Domingo, 12 de enero: La inmanencia de Dios
Daniel buscó al Señor cuando salió el decreto de matar a todos los hombres sabios del reino de Babilonia porque no podían relatar o interpretar un sueño que se había ido de la mente del rey.Nabucodonosor requería no sólo la interpretación del sueño, sino el relato del mismo... Ellos declararon que el pedido del rey... implicaba una prueba que jamás se había requerido de ningún hombre. El rey se puso furioso, y actuó como todos los hombres que poseen gran poder y a su vez están poseídos por pasiones incontrolables. Decidió que todos fueran muertos, y como Daniel y sus compañeros se encontraban entre ellos, tenían que participar de su destino (Conflicto y valor, p. 251).
La se absoluta del profeta [Jeremías) en el propósito eterno de Dios de sacar orden de la confusión, y de demostrar a las naciones de la tierra y al universo entero sus atributos de justicia y amor, le inducían ahora a interceder confiadamente por aquellos que se desviasen del mal hacia la justicia.
Pero Sión estaba ahora completamente destruida y el pueblo de Dios se hallaba en cautiverio...
Los sombríos años de destrucción y muerte que señalaron el fin del reino de Judá, habrían hecho desesperar al corazón más valeroso, de no haber sido por las palabras de aliento contenidas en las expresiones proféticas emitidas por los mensajeros de Dios. Mediante Jeremías en Jerusalén, mediante Daniel en la corte de Babilonia y mediante Ezequiel a orillas del Chobar, el Señor, en su misericordia, aclaró su propósito eterno y dio seguridades acerca de su voluntad de cumplir para su pueblo escogido las promesas registradas en los escritos de Moisés. Con toda certidumbre realizaría lo que había dicho que haría en favor de aquellos que le fuesen fieles. "La palabra de Dios... vive y permanece para siempre". 1 Pedro 1:23 (Profetas y reyes, pp. 339, 340, 342).
Pablo dirigió la mente de sus idólatras oyentes más allá de los límites de su falsa religión a un verdadero concepto de la Deidad, que habían titulado: "Dios no conocido". Este Ser, a quien ahora les declaraba, no dependía del hombre, ni necesitaba que las manos humanas añadiesen nada a su poder y gloria. La gente se llenó de admiración por el fervor de Pablo y su lógica exposición de los atributos del Dios verdadero: su poder creador y la existencia de su providencia predominante. Con ardiente y férvida elocuencia, el apóstol declaró: "El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, éste, como sea Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos de manos, ni es honrado con manos de hombres, necesitado de algo; pues él da a todos vida, y respiración, y lodas las cosas". Los cielos no eran bastante grandes para contener a Dios, cuánto menos los templos hechos por manos humanas (Los hechos de los apóstoles, p. 193).
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