Jueves 31 de enero: La apertura del sexto sello
La profecía del Salvador referente al juicio que iba a caer sobre Jerusalén va a tener otro cumplimiento, y la terrible desolación del primero no fue más que un pálido reflejo de lo que será el segundo. En lo que acaeció a la ciudad escogida, podemos ver anunciada la condenación de un mundo que rechazó la misericordia de Dios y pisoteó su ley. Lóbregos son los anales de la humana miseria que ha conocido la tierra a través de siglos de crímenes. Al contemplarlos, el corazón desfallece y la mente se abruma de estupor; horrendas han sido las consecuencias de haber rechazado la autoridad del Cielo; pero una escena aún más sombría nos anuncia las revelaciones de lo porvenir. La historia de lo pasado, la interminable serie de alborotos, conflictos y contiendas, "toda la armadura del guerrero en el tumulto de batalla, y los vestidos revolcados en sangre" (Isaías 9: 5, V.M.), ¿qué son y qué valen en comparación con los horrores de aquel día, cuando el Espíritu de Dios se aparte del todo de los impíos y los deje abandonados a sus fieras pasiones y a merced de la saña satánica? Entonces el mundo verá, como nunca los vio, los resultados del gobierno de Satanás. (El conflicto de los siglos p. 34)Pronto se volvieron nuestros ojos hacia el oriente, donde había aparecido una nubecilla negra del tamaño de la mitad de la mano de un hombre, que era, según todos comprendían, la señal del Hijo del hombre. En solemne silencio, contemplábamos cómo iba acercándose la nubecilla, volviéndose cada vez más esplendorosa hasta que se convirtió en una gran nube blanca cuya parte inferior parecía fuego. Sobre la nube lucía el arco iris y en torno de ella aleteaban diez mil ángeles cantando un hermosísimo himno. En la nube estaba sentado el Hijo del hombre. Sus cabellos, 16 blancos y rizados, le caían sobre los hombros; y llevaba muchas coronas en la cabeza. Sus pies parecían de fuego; en la mano derecha tenía una hoz aguda y en la izquierda llevaba una trompeta de plata. Sus ojos eran como llama de fuego, y escudriñaban de par en par a sus hijos. Palidecieron entonces todos los semblantes y se tornaron negros los de aquellos a quienes Dios había rechazado. Todos nosotros exclamamos: "¿Quién podrá permanecer? ¿Está mi vestidura sin manchas?" Después cesaron de cantar los ángeles, y por un rato quedó todo en pavoroso silencio cuando Jesús dijo: "Quienes tengan las manos limpias y puro el corazón podrán subsistir. Bastaos mi gracia." Al escuchar estas palabras, se iluminaron nuestros rostros y el gozo llenó todos los corazones. Los ángeles pulsaron una nota más alta y volvieron a cantar, mientras la nube se acercaba a la tierra. (Primeros escritos, p. 15)
"¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿O quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores." Mal. 3: 2.
Quienes profesan ser hijos e hijas de Dios, debieran representarlo en carácter. . . Se nos da ahora la oportunidad de formar caracteres que nos harán idóneos para entrar en el reino de los cielos. Los que guardan los mandamientos de Dios tendrán derecho al árbol de la vida, y entrarán por las puertas en la ciudad. Fue por amor que Dios nos dio la ley para que pudiéramos identificar y abandonar los rasgos de carácter que no pueden ser tolerados en el cielo. No entrará allí ningún acusado de robo, de adulterio, de maledicencia o falsedad, porque esto conduciría a otra guerra en el cielo. La Ley de Dios fue dada para apartar a los hombres de estas prácticas, a fin de que sus caracteres pudieran ser modelados de acuerdo con el carácter de Dios. (Alza tus ojos, p. 103)
Viernes 1 de febrero: Para estudiar y meditar
Testimonios para los ministros y evangélicos, “La necesidad del mundo”, pp. 457-460)
En los lugares celestiales, “Preparados para las mansiones celestiales”, p. 287
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