Martes 23 de julio: Las promesa de un rey
Los que hoy ocupan puestos de confianza deben procurar aprender la lección enseñada por la oración de Salomón. Cuanto más elevado sea el cargo que ocupe un hombre y mayor sea la responsabilidad que ha de llevar, más amplia será la influencia que ejerza y tanto más necesario será que confíe en Dios. Debe recordar siempre que juntamente con el llamamiento a trabajar le llega la invitación a andar con circunspección delante de sus semejantes. Debe conservar delante de Dios la actitud del que aprende. Los cargos no dan santidad de carácter. Honrando a Dios y obedeciendo sus mandamientos es como un hombre llega a ser realmente grande.
El Dios a quien servimos no hace acepción de personas. El que dió a Salomón el espíritu de sabio discernimiento está dispuesto a impartir la misma bendición a sus hijos hoy. Su palabra declara: “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, el cual da a todos abundantemente, y no zahiere; y le será dada.”. Santiago 1:5. Cuando el que lleva responsabilidad desee sabiduría más que riqueza, poder o fama, no quedará chasqueado. El tal aprenderá del gran Maestro no sólo lo que debe hacer, sino también el modo de hacerlo para recibir la aprobación divina.
Mientras permanezca consagrado, el hombre a quien Dios dotó de discernimiento y capacidad no manifestará avidez por los cargos elevados ni procurará gobernar o dominar. Es necesario que haya hombres que lleven responsabilidad; pero en vez de contender por la supremacía, el verdadero conductor pedirá en oración un corazón comprensivo, para discernir entre el bien y el mal. (Profetas y reyes, pp. 17-18)
Cristo acepta y entra en comunión con los más humildes. Acepta a los hombres, no por sus capacidades o elocuencia, sino porque buscan su rostro y anhelan su ayuda. Su Espíritu, que obra en el corazón, impulsa toda facultad a una acción vigorosa. En esas personas modestas el Señor ve material sumamente precioso, que resistirá las tormentas y las tempestades, el calor y la presión...
Hay verdadero honor entre los que albergan el amor de Dios en sus corazones. El propósito de nuestra labor en favor del Maestro debería ser que su nombre fuera glorificado mediante la conversión de los pecadores. Los que trabajan para obtener aplausos no reciben la aprobación de Dios. El Señor espera que sus siervos obren por motivos diferentes...—Carta 109, del 6 de agosto de 1901, dirigida a un presidente de asociación. (Cada día con Dios, p. 233)
Puedes ser fuerte para ejercer en otros una influencia santificadora. Puedes hallarte donde el interés de tu alma se despierte para hacer bien a otros, para consolar a los entristecidos, fortalecer a los débiles y dar tu testimonio por Cristo siempre que se presente la oportunidad. Ten por blanco honrar a Dios en todo, siempre y por doquiera. Entreteje tu religión en todo. Sé cabal en cuanto emprendas.
No has experimentado el poder salvador de Dios como es privilegio hacerlo, porque no has hecho del deseo de glorificar a Cristo el gran blanco de tu vida. Sea para gloria de Dios cada resolución que tomes, cada trabajo que emprendas, cada placer que disfrutes. Sea éste el lenguaje de tu corazón: Yo soy tuyo, oh Dios, para vivir por ti, trabajar para ti y sufrir por ti (Testimonios para la iglesa, T. 2, p. 254)
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