Martes 28 de mayo - Perder la confianza - Segunda parte
Después de la caída de nuestros primeros padres, Cristo declaró que a fin de salvar al hombre de la penalidad del pecado, El vendría al mundo para vencer a Satanás en el propio campo de batalla del enemigo. La controversia que comenzó en el cielo habría de continuar en la tierra.
Cristo comenzó su misión de misericordia, y desde el pesebre hasta la cruz fue acosado por el enemigo. Satanás disputó cada centímetro de terreno, ejerciendo su máximo poder para vencerlo. Como una tempestad, tentación tras tentación se abatieron sobre El. Pero cuanto más caían sin misericordia sobre El, más firmemente se aferraba el Hijo de Dios de la mano de su Padre, y continuaba en su senda manchada de sangre.
La seriedad del conflicto por el que Cristo pasó fue proporcional a la dimensión de los intereses involucrados en su éxito o fracaso... Satanás buscaba vencer a Cristo, a fin de que él pudiera continuar reinando en este mundo como el gobernante supremo... El Padre, el Hijo y Lucifer han dejado aclarada su auténtica relación mutua. Dios ha dado evidencias indiscutibles de su justicia y su amor.—The Signs of the Times, 27 de agosto de 1902. (Reflejemos a Jesús, p. 50)
Es la obra del Espíritu infundir el amor en el corazón humano de siglo en siglo, por cuanto el amor es el principio vital de la fraternidad.
Ningún recoveco del alma ha de ser un escondite para el egoísmo. Dios desea que el plan del cielo se cumpla, y que prevalezcan el orden y la armonía divina en toda familia, iglesia, e institución. Si este amor leudara la sociedad, veríamos la manifestación de principios nobles a través del refinamiento y la cortesía cristiana, y del amor por aquellos que han sido ganados por la sangre de Cristo. Se echaría de ver una transformación espiritual en todas nuestras familias, instituciones, e iglesias. Cuando esta transformación sea realizada, estas entidades se convertirán en instrumentos mediante los cuales Dios impartirá la luz del cielo al mundo y de esa manera, por medio de la capacitación y disciplina divina, se prepararán hombres y mujeres para vivir en el cielo. (Testimonios para la iglesia, T. 8, p. 141)
No estéis demasiado ansiosos por ninguna cosa. Haced serenamente los deberes que el día os trae. Haced lo mejor que podáis, y pedid a Dios que sea vuestro ayudador. ... Pensad cada día: “Estoy haciendo mi obra para Dios. No estoy viviendo para mí mismo, para glorificarme, sino para glorificar a Dios”. ¡Oh, pensad en Jesús, y no en vuestro propio corazón! Echad vuestras cargas y a vosotros mismos sobre él. Si no experimentáis gozo, o consuelo, no os desaniméis. Esperad y creed. Podéis tener una preciosa experiencia en las cosas de Dios. Luchad con vuestros desánimos y vuestras dudas, hasta que obtengáis la victoria sobre ellos en el nombre de Jesús. No animéis la angustia, la desesperación, y la lobreguez. ... Descansad en las amplias y seguras promesas de Dios. Descansad en estas promesas, sin ninguna duda. ...
Encontrad tiempo para consolar a algún otro corazón, para alegrar con una palabra bondadosa y de alegría a alguien que esté batallando con la tentación, y posiblemente en aflicción. Al bendecir así a otros con palabras gozosas y llenas de esperanza, al señalarles al que lleva las cargas, seguramente encontraréis paz, felicidad y consolación para vosotros mismos.—Carta 2b, 1874. (Nuestra elevada vocación, p. 66)
Comentarios
Publicar un comentario