Lunes 4 de marzo del 2019
EL MENSAJE DEL PRIMER ANGEL: PRIMERA PARTE
En la profecía del primer mensaje
angélico, en el capítulo 14 de Apocalipsis, se predice un gran despertar
religioso bajo la influencia de la proclamación de la próxima venida de Cristo.
Se ve un ángel que vuela por en medio del cielo, que tiene el Evangelio
eterno
para anunciarlo a los que habitan sobre la tierra, a cada nación, tribu, lengua
y pueblo. "A gran voz" proclama el mensaje: "¡Temed a Dios y
dadle gloria: porque ha llegado la hora de su juicio; y adorad al que hizo el
cielo y la tierra, y el mar y las fuentes de agua!" (Apoc. 14: 6, 7, VM).
La circunstancia de que se diga que es un ángel el heraldo de esta advertencia, no deja de ser significativa. La divina sabiduría tuvo a bien representar el carácter augusto de la obra que el mensaje debía cumplir y el poder y la gloria que debían acompañarlo, por la pureza, la gloria y el poder del mensajero celestial. Y el vuelo del ángel "en medio del cielo", la "gran voz" con la que se iba a dar la amonestación, y su promulgación a todos "los que habitan" "la tierra" -"a cada nación, y tribu, y lengua, y pueblo"-, evidencia la rapidez y la extensión del movimiento . . .
Así como en el caso de la gran Reforma del siglo XVI, el movimiento adventista surgió simultáneamente en diferentes países de la cristiandad. Tanto en Europa como en América hubo hombres de fe y de oración que fueron inducidos a estudiar las profecías, y que al escudriñar la Palabra inspirada hallaron pruebas convincentes de que el fin de todas las cosas era inminente. En diferentes países hubo grupos aislados de cristianos que, por el solo estudio de las Escrituras, llegaron a creer que el advenimiento del Señor estaba cerca . . . 89
A Guillermo Miller y a sus colaboradores les fue encomendada la misión de predicar la amonestación en los Estados Unidos de Norteamérica. Dicho país vino a ser el centro del gran movimiento adventista. Allí la profecía del mensaje del primer ángel tuvo su cumplimiento más directo. Los escritos de Miller y de sus compañeros se propagaron hasta países lejanos. Doquiera llegaron los misioneros, allá también fueron llevadas las alegres nuevas de la pronta venida de Cristo. Por todas partes fue predicado el mensaje del Evangelio eterno: "Temed a Dios y dadle gloria; porque ha llegado la hora de su juicio. (Cristo en su Santuario, p. 89)
La circunstancia de que se diga que es un ángel el heraldo de esta advertencia, no deja de ser significativa. La divina sabiduría tuvo a bien representar el carácter augusto de la obra que el mensaje debía cumplir y el poder y la gloria que debían acompañarlo, por la pureza, la gloria y el poder del mensajero celestial. Y el vuelo del ángel "en medio del cielo", la "gran voz" con la que se iba a dar la amonestación, y su promulgación a todos "los que habitan" "la tierra" -"a cada nación, y tribu, y lengua, y pueblo"-, evidencia la rapidez y la extensión del movimiento . . .
Así como en el caso de la gran Reforma del siglo XVI, el movimiento adventista surgió simultáneamente en diferentes países de la cristiandad. Tanto en Europa como en América hubo hombres de fe y de oración que fueron inducidos a estudiar las profecías, y que al escudriñar la Palabra inspirada hallaron pruebas convincentes de que el fin de todas las cosas era inminente. En diferentes países hubo grupos aislados de cristianos que, por el solo estudio de las Escrituras, llegaron a creer que el advenimiento del Señor estaba cerca . . . 89
A Guillermo Miller y a sus colaboradores les fue encomendada la misión de predicar la amonestación en los Estados Unidos de Norteamérica. Dicho país vino a ser el centro del gran movimiento adventista. Allí la profecía del mensaje del primer ángel tuvo su cumplimiento más directo. Los escritos de Miller y de sus compañeros se propagaron hasta países lejanos. Doquiera llegaron los misioneros, allá también fueron llevadas las alegres nuevas de la pronta venida de Cristo. Por todas partes fue predicado el mensaje del Evangelio eterno: "Temed a Dios y dadle gloria; porque ha llegado la hora de su juicio. (Cristo en su Santuario, p. 89)
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