Martes 18 de junio: La paz que triunfa
Cuando alguien se aparta de las imperfecciones humanas y contempla a Jesús, su carácter experimenta una transformación divina. Fija sus ojos en Cristo como en un espejo que refleja la gloria de Dios, y al contemplarlo se transforma “de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”. “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”. Romanos 8:9.
Aparte su vista de las imperfecciones de los demás, y fíjela persistentemente en Cristo. Investigue con corazón contrito su vida y su carácter. No solamente necesita recibir más luz sino que debe ser vivificado para que pueda ver el banquete que tiene delante, y pueda comer y beber la carne y la sangre del Hijo de Dios, que es su Palabra. Al probar la buena Palabra de Vida, al alimentarse del Pan de Vida, puede percibir las virtudes del mundo venidero, y ser creado de nuevo en Cristo Jesús. Si recibe sus dones, si se renueva en santidad, su gracia producirá en usted frutos para gloria de Dios. (Cada día con Dios, p. 44)
La empresa familiar debiera estar bien organizada. El padre y la madre tienen que considerar juntos sus responsabilidades. Han de trabajar juntos para el bienestar de sus hijos. No debe haber desacuerdos entre ellos. Nunca debieran criticarse mutuamente sus planes o cuestionar el juicio del otro en presencia de sus hijos. Si la esposa no tiene experiencia, debería tratar de descubrir dónde su trabajo hace más difícil la tarea de su esposo mientras él trabaja por la salvación de sus hijos. Y el esposo tiene que sostener las manos de su esposa, dándole consejos sabios y motivación amante.—The Review and Herald, 8 de julio de 1902. (Mente, carácter y personalidad, p. 184)
Cada pareja que une los intereses de su vida debiera hacer tan feliz como sea posible la vida del otro. Tratemos de preservar y aumentar el valor de lo que apreciamos, siempre que sea posible. Cuando un hombre y una mujer se casan celebran un contrato y hacen una inversión para toda la vida, y debieran hacer todo lo posible para dominar sus palabras de impaciencia y queja, con más cuidado aún que antes de casarse, porque ahora sus destinos están unidos de por vida, y a cada cual se lo valorará en exacta proporción con la cantidad de trabajo y esfuerzo invertidos para conservar y mantener fresco ese amor que tan anhelosamente buscaron, y que tanto apreciaron antes de casarse.—Carta 27, del 22 de noviembre de 1872 (Cada día con Dios, p. 345)
El pecado ha destruído nuestra paz. Mientras el yo no está subyugado, no podemos hallar descanso. Las pasiones predominantes en el corazón no pueden ser regidas por facultad humana alguna. Somos tan impotentes en esto como los discípulos para calmar la rugiente tempestad. Pero el que calmó las olas de Galilea ha pronunciado la palabra que puede impartir paz a cada alma. Por fiera que sea la tempestad, los que claman a Jesús: “Señor, sálvanos” hallarán liberación. Su gracia, que reconcilia al alma con Dios, calma las contiendas de las pasiones humanas, y en su amor el corazón descansa. (El deseado de todas las gentes, p. 299)
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