Martes 30 de julio: Miqueas
A aquellos que osen tratar sin misericordia, Dios los tratará como ellos lo han hecho con los que les imploraron ayuda.
La verdadera simpatía entre un hombre y sus semejantes debe ser el signo distintivo de aquellos que aman y temen a Dios a diferencia de los que no tienen en cuenta su ley.—Manuscrito 117, 1903.
Dios puso sobre ellos la responsabilidad de velar por los desventurados, los ciegos, los lisiados, las viudas y los huérfanos; pero muchos no hacen esfuerzos para cumplirla. Para salvar a los tales, Dios muchas veces los pone bajo la vara de la aflicción y los coloca en posición similar a la que ocupaban las personas que tenían necesidad de su ayuda y simpatía que no recibieron de sus manos.—Testimonies for the Church 3:517. (El ministerio de la bondad, p. 193)
Los fariseos habían tenido sólo desprecio y condenación para ellos; pero Cristo los saludaba como a hijos de Dios, indudablemente apartados de la casa del Padre, pero no olvidados por el corazón del Padre. Y su misma desgracia y pecado los convertía en mayor grado en el objeto de su compasión. Cuanto más se habían alejado de él, tanto más ferviente era el anhelo y mayor el sacrificio hecho para su rescate.
Todo esto podrían haberlo aprendido los maestros de Israel de los sagrados rollos de que se enorgullecían de ser guardianes y expositores. ¿No había escrito David, ese David que había caído en un pecado mortal: “Yo anduve errante como oveja extraviada; busca a tu siervo”?1 ¿No había revelado Miqueas el amor de Dios hacia los pecadores diciendo: “¿Qué Dios como tú, que perdonas la maldad, y olvidas el pecado del resto de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque es amador de misericordia”. (Palabras de vida de Gran Maestro, pp. 122, 123)
El Señor no obligará a los hombres a obrar con justicia, a amar la misericordia y andar humildemente delante de Dios; pone el bien y el mal ante los instrumentos humanos, y establece claramente cuál será el resultado de seguir el uno o el otro. Cristo nos invita diciendo: “Sígueme”. Pero nunca se nos fuerza a seguir en pos de sus pisadas. Si no andamos en sus pisadas, es porque esto constituye el resultado de una elección deliberada. A medida que contemplamos la vida y el carácter de Cristo, surgen en nosotros fuertes deseos de ser como él en nuestro carácter; y proseguimos en conocer al Señor, y en saber que como el alba está dispuesta su salida. Entonces comenzamos a comprender que “la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”. Proverbios 4:18.—The Review and Herald, 31 de marzo de 1896. (Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 184)
...Coloca sobre la iglesia organizada una responsabilidad por sus miembros individuales. La iglesia tiene el deber de amonestar, instruir y si es posible restaurar a aquellos que caigan en el pecado. “Redarguye, reprende, exhorta— dice el Señor,—con toda paciencia y doctrina.”3 Obrad fielmente con los que hacen mal. Amonestad a toda alma que está en peligro. No dejéis que nadie se engañe. Llamad al pecado por su nombre. Declarad lo que Dios ha dicho respecto de la mentira, la violación del sábado, el robo, la idolatría y todo otro mal: “Los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios.”4 Si persisten en el pecado, el juicio que habéis declarado por la Palabra de Dios es pronunciado sobre ellos en el cielo. Al elegir pecar, niegan a Cristo; la iglesia debe mostrar que no sanciona sus acciones, o ella misma deshonra a su Señor. Debe decir acerca del pecado lo que Dios dice de él. Debe tratar con él como Dios lo indica, y su acción queda ratificada en el cielo. (El Deseado de todas las gentes, pp. 736, 737)
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