Lección 8: LIBRE ALBEDRÍO, AMOR Y PROVIDENCIA DIVINA | El amor de Dios y su justicia | Libro complementario
LIBRE ALBEDRÍO, AMOR Y PROVIDENCIA DIVINA
Dios es soberano, es decir
que controla todo lo que sucede -dijo el pastor a un grupo de alumnos de
secundaria.
Desconcertado, uno de los
alumnos preguntó: - ¿Tenía Dios el control de la situación cuando mi perro
murió? ¿Por qué permitió entonces que muriera?
-A veces Dios nos hace pasar
por momentos difíciles a fin de que estemos preparados para cosas aún más
difíciles en el futuro. Recuerdo cuánto me apenó la muerte de mi perro, pero
pasar por eso me ayudó a afrontar un momento aún más difícil después, cuando mi
abuela murió -respondió el pastor. Después de pensarlo un momento, el
estudiante preguntó: - ¿Así que Dios dejó morir a mi perro a fin de prepararme
para cuando él deje morir a mi abuela?1
La forma en que
representamos la providencia de Dios, la manera en que Dios sostiene y gobierna
el mundo, crea a veces preguntas inquietantes en la mente de las personas.
Nuestra interpretación de la providencia de Dios está estrechamente relacionada
con nuestra posición acerca de la presencia del mal en el mundo, lo que
contempla interrogantes como los siguientes:
Si Dios es amor, ¿por qué el
mundo es así? ¿Es Dios quien hace que todo acontezca como sucede? ¿Prevalece
siempre su voluntad?
¿CONSIGUE
DIOS SIEMPRE LO QUE QUIERE?
¿Ocurre siempre lo que Dios
quiere y como él quiere? Según las Escrituras, la respuesta es un rotundo no.
Muchas de las cosas que acontecen son contrarias al deseo de Dios.2
Nota cómo se lamenta Dios de
las malas decisiones de su pueblo, contrarias a sus deseos: "Cuando llamé,
nadie respondió; cuando hablé, no escucharon; antes hicieron lo malo ante mis
ojos y eligieron lo que me desagrada" (Isa. 66:4; cf. 65:12;
Jer. 19:5). Anteriormente, Isaías declaró que Dios se compadeció de su pueblo y
tuvo piedad de él, pero que este no quiso eso (Isa. 30:15,18). Asimismo, Dios
lamenta en Ezequiel 3:7 que su pueblo no quiera escucharlo.
Además, Dios se lamenta de
la siguiente manera en Salmos 81:11 al 13: "Pero mi pueblo no oyó mi voz e
Israel no me quiso a mí. Por eso los dejé a la dureza de su corazón, y
caminaron en sus propios consejos. ¡Si mi pueblo me hubiera escuchado, si en
mis caminos hubiera andado Israel!"
Dios desea profundamente que
su pueblo escuche, pero este se niega obstinadamente a ello.
Jesús también se afligió por
las decisiones de su pueblo contrarias a su voluntad: "¡Jerusalén,
Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti!
¡Cuántas veces quise [theló] juntar a tus hijos, como la
gallina junta sus pollos bajo sus alas! Y no quisiste [theló]" (Mat.
3:37). Este versículo utiliza uno de los dos términos griegos principales
usados en el Nuevo Testamento para designar la acción de "querer" o
"desear" en el sentido de estar dispuesto. El pueblo quiere (theló) directamente
lo contrario de lo que Cristo quiso (theló). En el mismo
sentido, Lucas 7:30 dice que: "los fariseos y los sabios de la ley, al
rechazar el bautismo de Juan, desecharon el plan de Dios para ellos" (c/.
Mar. 7:24). Allí se utiliza el otro término que designa la idea de "querer"
en el Nuevo Testamento en un claro ejemplo de rechazo de la voluntad divina por
parte de los seres humanos.
Según estos y otros
numerosos pasajes, ocurren muchas cosas que Dios no desea que sucedan,
simplemente porque los humanos usan su libre albedrío para elegir lo contrario
de lo que él quiere. Por ejemplo, las Escrituras enseñan que Dios "desea
que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad"
(1 Tim. 2:4), y "no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento" (2 Ped. 3:9). Sin embargo, trágicamente, muchos se niegan
a ser salvados (ver Dan. 12:2; Juan 3:18; 5:11,12, 28, 29; 2 Tes. 1:7-10;
2:10-12; Apoc. 20:12-15).
