Miércoles, 22 de enero:
El cuarto Hombre
Entonces el rey ordenó que se calentara el horno siete veces más que de costumbre; una vez cumplida la orden, arrojaron a los hebreos adentro. Tan fuerte era el calor de las llamas que los hombres que arrojaron a los hebreos en el horno murieron quemados.
De pronto el semblante del rey se demudó de terror... Trémula su voz por la excitación, el monarca exclamó: "He aquí que yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego, y ningún daño hay en ellos; y el parecer del cuarto es semejante a hijo de los dioses" (Mi vida hoy, p. 70).
¿Cómo sabía el rey qué aspecto tendría el Hijo de Dios? En su vida y carácter, los cautivos hebreos que ocupaban puestos de confianza en Babilonia habían representado la verdad delante de él. Cuando se les pidió una razón de su fe, la habían dado sin vacilación. Con claridad y sencillez habían presentado los principios de la justicia, enseñando así a aquellos que los rodeaban acerca del Dios al cual adoraban. Les habían hablado de Cristo, el Redentor que iba a venir; y en la cuarta persona que andaba en medio del fuego, el rey reconoció al Hijo de Dios...
El que anduvo con los notables hebreos en el horno de fuego acompañará a sus seguidores dondequiera que estén. Su presencia constante los consolará y sostendrá. En medio del tiempo de angustia cual nunca hubo desde que fue nación, sus escogidos permanecerán inconmovibles. Satanás, con toda la hueste del mal, no puede destruir al más débil de los santos de Dios. Los protegerán ángeles excelsos en fortaleza, y Jehová se revelará en su labor como “Dios de dioses", que puede salvar hasta lo sumo a los que ponen su confianza en él (Conflicto y valor, p. 252).
La vida en Cristo es una vida de reposo. Tal vez no haya éxtasis de los sentimientos, pero dcbe haber una confianza continua y apacible. Tu esperanza no se cifra en ti mismo, sino en Cristo. Tu debilidad está unida a su fuerza, tu ignorancia a su sabiduría, tu fragilidad a su eterno poder... No debemos hacer de nuestro yo el centro de nuestros pensamientos, ni alimentar ansiedad ni temor acerca de si seremos salvos o no. Todo esto desvía el alma de la Fuente de nuestra fortaleza. Encomendemos a Dios la custodia de nuestra alma, y confiemos en Él. Hablemos del Señor Jesús y pensemos en El. Pierdase en El nuestra personalidad. Desterremos toda duda; disipemos nuestros temores. Digamos con el apóstol Pablo: “Vivo; mas no ya yo, sino que Cristo vive en mi: y aquella vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó, y se dio a sí mismo por mi”. Reposemos en Dios. El puede guardar lo que le hemos confiado. Si nos ponemos en sus manos, nos hará más que vencedores por medio de Aquel que nos amó (El camino a Cristo, pp. 70,
De pronto el semblante del rey se demudó de terror... Trémula su voz por la excitación, el monarca exclamó: "He aquí que yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego, y ningún daño hay en ellos; y el parecer del cuarto es semejante a hijo de los dioses" (Mi vida hoy, p. 70).
¿Cómo sabía el rey qué aspecto tendría el Hijo de Dios? En su vida y carácter, los cautivos hebreos que ocupaban puestos de confianza en Babilonia habían representado la verdad delante de él. Cuando se les pidió una razón de su fe, la habían dado sin vacilación. Con claridad y sencillez habían presentado los principios de la justicia, enseñando así a aquellos que los rodeaban acerca del Dios al cual adoraban. Les habían hablado de Cristo, el Redentor que iba a venir; y en la cuarta persona que andaba en medio del fuego, el rey reconoció al Hijo de Dios...
El que anduvo con los notables hebreos en el horno de fuego acompañará a sus seguidores dondequiera que estén. Su presencia constante los consolará y sostendrá. En medio del tiempo de angustia cual nunca hubo desde que fue nación, sus escogidos permanecerán inconmovibles. Satanás, con toda la hueste del mal, no puede destruir al más débil de los santos de Dios. Los protegerán ángeles excelsos en fortaleza, y Jehová se revelará en su labor como “Dios de dioses", que puede salvar hasta lo sumo a los que ponen su confianza en él (Conflicto y valor, p. 252).
La vida en Cristo es una vida de reposo. Tal vez no haya éxtasis de los sentimientos, pero dcbe haber una confianza continua y apacible. Tu esperanza no se cifra en ti mismo, sino en Cristo. Tu debilidad está unida a su fuerza, tu ignorancia a su sabiduría, tu fragilidad a su eterno poder... No debemos hacer de nuestro yo el centro de nuestros pensamientos, ni alimentar ansiedad ni temor acerca de si seremos salvos o no. Todo esto desvía el alma de la Fuente de nuestra fortaleza. Encomendemos a Dios la custodia de nuestra alma, y confiemos en Él. Hablemos del Señor Jesús y pensemos en El. Pierdase en El nuestra personalidad. Desterremos toda duda; disipemos nuestros temores. Digamos con el apóstol Pablo: “Vivo; mas no ya yo, sino que Cristo vive en mi: y aquella vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó, y se dio a sí mismo por mi”. Reposemos en Dios. El puede guardar lo que le hemos confiado. Si nos ponemos en sus manos, nos hará más que vencedores por medio de Aquel que nos amó (El camino a Cristo, pp. 70,
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