Miércoles 30 de enero: La apertura del quinto sello
Serán contestadas las fervientes oraciones de sus hijos, pues a Dios le agrada que los suyos lo busquen de todo corazón y dependan de él como su Libertador. Será buscado para que haga estas cosas para los suyos, y él se levantará como su protector y vengador. “¿Acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche?” (CBA t 7, p. 1081)Cristo no nos dio simplemente las directivas acerca del sendero en el cual debemos andar, sino que vino para ser nuestro Maestro. No sólo nos dijo cómo debemos obedecer, sino que, mediante su propia vida, nos dio un ejemplo práctico de cómo debemos hacerlo. De esta manera es el verdadero Ayudador. Caminando delante de nosotros, derriba los obstáculos y nos dice que sigamos en sus pisadas. Nuestro bendito Salvador nos dice: "Sígueme. Yo te conduciré. Yo soy el camino, la verdad y la vida. El que me sigue no caminará en tinieblas"." (Véase Juan 14: 6; 8: 12.)
"El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles" (Apoc. 3: 5). Las ropas blancas son las vestiduras de la justicia de Cristo y todos los que tienen esa justicia son partícipes de la naturaleza divina. En ellos está escrito "el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo" (Apoc. 3: 12) (Carta 48, del 10 de junio de 1898, dirigida a una creyente de Australia) (Alza tus ojos, p. 164)
No se adquiere en un momento el valor, la fortaleza, la fe y la confianza implícita en el poder de Dios para salvarnos. Estas gracias celestiales se adquieren por la experiencia de años. Por una vida de santo esfuerzo y de firme adhesión a lo recto, los hijos de Dios estaban sellando su destino. Asediados de innumerables tentaciones, sabían que debían resistir firmemente o quedar vencidos. Sentían que tenían una gran obra que hacer, que a cualquier hora podían ser llamados a deponer su armadura; y que, si llegaran al fin de su vida sin haber hecho su obra, ello representaría una pérdida eterna. Aceptaron ávidamente la luz del cielo, como la aceptaron de los labios de Jesús los primeros discípulos. Cuando estos cristianos primitivos eran desterrados a las montañas y los desiertos, cuando en las mazmorras se los dejaba morir de hambre, frío y tortura, cuando el martirio parecía la única manera de escapar a su angustia, se regocijaban de que eran tenidos por dignos de sufrir para Cristo, quien había sido crucificado en su favor. Su ejemplo será un consuelo y estímulo para el pueblo de Dios que sufrirá un tiempo de angustia como nunca lo hubo. (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 198)
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