Martes 6 de agosto: Opresores religiosos
Todos los que pretenden ser hijos de Dios deben recordar el hecho de que hay un Vigilante en cada transacción comercial que registra cada acto y hecho de los que participan en la transacción y que ese registro permanecerá como está escrito hasta el gran día cuando cada hombre recibirá de acuerdo con las obras que haya hecho, a menos que se haya arrepentido de sus yerros y éstos hayan sido borrados. Entonces se pagará de acuerdo con cada injusticia hecha a un santo o a un pecador. Cristo identifica sus intereses con todas las aflicciones de su pueblo. Dios castigará a los que opriman a la viuda o al huérfano o que los despojen de alguna manera.—Carta 36, 1888. (Ministerio de la bondad, pp. 173, 174)
Necesitamos ser santificados por el Espíritu Santo cada hora del día para que no seamos entrampados por el enemigo y nuestras almas sean puestas en peligro. Tenemos la tentación constante de exaltar el yo y debemos extremar nuestra vigilancia contra este mal. Debemos vigilar continuamente para que no manifestemos un espíritu dominante, de crítica y de condenación. Debemos tratar de evitar la misma apariencia del mal y no mostrar nada que se parezca a los atributos de Satanás, nada que desaliente a aquellos con quienes nos relacionamos. Debemos trabajar como Cristo: atraer, edificar, no derribar. Es natural para algunos ser rígidos y dictatoriales y gobernar despóticamente la herencia de Dios; y debido a la manifestación de estos atributos, almas preciosas se han perdido para la causa. Los hombres han manifestado esta característica desagradable porque [224] no han estado vinculados con Dios. (Testimonios para los ministros, pp. 195,196)
La persecución que se está realizando entre miembros de iglesia es una cosa muy terrible. Es cierto que algunos han cometido errores y equivocaciones, pero es igualmente cierto que esos errores y equivocaciones están muy lejos de ser tan ofensivos a la vista de Dios como el espíritu duro y no perdonador de aquellos que los critican y censuran. Muchos de los que no vacilan en abrir juicio sobre otros, están cometiendo errores que, aunque no se hacen manifiestos, llevan la mancha de una maldad mortífera que está corrompiendo su vida espiritual.
Dios quiere abrir los ojos de sus hijos profesos a fin de que vean que deben amar a Dios sobre todas las cosas y a su prójimo como a sí mismos si quieren ser salvos en su reino. Muchos están dejando ver que no son guiados por el Espíritu de Cristo sino por otro espíritu. Los atributos que ostentan difieren tanto de los atributos de Cristo como las características satánicas. Es tiempo ya de que los creyentes actúen hombro a hombro y luchen juntos por la vida eterna, en lugar de mantenerse apartados, expresando por la palabra y la acción: “Yo soy más santo que tú”. Los que quieren ejercer todas sus facultades para la salvación de las almas que perecen deben unirse corazón a corazón y ser vinculados por los lazos de [187] la simpatía y el amor. Los hermanos deben manifestar el mismo espíritu revelado por nuestro misericordioso y fiel Sumo Sacerdote que puede compadecerse de nuestras debilidades. Podemos insuflar nueva vida a los que desfallecen y se hallan sin esperanza. Podemos conseguir victorias que nuestras opiniones erróneas, nuestros propios defectos de carácter, nuestra poca fe, han hecho parecer imposibles. (Testimonios para los ministros, pp. 165,166)
Necesitamos ser santificados por el Espíritu Santo cada hora del día para que no seamos entrampados por el enemigo y nuestras almas sean puestas en peligro. Tenemos la tentación constante de exaltar el yo y debemos extremar nuestra vigilancia contra este mal. Debemos vigilar continuamente para que no manifestemos un espíritu dominante, de crítica y de condenación. Debemos tratar de evitar la misma apariencia del mal y no mostrar nada que se parezca a los atributos de Satanás, nada que desaliente a aquellos con quienes nos relacionamos. Debemos trabajar como Cristo: atraer, edificar, no derribar. Es natural para algunos ser rígidos y dictatoriales y gobernar despóticamente la herencia de Dios; y debido a la manifestación de estos atributos, almas preciosas se han perdido para la causa. Los hombres han manifestado esta característica desagradable porque [224] no han estado vinculados con Dios. (Testimonios para los ministros, pp. 195,196)
La persecución que se está realizando entre miembros de iglesia es una cosa muy terrible. Es cierto que algunos han cometido errores y equivocaciones, pero es igualmente cierto que esos errores y equivocaciones están muy lejos de ser tan ofensivos a la vista de Dios como el espíritu duro y no perdonador de aquellos que los critican y censuran. Muchos de los que no vacilan en abrir juicio sobre otros, están cometiendo errores que, aunque no se hacen manifiestos, llevan la mancha de una maldad mortífera que está corrompiendo su vida espiritual.
Dios quiere abrir los ojos de sus hijos profesos a fin de que vean que deben amar a Dios sobre todas las cosas y a su prójimo como a sí mismos si quieren ser salvos en su reino. Muchos están dejando ver que no son guiados por el Espíritu de Cristo sino por otro espíritu. Los atributos que ostentan difieren tanto de los atributos de Cristo como las características satánicas. Es tiempo ya de que los creyentes actúen hombro a hombro y luchen juntos por la vida eterna, en lugar de mantenerse apartados, expresando por la palabra y la acción: “Yo soy más santo que tú”. Los que quieren ejercer todas sus facultades para la salvación de las almas que perecen deben unirse corazón a corazón y ser vinculados por los lazos de [187] la simpatía y el amor. Los hermanos deben manifestar el mismo espíritu revelado por nuestro misericordioso y fiel Sumo Sacerdote que puede compadecerse de nuestras debilidades. Podemos insuflar nueva vida a los que desfallecen y se hallan sin esperanza. Podemos conseguir victorias que nuestras opiniones erróneas, nuestros propios defectos de carácter, nuestra poca fe, han hecho parecer imposibles. (Testimonios para los ministros, pp. 165,166)
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