Martes 17 de septiembre: Generosidad
Los actos de generosidad y benevolencia fueron concebidos Testimonios para la Iglesia, por Dio para mantener tiernos y llenos de compasión los corazones de los hijos de los hombres, y para estimular en ellos un interés y afecto mutuo en imitación del Maestro, quien por nuestra causa se hizo pobre, para que a través de su pobreza nosotros fuéramos enriquecidos. La ley del diezmo fue fundada sobre un principio permanente y fue ideada para ser una bendición para el hombre.
El sistema de benevolencia fue dispuesto para prevenir el grave mal de la codicia. Cristo vio que en la práctica de los negocios el amor a las riquezas sería la mayor causa de la extirpación de la verdadera piedad del corazón. Vio que el amor al dinero congelaría en forma profunda y dura las almas de los hombres, deteniendo la corriente de impulsos generosos y cerrando sus sentidos a las necesidades del sufriente y el afligido. (Testimonios para la iglesia, t. 3. p. 558)
La liberalidad abnegada provocaba en la iglesia primitiva arrebatos de gozo; porque los creyentes sabían que sus esfuerzos ayudaban a enviar el mensaje evangélico a los que estaban en tinieblas. Su benevolencia testificaba de que no habían recibido en vano la gracia de Dios. ¿Qué podía producir semejante liberalidad sino la santificación del Espíritu? En ojos de los creyentes y de los incrédulos, era un milagro de la gracia.
La prosperidad espiritual está estrechamente vinculada con la liberalidad cristiana. Los seguidores de Cristo deben regocijarse por el privilegio de revelar en sus vidas la caridad de su Redentor. Mientras dan para el Señor, tienen la seguridad de que sus tesoros van delante de ellos a los atrios celestiales. ¿Quieren los hombres asegurar su propiedad? Colóquenla entonces en las manos que llevan las marcas de la crucifixión. ¿Quieren gozar de sus bienes? Usenlos entonces para la bendición del necesitado y doliente. ¿Quieren aumentar sus posesiones? Escuchen entonces la orden divina: “Honra a Jehová de tu substancia, y de las primicias de todos tus frutos; y serán llenas tus trojes con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto.” Proverbios 3:9, 10. Procuren retener sus posesiones para fines egoístas, y provocarán su ruina eterna. Pero den sus tesoros a Dios, y desde aquel momento llevarán éstos su inscripción. Estarán sellados con su inmutabilidad. (Hechos de los apóstoles, p. 240)
Antes que Zaqueo mirara el rostro de Cristo, había iniciado la obra que ponía de manifiesto que era un verdadero penitente. Antes que fuera acusado por el hombre, había confesado su pecado. Se había rendido a la convicción del Espíritu Santo, y había empezado a seguir la enseñanza de las palabras escritas para el antiguo Israel tanto como para nosotros. El Señor había dicho hacía mucho tiempo: “Y cuando tu hermano empobreciere, y se acogiere a ti, tú lo ampararás: como peregrino y extranjero vivirá contigo. No tomarás usura de él, ni aumento; mas tendrás temor de tu Dios, y tu hermano vivirá contigo. No le darás tu dinero a usura, ni tu vitualla a ganancia.” “Y no engañe ninguno a su prójimo; mas tendrás temor de tu Dios.” Estas palabras habían sido pronunciadas por Cristo mismo cuando estaba envuelto en la columna de nube, y la primera respuesta de Zaqueo al amor de Cristo consistió en manifestar compasión hacia el pobre y doliente. (El Deseado de todas las gentes, p. 502)
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