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Lección 9: EN LOS SALMOS: Segunda parte | Alusiones, imágenes y símbolos: Cómo estudiar la profecía bíblica | Libro complementario

 

Lección 9:

EN LOS SALMOS: Segunda parte

El viejo Larry se quedó mirándome con atención.1 Le hacía una visita pastoral, lo cual siempre era todo un desafío, ya que él era un acumulador compulsivo y apenas había espacio para sentarse entre los estrechos pasillos que se abrían paso entre las pilas de cachivaches amontonados por toda la casa. Había tenido una vida excepcionalmente difícil y estaba aquejado de múltiples problemas de salud. "Jesús es el Dios del amor en el Nuevo Testamento —me dijo tras un momento de silencio—, pero el Dios del Antiguo Testamento era un guerrero".

Este es un comentario que siempre me hacen. En años recientes, un ateo declarado comenzó a escribirme, preguntándome cómo podía justificar la destrucción que Dios ordenó contra los cananeos. Al igual que muchos otros, lo veía nada menos que como un genocidio, al estilo de los que tuvieron lugar en Armenia, Alemania y Ruanda durante el siglo XX. "¿Cómo se puede explicar que un Dios de amor haga algo así?".

No es una pregunta fácil, y los creyentes deben tener cuidado con lo que responden. El problema del mal no es una cuestión que pueda resolverse con frases simplistas y respuestas fáciles que parezcan evadir la pregunta. La teodicea, es decir, la práctica de defender el carácter de Dios frente al mal, es un arte que lleva siglos elaborándose y que nunca ha dado con una explicación que pueda satisfacer a los críticos. Me parece increíblemente curioso, por consiguiente, que yo haya encontrado algo que se acerca a una respuesta en un libro escrito por un ateo. Hablando del problema de los extremistas religiosos que perpetran horribles atentados terroristas contra otros, el autor Sam Harris afirma lo siguiente:

La conexión entre creencia y conducta eleva considerablemente los riesgos. Hay propuestas tan peligrosas que creerlas podría incluso hacer ético el matar a otra persona. Esta afirmación podría parecer extraordinaria, pero se limita a enunciar tu hecho corriente del mundo actual. Hay creencias que sitúan a sus partidarios fuera del alcance de cualquier forma pacífica de persuasión, al tiempo que los inspira a cometer contra los demás actos de extraordinaria violencia. De hecho, hay gente con la que no se puede hablar. Si no se les pudiera capturar, y a menudo no se puede, las personas tolerantes podrían verse justificadas a matar en defensa propia. Fue lo que intentó hacer Estados Unidos en Afganistán, y lo que acabaron haciendo otras potencias occidentales, a un precio aún mayor para todos nosotros y para todos los inocentes del mundo musulmán. Continuaremos derramando sangre en lo que en el fondo es una guerra de ideas.2

LOS "LOGROS" HUMANOS

Dios afronta un reto increíble: cómo restaurar su creación corrompida sin violar nuestro libre albedrío o sin destruir a todos los que ama. Dios permite que el mal siga su curso, pero es evidente que también establece límites a nuestra crueldad. Inmediatamente después de que pecáramos, por ejemplo, decidió que simplemente no podíamos permanecer en el Edén comiendo del árbol de la vida:

Y Dios el Señor dijo: "El ser humano ha llegado a ser como uno de nosotros, pues tiene conocimiento del bien y del mal. No vaya a ser que extienda su mano y también tome del fruto del árbol de la vida, lo coma y viva para siempre". Entonces Dios el Señor expulsó al ser humano del jardín del Edén para que trabajara la tierra de la cual había sido hecho (Gén. 3:22-23, NVI).

Nuestra generación ha sido testigo de hasta dónde puede llegar la depravación humana. Cuando los soldados aliados liberaron los campos de exterminio nazis, sintieron náuseas ante lo que encontraron, y el mundo quedó atónito ante el nivel de maldad que se descubrió una vez derrotado el régimen de Hitler. Fue un espectáculo que cambió la forma de pensar del mundo occidental, llevando a cada vez más personas a adoptar una mentalidad posmoderna. No habíamos terminado de celebrar los logros de la humanidad a principios del siglo XX, cuando nuestros logros más nobles ya se estaban tornando en la maldad más absoluta.

