SÁBADO 17 DE AGOSTO: UNO DE ESTOS MIS HERMANOS MÁS PEQUEÑOS
Algunos de los fariseos habían venido a Jesús y le habían preguntado “cuándo había de venir el reino de Dios.” Habían pasado más de tres años desde que Juan el Bautista diera el mensaje que a manera de toque de trompeta había repercutido por el país: “Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha acercado.”1 Y sin embargo los fariseos no veían señal alguna del establecimiento del reino. Muchos de aquellos que habían rechazado a Juan y que a cada paso se habían opuesto a Jesús, estaban insinuando que su misión había fracasado.
Jesús contestó: “El reino de Dios no vendrá con advertencia [manifestación exterior, V.M.] ni dirán: Helo aquí, o helo allí: porque he aquí el reino de Dios entre vosotros está.” El reino de Dios principia en el corazón. No busquéis aquí o allí manifestaciones de poder terrenal que señalen su comienzo. (El deseado de todas las gentes, p. 462)
Jesús contestó: “El reino de Dios no vendrá con advertencia [manifestación exterior, V.M.] ni dirán: Helo aquí, o helo allí: porque he aquí el reino de Dios entre vosotros está.” El reino de Dios principia en el corazón. No busquéis aquí o allí manifestaciones de poder terrenal que señalen su comienzo. (El deseado de todas las gentes, p. 462)
La verdad, tal como se encuentra en Jesús, no sólo hace mucho en favor del que la recibe, sino de los que entran en la esfera de su influencia. El alma verdaderamente convertida es iluminada desde lo alto y Cristo llega a ser dentro de esa alma “una fuente de agua que salte para vida eterna”. Juan 4:14. Sus palabras, sus intenciones, sus acciones podrán malinterpretarse y falsificarse; pero no le importa, porque tiene en juego mayores intereses. No toma en cuenta la comodidad presente; no tiene ambición de hacer alarde de nada; no busca la alabanza de los hombres. Su esperanza está en los cielos, y marcha siempre adelante, con su mirada fija en Jesús. Hace el bien porque es bueno hacerlo y porque sólo los que lo hacen tendrán entrada en el reino de Dios. Es bueno y humilde y se preocupa para que los demás sean felices. Nunca dice: “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (Génesis 4:9), sino que ama a su prójimo como a sí mismo. Su manera de ser nunca es brusca ni dictatorial, como la de los que no creen en Dios, sino que refleja la luz del cielo sobre los hombres. Es un leal y valeroso soldado de la cruz de Cristo que sostiene en alto la palabra de vida. (Testimonios para la iglesia, T. 5, p. 558)
Un alma salvada en el reino de Dios es de más valor que todas las riquezas terrenales. Somos responsables ante Dios por las almas de aquellos con quienes nos relacionamos, y cuanto más estrechas nuestras relaciones con nuestros semejantes, mayor es nuestra responsabilidad. Somos una gran hermandad, y el bienestar de nuestros semejantes debe ser nuestro gran interés. No tenemos un momento que perder. Si hemos sido descuidados en esta materia, es harto tiempo de que ahora con todo fervor redimamos el tiempo, no sea que la sangre de las almas se encuentre sobre nuestros vestidos. Como hijos de Dios, ninguno de nosotros está eximido de tomar parte en la gran obra de Cristo para la salvación de nuestros semejantes.
Será una tarea difícil la de vencer el prejuicio y convencer a los no creyentes de que nuestros esfuerzos por ayudarlos son desinteresados. Pero esto no debe impedir nuestra labor. No hay precepto en la Palabra de Dios que nos ordene hacer bien solamente a aquellos que aprecian nuestros esfuerzos y responden a ellos, o que nos pida que beneficiemos solamente a los que nos agradezcan por ello. Dios nos ha enviado a trabajar en su viña. Nuestra tarea es hacer todo lo que podemos. (Notas biográficas de Elena G. de White, p. 180)
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