Miércoles 6 de marzo del 2019
EL MENSAJE DEL SEGUNDO ÁNGEL
AL NEGARSE las iglesias a aceptar el mensaje del primer ángel rechazaron la luz del cielo y perdieron el favor de Dios. Confiaban en sus propias fuerzas, y al oponerse al primer mensaje se colocaron en donde no podían ver la luz del mensaje del segundo ángel. Pero los amados del Señor, que estaban oprimidos, aceptaron el mensaje: "Ha caído Babilonia," y salieron de las iglesias.
Cerca del término del mensaje del segundo ángel vi una intensa luz del cielo que brillaba sobre el pueblo de Dios. Los rayos de esta luz eran tan brillantes como los del sol. Y oí las voces de los ángeles que exclamaban: "He aquí, el esposo viene; salid a recibirle."He aquí, el esposo viene; salid a recibirle." (Nota: *Mat. 25: 6. )
Era el clamor de media noche que había de dar poder al mensaje del segundo ángel. Fueron enviados ángeles del cielo para alentar a los desanimados santos y prepararlos para la magna obra que les aguardaba. Los hombres de mayor talento no fueron los primeros en recibir este mensaje, sino que los ángeles se dirigieron a los humildes y devotos, incitándolos a pregonar el grito: "He aquí, el esposo viene; salid a recibirle." Aquellos a quienes se confió la proclamación de este grito se apresuraron a ello y con el poder del Espíritu Santo publicaron el mensaje y alentaron a sus desanimados hermanos. Esta obra no se fundaba en la sabiduría y erudición de los hombres sino en el poder de Dios, y quienes de sus santos escuchaban el clamor no lo podían resistir. Primeramente recibieron este mensaje los más espirituales, y los que en un principio habían dirigido la obra fueron los últimos en recibirlo y ayudar a que resonase más potente el grito: "He aquí, el esposo viene; salid a recibirle."
En todas partes del país brilló la luz sobre el mensaje del segundo ángel y el grito enterneció el corazón de millares de personas. Propagóse de villa en villa y de ciudad en ciudad, hasta despertar por completo al expectante pueblo de Dios. En muchas iglesias no fue permitido dar el mensaje, y gran número de fieles que tenían el viviente testimonio abandonaron aquellas caídas iglesias. El grito de media noche efectuaba una potente obra. El mensaje llegaba a lo íntimo del corazón, e inducía a los creyentes a buscar por sí mismos una vívida experiencia. Comprendían que no era posible que unos se apoyasen en otros.
Los santos esperaban anhelosamente a su Señor con ayunos, vigilias y casi continuas oraciones. Aun algunos pecadores miraban la fecha con terror; pero la gran mayoría manifestaba espíritu satánico en su oposición al mensaje. Se burlaban y escarnecían repitiendo por todas partes: "Del día y hora, nadie sabe." Los ángeles malignos los movían a endurecer sus corazones y rechazar todo rayo de luz celeste, para sujetarlos en los lazos de Satanás. Muchos que afirmaban su esperanza en Cristo, no tomaban parte en la obra del mensaje. La gloria de Dios que habían presenciado, la humildad y profunda devoción de los que esperaban y el peso abrumador de las pruebas, los movían a declarar que aceptaban la verdad; pero no se habían convertido ni estaban apercibidos para la venida de su Señor.
Sentían los santos un espíritu de solemne y fervorosa oración. Reinaba entre ellos una santa solemnidad. Los ángeles vigilaban con profundísimo interés los efectos del mensaje y alentaban a quienes lo recibían, apartándolos de las cosas terrenas para abastecerse en la fuente de salvación. Dios aceptaba entonces a su pueblo. Jesús lo miraba complacido, porque reflejaba su imagen. Habían hecho un completo sacrificio una entera consagración y esperaban ser transmutados en inmortalidad.
Pero estaban destinados a un nuevo y triste desengaño. Pasó el tiempo en que esperaban la liberación. Se vieron aún en la tierra, y nunca les había sido más evidentes los efectos de la maldición. Habían puesto sus afectos en el cielo y habían saboreado anticipadamente la inmortal liberación; pero no se realizaron sus esperanzas.
