Domingo 22 de septiembre: Agentes de cambio
Necesitamos proveernos del mismo espíritu que animaba al Señor Jesucristo. Cristo trabaja en nuestro favor; ¿trabajaremos nosotros por Cristo, en sus líneas? Niños, cultiven la paciencia y la fe y la esperanza. Que el Señor aumente el gozo de nuestra fe en este Intercesor eterno. No dejen que pase un solo día sin que comprendan la responsabilidad que tienen ante Dios frente al sacrificio de su Hijo unigénito. Jesús no recibe ninguna gloria de alguien que se transforma en un acusador de los hermanos. Que no pase ni un solo día sin que nos ocupemos de sanar y restaurar heridas viejas. Cultivemos el amor, y que de nuestros labios no escape ninguna palabra de malas sospechas. Cerremos esta puerta de inmediato, y mantengámosla cerrada; abramos la puerta desde donde Cristo preside, y mantengámosla abierta, porque conocemos el valor del sacrificio de Cristo y de su amor inalterable. Bebamos las aguas refrescantes de la vida que proceden de las fuentes del Líbano, pero rehusemos las aguas turbias del valle: los oscuros sentimientos de sospecha. Hay mucha veracidad en la causa, pero ¿echaremos a perder la fragancia de nuestro espíritu porque otros se visten de amargura? Dios no lo permita. Ni siquiera una décima parte de las malas sospechas es digna del tiempo que dedicamos a considerarla y a repetirla. Arranquen de sus palabras toda severidad; hablen con dulzura; mantengan inalterable su confianza en Jesús. (Exaltad a Jesús, p. 326)
Lo que profesamos es muy exaltado. Como adventistas observadores del sábado, profesamos obedecer todos los mandamientos de Dios y esperar la venida de nuestro Redentor. Un solemnísimo mensaje de amonestación ha sido confiado a los pocos fieles de Dios. Debemos demostrar por nuestras palabras y obras que reconocemos la gran responsabilidad que se nos ha impuesto. Nuestra luz debe resplandecer tan claramente que los demás puedan ver que glorificamos al Padre en nuestra vida diaria, que estamos en relación con el cielo y somos coherederos con Cristo Jesús, para que cuando él aparezca con poder y grande gloria seamos como él.
Todos debemos sentir nuestra responsabilidad individual como miembros de la iglesia visible y trabajadores en la viña del Señor. No debemos esperar que nuestros hermanos, que son tan frágiles como nosotros, nos ayuden; porque nuestro precioso Salvador nos ha invitado a unirnos a él y a unir nuestra debilidad con su fortaleza, nuestra ignorancia con su sabiduría, nuestra indignidad con su mérito. Ninguno de nosotros puede tener una posición neutral; nuestra influencia se ejercerá en pro o en contra de Jesús. Somos agentes activos de Cristo, o del enemigo. O recogemos con Jesús, [21] o dispersamos. La verdadera conversión es un cambio radical. La misma tendencia de la mente y la inclinación del corazón serán desviadas, y la vida llegará a ser nueva en Cristo. (Testimonios para la iglesia, t. 4, pp. 19,20)
¡Cuán pocos de entre nosotros consideran la salvación de los pecadores desde el mismo punto de vista que el universo celestial,—como plan ideado desde la eternidad en la mente de Dios! ¡Cuán pocos de entre nosotros están cordialmente de parte del Redentor en esta obra solemne y final! Existe escasamente una décima parte de la compasión que debiera haber por las almas que no están salvadas. Quedan muchos por amonestar, y sin embargo, ¡cuán pocos son los que simpatizan lo suficiente con Dios para conformarse con ser cualquier cosa o nada con tal de ver almas ganadas para Cristo! (Obreros evangélicos, pp. 105,106)
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