Los libros de historia están plagados de relatos espeluznantes sobre las manifestaciones de nuestras inclinaciones más oscuras. Si somos capaces de eso en el corto transcurso de esta vida, imaginemos a pecadores eternos que disponen de un tiempo ilimitado para urdir planes perversos. Entonces, ¿nos liberó Dios? Sí. ¿Sin límites? No.

Si un ateo puede llegar a la conclusión de que a veces la única solución para la maldad es eliminar el problema, ¿por qué no puede un Dios omnipotente adoptar esa misma decisión para su planeta? La vida religiosa cananea incluía prácticas como el sacrificio de niños, la esclavitud y costumbres sexuales desviadas que escandalizarían incluso al más libertino de los libertinos del siglo XXI. Los seres humanos piden a gritos que se haga algo para frenar la criminalidad desatada, desde exigir que se encierre de por vida a los malhechores, hasta la pena de muerte. ¿Cuán mala era Canaán? Suficientemente mala como para que, a un Dios amoroso, un Dios que había tolerado todo lo que estaba ocurriendo durante muchos años, no le quedara más remedio que trazar una línea en el suelo y pedir que nadie la cruzara. Un Dios amoroso no solo debe ser bondadoso y dulce, sino también hacer lo difícil, lo que es correcto para el universo que creó.

EL FIN DE LA VIOLENCIA

En la destrucción de sociedades tan malvadas como Sodoma y Gomorra tenemos un tipo de lo que finalmente ocurrirá en toda la tierra cuando Jesús regrese para restaurar este planeta y reclamar su reino. El Salmo 46 nos ofrece una pista importante de por qué Dios finalmente hace borrón y cuenta nueva:

Vengan a ver las cosas sorprendentes que el Señor ha hecho en la tierra: ha puesto fin a las guerras hasta el último rincón del mundo; ha roto los arcos, ha hecho pedazos las lanzas, ¡ha prendido fuego a los carros de guerra! (Sal. 46:8, 9, NTV).

¿Por qué Dios finalmente le pone fin? Para detenernos. Es nuestra maldad, no la suya, la que nos ha llevado a este punto. Hemos estropeado su creación con nuestro pecado, al punto de que nuestra generación es capaz de acabar con todo el planeta en cuestión de minutos, varias veces si lo deseamos. Las naciones ricas envían ayuda alimentaria a la gente necesitada, pero agentes de poder corruptos se aseguran de que los recursos nunca lleguen a quienes los necesitan. Pasamos por encima de quienes duermen en la acera o cruzamos la calle para evitarlos. Nos escondemos detrás de identidades falsas en las redes sociales para participar en despiadados ataques destinados a humillar y destruir a alguien por la más mínima transgresión social. Nos alimentamos de violencia, nos entretenemos con la brutalidad y creemos que somos diferentes a los antiguos circos romanos, porque todo se escenifica en la gran pantalla.

El salmista nos recuerda que cuando Dios pone límites y desoía la tierra, es para poner fin a nuestra violencia. Cuando el viejo Larry dijo que Dios era "un hombre de guerra", lo estaba entendiendo al revés: los belicistas somos nosotros, no Dios.

Nos hemos dedicado a odiarnos unos a otros a un nivel que hace llorar al Creador. Prestemos atención al lenguaje de Apocalipsis 11, donde Dios reemplaza nuestro sistema de gobierno por el suyo, y restaura el orden original:

El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: "Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos". Los veinticuatro ancianos que estaban sentados en sus tronos delante de Dios, se postraron sobre sus rostros y adoraron a Dios, diciendo: "Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres, que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder y has reinado. Las naciones se airaron y tu ira ha venido: el tiempo de juzgar a los muertos, de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra" (Apoc. 11:15-18).