El miedo experimentado por muchos no se desvaneció de momento ni se atrevieron a proclamar su triunfo sobre los desengañados. Pero al ver que no aparecía ninguna señal de la ira de Dios, se recobraron del temor que habían sentido y empezaron con befas y burlas. Nuevamente habían sido puestos a prueba los hijos de Dios. El mundo se reía y mofaba de ellos y los vituperaba; pero los que habían creído sin duda alguna que Jesús vendría antes de entonces a resucitar a los muertos, transformar a los santos vivientes, adueñarse del reino y poseerlo para siempre, sintieron lo mismo que los discípulos en el sepulcro de Cristo: "Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto." "Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto." Juan 20: 18. (Nota: Juan 20: 18) (Testimonios selectos, t. 2 p. 209)
Cerca del término del mensaje del segundo ángel vi una intensa luz del cielo que brillaba sobre el pueblo de Dios. Los rayos de esta luz eran tan brillantes como los del sol. Y oí las voces de los ángeles que exclamaban: "He aquí, el esposo viene; salid a recibirle."He aquí, el esposo viene; salid a recibirle." (Nota: *Mat. 25: 6. )
Era el clamor de media noche que había de dar poder al mensaje del segundo ángel. Fueron enviados ángeles del cielo para alentar a los desanimados santos y prepararlos para la magna obra que les aguardaba. Los hombres de mayor talento no fueron los primeros en recibir este mensaje, sino que los ángeles se dirigieron a los humildes y devotos, incitándolos a pregonar el grito: "He aquí, el esposo viene; salid a recibirle." Aquellos a quienes se confió la proclamación de este grito se apresuraron a ello y con el poder del Espíritu Santo publicaron el mensaje y alentaron a sus desanimados hermanos. Esta obra no se fundaba en la sabiduría y erudición de los hombres sino en el poder de Dios, y quienes de sus santos escuchaban el clamor no lo podían resistir. Primeramente recibieron este mensaje los más espirituales, y los que en un principio habían dirigido la obra fueron los últimos en recibirlo y ayudar a que resonase más potente el grito: "He aquí, el esposo viene; salid a recibirle."
En todas partes del país brilló la luz sobre el mensaje del segundo ángel y el grito enterneció el corazón de millares de personas. Propagóse de villa en villa y de ciudad en ciudad, hasta despertar por completo al expectante pueblo de Dios. En muchas iglesias no fue permitido dar el mensaje, y gran número de fieles que tenían el viviente testimonio abandonaron aquellas caídas iglesias. El grito de media noche efectuaba una potente obra. El mensaje llegaba a lo íntimo del corazón, e inducía a los creyentes a buscar por sí mismos una vívida experiencia. Comprendían que no era posible que unos se apoyasen en otros.
Los santos esperaban anhelosamente a su Señor con ayunos, vigilias y casi continuas oraciones. Aun algunos pecadores miraban la fecha con terror; pero la gran mayoría manifestaba espíritu satánico en su oposición al mensaje. Se burlaban y escarnecían repitiendo por todas partes: "Del día y hora, nadie sabe." Los ángeles malignos los movían a endurecer sus corazones y rechazar todo rayo de luz celeste, para sujetarlos en los lazos de Satanás. Muchos que afirmaban su esperanza en Cristo, no tomaban parte en la obra del mensaje. La gloria de Dios que habían presenciado, la humildad y profunda devoción de los que esperaban y el peso abrumador de las pruebas, los movían a declarar que aceptaban la verdad; pero no se habían convertido ni estaban apercibidos para la venida de su Señor.
Sentían los santos un espíritu de solemne y fervorosa oración. Reinaba entre ellos una santa solemnidad. Los ángeles vigilaban con profundísimo interés los efectos del mensaje y alentaban a quienes lo recibían, apartándolos de las cosas terrenas para abastecerse en la fuente de salvación. Dios aceptaba entonces a su pueblo. Jesús lo miraba complacido, porque reflejaba su imagen. Habían hecho un completo sacrificio una entera consagración y esperaban ser transmutados en inmortalidad.
Pero estaban destinados a un nuevo y triste desengaño. Pasó el tiempo en que esperaban la liberación. Se vieron aún en la tierra, y nunca les había sido más evidentes los efectos de la maldición. Habían puesto sus afectos en el cielo y habían saboreado anticipadamente la inmortal liberación; pero no se realizaron sus esperanzas.
El miedo experimentado por muchos no se desvaneció de momento ni se atrevieron a proclamar su triunfo sobre los desengañados. Pero al ver que no aparecía ninguna señal de la ira de Dios, se recobraron del temor que habían sentido y empezaron con befas y burlas. Nuevamente habían sido puestos a prueba los hijos de Dios. El mundo se reía y mofaba de ellos y los vituperaba; pero los que habían creído sin duda alguna que Jesús vendría antes de entonces a resucitar a los muertos, transformar a los santos vivientes, adueñarse del reino y poseerlo para siempre, sintieron lo mismo que los discípulos en el sepulcro de Cristo: "Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto." "Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto." Juan 20: 18. (Nota: Juan 20: 18) (Testimonios selectos, t. 2 p. 209)
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