Esto no complace a Dios. Él
exclama: "No me agrada la muerte de nadie -dice el Señor-, ¡Conviértanse,
pues, y vivan!" (Eze. 18:32; cf. 18:23; 33:11). En este y
muchos otros aspectos, Dios no consigue lo que quiere. Puesto que Dios respeta
el libre albedrío que ha concedido a sus criaturas, no depende de él que estas
utilicen su libertad de decisión para hacer el bien o el mal.
Hasta aquí, incluyendo el
capítulo anterior, hemos señalado dos pensamientos cruciales para tener en
cuenta en relación con el problema del mal:
1. Hay muchas cosas que
no sabemos.
2. Dios no siempre
consigue lo que quiere porque las criaturas a menudo ejercen su libre albedrío
contrariamente a lo que Dios desea.
EL
MAL COMO RESULTADO DEL USO EQUIVOCADO DEL LIBRE ALBEDRÍO
Esto nos lleva al tercer
punto crucial: El mal es el resultado del mal uso del libre albedrío por parte
de las criaturas. ¿Por qué Dios no hace que todos actúen siempre como él
quiere? Si lo hiciera, <. las criaturas no poseerían libre albedrío, que es
necesario para " que el amor pueda existir (un punto al que volveremos).
Este enfoque se conoce como
la defensa o argumentación basada en el libre albedrío y sostiene que Dios no
determina las decisiones de las criaturas, sino que les concede libre albedrío
para que decidan libremente en favor o en contra de lo que él prefiere y, por
lo tanto, para hacer el mal.3 En
consecuencia, lo que las criaturas dotadas de libertad de decisión hacen no
depende de Dios. Desgraciadamente, muchas criaturas han abusado, con horribles
resultados, de su libertad de elección, para hacer lo malo. Sin embargo, Dios
tiene buenas razones para conceder ese libre albedrío, sin el cual algunos
grandes valores, como el amor mismo, no serían posibles.
Según muchos filósofos,
incluidos numerosos ateos, la defensa del libre albedrío resuelve el problema
lógico del mal, ya que muestra cómo Dios puede ser todopoderoso, omnisciente y
totalmente bondadoso, aunque permita la existencia del mal en el mundo. Sin
embargo, muchos plantean que, dado el tipo y la cantidad de mal existente en el
mundo, es improbable que Dios exista, como se expone en el capítulo siguiente.44
Pasemos primero a otra
cuestión previa. Si el mal es el resultado del uso indebido del libre albedrío
por parte de los seres humanos, ¿por qué los creó Dios con libre albedrío?
AMOR
Y LIBERTAD: POR QUÉ EL AMOR REQUIERE LA POSIBILIDAD DEL MAL
¿Puedes hacer que
alguien te ame? Imagina que tienes el poder de controlar la mente de otra
persona. ¿Podrías hacer que te amara? No. ¿Por qué no? Porque por naturaleza,
el amor no puede ser forzado, coaccionado o determinado por otra persona, sino
que requiere libre albedrío; es decir, la libertad de decidir. El amor debe ser
dado y recibido voluntariamente. Una relación amorosa, por lo tanto, no puede
ser provocada por una sola de las partes, por muy poderosa que sea. Incluso si
poseyeras el poder de controlar la mente de alguien, no podrías hacer que te
amara, porque tan pronto como controlaras su mente, el amor de esa persona
hacia ti ya no sería genuino.
