Domingo 23 de junio: La profecía de los corazones reconciliados
En medio de las discordias y las luchas, se oyó una voz procedente del desierto, una voz sorprendente y austera, aunque llena de esperanza: “Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha acercado.” Con un poder nuevo y extraño, conmovía a la gente. Los profetas habían predicho la venida de Cristo como un acontecimiento del futuro lejano; pero he aquí que se oía un anunció de que se acercaba. El aspecto singular de Juan hacía recordar a sus oyentes los antiguos videntes. En sus modales e indumentaria, se asemejaba al profeta Elías. Con el espíritu y poder de Elías, denunciaba la corrupción nacional y reprendía los pecados prevalecientes. Sus palabras eran claras, directas y convincentes. Muchos creían que era uno de los profetas que había resucitado de los muertos. Toda la nación se conmovió. Muchedumbres acudieron al desierto.
Juan proclamaba la venida del Mesías, e invitaba al pueblo a arrepentirse. Como símbolo de la purificación del pecado, bautizaba en las aguas del Jordán. Así, mediante una lección objetiva muy significativa, declaraba que todos los que querían formar parte del pueblo elegido de Dios estaban contaminados por el pecado y que sin la purificación del corazón y de la vida, no podrían tener parte en el reino del Mesías. (El deseado de todas las gentes, pp. 77,78)
Se me quebranta el corazón al ver cuánto de lo que debiera hacerse queda sin ser realizado. Los embajadores de Dios deben mantener una conexión viviente con El. Deben agrandar sus tiendas y extender sus estacas. Sus vidas deben ser puras, santas y estar listas para el gran día que pronto sobrevendrá al mundo. Cuando los hijos de Dios estén imbuidos con el espíritu del Maestro, verán en su derredor almas... que están pereciendo en el pecado, y dedicarán todo su esfuerzo para salvar a los que están cerca -aún en sus propios hogares - y a los que están lejos. El esfuerzo ferviente y consagrado que se hace en favor de aquellos que están fuera del redil no deja tiempo para la práctica ni la duda. (Alza tus ojos, p. 68)
Cuando el corazón se vacía de su propia importancia, le abre la puerta a Cristo, porque reconoce su llamada. Pero a menos que ustedes eliminen los escombros que mantienen alejado al Señor Jesús, no podrá entrar, porque nunca entra a la fuerza.
La prosperidad del alma depende del sacrificio expiatorio de Cristo. Vino a este mundo para obtener nuestro perdón. Nuestra primera obra consiste en luchar con todo fervor para obtener bendiciones espirituales a fin de mantenernos fieles en medio de los peligros de los últimos días, es decir, para que no cedamos ni un centímetro a las argucias de Satanás. Es deber de cada cual caminar por sendas rectas, no sea que el rengo se desvíe. No tenemos tiempo que perder. La prosperidad del alma depende de la unidad que Cristo rogó que existiera entre los que creen en él. Deben ser uno con él así como él es uno con el Padre. La desunión no es plan de Dios sino del artero enemigo. (Cada día con Dios, p. 73)
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