Jueves 19 de septiembre: Una voz para los que no tienen voz
Pacientemente Jesús escuchaba los testimonios contradictorios. Ni una sola palabra pronunció en su defensa. Al fin, sus acusadores quedaron enredados, confundidos y enfurecidos. El proceso no adelantaba; parecía que las maquinaciones iban a fracasar. Caifás se desesperaba. Quedaba un último recurso; había que obligar a Cristo a condenarse a sí mismo. El sumo sacerdote se levantó del sitial del juez, con el rostro descompuesto por la pasión, e indicando claramente por su voz y su porte que, si estuviese en su poder, heriría al preso que estaba delante de él. “¿No respondes nada?—exclamó,—¿qué testifican éstos contra ti?”
Jesús guardó silencio. “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca: como cordero fué llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.”3
Por fin, Caifás, alzando la diestra hacia el cielo, se dirigió a Jesús con un juramento solemne: “Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, Hijo de Dios.”
Cristo no podía callar ante esta demanda. Había tiempo en que debía callar, y tiempo en que debía hablar. No habló hasta que se le interrogó directamente. Sabía que el contestar ahora aseguraría su muerte. Pero la demanda provenía de la más alta autoridad reconocida en la nación, y en el nombre del Altísimo. Cristo no podía [654] menos que demostrar el debido respeto a la ley. Más que esto, su propia relación con el Padre había sido puesta en tela de juicio. Debía presentar claramente su carácter y su misión. (El Deseado de todas las gentes, p. 246)
El que está constreñido por el amor de Cristo avanza entre sus semejantes para ayudar a los desamparados y alentar a los abatidos, para señalar a los pecadores el ideal que Dios tiene para sus hijos y para dirigirlos hacia él...
No debemos jamás ser indiferentes e insensibles, especialmente cuando tratamos con el pobre. Cortesía, benevolencia y compasión se deben demostrar a todos. La parcialidad hacia el rico desagrada a Dios. Jesús es menospreciado cuando se desatiende a sus hijos necesitados. Ellos no son ricos en bienes de este mundo pero son caros a su amante corazón. (En los lugares celestiales, p. 240)
Vi que en la providencia de Dios las viudas y los huérfanos, los ciegos, los sordos, los cojos y los afligidos en una diversidad de formas, han sido colocados en estrecha relación cristiana con su iglesia, para probar a su pueblo y desarrollar su verdadero carácter. Los ángeles de Dios están observando para ver cómo tratamos a estas personas que necesitan nuestro apoyo, amor y benevolencia desinteresada. Así es como Dios prueba nuestro carácter. Si profesamos la verdadera religión de la Biblia, sentiremos que tenemos con Cristo una deuda de amor, bondad e interés en favor de sus hermanos; y no podemos menos que evidenciar nuestra gratitud por el amor inmensurable que nos mostró mientras éramos pecadores indignos de su gracia, teniendo un profundo interés y un amor desinteresado por aquellos que son nuestros hermanos y que son menos afortunados que nosotros. (Testimonios para la iglesia, t. 3. p. 552)
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