Lunes 8 de julio: Los Diez Mandamientos
En los preceptos de su santa ley, Dios ha dado una perfecta norma de vida; y ha declarado que hasta el fin del tiempo esa ley, sin sufrir cambio en una sola jota o tilde, mantendrá sus demandas sobre los seres humanos. Cristo vino para magnificar la ley y hacerla honorable. Mostró que está basada sobre el anchuroso fundamento del amor a Dios y a los hombres, y que la obediencia a sus preceptos comprende todos los deberes del hombre. En su propia vida, Cristo dió un ejemplo de obediencia a la ley de Dios. En el sermón del monte mostró cómo sus requerimientos se extienden más allá de sus acciones externas y abarca los pensamientos e intentos del corazón. (Hechos de los apóstoles, pp. 349, 350)
La ley divina requiere que amemos a Dios en forma suprema, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Sin el ejercicio de este amor, la más elevada profesión de fe es mera hipocresía.— The Signs of the Times, 10 de enero de 1911.
El adorador de Dios descubrirá que no puede atesorar ni una fibra de la raíz del egoísmo. No puede cumplir sus deberes hacia Dios y oprimir a sus semejantes. El segundo principio es semejante al primero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. “Haz esto, y vivirás”. Estas son las palabras de Jesucristo de las cuales no puede apartarse ningún hombre, mujer o joven que sea verdadero cristiano. Es la obediencia a los principios de los mandamientos de Dios lo que modela el carácter de acuerdo con la similitud divina.
Nuestro prójimo no es meramente nuestro vecino o nuestro amigo particular; no son sencillamente los que pertenecen a nuestra iglesia y piensan como nosotros. Nuestro prójimo es toda la familia humana.—Manuscrito 33. (Hijos e hijas de Dios, p. 50)
Jesús consideró los mandamientos por separado, y explicó la profundidad y anchura de sus requerimientos. En vez de quitarles una jota de su fuerza, demostró cuán abarcantes son sus principios y desenmascaró el error fatal de los judíos en su demostración exterior de obediencia. Declaró que por el mal pensamiento o la mirada concupiscente se quebranta la ley de Dios. El que toma parte en la menor injusticia está violando la ley y degradando su propia naturaleza moral. El homicidio existe primero en la mente. El que concede al odio un lugar en su corazón, está poniendo los pies en la senda del homicida, y sus ofrendas son aborrecibles para Dios. (El deseado de todas las gentes, p. 272)
La obediencia era la única condición por la que el antiguo Israel había de recibir el cumplimiento de las promesas que lo convirtieran en el pueblo grandemente favorecido por Dios, y la obediencia a esa ley traerá tan grandes bendiciones a los individuos y a las naciones hoy día como las que hubiera traído a los hebreos.
Es esencial la obediencia a la ley, no sólo para nuestra salvación, sino para nuestra felicidad y para la felicidad de aquellos con quienes nos relacionamos. “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo” (Salmos 119:165), dice la Palabra inspirada. (Mensajes selectos T. 1, p. 219)
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