Domingo 16 de junio: Aprendamos del error de un rey
En los valles fértiles del Tigris y del Eufrates moraba una raza antigua que, aunque se hallaba entonces sujeta a Asiria, estaba destinada a gobernar al mundo. Entre ese pueblo había hombres sabios que dedicaban mucha atención al estudio de la astronomía; y cuando notaron que la sombra del cuadrante había retrocedido diez grados, se maravillaron en gran manera. Su rey, Merodach-baladán, al saber que ese milagro se había realizado como señal para el rey de Judá de que el Dios del cielo le concedía una prolongación de vida, envió embajadores a Ezequías para felicitarle por su restablecimiento, y para aprender, si era posible, algo más acerca del Dios que podía realizar un prodigio tan grande.
La visita de esos mensajeros de un gobernante lejano dió a Ezequías oportunidad de ensalzar al Dios viviente. ¡Cuán fácil le habría resultado hablarles de Dios, sustentador de todo lo creado, mediante cuyo favor se le había perdonado la vida cuando había desaparecido toda otra esperanza! ¡Qué portentosas transformaciones podrían haberse realizado si esos investigadores de la verdad provenientes de las llanuras de Caldea se hubiesen visto inducidos a reconocer la soberanía suprema del Dios viviente! (Profetas y reyes, p. 255)
La visita de los embajadores a Ezequías estaba destinada a probar su gratitud y devoción... Si Ezequías hubiese aprovechado la oportunidad que se le concedía para atestiguar el poder, la bondad y la compasión del Dios de Israel, el informe de los embajadores habría sido como una luz a través de las tinieblas. Pero él se engrandeció a sí mismo más que a Jehová de los ejércitos. “Ezequías no pagó conforme al bien que le había sido hecho: antes se enalteció su corazón...”.
El relato de cómo Ezequías no fue fiel a su cometido en ocasión de la visita de los embajadores contiene una lección importante para todos. Necesitamos hablar mucho más de los capítulos preciosos de nuestra experiencia, de la misericordia y bondad de Dios, de las profundidades incomparables del amor del Salvador. Cuando la mente y el corazón rebosen de amor hacia Dios no resultará difícil impartir lo que encierra la vida espiritual. Entonces grandes pensamientos, nobles aspiraciones, claras percepciones de la verdad, propósitos abnegados y anhelos de piedad y santidad hallarán expresión en palabras que revelen el carácter de lo atesorado en el corazón. (Conflicto y valor, p. 250)
Por lo tanto, mientras disfrutamos de sus dones, ¿habremos de olvidarnos del Dador? Dejemos más bien que nos induzcan a contemplar su bondad y su amor, y que todo lo que hay de hermoso en nuestra patria terrenal nos recuerde el río cristalino y los campos verdes, los ondeantes árboles y las fuentes vivas, la resplandeciente ciudad y los cantores de ropas blancas de nuestra patria celestial, el mundo de belleza que ningún artista puede pintar, que ninguna lengua mortal puede describir. “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”. 1 Corintios 2:9.
Morar para siempre en este hogar de los bienaventurados, llevar en el alma, el cuerpo y el espíritu, no los oscuros estigmas del pecado y de la maldición, sino la perfecta semejanza de nuestro Creador, y a través de los siglos sin fin progresar en sabiduría, conocimiento y santidad, explorando siempre nuevos campos del pensamiento, hallando siempre nuevos prodigios y nuevas glorias, creciendo siempre en capacidad de conocer, disfrutar y amar, sabiendo que quedan todavía delante de nosotros gozo, amor y sabiduría infinitos, tal es el fin hacia el cual se dirige la esperanza del cristiano, el fin para el cual nos prepara la educación cristiana. Obtener esta educación y ayudar a otros a obtenerla, debiera ser el propósito de la vida del cristiano. (Consejos para los maestros, p. 48,49)
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