Lección 3: IMÁGENES TOMADAS DEL MATRIMONIO | Alusiones, imágenes y símbolos: Cómo interpretar la profecía bíblica | Libro complementario
IMÁGENES TOMADAS DEL MATRIMONIO
En este mundo caído, el
matrimonio es tal vez uno de los mayores riesgos que podemos asumir. Un
matrimonio sano requiere que nos mostremos completamente vulnerables ante la
otra persona: esta debe conocer nuestros secretos más íntimos y, con el tiempo,
saber exactamente lo que nos hace felices y también lo que nos lastima
profundamente. A este riesgo se añade el hecho de que tenemos la tendencia a
casarnos jóvenes, por lo general antes de que nuestra corteza prefrontal haya
terminado de madurar. La corteza prefrontal es responsable de la planificación
y la razón, y antes de los 25 años, aproximadamente, todavía no ha alcanzado
plena capacidad para comprender las consecuencias a largo plazo. En otras
palabras, la mayoría de nosotros todavía *no somos conscientes de lo que nos
estamos jugando cuando nos casamos.
Sin embargo, es un riesgo
que vale la pena correr, porque la intimidad y el amor auténticos valen la
pena. Sabemos que es arriesgado: demasiados matrimonios acaban en divorcio y,
sin embargo, seguimos buscándolo porque la recompensa puede ser increíblemente
valiosa. Después de todo, es uno de los dos regalos más importantes que Dios le
dio a la humanidad en el jardín: el matrimonio y el sábado. Ambos regalos
tienen que ver con las relaciones.
EL MATRIMONIO, LA CULTURA
POPULAR Y LA BIBLIA
La cultura popular ha
distorsionado hasta cierto punto nuestra comprensión de lo que Dios quería que
fuera el matrimonio. Las películas y las canciones populares retratan el amor
como algo destinado a satisfacernos. Los créditos finales de las telenovelas
suelen aparecer sobre la escena de la ceremonia nupcial, sugiriendo que el día
de la boda es el momento culminante de la historia: "y vivieron felices
para siempre". Sin embargo, desde la perspectiva bíblica, las campanas de
boda no marcan la conclusión satisfactoria del desarrollo de una relación; son
más bien el punto de partida de un proceso que continuará mientras ambos vivan.
La cultura popular también
sugiere que el propósito del matrimonio es hacernos felices, lo que lleva a
algunas personas a desesperarse cuando inevitablemente pasan por etapas menos
felices de la vida. Nos han enseñado que los demás existen para hacernos felices.
Sin embargo, el conocido especialista en matrimonios, Gary Thomas, sugiere que,
aunque el matrimonio puede aportar mucha felicidad, en realidad Dios lo diseñó
para que sirviera a un propósito totalmente distinto: "¿Y si en realidad
Dios no diseñó el matrimonio para que todo fuera "más fácil"? ¿Qué
tal si Dios tenía en mente un propósito que iba más allá de nuestra felicidad,
nuestra comodidad y nuestro deseo de enamorarnos y ser felices, como si el
mundo fuera un lugar perfecto? [...] ¿Y si Dios diseñó el matrimonio para que
fuéramos santos más que para que fuéramos felices?".1
Los seres humanos se han
sentido frustrados durante mucho tiempo por la fascinante y difícil dinámica
que existe entre hombres y mujeres, la cual fue célebremente recogida en el
exitoso libro de John Gray de los años 90: Los hombres son de Marte, las mujeres
son de Venus. Las percepciones masculina y femenina del mundo y de las
relaciones familiares, pueden ser radicalmente distintas, y los que viven en
los bandos opuestos a menudo no entienden cómo su pareja ha llegado a la
conclusión/solución que ha adoptado.
Hay una clave importante en
el libro del Génesis para entender esta pugna, ya que en él descubrimos que
tanto el hombre como la mujer fueron creados a imagen de Dios: "Y creó
Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó"
(Gén. 1:27).
Tanto el hombre como la
mujer fueron hechos a imagen de Dios, pero al mismo tiempo, ninguno de los dos
proporciona el cuadro completo. Para contemplar a Dios en mayor plenitud,
tenemos que juntar ambas mitades y aprender la una de la otra. Durante décadas,
mi esposa me ha enseñado aspectos de Dios que yo nunca habría podido descubrir
por mí mismo. Así pues, el matrimonio es una especie de escuela en la que
aprendemos más sobre el carácter de Dios y que, tras la caída, se convirtió en
una escuela de santidad. Cuando funciona adecuadamente, el matrimonio lima las
asperezas de nuestro carácter y nos acerca al carácter de Dios.