Como dijo Elena de White:
"El ejercicio de la fuerza es contrario a los principios del gobierno de
Dios; él desea solamente el servicio de amor; y el amor no puede ser exigido;
no puede ser ganado por la fuerza o la autoridad. El amor se despierta únicamente
por el amor".4 A
lo que añade en otro lugar:
Siendo la Ley del amor el
fundamento del gobierno de Dios, la felicidad de todos los seres inteligentes
depende de su perfecto acuerdo con los grandes principios de justicia de esa
ley. Dios desea de todas sus criaturas el servicio que nace del amor, de la
comprensión y del aprecio de su carácter. No halla placer en una obediencia
forzada, y otorga a todos libre albedrío para que puedan servirlo
voluntariamente.5
Una auténtica relación de
amor solo es posible si Dios concede a sus criaturas la libertad de querer de
otro modo que como Dios prefiere. Esto significa, sin embargo, que el amor
requiere la posibilidad del mal. Es decir, si Dios da a las criaturas libre
albedrío del tipo requerido para que amen genuinamente, debe existir la
posibilidad de que esas criaturas hagan mal uso de ese libre albedrío para
desobedecer a Dios y, por lo tanto, la posibilidad de que hagan el mal. En tal
sentido, Elena de White dice que privar al ser humano de la libertad de elegir
sería robarle su prerrogativa como ser racional y convertirlo en un mero
autómata: "No es el propósito de Dios forzar la voluntad de nadie. El
hombre fue creado moralmente libre".6
Sin embargo, el libre
albedrío no requería que el mal existiera. Si ninguna criatura se hubiera
rebelado contra la Ley del amor divino desinteresado, nunca habría existido el
mal en el universo. Por tanto, el amor no exige que el mal ocurra, sino solo que
las criaturas posean una libertad de la que puedan hacer mal uso. La defensa o
argumentación basada en el libre albedrío es coherente con la opinión de que
habría sido mejor que el mal nunca hubiera ocurrido (en contraste con los
planteamientos de la "culpa feliz"; ver el capítulo 7). Sin embargo,
si Dios concede por amor el libre albedrío a sus criaturas, el hecho de que
estas elijan el mal no depende de Dios.
Esto nos lleva al cuarto
punto crucial en relación con el problema del mal: Dios concede y respeta el
libre albedrío, incluso cuando las criaturas hacen el mal, porque es un
prerrequisito necesario para la existencia del amor. Dios no deseaba que el mal
entrara en su Creación previamente perfecta, pero lo permitió porque lo
contrario excluiría el amor mismo. Como enseñan sistemáticamente las
Escrituras, el mal es ajeno a la Creación perfecta de Dios: no es el resultado
de las acciones de Dios, sino de las acciones de otros que se rebelaron contra
la voluntad de Dios, quien creó el mundo "bueno en gran manera" (Gén.
1:31). El mal fue el resultado de la desobediencia de las criaturas (ver Gén.
1:3; Rom. 5:12; ver capítulo 9).
¿Por qué, entonces, Dios
simplemente no hace que todos hagan siempre lo que él quiere? En resumen,
Dios concede el libre albedrío a las criaturas por amor. Él es amor y una
auténtica relación de amor requiere libertad. Dios no fuerza la voluntad de las
criaturas porque hacerlo destruiría la posibilidad misma de que existiera una
relación de amor.
Sin embargo, algunos se
preguntarán cómo sabemos, a la luz de las Escrituras, que el amor requiere
libre albedrío. En primer lugar, la Biblia describe repetidamente el amor como
concedido y aceptado voluntariamente. Dios mismo ama voluntariamente (Ose. 14:4)
y requiere de los seres humanos que lo amen y amen a los demás, aunque los deja
en libertad de hacerlo o no (ver, por ejemplo, Deut. 6:5; 11:13; 13:3; Mat.
23:37-40).
Además, "Dios es
amor" (1 Juan 4:8,16). En consecuencia, el amor es el más elevado valor y
el mayor bien del universo (ver 1 Cor. 13:13). Sin embargo, Dios no obliga a
nadie a amar. ¿Por qué? Porque no puede hacerlo. Si Dios pudiera determinar que
todos amaran perfectamente todo el tiempo, como él requiere y prefiere, lo
haría. Pero el amor no puede ser forzado, coaccionado o determinado por otro.
No se trata de un principio externo a Dios y al que él esté obligado, sino que
se fundamenta en la naturaleza misma de Dios: "Dios es amor" (1 Juan
4:8) y "no puede negarse a sí mismo" (2 Tim. 2:13).
Para que no existiera la
posibilidad del mal, Dios tendría que eliminar el libre albedrío y así la
viabilidad misma de una relación de amor genuino con sus criaturas, lo que
estaría en contra de su carácter amoroso. Pero Dios "no puede negarse a sí
mismo" (2 Tim. 2:13).
PROVIDENCIA
AMOROSA: LA VOLUNTAD REPARADORA DE DIOS
Si alguna vez has
participado en un proyecto grupal, sabes que el resultado final no depende solo
de tu aporte, sino también de las contribuciones de los demás. A semejanza de
ello, el estado de este mundo es el resultado no solo de lo que hace Dios, sino
también de las decisiones libres de innumerables criaturas y de innumerables
malas decisiones.
