Miércoles 21 de agosto: El rico y Lázaro
La parábola del hombre rico y Lázaro... presenta un contraste entre el rico que no ha hecho de Dios su sostén y el pobre que lo ha hecho. Cristo muestra que viene el tiempo en que será invertida la posición de las dos clases. Los que son pobres en los bienes de esta tierra, pero que confían en Dios y son pacientes en su sufrimiento, algún día serán exaltados por encima de los que ahora ocupan los puestos más elevados que puede dar el mundo, pero que no han rendido su vida a Dios.
Dios había hecho del rico un mayordomo de sus medios, y su deber era atender casos tales como el del mendigo. Se había dado el mandamiento: “Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todo tu poder”, y “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.1 El rico era judío, y conocía este mandato de Dios. Pero se olvidó de que era responsable por el uso de esos medios y capacidades que se le habían confiado. Las bendiciones del Señor descansaban abundantemente sobre él, pero las empleaba egoístamente, para honrarse a sí mismo y no a su Hacedor. (Palabras de vida del Gran Maestro, pp. 173, 174)
Somos testigos de Cristo y no debemos permitir que los intereses mundanos absorban nuestro tiempo y atención a tal punto que no tomemos en cuenta las cosas que Dios ha dicho que deben ocupar el primer lugar. Hay en juego intereses superiores. “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia”. Mateo 6:33. Cristo se dio por entero a la obra que había venido a realizar, y él nos ha dicho: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Mateo 16:24. “Y seáis así mis discípulos”. Juan 15:8.
Cristo se entregó voluntaria y gozosamente a la realización de la voluntad de Dios. Fue obediente hasta la muerte, y hasta la muerte en la cruz. ¿Deberíamos encontrar difícil negarnos a nosotros mismos? ¿Deberíamos apartarnos para no participar de sus sufrimientos? Su muerte debería conmover cada fibra de nuestro ser y disponernos a consagrar a su obra todo lo que poseemos y lo que somos. Al pensar en lo que él ha hecho por nosotros nuestros corazones deberían llenarse de amor.
Cuando los que conocen la verdad practiquen la abnegación ordenada en la Palabra de Dios, el mensaje se proclamará con poder. El Señor oirá nuestras oraciones en favor de la conversión de las almas. El pueblo de Dios dejará brillar su luz y los incrédulos al ver sus buenas obras, glorificarán a nuestro Padre celestial. Relacionémonos con Dios en términos de una obediencia manifestada con abnegación.—The Review and Herald, 1 de diciembre de 1910. (Consejos sobre mayordomía cristiana, pp. 278, 279)
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