios se arrepiente en el sentido de que no
aplica el esperado juicio anunciado por él debido a las malas acciones humanas.
El hecho de que Dios se arrepienta no significa que haya faltado a la verdad
acerca de su juicio anunciado, sino que, en virtud de la dinámica relacional
que mantiene con los seres humanos, modifica su accionar en relación con las
personas si estas se arrepienten y deciden vivir una vida de comunión con él.
Puesto que Dios puede
introducir cambios en su relación con su pueblo en respuesta a la aceptación o
al rechazo por parte de este, ¿cómo podemos reflejar la justicia amorosa de
Dios cuando reaccionamos ante la injusticia y el mal existentes en el mundo?
El
amor y la justicia van de la mano
Muchas personas están
acostumbradas a pensar que el amor y la justicia son mutuamente excluyentes.
Según esta perspectiva, no es posible ser justo y amoroso al mismo tiempo, pues
el amor es indulgente e impide, o al menos empaña, la debida aplicación de la
justicia, mientras que la justicia debe ser objetiva y desapasionada, lo que
excluye necesariamente la misericordia y amor.
Sin embargo, este punto de
vista no es el único (ni el mejor) modo de concebir la distinción entre amor y
justicia. De hecho, el amor y la justicia no constituyen una dicotomía en la
Biblia, sino que se combinan coherentemente en la descripción del carácter
perfecto de Dios. En el relato bíblico integrador del amor y la justicia, no se
puede pensar adecuadamente en uno sin el otro. Una pretensión de amor sin
justicia es en verdad falta de equidad, mientras que la idea de justicia sin
amor es en realidad un frío legalismo. De hecho, la Biblia va incluso un paso
más allá en la descripción del carácter de Dios, quien no se limita a combinar
el amor y la justicia, sino que ama realmente la justicia (Sal. 33:5; Isa.
61:8).
El término hebreo para
referirse a la justicia en el Salmo 33:5 e Isaías 61:8 es mishpat, que
transmite la idea de un gobierno correcto, adecuado. Según Robert Culver,
mientras que las concepciones modernas de la democracia como forma de gobierno
separan las funciones legislativas, judiciales y ejecutivas, mishpat no
está "restringida solo a los procesos judiciales", sino que se
refiere a "todas las funciones del Gobierno" (Robert D. Culver,
"shapat", en Theological wordbookofthe Oíd Testa-ment, ed.
por R. Laird Harris, Gleason L. Archer Jr. y Bruce K. Waltke [Moody Press,
1980], p. 948). El Gobierno en tiempos bíblicos se centraba principalmente en
la figura del gobernante más que en códigos legales. Además, el gobernante-juez
tenía simultáneamente facultades tanto judiciales como ejecutivas. En otras
palabras, el gobernante-juez no solo tomaba decisiones judiciales, sino también
las ejecutaba o hacía que fueran ejecutadas. Como ejemplo de ello, cuando David
apeló a Dios como juez en su contienda con Saúl, no solo estaba pensando en
términos de una decisión jurídica, sino también dio por sentada una ejecución
judicial de liberación y vindicación: "Sea Jehová juez, y juzgue entre tú
y yo, y vea y defienda mi causa, y me libre de tu mano" (1 Sam. 24:15).
Si tenemos en cuenta esta
concepción amplia de la justicia, decir que Dios la ama parece implicar al
menos dos puntos importantes para nuestro estudio de su carácter: primero, la
justicia de Dios no está meramente relacionada con los códigos legales, sino
que concierne fundamentalmente a su carácter. En segundo lugar, Dios no ama
solo la deliberación acerca de la justicia, sino también su ejecución.
La
justicia amorosa exige constancia
Si la justicia se refiere a
un gobierno adecuado, con buen criterio y ejecutividad, como se ha señalado
antes, debe excluir la posibilidad de decisiones aleatorias o caprichosas por
parte del gobernante. Desde esta perspectiva, la justicia exige constancia y
regularidad. Hay dos pasajes principales en las Escrituras, uno en el Antiguo
Testamento y otro en el Nuevo Testamento, que se utilizan normalmente para
afirmar la inmutabilidad de Dios. Aunque el concepto de inmutabilidad está muy
cargado de supuestos filosóficos en los debates acerca de la doctrina de Dios
en diversas tradiciones teológicas cristianas, se puede afirmar que Malaquías
3:6 y Santiago 1:17 enfatiza la constancia del carácter moral de Dios. En otras
palabras, Dios es moralmente inmutable o inalterable.
Por
su parte, en Malaquías 2:17 se introduce el capítulo siguiente con una pregunta
acerca de la justicia divina: "¿Dónde está el Dios de justicia?" En
otras palabras, ¿qué sucederá con todo "el que hace el mal" (Mal.
2:17)? En respuesta a esta pregunta fundamental, Malaquías 3 destaca la llegada
del juicio divino. "¿Quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿Quién
podrá subsistir cuando él se manifieste?" (Mal. 3:2). El juicio se refiere
en particular a la historia de rebeldía del pueblo de Dios, pero este severo
mensaje pretende ser en realidad un llamado al arrepentimiento. Por lo tanto,
el tono del futuro juicio de Dios es, en última instancia, esperanzador.
En este contexto de juicio y
esperanza, el Señor subraya que él no cambia y que este hecho es la razón por
la que su pueblo no es destruido (Mal. 3:6). La idea de la inmutabilidad de
Dios se traduce en la versión bíblica New English Translation como
"Yo, el Señor, no me retracto de mis promesas", lo que capta la
noción de la inmutabilidad moral del pacto de Dios sugerida por el contexto del
pasaje. Al mismo tiempo, el énfasis de Malaquías 3:7 ("vuélvanse a mí, y
yo me volveré a ustedes") pone de relieve un cambio de actitud relacional
positivo por parte de Dios; a saber, lo que él desea hacer en caso de que el
pueblo se arrepienta.
