Martes, 18 de febrero:
Fueron puestos tronos
"Estuve mirando -dice el profeta Daniel- hasta que fueron puestas sillas: y un Anciano de grande edad se sentó, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su silla llama de fuego, sus ruedas fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él: millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él: el Juez se sentó y los libros se abrieron". Daniel 7:9, 10.
Así se presentó a la visión del profeta el día grande y solemne en que los caracteres y vidas de los hombres habrán de ser revistados ante el Juez de toda la tierra, y en que a todos los hombres se les dará "conforme a sus obras". El Anciano de días es Dios, el Padre. El salmista dice: "Antes que naciesen los montes, y formases la tierra y el mundo, y desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios". Salmos 90:2. Es él, Autor de todo ser y de toda ley, quien debe presidir en el juicio. Y "millares de millares ... y millones de millones" de santos ángeles, como ministros y testigos, están presentes en este gran tribunal (El conflicto de los siglos, pp. 471,472).
La obra de cada uno pasa bajo la mirada de Dios, y es registrada e imputada ya como señal de fidelidad ya de infidelidad. Frente a cada nombre, en los libros del cielo, aparecen, con terrible exactitud, cada mala palabra, cada acto egoísta, cada deber descuidado, y cada pecado secreto, con todas las tretas arteras ...
Todo el más profundo interés manifestado entre los hombres por los fallos de los tribunales terrenales no representa sino débilmente el interés manifestado en los atrios celestiales cuando los nombres inserítos en el libro de la vida desfilen ante el Juez de toda la tierra. El divino Intercesor aboga por que a todos los que han vencido por la fe en su sangre se les perdonen sus transgresiones, a fin de que sean restablecidos en su morada edénica y coronados con él como coherederos del "señorío primero". Miqueas 4:8 (Exaltad a Jesús, p. 321 ).
La expulsión del cielo de Satanás como acusador de sus hermanos fue llevada a cabo por la gran obra de Cristo al dar su vida. El plan de redención siguió adelante a pesar de la persistente oposición de Satanás. El hombre fue estimado de suficiente valor para que Cristo sacrificara su vida por él. Como Satanás sabía que el imperio que había usurpado al fin le sería arrebatado, resolvió no ahorrar esfuerzos para destruir al mayor número posible de las criaturas que Dios había hecho a su imagen. Odiaba al hombre porque Cristo había manifestado por él tal amor perdonador y tal compasión, y se preparó ahora para hacerlo objeto de toda clase de engaños por los cuales pudiera perderse; se entregó a su obra con más energía debido a que su propia condición era desesperada (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 7, pp. 984, 985).
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