Sábado 23 de noviembre
Dios siempre ha velado por su pueblo... Cristo enseñó a sus discí pulos que la medida de atención divina concedida a cualquier objeto o ser depende de la jerarquía que le corresponde dentro de la creación de Dios. Les señaló los pájaros, y les dijo que ni siquiera un gorrión cac en tierra sin que el Padre celestial lo advierta. Y si Dios se preocupa por un gorrioncillo, con toda seguridad las almas por las cuales Cristo murió son de inmenso valor para él. El valor del hombre, la estima en que Dios lo tiene se revela en la cruz del Calvario...
La misericordia y el amor de Dios hacia la raza caída no han dejado de multiplicarse, ni han cambiado de dirección (Mi vida hoy, p. 301).
El Señor dio al hombre el intelecto de modo que pudiera comprender aun cosas mayores... Conduce al agente humano a una esfera más elevada de la verdad, ennobleciendo la mente más y aún más, y revelándole la inteligencia divina. Y en el libro de la Providencia de Dios, en el tomo de la vida, se le otorga a cada uno una página.. Esa página contiene cada detalle de su historia. Aun los cabellos de su cabeza están todos contados. Los hijos de Dios nunca están ausentes de su pensamiento (Alza tus ojos, p. 199).
No se adquieren en un momento el valor, la fortaleza, la fe y la confianza implícita en el poder de Dios para salvarnos. Estas gracias celestiales se adquieren por la experiencia de años. Por una vida de santo esfuerzo y de firme adhesión a lo recto, los hijos de Dios estaban sellando su destino. Asediados de innumerables tentaciones, sabían que debían resistir firmemente o quedar vencidos. Sentían que tenían una gran obra que hacer, que a cualquier hora podían ser llamados a deponer su armadura; y que si llegaran al fin de su vida sin haber hecho su obra, ello representaría una pérdida eterna. Aceptaron ávidamente la luz del cielo, como la aceptaron de los labios de Jesús los primeros discípulos. Cuando estos cristianos primitivos eran desterrados a las montañas y los desiertos, cuando en las mazmorras se los dejaba morir de hambre, frío y tortura, cuando el martirio parecía la única manera de escapar a su angustia, se regocijaban de que eran tenidos por dignos de sufrir para Cristo, quien había sido crucificado en su favor. Su ejemplo será un consuelo y estímulo para el pueblo de Dios que sufrirá un tiempo de angustia como nunca lo hubo (Testimonios para la iglesia, 1. 5, p. 198). En la fe genuina y salvadora hay confianza en Dios por creer en el gran sacrificio expiatorio hecho por el Hijo de Dios en el Calvario. En Cristo, el creyente justificado contempla su única esperanza y su único Libertador. Puede existir una creencia sin confianza; pero la confianza no puedo existir sin fe. Todo pecador traído al conocimiento del poder salvador de Cristo, manifestará esta confianza en grado creciente a medida que avanza en experiencia (Mensajes selectos t. 3, p. 218).
Dios siempre ha velado por su pueblo... Cristo enseñó a sus discí pulos que la medida de atención divina concedida a cualquier objeto o ser depende de la jerarquía que le corresponde dentro de la creación de Dios. Les señaló los pájaros, y les dijo que ni siquiera un gorrión cac en tierra sin que el Padre celestial lo advierta. Y si Dios se preocupa por un gorrioncillo, con toda seguridad las almas por las cuales Cristo murió son de inmenso valor para él. El valor del hombre, la estima en que Dios lo tiene se revela en la cruz del Calvario...
La misericordia y el amor de Dios hacia la raza caída no han dejado de multiplicarse, ni han cambiado de dirección (Mi vida hoy, p. 301).
El Señor dio al hombre el intelecto de modo que pudiera comprender aun cosas mayores... Conduce al agente humano a una esfera más elevada de la verdad, ennobleciendo la mente más y aún más, y revelándole la inteligencia divina. Y en el libro de la Providencia de Dios, en el tomo de la vida, se le otorga a cada uno una página.. Esa página contiene cada detalle de su historia. Aun los cabellos de su cabeza están todos contados. Los hijos de Dios nunca están ausentes de su pensamiento (Alza tus ojos, p. 199).
No se adquieren en un momento el valor, la fortaleza, la fe y la confianza implícita en el poder de Dios para salvarnos. Estas gracias celestiales se adquieren por la experiencia de años. Por una vida de santo esfuerzo y de firme adhesión a lo recto, los hijos de Dios estaban sellando su destino. Asediados de innumerables tentaciones, sabían que debían resistir firmemente o quedar vencidos. Sentían que tenían una gran obra que hacer, que a cualquier hora podían ser llamados a deponer su armadura; y que si llegaran al fin de su vida sin haber hecho su obra, ello representaría una pérdida eterna. Aceptaron ávidamente la luz del cielo, como la aceptaron de los labios de Jesús los primeros discípulos. Cuando estos cristianos primitivos eran desterrados a las montañas y los desiertos, cuando en las mazmorras se los dejaba morir de hambre, frío y tortura, cuando el martirio parecía la única manera de escapar a su angustia, se regocijaban de que eran tenidos por dignos de sufrir para Cristo, quien había sido crucificado en su favor. Su ejemplo será un consuelo y estímulo para el pueblo de Dios que sufrirá un tiempo de angustia como nunca lo hubo (Testimonios para la iglesia, 1. 5, p. 198). En la fe genuina y salvadora hay confianza en Dios por creer en el gran sacrificio expiatorio hecho por el Hijo de Dios en el Calvario. En Cristo, el creyente justificado contempla su única esperanza y su único Libertador. Puede existir una creencia sin confianza; pero la confianza no puedo existir sin fe. Todo pecador traído al conocimiento del poder salvador de Cristo, manifestará esta confianza en grado creciente a medida que avanza en experiencia (Mensajes selectos t. 3, p. 218).
Comentarios
Publicar un comentario