CRISTO Y LA IGLESIA
Por otra parte, el
matrimonio revela también la naturaleza de la relación de Cristo con nosotros.
Después de exponer la naturaleza del matrimonio, Pablo de repente aclara que en
realidad no se está refiriendo para nada al matrimonio: "Este misterio es
grande —escribe—, pero yo digo esto acerca de Cristo y la iglesia" (Efe.
5:32). A lo largo de las Escrituras, especialmente en las profecías bíblicas,
el matrimonio es una de las metáforas más utilizadas para ayudarnos a entender
la naturaleza de la relación de Cristo con nosotros. Él es el novio y la
iglesia es su novia.
En la ciudad de Corinto,
Pablo enfrentó un problema complejo: habían aparecido falsos apóstoles para
destruir la labor que él había realizado de establecer una iglesia, así que le
advirtió a la congregación que estos impostores amenazaban con descarrilar su
matrimonio con Cristo:
¡Ojalá tolerasen un poco mi
insensatez! Pues, tolérenme. Los celo con celo de Dios, porque los he desposado
con un solo esposo, con Cristo; para presentarlos a él como una virgen pura.
Pero temo que, como la serpiente, que con su astucia engañó a Eva, los sentidos
de ustedes sean extraviados de la sincera y pura devoción a Cristo (2 Cor.
11:1-3, RVC).
Si llevamos la analogía un
poco más allá, podríamos imaginar a Pablo como el padre de la novia en esta
historia, ya que su preocupación en este pasaje es obvia. Incluso podríamos
llegar a la conclusión de que nadie está más preocupado que él. Pero cuando
vemos hasta dónde llegó Cristo para conquistar a su novia, cuando vemos su
constante interacción con ella a lo largo de los siglos y presenciamos el
inmenso precio que estuvo dispuesto a pagar para conseguir su mano en
matrimonio, resulta obvio que la persona más ansiosa de esta historia es el
Novio. Él es constantemente fiel y se aferra a los votos de su alianza. La
novia, sin embargo, no ha sido fiel.
A la mayoría de las parejas
les encanta contar la historia de cómo se conocieron. Dios no es diferente. En
el capítulo 16 de Ezequiel, Dios compara a la nación de Israel con una bebé
abandonada que encontró en un campo.
El día en que naciste no fue
cortado tu ombligo, ni fuiste lavada con agua para limpiarte, ni frotada con
sal, ni fuiste envuelta con pañales. No hubo quien se apiadara de ti, para
hacerte algo de esto, sino que el día en que naciste fuiste echada en pleno
campo y menospreciada (Eze. 16:4, 5).
La descendencia de Abraham
era como una hija no deseada. Él la encontró, la limpió y la crió, y para él no
había mujer más hermosa que ella. Cuando se hizo adulta, se casó con ella, pero
no vivieron felices para siempre. De hecho, ella le fue infiel: "Pero
confiaste en tu hermosura, te prostituiste a causa de tu renombre y derramaste
tus fornicaciones a cuantos pasaron, para ser de ellos" (vers. 15).
INFIEL, PERO AMADA
En esta dolorosa ruptura
entre la humanidad y el Creador, Dios es la parte perjudicada: nosotros fuimos
infieles. Israel fue infiel al pacto, y entonces, cuando la iglesia del Nuevo
Testamento empezó a transigir y a fusionarse con la política del Imperio
Romano, apareció otra ramera en el panorama profético:
Y me llevó en espíritu al
desierto. Allí vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata, que tenía
siete cabezas y diez cuernos, y estaba cubierta de nombres de blasfemia. La
mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, adornada de oro, piedras preciosas
y perlas; y en su mano tenía una copa de oro llena de abominaciones y de las
impurezas de su fornicación. Y en su frente tenía escrito un nombre, un
misterio: "La gran Babilonia, madre de las rameras y las abominaciones de
la tierra". Vi a la mujer ebria de la sangre de los santos y de los
mártires de Jesús. Y cuando la vi, quedé muy asombrado (Apoc. 17:3-6).
¿Qué revela esto? La iglesia
del Nuevo Testamento cometió precisamente el mismo agravio, el mismo acto de
infidelidad conyugal que el pueblo de Dios había cometido en el Antiguo
Testamento. Y, sin embargo, como revela la extraordinaria historia del profeta
Oseas, Dios no ha perdido el interés en nosotros; por mucho que lo hayamos
lastimado, él todavía nos quiere de regreso. Para revelar el dolor que siente
por su pueblo, Dios le pidió a Oseas que viviera una experiencia similar: se
casó con una mujer de mala reputación, ella lo abandonó y él fue al mercado de
esclavos para volver a comprarla.
