Miércoles 20 de agosto | Lección 8
DIFERENTES FUNCIONES DE LA LEY DE DIOS
La Ley de Dios revela su carácter; es decir, quién es él. Puesto que Dios es santo, justo y bueno, su Ley también lo es. Pablo confirma esto cuando dice: “La ley es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Rom. 7:12).
La Biblia presenta la Ley de Dios de forma muy positiva (Mat. 5:17, 18; Juan 14:15; 1 Cor. 7:19). Es posible crear poemas acerca de ella (como Sal. 119), entonar cánticos acerca de la Ley (Sal. 19), y meditar en ella día y noche (Sal. 1:2; Jos. 1:8). La Ley ayuda a alejarse del mal, y da sabiduría, entendimiento, salud, prosperidad y paz (Deut. 4:1-6; Prov. 2-3).
La Ley de Dios es como una valla que crea un amplio espacio de libertad para la vida y que advierte que los peligros, los problemas, las complicaciones e incluso la muerte acechan más allá de sus límites (Gén. 2:16, 17; Sant. 2:12).
La Ley es también como una señal indicadora que señala a Jesús, quien perdona nuestros pecados y transforma nuestra vida (2 Cor. 5:17; 1 Juan 1:7-9). De este modo, nos conduce como si fuera un tutor (paidagogos, en griego) hacia Cristo (Gál. 3:24).
Lee Santiago 1:23 al 25. ¿Cómo nos ayudan estas palabras a percibir la función y la importancia de la Ley, aunque ella no pueda salvarnos?
Stg 1:23 Porque si alguno se contenta con oír la palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contemplaba sus rasgos fisonómicos en un espejo:
Stg 1:24 efectivamente, se contempló, se dio media vuelta y al punto se olvidó de cómo era.
Stg 1:25 En cambio el que considera atentamente la Ley perfecta de la libertad y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo sino como cumplidor de ella, ése, practicándola, será feliz.
Un espejo puede revelar defectos, pero no puede hacer que desaparezcan. El espejo señala los problemas, pero no ofrece ninguna solución para ellos. Lo mismo ocurre con la Ley de Dios. Intentar justificarse ante Dios cumpliendo la Ley sería como mirarse al espejo con la esperanza de que, tarde o temprano, este hará desaparecer una mancha del rostro.
Puesto que somos salvados por medio de nuestra fe, no por las obras, ni siquiera las de la Ley, algunos cristianos afirman que esta fue abolida y que ya no tenemos que obedecerla. Eso es un grave error de interpretación de la relación entre la Ley y el evangelio en vista de la siguiente afirmación de Pablo: “Yo no hubiera conocido el pecado sino por medio de la ley” (Rom. 7:7). La existencia de la Ley es precisamente la razón por la que necesitamos el evangelio.
¿Cuán exitosos han sido tus intentos de obedecer la Ley de Dios? ¿Lo suficiente como para basar tu salvación en ella? Si no es así, ¿por qué necesitas el evangelio?

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