Jueves 8 de agosto: Misericordia y fidelidad
“¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?” preguntaron los envidiosos rabinos.
Jesús no esperó que sus discípulos contestasen la acusación, sino que él mismo replicó: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Andad pues, y aprended qué cosa es: Misericordia quiero, y no sacrificio: porque no he venido a llamar justos, sino pecadores a arrepentimiento.” Los fariseos pretendían ser espiritualmente sanos, y por lo tanto no tener necesidad de médico, mientras que consideraban que los publicanos y los gentiles estaban pereciendo por las enfermedades del alma. ¿No consistía, pues, su obra como médico en ir a la clase que necesitaba su ayuda?
Pero aunque los fariseos tenían tan alto concepto de sí mismos, estaban realmente en peor condición que aquellos a quienes despreciaban. Los publicanos tenían menos fanatismo y suficiencia propia, y así eran más susceptibles a la influencia de la verdad. Jesús dijo a los rabinos: “Andad pues, y aprended qué cosa es: Misericordia quiero, y no sacrificio.” Así demostró que mientras aseveraban exponer la Palabra de Dios, ignoraban completamente su espíritu. (El deseado de todas las gentes, pp. 236, 237)
Los fariseos ejercían gran influencia sobre la gente, y la aprovechaban para servir sus propios intereses. Conquistaban la confianza de viudas piadosas, y les indicaban [566] que era su deber dedicar su propiedad a fines religiosos. Habiendo conseguido el dominio de su dinero, los astutos maquinadores lo empleaban para su propio beneficio. Para cubrir su falta de honradez, ofrecían largas oraciones en público y hacían gran ostentación de piedad, Cristo declaró que esta hipocresía les atraería mayor condenación. La misma reprensión cae sobre muchos que en nuestro tiempo hacen alta profesión de piedad. Su vida está manchada de egoísmo y avaricia, pero arrojan sobre ella un manto de aparente pureza, y así por un tiempo engañan a sus semejantes, Pero no pueden engañar a Dios. El lee todo propósito del corazón, y juzgará a cada uno según sus obras. (El deseado de todas las gentes, pp. 258, 259)
Una religión fría y legalista nunca puede conducir las almas a Cristo, pues es una religión sin amor y sin Cristo. Cuando el ayuno y la oración se practican con un espíritu de justicia propia, esto resulta algo abominable para Dios. La reunión solemne para el culto, la rutina de las ceremonias religiosas, la humillación externa, el sacrificio impuesto, todos proclaman al mundo el testimonio de que quien realiza esas cosas se considera justo. Esas cosas llaman la atención al que observa esos rigurosos deberes y dice: Este hombre tiene derecho al cielo. Pero todo es un engaño. Las obras no nos comprarán la entrada en el cielo. La única gran ofrenda que ha sido hecha es amplia para todos los que crean. El amor de Cristo animará al creyente con nueva vida. El que bebe del agua de la fuente de la vida, estará lleno con el vino nuevo del reino. La fe en Cristo será el medio por el cual el espíritu y los motivos correctos moverán al creyente, y toda bondad e inclinación celestial procederán de aquel que contempla a Jesús, el autor y consumador de su fe. Confiad en Dios, no en los hombres. Dios es vuestro Padre celestial que está dispuesto a sobrellevar pacientemente vuestras debilidades, y a perdonarlas y curarlas. “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”. Juan 17:3. (Mensajes selectos, T. 1, pp. 383, 384)
Viernes 9 de agosto: Para estudiar y meditar
El deseado de todas las gentes, "Ayes sobre los fariseos", pp. 562-573)
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