El hecho de que Gomer fuera
encontrada en un mercado de esclavos también revela mucho sobre nuestra
situación. Cuando la humanidad decidió comer del árbol y darle la espalda al
Creador, estaba declarando su independencia. Elegimos actuar a nuestra manera,
y los resultados fueron totalmente desastrosos. Pronto descubrimos que el
pecado no es en absoluto liberador; es una forma de esclavitud, y no tenemos
recursos para reparar lo que hemos hecho. Por eso Cristo vino a donde nosotros
estamos, al oscuro y vergonzoso mercado de esclavos, a pagar un precio
increíblemente alto para recuperarnos.
La forma en que la Biblia
utiliza el matrimonio como ilustración de nuestra alianza con Cristo nos
permite, en cierto sentido, comprender lo que Dios ha experimentado a lo largo
de los siglos de sufrimiento humano. No solo fue agraviado en el Edén, sino que
nosotros seguimos agraviándolo cuando rechazamos sus intentos de
reconquistarnos. "El reino de los cielos —enseñó Jesús— es semejante a un
rey que preparó el banquete de boda para su hijo. Y envió a sus siervos a
llamar a los invitados a la boda. Pero ellos no quisieron venir" (Mat.
22:2,3). Tras repetidos intentos, el Rey se enfada y castiga a los que
menospreciaron a su Hijo. De pronto, nos damos cuenta del problema del pecado
desde la perspectiva del Padre. ¿Qué padre no se sentiría dolido por los que
lastiman a sus hijos? De pronto, podemos ver la situación desde la perspectiva
de Dios y sentir el dolor del rechazo. Y, sin embargo, increíblemente, Dios
persiste: está empeñado en que su Hijo tenga a su esposa.
La imagen del matrimonio
también nos ayuda a sentir la emoción que siente el cielo ante la posibilidad
de vernos regresar al reino. En este mundo, las novias esperan el día de su
boda durante meses, e incluso años. Recopilan catálogos de novias y muestras de
invitaciones. Trabajan en la distribución de las mesas y se aseguran de que la
gente sea debidamente atendida en el banquete. Eligen el vestido y los vestidos
de las damas de honor. A menudo, no se repara en gastos. La espera del gran día
llena cada momento de vigilia.
Los novios suelen ir de allá
para acá la noche anterior a la ceremonia, conscientes de que están a punto de
dar el paso más importante de sus vidas. En el caso de los novios terrenales,
los nervios se apoderan de muchos y empiezan a preguntarse si la relación
funcionará o si él será lo suficientemente bueno para la mujer que está a punto
de entregarle su vida. Pero en el caso del Esposo, no hay dudas: él sabe lo que
nos conviene. Al fin y al cabo, fuimos creados para él. Los ángeles pueden
cuestionar la sensatez de traer a los pecadores al reino (esta es aparentemente
una razón por la que los libros del juicio están abiertos para ser examinados
en Daniel 7), pero Cristo no lo cuestiona en absoluto "Padre —oró—,
aquellos que me has dado, quiero que donde ye esté, también ellos estén
conmigo, para que vean mi gloria que me has dado" (Juan 17:24).
Pensemos en las emociones
que experimenta el novio cuando la música cambia de repente y las puertas del
fondo de la iglesia se abren para dejar ver a la novia. Muchas veces he visto
cómo afloran las lágrimas en medio del torrente de sentimientos que experimenta
cuando ve aquella persona a la que ama más que a nada en la vida. Se ha
esforzado por ahorrar dinero para ese día, para asegurarle un hogar, para
garantizar que su vida con él será maravillosa.
Esto nos ayuda a imaginar
las emociones que Cristo debe sentir al pensar en la llegada de su esposa a
casa. "Por débil c imperfecta que parezca, la iglesia es el objeto al cual
Dios dedica en un sentido especial su suprema consideración. Es el escenario de
su gracia, en el cual se deleita en revelar su poder para transformarlos
corazones".13
No es solo Cristo mismo
quien aguarda ansiosamente la boda, sino el cielo en su totalidad vive para el
momento en que finalmente caminemos hacia el altar:
Y oí como la voz de una gran
multitud, como el estruendo de muchas aguas, como la voz de grandes truenos,
que decía: "¡Alaben a Dios, porque reinó el Señor, nuestro Dios
Todopoderoso! ¡Gocémonos, alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas
del Cordero, y su novia se ha preparado! Y le fue dado que se vista de lino
fino, limpio y resplandeciente", porque el lino fino representa las obras
justas de los santos. Y él me dijo: "Escribe: '¡Bienaventurados los
llamados a la cena de bodas del Cordero!'" Además me dijo: "Estas son
palabras verdaderas de Dios" (Apoc. 19:6-9).
