Martes 19 de febrero: La guerra en la tierra
En el siglo sexto el papado concluyó por afirmarse. El asiento de su poder quedó definitivamente fijado en la ciudad imperial, cuyo obispo fue proclamado cabeza de toda la iglesia. El paganismo había dejado el lugar al papado. El dragón dio a la bestia “su poder y su trono, y grande autoridad”. Apocalipsis 13:2 (VM); véase el Apéndice. Entonces empezaron a correr los 1260 años de la opresión papal predicha en las profecías de Daniel y en el Apocalipsis. Daniel 7:25; Apocalipsis 13:5-7. Los cristianos se vieron obligados a optar entre sacrificar su integridad y aceptar el culto y las ceremonias papales, o pasar la vida encerrados en los calabozos o morir en el tormento, en la hoguera o bajo el hacha del verdugo. Entonces se cumplieron las palabras de Jesús: “Seréis entregados aun de vuestros padres, y hermanos, y parientes, y amigos; y matarán a algunos de vosotros. Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre”. Lucas 21:16, 17. La persecución se desencadenó sobre los fieles con furia jamás conocida hasta entonces, y el mundo vino a ser un vasto campo de batalla. Por centenares de años la iglesia de Cristo no halló más refugio que en la reclusión y en la obscuridad. Así lo dice el profeta: “Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar aparejado de Dios, para que allí la mantengan mil doscientos y sesenta días”. Apocalipsis 12:6. (El Conflicto de los siglos, p. 52)¿Cuál fué la fortaleza de los que en tiempos pasados padecieron persecución por causa de Cristo? Consistió en su unión con Dios, con el Espíritu Santo y con Cristo. El vituperio y la persecución han separado a muchos de sus amigos terrenales, pero nunca del amor de Cristo. Nunca es tan amada de su Salvador el alma combatida por las tormentas de la prueba como cuando padece afrenta por la verdad. “Yo le amaré, y me manifestaré a él,” dijo Cristo. Juan 14:21. Cuando el creyente se sienta en el banquillo de los acusados ante los tribunales terrenales por causa de la verdad, está Cristo a su lado. Cuando se ve recluído entre las paredes de una cárcel, Cristo se le manifiesta y le consuela con su amor. Cuando padece la muerte por causa de Cristo, el Salvador le dice: Podrán matar el cuerpo, pero no podrán dañar el alma. “Confiad, yo he vencido al mundo.” Juan 16:33. “No temas, que yo soy contigo; no desmayes, que yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.” Isaías 41:10. (Los Hechos de los apóstoles, p. 70).
Aun un poco más, y veremos al Rey en su hermosura. Un poco más, y enjugará toda lágrima de nuestros ojos. Un poco más, y nos presentará “delante de su gloria irreprensibles, con grande alegría.”4 Por lo tanto, cuando dió las señales de su venida, dijo: “Cuando estas cosas comenzaren a hacerse, mirad, y levantad vuestras cabezas, porque vuestra redención está cerca.”
Pero el día y la hora de su venida, Cristo no los ha revelado. Explicó claramente a sus discípulos que él mismo no podía dar a conocer el día o la hora de su segunda aparición. Si hubiese tenido libertad para revelarlo, ¿por qué habría necesitado exhortarlos a mantener una actitud de constante expectativa? Hay quienes aseveran conocer el día y la hora de la aparición de nuestro Señor. Son muy fervientes en trazar el mapa del futuro. Pero el Señor los ha amonestado a que se aparten de este terreno. El tiempo exacto de la segunda venida del Hijo del hombre es un misterio de Dios. (El Deseado de todas las gentes, p. 586)
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