Lección 12: AMOR Y JUSTICIA: LOS DOS MANDAMIENTOS MÁS IMPORTANTES | El amor de Dios y su justicia | Libro complementario
AMOR Y JUSTICIA: LOS DOS MANDAMIENTOS MÁS IMPORTANTES
AMOR Y JUSTICIA: LOS DOS MANDAMIENTOS MÁS IMPORTANTES
No podemos tomar decisiones basadas en la compasión -dijo cierta vez un feligrés a su pastor poco después de una votación de la junta de la iglesia. El pastor se sintió perplejo ante esa declaración. "¿Cómo interpreta esta persona a Dios y su Ley para pensar de esa manera?", se preguntó.
La compasión implica empatizar con los sentimientos de los demás, especialmente con su sufrimiento. Indudablemente, la empatía es parte integral del amor. Romanos 13:8 enseña que "el que ama al prójimo cumple la ley". De hecho, Jesús enseñó que los dos mandamientos más importantes son el amor a Dios y el amor al prójimo:
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y toda tu mente". Este es el primer y mayor mandamiento. Y el segundo es semejante a este: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas (Mat. 22:37-40).
¿Cómo actuamos en relación con estos dos mandamientos? ¿Como influyen en nuestras relaciones con quienes nos rodean?
IDOLATRÍA E INJUSTICIA SOCIAL: LOS DOS MAYORES PECADOS
Si los dos mandamientos principales tienen que ver con el amor a Dios y a los demás, ¿cuáles son los dos pecados mayores? No amar a Dios y no amar a los demás.
Como reconocen muchos estudiosos del Antiguo Testamento, los dos grandes pecados señalados continuamente por los profetas son la idolatría y la injusticia en la sociedad. La idolatría consiste en gran medida en no amar a Dios como corresponde, al colocar otro objeto de culto o devoción donde solo debería estar Dios. Pero Dios también está profundamente preocupado por la forma en que los seres humanos se tratan unos a otros, por la falta de justicia en la sociedad. Como dice un erudito: "El ethos66 del pueblo de Dios tiene la justicia en su centro. El llamamiento al amor al prójimo se opone a los privilegios especiales de los poderosos y bien relacionados, y extiende las protecciones y disposiciones de Dios a todos, incluidos los más marginados de la sociedad", en particular a "los pobres" y los extranjeros. "Los profetas bíblicos recuerdan al pueblo de Dios estas verdades e insisten en que no se ama a Dios sin practicar la justicia con los demás".67
Es imposible cumplir lo que Jesús identificó como el mayor mandamiento, amar a Dios, sin amar a los demás. Como explica i Juan 4:20: "Si alguno dice: 'Yo amo a Dios', y aborrece a su hermano, es mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve".
EL DIOS DE LA BIBLIA AMA LA JUSTICIA
Las Escrituras enseñan sistemáticamente el principio de que debemos tratar a los demás con justicia y amor. Debemos oponernos a toda injusticia perpetrada contra los demás, individual o colectivamente.
Por ejemplo, Moisés escribe en Levítico 19:15: "No cometas injusticia en el juicio, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande. Con justicia juzgarás a tu prójimo". El profeta Isaías añade: "Aprendan a hacer el bien; busquen justicia, restituyan al agraviado, defiendan al huérfano, amparen a la viuda" (Isa. 1:17). Unos capítulos más adelante, Isaías proclama, además:
¡Ay de los que dictan leyes injustas e imponen tiranía, para privar de justicia a los pobres y quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo; para despojar a las viudas y robar a los huérfanos! ¿Qué harán el día del castigo? ¿En quién se ampararán para que los ayude cuando venga de lejos el asolamiento? ¿Dónde dejarán su gloria? (Isa. 10:1-3).
Dios mismo declara:
Antes, el ayuno que me agrada es este: Desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas opresivas, dejar libres a los quebrantados, que rompas todo yugo. Que partas tu pan con el hambriento, que a los pobres errantes albergues en casa, que cuando veas al desnudo lo cubras, y no te escondas de tu hermano (Isa. 58:6, 7).