VALE LA PENA ESPERAR
Yo era un novio nervioso. No
me acobardé, porque no tenía ninguna duda de que quería casarme con mi
prometida. Era la chica más maravillosa que había conocido. Pero a medida que
se acercaba el día de la boda, mis nervios comenzaron a manifestarse. Primero,
fue el asunto de estar de pie frente a la iglesia: soy una persona introvertida
a la que ni siquiera le gustan las fiestas de cumpleaños porque no me gusta que
la gente me mire (de hecho, parece mentira que acabara siendo pastor).
De camino a la iglesia, me
detuve a echarle gasolina al automóvil, porque a la mañana siguiente íbamos a
salir de viaje por carretera a nuestra luna de miel. Cuando entré para pagar el
combustible, llevaba puesto el esmoquin alquilado. El dependiente me miró y me
dijo:
—No te vas a casar, ¿verdad?
—Sí, señor —respondí con
orgullo—, ¡Hoy mismo!
—Escucha —respondió—. No lo
hagas. Es la peor decisión de tu vida. Tengo que trabajar en esta gasolinera de
mala muerte todos los fines de semana para poder pagar la pensión alimenticia y
la manutención de mis hijos. No te cases, te arrepentirás.
Aquellas palabras quedaron
resonando en mis oídos mientras conducía hacia la iglesia: No te cases, te
arrepentirás. Lo siguiente que recuerdo es que estaba en la entrada de la
iglesia con el pastor y los padrinos, temblando como un flan. Había mucha gente
y todos me miraban.
Y entonces cambió la música,
se abrieron las puertas y allí estaba ella: la chica de mis sueños, con un
impresionante vestido de novia. No tengo palabras para expresar la felicidad
que sentí en aquel momento. De repente supe, con certeza, que toda la planificación,
todos los ahorros y todo el trabajo habían valido la pena. De hecho, no
importaba lo que hubiera costado la boda, de repente me pareció lo
suficientemente barata si eso significaba que pasaría el resto de mi vida con
ella. Estaba tan emocionado que, durante la salida nupcial, la tomé en mis
brazos y la saqué de la iglesia.
Y cada vez que pienso en
eso, se me ocurre que Cristo siente lo mismo por nosotros. Por muy maltrechos y
destrozados que estemos, por muchas veces que le hayamos sido infieles, él
quiere que estemos con él por toda la eternidad. Y aunque el precio de nuestra
redención fue desmesuradamente alto, a él le parece que valió la pena.
"Fijos los ojos en Jesús —nos dice el autor de Hebreos—, autor y
perfeccionador de la fe, quien, en vista del gozo que le esperaba, sufrió la
cruz, menospreció la vergüenza y se sentó a la diestra del trono de Dios"
(Heb. 12:2). ¿Cuál era la visión de felicidad que lo mantuvo clavado en la
cruz, negándose a ser rescatado por los ángeles? Pensar en la boda, pensar en
nosotros:
Entonces vi un cielo nuevo y
una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían
desaparecido, y el mar ya no existía más. Y yo, Juan, vi la santa ciudad, la
Nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, engalanada como una novia
para su esposo. Y oí una gran voz del cielo que decía: "El santuario de
Dios estará con los hombres. Él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo.
Dios mismo estará con ellos, y será su Dios. Y Dios enjugará toda lágrima de
los ojos de ellos. Y no habrá más muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor,
porque las primeras cosas pasaron" (Apoc. 21:1-4).
Pero no será solo Cristo el
que pensará que el increíble dolor que sufrió en espera de nuestra redención
bien valió la pena; a medida que Dios mismo enjuague nuestras lágrimas, nos
daremos cuenta de que el sufrimiento y la lucha de vivir en un mundo en rebeldía
contra Dios, a la espera de la venida del Novio, bien valieron la pena. Elena
de White lo vio:
Tratamos de recordar las
pruebas más grandes, pero resultaban tan insignificantes en comparación con el
más excelente y eterno peso de gloria que nos rodeaba, que no pudimos
referirlas y todos exclamamos: "¡Aleluya! Muy poco nos ha costado el cielo".2
1 ,2 Gary Thomas, Sacred
Marriage (Zondervan, 2015), p. 11.Elena de White, Los hechos de los apóstoles
(ACES, 2009), p. n.
2 Elena de White, Primeros escritos (ACES,
2014), p. 47.
Gracias señor Jesucristo amén gloria a Dios por amarnos tanto que derramó su sangre preciosa por cada uno de nosotros que él espíritu Santo sea moran en nuestro Él corazón
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