Santiago 1:17 también
subraya la idea de la constancia divina y de su inmutabilidad moral. El
contexto de Santiago 1 indica que las tentaciones no son provocadas por Dios,
ya que él nos concede constantemente dones buenos y perfectos desde lo alto.
Por lo tanto, en lugar de una combinación caprichosa de tentaciones y dones, él
siempre nos ofrece de manera constante solamente dones. Como "Padre de las
luces", no muestra "mudanza ni sombra de variación" (Sant.
1:17). La conexión entre Dios como Creador de luz y su constancia también
aparece en Salmo 136:7 al 9, que forma parte del reiterado énfasis del salmo:
"Porque su amor es para siempre". En estos versículos, el salmista
destaca el poder creador y la inmutabilidad de Dios: "Al que hizo las
grandes lumbreras, porque su amor es para siempre; el sol para alumbrar el día,
porque su amor es para siempre; la luna y las estrellas para alumbrar la noche,
porque su amor es para siempre" (Sal. 136:7-9).
La
justicia amorosa tiene en cuenta el arrepentimiento
El Antiguo Testamento parece
contener afirmaciones paradójicas acerca del arrepentimiento de Dios y su
renuencia a actuar en armonía con algunos de sus pronunciamientos. Por un lado,
tenemos pasajes como Números 23:19 ("Dios no es hombre para que mienta, ni
hijo de hombre para volverse atrás. Cuando él dice algo, lo realiza. Cuando
promete algo, lo cumple") y 1 Samuel 15:29 ("Dios, que es la gloria
de Israel, no miente, ni se arrepiente; no es hombre para que se
arrepienta"), que afirman la constancia de Dios. En otras palabras, Dios
no miente, lo cual es coherente con la enseñanza del Nuevo Testamento acerca de
Dios en Tito 1:2 y Hebreos 6:18.
Por otra parte, existen en
el Antiguo Testamento pasajes que afirman que Dios cede o se arrepiente en el
sentido de que no lleva a cabo el juicio que anunció contra quienes hicieron lo
malo. Uno de los ejemplos más conocidos es la misericordia divina mostrada a
Nínive en el libro de Jonás (Jon. 3:10), donde el propio Jonás discrepa con el
arrepentimiento divino al comienzo del capítulo 4. La razón dada por el profeta
para no anunciar el inminente juicio divino contra Nínive destaca la
misericordia de Dios: "Pero esto desagradó en extremo a Jonás, y se enojó.
Y oró al Señor: 'Señor, ¿no es esto lo que pensé cuando estaba aún en mi
tierra? Por eso quise huirá Tarsis; porque sabía que tú eres clemente y
piadoso, tardo para enojarte, abundante en amor, que desistes del mal'"
(Jon. 4:1, 2).
Jonás 4:2 contiene al menos
tres razones importantes por las que esta disposición a "ceder" por
parte de Dios no debería sorprendernos. En primer lugar, el propio Jonás indica
que avizoraba tal desenlace desde el principio. Esta anticipación de la
misericordia de Dios es la verdadera razón por la que Jonás huyó a Tarsis. En
segundo lugar, su declaración acerca de Dios se hace eco aquí de Éxodo 32:14 y
34:6 y 7, donde el propio Israel fue objeto del arrepentimiento de Dios. Por lo
tanto, mucho antes de que Dios cediera con respecto a Nínive, hizo lo mismo con
Israel. En tercer lugar, este tipo de arrepentimiento no significa que Dios
mintiera acerca de sus juicios anunciados, ya que él explica en Jeremías 18:7 a
10 que "en un instante puedo hablar contra una nación o un reino para
arrancar, derribar y destruir. Pero si esa nación se convierte de su maldad, yo
también desistiré del mal que había pensado hacerle, y en un instante hablaré
de esa nación o ese reino para edificar y plantar. Pero si hace lo malo ante
mis ojos, y desoye mi voz, desistiré del bien que había determinado
hacerle". Por lo tanto, en el contexto de las relaciones bilaterales, Dios
cambia de actitud hacia las personas cuando estas cambian de actitud hacia él.
Las Escrituras afirman la
inmutabilidad moral de Dios, pero él puede introducir cambios en su manera de
relacionarse con su pueblo cuando este decide aceptarlo o rechazarlo. Con esta
¡dea en mente, analiza con tu clase las siguientes preguntas:
1. ¿Cómo podemos
reflejar la justicia de Dios cuando reaccionamos ante la injusticia y las malas
acciones que existen en el mundo?
2. Dios se arrepiente y
cambia en relación con sus juicios en respuesta a la actitud de las personas
hacia él. La justicia de Dios ¿consiste solo en venganza y retribución o
contempla alguna forma de restauración? Explica tu respuesta. ¿Cómo se relaciona
el arrepentimiento de Dios con la restauración?
3. Dios está dispuesto
a ceder y a restaurar su relación con su pueblo. Desde esta perspectiva, ¿cómo
podemos cultivar la justicia y el amor para restaurar las relaciones rotas?
4. ¿Hubo ocasiones en
las que tus intentos de hacer frente a la injusticia tuvieron resultados
negativos o contraproducentes para ti? Si es así, ¿cómo respondiste? ¿Cómo
puedes perseverar en procura de la justicia y de ayudar a los más vulnerables?
5. ¿Alguna vez te han
tratado injustamente? En caso afirmativo, ¿cuál fue el resultado de esa
situación? ¿Cómo influye tu experiencia en tu forma de tratar a los demás?
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