Lección 11 | Domingo 7 de septiembre
LIDERAZGO FALLIDO
Dios llamó a Moisés para que pasara tiempo con él. Cuarenta días y
cuarenta noches pudo haber sido un período corto para Moisés, pero pareció
largo, demasiado largo, para los israelitas. Su líder visible estaba ausente.
Se sintieron desorientados, impacientes, temerosos e inseguros. Querían tener
un dios visible que los guiara, como los “dioses” que habían visto toda su vida
en el Egipto idólatra.
Lee Éxodo 32:1 al 6. ¿Cómo fue posible que el liderazgo de Aarón
fracasara tan estrepitosamente?
Éxo 32:1 Al ver los israelitas que Moisés tardaba en
bajar del monte, fueron a reunirse con Aarón y le dijeron: —Tienes que hacernos
dioses que marchen[s]
al frente de nosotros, porque a ese Moisés que nos sacó de Egipto, ¡no
sabemos qué pudo haberle pasado!
Éxo 32:2 Aarón les
respondió: —Quítenles a sus mujeres los aretes de oro, y también a sus hijos e
hijas, y tráiganmelos.
Éxo 32:3 Todos los
israelitas se quitaron los aretes de oro que llevaban puestos, y se los
llevaron a Aarón,
Éxo 32:4 quien los recibió y
los fundió; luego cinceló el oro fundido e hizo un ídolo en forma de becerro.
Entonces exclamó el pueblo: «Israel, ¡aquí tienes a tu dios que te sacó de
Egipto!»
Éxo 32:5 Cuando Aarón vio
esto, construyó un altar enfrente del becerro y anunció: —Mañana haremos fiesta
en honor del Señor.
Éxo 32:6 En efecto, al día
siguiente los israelitas madrugaron y presentaron holocaustos y sacrificios de
comunión. Luego el pueblo se sentó a comer y a beber, y se entregó al
desenfreno.
Aarón no estuvo a la altura de las circunstancias. No supo aprovechar el momento
y hacer lo correcto. En lugar de confiar en el Señor, se debilitó ante la mayoría.
El pueblo exigió lo impensable: “Haznos un dios que vaya delante de nosotros”
(Éxo. 32:1), y él consintió.
La gente dio voluntariamente oro para hacer el ídolo, y Aarón no solo no los
detuvo, sino que los animó a donar. Luego participó en la fabricación de este
falso dios. Después, el pueblo declaró: “Israel, este es tu dios que te sacó de
Egipto” (Éxo. 32:4). Cuán pecadores, malvados y estrechos de miras. Aunque acababan
de fabricar este ídolo, declararon que él los había liberado. ¿No es asombroso
cómo los deseos pecaminosos pueden pervertir nuestro pensamiento y nuestras
acciones? La gente celebra sus propias creaciones mientras su humanidad y su
moralidad se degradan en el proceso.
“Para hacer frente a semejante crisis hacía falta un hombre de firmeza, decisión
y ánimo imperturbable, alguien que considerara el honor de Dios por sobre el
favor popular, su seguridad personal y su propia vida. Pero el líder provisorio
de Israel no tenía ese carácter. Aarón reconvino débilmente al pueblo, pero su
vacilación y timidez en el momento crítico solo sirvieron para hacerlos más
decididos. El tumulto creció. Un frenesí ciego e irrazonable pareció
posesionarse de la multitud. Algunos permanecieron fieles a su pacto con Dios; pero
la mayoría del pueblo se unió a la apostasía” (Elena de White, Patriarcas y profetas,
pp. 326, 327).
¿Cómo pudo Aarón, un dirigente, haber sido tan débil? ¿Qué
justificaciones pudo haber dado interiormente a sus terribles acciones?
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