Algunos piensan que Dios
hace que todo ocurra como él desea. Pero si Dios realmente concede a sus
criaturas el libre albedrío analizado anteriormente y ellas usan indebidamente
esa libertad, de ello resultan muchas cosas que Dios no causa y que no quiere
que ocurran.
Sin embargo, ¿no enseña la
Escritura que Dios "hace todo según el propósito de su voluntad"
(Efe. 1:11)? En este punto, es útil distinguir entre la voluntad ideal de Dios
y su voluntad correctiva. La primera se refiere a lo que Dios realmente prefiere,
lo que ocurriría si todos hicieran lo que Dios desea. El mal no existiría si
todos actuaran de acuerdo con la voluntad ideal de Dios. Por otra parte, la
voluntad reparadora de Dios es la que opera en respuesta a las decisiones
libres de las criaturas, incluidas las malas. La voluntad reparadora de Dios es
la voluntad o el plan de Dios para remediar los males del mundo, que son el
resultado de las malas decisiones de los seres humanos.
En los concursos de cocina
de la televisión, los chefs deben utilizar determinados ingredientes, pero son
libres de emplear cualquier otro ingrediente que elijan para preparar el plato
que desean. El resultado final incluye muchos ingredientes de su elección, pero
también algunos que ellos no seleccionaron.
De manera semejante, la
voluntad reparadora de Dios tiene en cuenta las decisiones libres de las
criaturas, incluso las malas. En consecuencia, muchos "ingredientes"
de la historia son el resultado de las decisiones de las criaturas; incluidas las
malas. Junto a ellas, Dios toma sus propias decisiones y actúa para remediar
todas las situaciones en la medida de lo posible sin socavar el libre albedrío
(y, con él, el amor). Sin embargo, ocurren muchas cosas que Dios no desea
porque sus criaturas actúan a menudo en contra de la voluntad ideal de Dios.7
Consideremos el caso de
José. Sus hermanos lo vendieron como esclavo, un acto muy malvado. Pero Dios
añadió sus propias acciones para producir el mayor bien posible tras este mal.
De allí que José dice finalmente a sus hermanos: "Ustedes pensaron mal
sobre mí, pero Dios lo encaminó para bien, para hacer lo que vemos hoy, para
mantener en vida a mucho pueblo" (Gén. 50:20).8
En este y en todos los demás
casos, si todo ocurriera como Dios prefiere, nunca se produciría el mal. Dios
no quiere que ocurra ningún mal, pero cuando este ocurre, él obra para
contrarrestarlo y hacer que el bien triunfe en última instancia (Rom. 8:28; cf. 8:18).
Un día no muy lejano, él erradicará el mal para siempre; entonces, "Dios
enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. Y no habrá más muerte, ni llanto,
ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron" (Apoc. 21:4).
Esto nos lleva a un quinto
punto importante, que quedará aún más claro en el próximo capítulo: Dios
permite temporalmente el mal a pesar de que lo detesta profundamente y porque
impedir su existencia excluiría al mismo tiempo el amor. A su vez, destruirlo
prematuramente dañaría la confianza necesaria para que exista el amor.
En esto consiste la
providencia del amor.
Hasta aquí, nos hemos
centrado principalmente en las decisiones humanas. Sin embargo, las Escrituras
muestran un panorama mucho más amplio. En el próximo capítulo veremos que las
decisiones de las criaturas sobrenaturales, los ángeles leales y los caídos o
demonios, desempeñan un papel enorme en el contexto del Conflicto Cósmico.
1 Marc
Cortez compartió esto, lo cual ya no está disponible, en su blog Every-day
theology, en junio del año 2013. Parte de ese material es citado en el siguiente sitio:
<nleaven.wordpress.c0m/2013/06/19/3-mistakes-we-make-when-talking-about-the-sovereignty-of-god>
2 Para
más información al respecto, ver John C. Peckham, Theodicyoflove, pp.
27-54-
3 Ver Alvin Plantinga, God, freedom, and
evil (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1977), p. 30.
4 Elena
de White, El Deseado de todas las gentes, p. 13.
5 Elena
de White, Patriarcas y profetas, pp. 12,13.
6 Elena
de White, Patriarcas y profetas, p. 343.
7 Ver, además, John C. Peckham, Theodicy
of love, pp. 42, 43.
8 Para
conocer más acerca del relato de José y las voluntades ideal y reparadora de
Dios, ver John C. Peckham, Divine attributes: Knowing the covenantal
God ofScrípture (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2021).
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