En una línea similar, el profeta Jeremías escribió: "¡Ay del que edifica su casa con injusticia y sus salas sin derecho, sirviéndose de su prójimo de balde, sin darle el salario de su trabajo!" Tu padre abogó y "él juzgó la causa del afligido y del menesteroso, y le fue bien. ¿No es esto conocerme a mí? -dice el Señor" (Jer. 22:13, 16).
Del mismo modo, Zacarías 7:9 y 10 enseña: "Así dice el Señor Todopoderoso: 'Juzguen conforme a la verdad, y hagan misericordia y piedad cada cual con su hermano. No opriman a la viuda, ni al huérfano, ni al extranjero, ni al pobre, ni ninguno piense mal en su corazón contra su hermano'" (ver también Miq. 6:8; Sant. 2:5-8).
¿Cómo es posible leer estos textos y pensar que Dios no se preocupa por la justicia en favor de las personas, en particular de los oprimidos? Dios sigue profundamente preocupado por ellos. Se preocupa por los inmigrantes y los refugiados, los que a menudo sufren maltrato y explotación en todo el mundo. Dios se preocupa
por las personas que sufren explotación económica, sexual y otras formas de opresión. Dios se preocupa por el niño no nacido aún I que está en el vientre materno y por el niño que vive en la pobreza. '
Dios se preocupa por las víctimas de la trata de seres humanos, la esclavitud, los talleres clandestinos, el encarcelamiento injusto, el racismo, la misoginia, el maltrato doméstico y los males opresivos de todo tipo. Dios ama la justicia (Isa. 61:8; Sal. 33:5).
¿No deberíamos preocuparnos también nosotros? ¿No deberíamos amar también la justicia y actuar en consecuencia? Seguir el camino del Cordero es seguir el camino del amor y la justicia sin hacer caso omiso del sufrimiento y la injusticia que nos rodean, sino oponiéndonos a todas esas injusticias y males y trabajando activamente para llevar la justicia y el amor a quienes sufren y están necesitados. Como se ha dicho antes, no se puede cumplir el mandamiento más importante de amar a Dios si no se ama a los demás. "Si alguno dice: 'Yo amo a Dios', y aborrece a su hermano, es mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve" (1 Juan 4:20). El cristianismo auténtico implica necesariamente el amor a los demás. Se preocupa por la justicia de quienes sufren y están oprimidos. Se preocupa por los necesitados y los que sufren violaciones de los derechos humanos. Elena de White escribió:
Toda religión que combate la soberanía de Dios defrauda al hombre de la gloria que le fue concedida en la Creación, y que ha de serle restaurada en Cristo. Toda religión falsa enseña a sus adeptos a descuidar las necesidades, los sufrimientos y los derechos de los hombres. El evangelio concede un alto valor a la humanidad como adquisición hecha por la sangre de Cristo, y enseña a considerar con ternura las necesidades y las desgracias del hombre. El Señor dice: "Haré más precioso que el oro fino al varón, y más que el oro de Ofir al hombre" (Isa. 13:12).68
Como el mismo Jesús declaró: "¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas! Porque dan el diezmo de la menta, el eneldo y el comino; y dejan lo más importante de la ley, a saber, la justicia, la misericordia y la fidelidad. Esto es necesario hacer, sin dejar lo otro" (Mat. 23:23).
Como hemos visto, según Jesús, el segundo mandamiento más importante es: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mat. 22:39). La Regla de Oro resume cómo poner en práctica este mandamiento: "Hagan a los demás como quieran que ellos les hagan" (Luc. 6:31; cf. Mat. 7:12).
Resulta relativamente fácil para muchos mostrar amor a quienes forman parte de su círculo íntimo de amigos y seres queridos, pero no muestran el amor de Dios fuera de esos ámbitos. Como Caín, muchos se preguntan: "¿Acaso soy yo guarda de mi hermano?" (Gén. 4:9).