Hay quienes han sugerido, probablemente influenciados por el movimiento ecologista de los años sesenta y setenta, que este pasaje hace alusión a la contaminación. Es cierto que los seres humanos hemos dejado profundas cicatrices en el planeta en la búsqueda de riqueza y poder, pero este pasaje probablemente va mucho más allá del daño ambiental, que no es sino un síntoma de un problema mayor: hemos convertido todo en un tren a punto de descarrilarse. Tenemos una maestría en dolor, sufrimiento y egoísmo que hace llorar a nuestro Creador.

SIN ALTERNATIVAS

Será un momento difícil para Dios ya que, los que se empeñan en no arrepentirse, los que no desean un lugar en el reino restaurado de Dios, siguen siendo al fin y al cabo sus hijos. Elena de White relaciona la destrucción de nuestro atormentado planeta por el pecado con un pasaje de Isaías 28, que llama a ese momento el "acto extraño" de Dios:

Los juicios de Dios caerán sobre los que traten de oprimir y aniquilar a su pueblo. Su paciencia para con los impíos les da alas en sus transgresiones, pero su castigo no será menos seguro ni terrible por mucho que haya tardado en venir. "Jehová se levantará como en el monte Perasim, y se indignará como en el valle de Gabaón; para hacer su obra, su obra extraña, y para ejecutar su acto, su acto extraño" (Isaías 28:21, VM). Para nuestro Dios misericordioso la tarea de castigar resulta extraña. "Vivo yo, dice el Señor Jehová, que no quiero la muerte del impío" (Ezequiel 33:11). El Señor es "compasivo y clemente, lento en iras y grande en misericordia y en fidelidad,'[..:] que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado". Sin embargo "visita la iniquidad de los padres sobre los hijos, y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y hasta la cuarta generación". "¡Jehová es lento en iras y grande en poder, y de ningún modo tendrá por inocente al rebelde!" (Éxodo 34:6, 7; Nahúm 1:3, VM).3

No es fácil para un Padre amoroso someter a algunos de sus hijos a lo que él sabe que será su final permanente. Pero ¿qué otra alternativa hay? ¿Debería violar su libre albedrío y convertirlos en esclavos? ¿Debería simplemente permitir que perpetúen el dolor y el sufrimiento que hemos engendrado aquí en la tierra? No hay buenas alternativas, así que nuestro Padre celestial hace algo muy difícil para él. Pero antes de hacerlo, abre los libros para que examinemos su aseveración de que no hay alternativas (Apoc. 20:11-15). Entonces, una vez que hayamos visto que él tiene razón, que todas las decisiones que ha tomado son correctas, nos esconde por un momento para que no tengamos que ver, lo que tiene que hacer:

Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas, escóndete por un breve momento, hasta que pase la ira. Porque el Señor viene de su morada para castigar por sus pecados a los habitantes de la tierra. Y la tierra descubrirá la sangre derramada sobre ella, y no encubrirá más sus muertos (Isa. 26:20, 21).

Cuando éramos niños, muchos derramamos lágrimas al final de la película Su más fiel amigo, que narra la historia de un perro muy amado que enferma de rabia y que no deja a la familia otra opción que sacrificarlo, antes de que él acabe con ellos. Podemos estar seguros de que Dios derrama lágrimas de dolor cuando esto ocurre, del mismo modo en que David lloró amargamente por Absalón, su hijo rebelde.

A continuación, el Señor vuelve a poblar el planeta con los mansos (Mat. 5:5): aquellos que se han entregado a su misericordia y desean vivir humildemente en su presencia, y que reconocen que, si nunca hubiéramos abandonado a Cristo he insistido en gobernar el planeta a nuestra manera, jamás habríamos llegado a esto.


1  Se le ha cambiado el nombre para proteger su identidad.

2  Sam Harris, El fin de la fe, religión, terror, y el futuro de la razón (Paradigma, 2007), P- 28.

3 33 Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 685.

 




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