Lunes 15 de julio: Dos razones para el sábado
En el cuarto mandamiento el Señor se presenta como Creador de los cielos y la tierra, y por lo tanto como distinto de todos los dioses falsos. El séptimo día fue santificado para que fuera un día de reposo para el hombre, como un monumento de la obra de la creación. Se lo instituyó para que mantuviera al Dios viviente siempre delante de las mentes como la fuente de todo ser y objeto de reverencia y culto. Satanás trató de desviar a los hombres para que no manifestaran lealtad a Dios ni rindieran obediencia a su ley; por lo tanto dirigió sus esfuerzos especialmente contra ese mandamiento que señala a Dios como Creador. (La historia de la redención, p. 265)
Y como (Cristo) lo hizo todo, creó también el sábado. Por él fué apartado como un monumento recordativo de la obra de la creación. Nos presenta a Cristo como Santificador tanto como Creador. Declara que el que creó todas las cosas en el cielo y en la tierra, y mediante quien todas las cosas existen, es cabeza de la iglesia, y que por su poder somos reconciliados con Dios. Porque, hablando de Israel, dijo: “Díles también mis sábados, que fuesen por señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy Jehová que los santifico,”23 es decir, que los hace santos. Entonces el sábado es una señal del poder de Cristo para santificarnos. Es dado a todos aquellos a quienes Cristo hace santos. Como señal de su poder santificador, el sábado es dado a todos los que por medio de Cristo llegan a formar parte del Israel de Dios. (El deseado de todas las gentes, p. 251)
Dios hará más que cumplir las más elevadas expectativas de los que confían en él. Desea que recordemos que si somos humildes y contritos estaremos donde él puede y quiere manifestarse a nosotros. Se complace cuando le presentamos sus mercedes y bendiciones del pasado como una razón por la cual debe concedernos más altas y mayores bendiciones. Es honrado cuando lo amamos y damos testimonio de la sinceridad de nuestro amor guardando sus mandamientos... No hay nada tan grande y poderoso como el amor de Dios por los que son sus hijos.—The Review and Herald, 15 de marzo de 1906. (En los lugares celestiales, p. 131)
La hermosura del carácter de Cristo ha de verse en los que le siguen. El se deleitaba en hacer la voluntad de Dios. El poder que predominaba en la vida de nuestro Salvador era el amor a Dios y el celo por su gloria. El amor embellecía y ennoblecía todas sus acciones. El amor es de Dios; el corazón inconverso no puede producirlo u originarlo. Se encuentra solamente en el corazón donde Cristo reina. “Nosotros amamos, por cuanto él nos amó primero.”5 En el corazón regenerado por la gracia divina, el amor es el móvil de las acciones. Modifica el carácter, gobierna los impulsos, restringe las pasiones, subyuga la enemistad y ennoblece los afectos. Este amor atesorado en el alma endulza la vida y derrama una influencia purificadora sobre todos los que están en derredor. (El camino a Cristo, pp. 42,43)
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