En el Evangelio de Lucas, justo después de enunciar la Regla de Oro, Jesús afirmó, además:
Porque si aman a los que los aman, ¿qué mérito tendrán? También los pecadores hacen lo mismo. Y si hacen bien a los que les hacen bien, ¿qué mérito tienen? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir otro tanto. Amen, pues, a sus enemigos, hagan bien y presten, sin esperar de ello nada, y su galardón será grande y serán hijos del Altísimo; porque él es benigno aun con los ingratos y malos. Sean, pues, misericordiosos, como su Padre es misericordioso (Luc. 6:32-36).
Más tarde, después de que Jesús enunciara los dos mandamientos más importantes, los del amor a Dios y al prójimo, un escriba, "queriendo justificarse a sí mismo", preguntó a Jesús: "¿Y quién es mi prójimo?" (Luc. 10:29). En respuesta, Jesús contó una parábola inquietante para el público original, la historia de un hombre a quien unos ladrones golpearon y dejaron "medio muerto". Un sacerdote que pasaba por allí se desvió del camino para evitar al malherido. Luego, un levita también evitó pasar junto al hombre "medio muerto". Pero entonces, un samaritano que estaba de viaje "al verlo se compadeció de él". El samaritano "se acercó a él" y "vendó sus heridas", lo llevó a una posada y "lo cuidó", dio dinero al posadero y prometió pagar cualquier gasto adicional necesario para atender al hombre (Luc. 10:30-35).
Esta historia resultó desconcertante para los oyentes porque judíos y samaritanos se despreciaban mutuamente como enemigos en aquella época. Pero aquí, el samaritano hace lo que los líderes religiosos no hicieron: considerar a uno que se suponía que era su enemigo como su prójimo y actuar en consecuencia; es decir, mostrarle el amor de Dios.
Después de contar la parábola, Jesús preguntó: "¿Cuál de estos consideró que el herido era su prójimo?" Obviamente, fue el hombre que tuvo compasión de él y lo ayudó. "Ve, y haz tú lo mismo", le ordenó Jesús (Luc. 10:36, 37).
¿Con qué frecuencia algunos de nosotros simplemente pasamos de largo cuando vemos injusticia, abuso, racismo u opresión?
Jesús nos ordena a sus seguidores que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Debemos pensar en esto y tratar a los demás como nos gustaría que trataran a nuestro hijo o hija, a nuestra madre o padre, o a nuestros abuelos.
En un brillante artículo titulado: "¿Acaso soy yo guarda de mi hermano?", publicado en 1896, Elena de White escribió:
La Ley de Dios, contenida en los Diez Mandamientos, revela al hombre su deber de amar a Dios supremamente y a su prójimo como a sí mismo. La nación estadounidense tiene una deuda de amor con la raza negra, y Dios ha ordenado que restituyan el mal que les han hecho en el pasado. Aquellos que no han tomado parte activa en la imposición de la esclavitud a la gente negra no están exentos de la responsabilidad de hacer esfuerzos especiales para eliminar, en la medida de lo posible, el resultado seguro de su esclavitud.69
Elena de White habla aquí del gran pecado de la esclavitud en los Estados Unidos y otras regiones. Pero este consejo se aplica además a todos los casos de maldad, injusticia y opresión que las personas perpetran unas contra otras. Incluso si no han tomado parte intencionada y activa en el racismo u otras formas de injusticia y opresión, los que quieren seguir al Cordero tienen el deber de hacer lo que puedan para promover el amor y la justicia.
Si estamos en Cristo por la fe, entonces todos formamos parte del cuerpo de Dios, lo que nos convierte no solo en una familia creada por Dios a partir de una sola sangre (Hech. 7:26), sino también en una familia unida por la sangre de Cristo. Si una parte del cuerpo sufre, todo el cuerpo sufre (1 Cor. 12:26,27). El racismo, la xenofobia o el etnocentrismo no tienen cabida en el cristianismo genuino, y debemos oponernos a ellos en cada oportunidad que se nos presente. En relación con esta y otras injusticias, tampoco hay lugar en el cristianismo auténtico para el hecho de limitarse a pasar de largo y no hacer nada por promover el amor y la justicia.
Seguir a Cristo implica oponerse al mal en cualquiera de sus formas, no como suele hacerlo el mundo, sino de una manera que no devuelva "mal por mal ni maldición por maldición" (1 Ped. 3:9). El mal no será vencido por el mal. Solo el amor puede vencer al mal; y un día no muy lejano, el Dios que es amor traerá la justicia finalmente y por completo.
Mientras esperamos el triunfo definitivo del amor de Dios sobre la injusticia, la opresión y el mal de todo tipo, no eludamos nuestro deber. Como cristianos, tenemos la misión de oponernos activamente a la injusticia y de amarnos unos a otros como Cristo nos ha amado y nos ama.
69 Elena de White, "Am I my brother's keeper?", Reviewand Herald, 21 de enero de 1896, p. i.
"En esto", dijo Jesús, "conocerán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros" (Juan 13:35). Además, Pablo dice: "No nos cansemos, pues, de hacer el bien, que a su tiempo segaremos, si no desfallecemos" (Gál. 6:9).
Cristo se humilló hasta convertirse en uno de los oprimidos, sometiéndose incluso a la muerte en la cruz. En contraste directo con el Diablo, que continuamente se aferra al poder y trata de elevarse al lugar de Dios, Cristo dejó su trono en el Cielo para identificarse con los débiles y los desamparados. Pudo ocupar el lugar del emperador romano, pero en lugar de eso eligió nacer en una familia pobre de una nación oprimida por el imperio de Roma y tratada como inferior debido a su origen étnico. Allí él ocupó voluntariamente su lugar con los desheredados. De este modo, demostró de forma decisiva que no es cierto que quienes sufren lo merecen por alguna razón.
En contraste directo con el dragón, ejemplificado por el Imperio Romano y otros regímenes imperialistas a lo largo de los siglos, Cristo se sometió a la crueldad, al abuso y a una muerte atroz para curar a los quebrantados de corazón y liberar a los cautivos (Luc. 4:18; cf. Isa. 61:1,2): "Por amor a ustedes se hizo pobre, siendo rico; para que ustedes fuesen enriquecidos con su pobreza" (2 Cor. 8:9).
Dios no se limita a profesar su preocupación por el amor y la justicia, sino que la demostró indiscutiblemente en Cristo, quien dio su propia vida, aunque allí no termina la historia, ya que él resucitó y vendrá de nuevo. Nuestro Libertador viene y traerá consigo la erradicación completa y final de la opresión, el pecado y el mal.
Dios "[...] ¡que hace justicia al agraviado, que da pan al hambriento, y libera a los presos! El Señor abre los ojos de los ciegos, levanta al caído, ama a los justos. El Señor guarda a los extranjeros, al huérfano y a la viuda sostiene, y trastorna el camino de los impíos" (Sal. 146:7-9).
Mientras que algunos buscan incesantemente posiciones y puestos de honor, Jesús instruyó a sus seguidores para que eligieran el puesto inferior (Luc. 147-ir), y él mismo proporcionó el modelo definitivo de humildad al ocupar el lugar de un siervo y elegir el sacrificio de sí mismo para mostrar amor. Jesús revirtió todo el sistema de lucha por el poder y la posición. Si quieres seguir a Cristo en su camino, el camino del Cordero, no te eleves a ti mismo. En lugar de ello, eleva a los demás, especialmente a las víctimas de la opresión y la injusticia. En contraste directo con los reinos y los imperios de este mundo, quien es grande en el Reino de Dios es el servidor de todos (Mat. 10:26-28). En palabras de Jürgen Moltmann:
Según el Nuevo Testamento, el sueño de un libertador y el sueño de la paz no son solo sueños. El Libertador ya está presente y su poder ya está entre nosotros. Podemos seguirlo, incluso hoy, haciendo visible algo de la paz, la libertad y la justicia del reino que él completará. Ya no es imposible. Se ha hecho posible para nosotros en comunión con él.7t>
70 Jürgen Moltmann, The power of the powerless (Londres: SCM, 1983), p. 36.
68 Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 253.
66 "Conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una persona o una comunidad" (Diccionario de la Real Academia Española, disponible en: <dle.rae.es/ethos>).
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